(Un estudio sobre literatura
carcelaria)
Martín Santoyo, un mozo del
salmantino pueblo de Carrascal de Horcajo, de la quinta de 1898, hacía honor a
la toponimia del pueblo que lo vio nacer. Era recio y tieso igual que un quejigo. Terne en su fe y en sus
convencimientos. No le dio tiempo a ir a la guerra de Cuba, porque quiso su
desventura que antes lo encerrara en un presidio. Había nacido para ser carne
de cárcel. Otros españoles lo son, lo fueron y lo serán de horca o de
prostíbulo. La tragedia de este Juan
Español profundo, estepario, y de una sola pieza, es el barro de la frágil
condición humana con que Eduardo Zamacois (la Habana 1873 - Buenos Aires, 1971)
compone una de las mayores novelas del género cautivo que en la castellana
lengua han sido. Se trata, sin más, de una obra genial, a todas las bandas. Una
narración majestuosa del drama de un campesino que iba para Juan Soldado y se
quedó en Juan Conscripto cambiando la muerte en la cárcel por un mal tiro en
algún manglar cubano o los delirantes asedios de fiebres palúdicas. Es otra visión de nuestra indefensión
irredenta de una generación inmensamente literaria lo que nos asalta desde las
páginas de esta saga encadenada en el Centenario del Noventa y Ocho que ahora
concluye. El cierre de la tristemente famosa de Caramanchel pone sobre el
tapete de actualidad las cuatrocientas páginas de esta novela - río Hoy hemos de sacar de nuevo a colación a
Los Vivos Muertos según la visión de este novelista de origen cubano,
figura señera, porque al instituir en 1907 la revista El cuento semanal
abrió las puertas a toda una pléyade de eximios narradores como Pedro Mata,
Felipe Trigo, Repide, Emilio Carrere, o el gran polígrafo Cansinos Acianos, el
que deslumbró a Borges, y toda una encartación de traductores (Varela Castro,
Enco de Varela, N. Tasin, García Morente y otros). Este grupo concentra su mira
en la nueva novela social y psicológica cuyos más altos cultivadores, a finales
de la pasada centuria, encuentra un faro de guía en los maestros rusos.
La gran escritura de
Occidente, un hecho indeclinable del que abominan hoy muchos furibundos
críticos, arranca de los evangelios sinópticos, pese a quien pese. Por eso,
toda gran novela es un remedo lejano del inefable carisma que brota en torrente de agua viva y
fuente de inspiración revolucionaria desde los textos de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. A través de la palabra, se pulsan las fibras más tiernas del corazón
humano. Tendríamos, entonces, filomanía (gusto de lo bello) y una gran
compasión misericordiosa hacia el hombre caído y redimido.
Son réditos
literarios que no solamente entroncan con la revelación sino que purifican el
alma humana haciéndola mirar a las estrellas con ahínco de esperanza, siquiera
sea a través de la celosía enrejada de un módulo celular. Por ese resquicio
entra también la luz de resurrección. Se escribe, por ende, a la sombra de la cruz,
emblemática ineluctable del dolor y del amor. ¿Quién dijo que la literatura
como diorama de todo el dolor y el ensueño humano obvia los buenos
sentimientos? Cristo en su sermón del Monte tiene palabras de misericordia, no
de castigo, para aquellos que mete presos la desventura de un mal momento. O
porque son víctimas de testigos falsarios. De la ignorancia, de la injusticia,
o del despotismo.
La estética de la
modernidad, si es que cabe hablar de belleza en un arte que pretende borrar la
memoria y auspicia la inversión de valores,
intentando premeditadamente acabar con ese predicado. Sonó la hora de
los blasfemos detrás de la máscara progresista. A un paso de la tiranía, y
recurriendo a tretas que recuerdan antiguos vicios inquisitoriales, los “neos” nos
están dejando sin argumentos. De ahí que yazga en el baúl del olvido tanto
genio. Son los mediocres a los que se asigna, en artera maniobra de intereses
políticos, la entorcha del fuego sagrado. La verdadera luz duerme sin solución
debajo del celemín. Pero algún día bien puede ser que toda esa serie de tesoros
escondidos salte a la luz. Parece ser que dentro de la gran carga soteriológica
y esotérica del Nuevo Testamento se adscriben a esa área de ocultos, anónima,
vetas escondidas del valor despreciado a ojos del mundo, pero a los que amó
Dios y seguirá amando por toda la eternidad.
En el reino estará
la revancha de los “perdedores”. De tejas abajo, para ellos se escribe. Es más:
serán los destinatarios del mensaje
Hay tres maneras de purificación o de
catarsis. La una gira en torno al dolor moral y físico del ser humano. El
sufrimiento viene a ser el agua lustral del alma, una suerte de alambique donde se acrisola y se acendra lo
más puro que llevamos dentro que es el sentimiento. Lástima que esta sociedad
deshumanizada y hedonística esté empecinándose en huir de todo lo que comporte renuncia al
placer y al bienestar físico. Pegan
coces contra el aguijón. Tratan de acabar con su propia sombra. Por mucho que
lo intenten, empero, nunca conseguirán abandonar la horma en la cual se nos ha vaciado.
La otra fórmula con que los místicos buscan su
vía purgativa que les lleve a los otros dos estadios superiores, donde estarían
la contemplación y la unión con el rostro de Dios, fuente de la que mana toda dicha,
sería a través de la ejercitación de la memoria, la mayor de las potencias del
alma. Martín es a la inversa. La memoria de su ofensa se aviva. Es una fuerza
que le hace crecer. Vive en el pasado. Un pasado de expiación.
Es merced a esta
fuente de conocimiento (aprendemos por asociación de ideas, a partir de la
fuerza del símbolo) que el hombre encuentra consuelo en la filosofía y en el
cultivo de las bellas artes. Si borramos la memoria, nos quedaríamos a oscuras,
sumidos en un apagón horrísono. Sin ese refugio altruista, el ser humano se
envilece. El hombre, que no sepa leer ni escribir, es un esclavo y su
analfabetismo, a par que lo embrutece, lo transforma en el ser más desgraciado
de la tierra. La escritura y la lectura son un acto liberador. Redimen y
alivian al que está empalado al duro
brete de sus propias pasiones. El oficio de la literatura navega -porque la
vida es una extraña y misteriosa singladura en la que se nos embarca al nacer,
por supuesto- íntimamente conectado a la memoria. Solamente desde ella seremos
capaces de proyectarnos hacia el futuro. Ser libres. Porque todo cuanto nos
rodea está a la sombra de un presidio y un patíbulo.
Por eso se escribe
en esta huida, o en esta búsqueda de lo inasible: para dar caza al recuerdo
vivo de algo mejor; y por ello se pinta y se canta o se componen sinfonías. La
memoria tiene efectos terapéuticos sobre el corazón. Es un reto en el cual se
convida al alma a viajar hacia la parte de las estrellas. El arte, sublimando
lo ya vivido, aprehende lo que fue y ya no es, pero que vuelve a ser y revierte
a nosotros en forma de espíritu puro. Se capta de esa forma el pasado
redivivo. Espiritualizando el pasado,
estamos a un paso de la inmortalidad. El pecado, por así decirlo, no nos
alcanza. Encuentra acomodo fuera del yo.
Un segundo
procedimiento de catarsis, acaso menos recomendable, pero que siempre estuvo a
nuestra disposición desde los griegos,
derrota por el sendero
dionisiaco. Creían los primeros dramaturgos - Sófocles, Esquilo, Aristofanes, etc. - que para entrar en el
jardín de Apolo antes había que pagar portazgo en el corral de Baco. La verdad
reposa en el fondo de un vaso de alcohol.
Y el peñascaró, (vino) que no falte, por ser la triaca que
redime del olvido y abre a los mortales la puerta excusada del paraíso. El
recurso al estupefaciente es tan antiguo como la humanidad misma.
Siempre se dijo:
vinum bonum
laetificat cor hominum (el vino es talismán de bondad y alegría para el perdedor). Et in
vino, veritas... Pero la deidad
báquica, artera y descomedida, nos
ofrece con frecuencia una distorsionada
visión de la realidad, en diplopía - esto es: el doble ojo que ofusca y hace
perder el equilibrio, como el de los beodos - de pasos inciertos y de tanteos,
llena de peligros y acechanzas para la razón. Baco no es buen consejero, no
obstante ser un certero remedio por lo que tiene de calmante contra el dolor. Los narcóticos pueblan las
cárceles, y a ellas conducen al pobre ser humano, que suele cometer la mayor
parte de sus delitos en un acto de enajenación. Resulta la droga un buen
salvoconducto para acabar en el penal, aunque muchos de los enganchados dirán
que el chute forma parte de su existencia; no pueden vivir sin ella.
Pero aun hay más causas determinantes y que se
atisban de modo borroso o con explicitud más o menos diáfana, de la condena a
presidio a medida que uno se adentra en ese laberinto que es el alma humana. La
prava condición o la perversión de inclinaciones, según aducen los
criminalistas, pueden servir de salvoconducto de condena, pero no son únicas.
También la bondad tanto como pueda serlo la integridad moral o el sentido del
deber y de la justicia puede convertirte en una inadaptado. Un rapto, un
momento de mala suerte, sella una vida para siempre. Pero ellos serán los renglones
torcidos de Dios con los que incluso se puede escribir al derecho.
Por lo mismo que el
infierno está empedrado de buenas intenciones, las bonísimas personas suelen
convertirse en carne de horca, de presidio o de manicomio. Ser calificado de
buena persona viene a ser un insulto, un sinónimo de fracaso y de desdicha.
Desgraciadamente, las púberes canéforas descienden a los prostíbulos. La vida
no suele ser compasiva ni lógica. De nada ni de nadie hace acepción. No hay en
ella un renglón seguido. Tampoco un patrón. Sólo entiende la razón
inconsecuente de la violencia emotiva y del cambio. Pero es lo imprevisible lo
que da valores mágicos al hecho de la redención. No se podrá vivir sin
esperanza. Hay que tener fe en el ser humano.
El protagonista de
esta novela no sabía que nada conduce tan fácilmente a presidio como un deseo
excesivo de justicia. Se hizo acreedor de cadena perpetua por su ética
acrisolada en los cristianos principios. La propia deontología le condujo a
empuñar la navaja, cometiendo una atrocidad. En la naturaleza hay afinidad de
contrarios, pero resulta impensable la generación espontánea ¿Cómo puede ser
que el bien engendre un mal o que una bellísima persona se trasmude en
asesino? He aquí uno de los soportes
sobre los que se perfila el “pathos” del drama del reo de Zamacois.
Habría una tercera
vía de escape, la que practicaban los idólatras, que, al comerse la imagen del
ser amado o adorado, creían poseerla. Es el principio en el cual se basa toda
la teología de la eucaristía (εuxαρiσθαi, mostrar favor) que acaso haya sido exagerado
en el cristianismo latino. Se corresponde con eulogía (bien hablar). El
protagonista de esta cruda novela manduca literalmente el órgano bucal de su
agresor, creyendo que, al hacerlo,
borraba para sí la horrible culpa. Entiende que, al arremeter de tal
forma de alguna manera se purificaba de la blasfemia de su primo. Está en un
error. Cae en la antropofagia y en el
asesinato. De hombres es errar. Hasta siete veces cae el justo. No ha de
perderse de vista este concepto de
memorial que nos libere de una fe encorsetada en puerilidades y en retórica. La
religión de Jesús encuentra fundamento en dos elementos tan humildes y
sustantivos como pueden ser el pan y el vino.
II
No fumaba ni bebía nuestro personaje.
Nunca había estado en una taberna, desconocía la timba o la chirlata de los
tahúres; no honraba como dios al naipe y carecía de vicios. Pero eso tampoco
fue óbice. Precisamente fue esa integridad moral de este Quijote Encadenado,
luchando contra los molinos de viento de la sinrazón - hay tanto de grandeza en
el personaje de Zamacois como en el
hidalgo manchego - la circunstancia que iba a buscarle la ruina. Hoy ya casi
nadie se acuerda de este escritor hispano cubano, autor de novelas con una
carpintería perfecta, que parecen tiradas a cordel guardando una simbiosis
rotunda entre continente y contenido como Incesto, Tico Nay, Punto negro,
Memorias de una cortesana, etc. Su obra mayor a nosotros nos parece, por
estar mejor lograda, que es Los Vivos
Muertos. Por el mensaje y el entramado ofrece un
grandioso paralelismo con El Ingenioso Hidalgo cervantino. Sin embargo, fue
tachado por alguna crítica de su tiempo por hacer concesiones a lo truculento.
A Felipe Trigo, compañero de terna de Zamacois, se le ha llegado a calificar de
“pornógrafo“. No están en el círculo dorado de los grandes pensadores que tuvo
esta generación. Se limitan a hacer correr el espejo por el camino. Y el espejo
es la trama endemoniada del laberinto poblada de fantasmas.
El paisaje que se proyecta refractado sobre el
cristal de aumento del novelista adquiere perfiles de aguafuerte, escrito a
pinceladas impresionistas sobre un lienzo viscoso. El panorama es aterrador.
Una nación encadenada, amarrada en blanca por el peso de su historia, maneada
por el grillete de sus angustias y pasiones, se alza a ojos vista. España,
cárcel. España, inmensa celda de monje o de convicto, donde los hombres y las
mujeres viven y mueren entre las rejas de los propios principios seculares.
¡España, tan católica, pero bronca, difícil, acérrima, y tan lejos de la
ternura del mensaje de Jesucristo!
Todo buen novelista
- escribir siempre es una elección de procedimiento- ha de ser un buen
arquitecto para construir con solercia y materiales adecuados, a la busca y
procura del ángulo exacto, para dar resaltes, habiendo seleccionado bien los
elementos de su mampostería y sus sillares, sobre el soporte sólido de armadura
o trama (hay que saber colocar jácenas, basas y estribos, buscando el ángulo
recto de la simetría); y ha de ser un demiurgo, un dios creador de mundos, inventor de espacios vírgenes y
selectos, por más que esos espacios sean
la tarbea pestífera de un penal o la crujía de un lazareto. Sopla con el
aliento de su palabra y allí nace una situación, una vida literaria banal y
etérea pero imperecedera con su sello y
personalidad propias que todos recordarán porque el arte presenta la peculiar
característica de traspasar la retina del lector y quedarse en ella grabada
para siempre. Por eso, los grandes libros suelen ser grandes desconocidos, escritos
por autores incómodos a los que la critica, tan mundanal y, mediatizada ahora
mismo, descalifica. Es una industria como otra cualquier con su fábrica de
novelas en serie, en la que el morbo de la sangre o del semen es el principal
ingrediente. La literatura acabará expulsando a las nueve musas del Olimpo para
instalar en su cima al pseudo, al sucedáneo, manejada por los nuevos Midas de
la comunicación y el pelotazo. El mercado está aniquilando el arte,
convirtiéndose en aceptador de lo que vende, esto es: el escándalo. Todos los
autores que escriben con un afán artístico siguen siendo ninguneados o situados
en el índice de los tachados. Hoy hay
una censura subliminal, puesto que nunca fue tan férreo el encorsetamiento
económico, que controla todas las palancas actuando certera y contundente.
Vigilan la parva los grandes capataces de la ingeniería propagandística, una
especie de tribunal del Santo Oficio que sienta las pautas de lo que hay que
leer y lo que no hay que leer.
Ha sido inventada
una nueva profesión: la del agente literario, y un nuevo calificativo:
“políticamente correcto”. El que no está con el Mercado se sitúa extramuros.
Jerusalén sigue maltratando a sus profetas y colocando la túnica de los locos a
los genios. ¡Ah, Jerusalén!
Con todo y eso, la luz se despabila debajo del
celemín. Son entes autónomos los grandes libros. Gozan de vida propia. Siempre
hará falta un pensador para u pueblo: alguien que se niegue a comulgar con
ruedas de molino. He aquí la causa primera por la cual el verdadero arte es
indestructible.
También ha de ser el novelista de raza un mago
en quien la potencia verbal y la capacidad de seducción para atrapar la
atención imaginativa en las redes de la trama nunca se restañe. Si un libro se
tira de las manos, habrá fracasado su autor. Los Vivos muertos - y casi
lo que menos gusta es el título- sin embargo, se lee de un tirón.
Por si esto fuera
poco, Zamacois agrega a sus encantos la grandeza de un lenguaje que atrapa y
hace maravillar de las posibilidades inagotables tanto filosófico/semánticas
como estéticas o castizas que tiene la lengua de Cervantes. El buen decir es un
regalo que reservan los dioses a unos pocos, que no lo derrochan y saben
dosificarlo. Hablar con propiedad idiomática -algo costoso y difícil- tiene algo
de neuma divino, que alumbra la expresión exacta, labra de cincel. Por ese cabo
hay que proclamar que al exhumar esta obra olvidada de un oscuro autor del
noventa y ocho hemos rescatado un libro inolvidable, escrito desde la
melancolía y de la compasión hacia nuestros semejantes. No es un melodrama.
Podía haberlo sido, dada la escabrosidad del tema y la facilidad con que los
autores de su tiempo - Pedro Mata y Felipe Trigo junto con el autor que nos
ocupa serían las plumas más significadas de esta generación poblada por enanos
y por gigantes pero que constituyen ejemplos representativos de la pléyade que
emborronaba cuartillas por allá por los
albores del presente siglo- se daban a la truculencia del lacrimoso folletón
por entregas, si al otro lado del papel
y de los rastrillos no hubiera estado un genio como el de Eduardo Zamacois para
adentrarnos en esa selva impenetrable,
abismo de la desesperación y escuela de
picardías como es una cárcel española. En ella se vive despiadadamente para la
venganza. La cárcel nunca regenera. Martín, este gigantesco personaje por él
creado, fue una rara excepción. Entre barrotes encuentra su propia vida y un
género intransferible de purificación.
Auténtico Prometeo encadenado, un hijo de la
sociedad hispana fin de siglo, con sus miserias y sus grandezas, Zamacois en paralelo con Cervantes y su
“Caballero de la Triste Figura” hace a
la vez reír y llorar. Las similitudes son desconcertantes. Dos héroes van por la vida luchando contra los molinos
de viento de la injusticia de los
desalmados, defendiendo inocentes y poniendo una pica en Flandes en
favor del que ha caído. Empeño inabarcable porque la naturaleza humana es así
de caprichosa. La única utopía es que no hay utopía. El absoluto no se
transfunde con el relativo, aunque siempre quepa aspirar hacia mediante el
esfuerzo, la comprensión, el amor a la libertad y a la dignidad del hombre.
Erradicar el sufrimiento y la injusticia de este planeta resulta imposible. No
hay vías de comunicación entre los de
arriba y los de abajo. Sin embargo, este mundo avanza gracias a los utópicos y
a los que se embarcan, por más que naufraguen en empeños quijotescos, en la
aventura de escribir por caminos no trillados. Ambos, personajes - el hidalgo
de la Mancha y el triste labrantín charro- fracasan. Son dos perdedores
empedernidos. No les arredran ni los golpes, ni los escarnios, ni las celadas
ni los malandrines ni las algaradas de la gallofa y el hampa. El uno campea por
los villorrios manchegos. El otro se erige en valedor trasnochado de sus
propios compañeros de infortunio por esos penales y esas “quintas galerías de
Dios “pero a los dos anima el mismo genio libertador de los idealistas que
sueñan con una justificación redentora para todo el genero humano. En uno y
otro caso, por la misma causa, en todas las partes son recibidos a palos. Mirados con suspicacia por los poderes
fácticos o manteados por sus congéneres, se acreditan como candidatos al
patíbulo o al manicomio.
Por lo general, y,
aunque esto sea lo de menos, los redentores acaban siendo crucificados. Mal
oficio. Gracias a estos sublimes visionarios, que siguen las huellas
mesiánicas, el mundo es un lugar más habitable y la historia sigue su curso
inalterable entre lágrimas y sonrisas. Los hombres suelen cambiar poco. Los avances
de la ciencia y los adelantos mecánicos no los reforman de forma significativa
sus conductas. En todo caso, las consecuciones técnicas del Progreso
incrementarán la sofisticada capacidad,
que parece una segunda piel en el ser humano,
de infligir daño a los demás. Se volverá más letal la sociedad bajo la
apariencia de los magnos postulados y de la filantropía que confunde y avasalla
la mente del hombre de hoy.
Siempre habrá
pirómanos, violadores, ladrones, adúlteros, sádicos, afectos al uranismo, ese
mundo equívoco de valores inversos poblado por servidores del dios oscuro y del
vicio secreto (hay que recordar aquí que la inversión calamita conserva la
gravedad de pecado reservado y no es una virtud como pretenden algunos “
vendérnosla “ en este verano “encloquecido “ y enloquecido por tanta Maripava
mostrenca y locuaz, en plan niña tonta, tan española por lo demás con un puñal
secreto bajo la liga del 98, sino una merma o desviación de la naturaleza,
digna de compasión más que de vituperio pero no habrá aquí que condecorar con
ramos de laurel y del aurum coronatum de los vencedores, a estos casos
esquinados por la naturaleza, por el mero hecho de serlo, a sabiendas de que
siempre estarán con nosotros. En suma, no hay razón para volver la oración por
pasiva ni hacer un mundo de la superabundancia actual de seguidores del pecado
impronunciable casa gloriosa ¡Pobrecillos!
Ellos representan un renglón torcido de Dios, una anomalía que se dio
siempre y se seguirá dando mientras el sol alumbre. Hermafroditas siempre les
hubo, como hubo mentirosos, calumniadores, dipsómanos y nazis a lo Arzalluz -
Quevedo lo llamaría “loco repúblico “- esgrimidores de pancartas nacionalistas
que permiten matar en nombre de una idea, una lengua o de un pasado. Siempre
estarán cerca los opresores del pobre, las putas, las adulteras y los
maniáticos. Desde lo alto del monte del perdón, Cristo convoca al
arrepentimiento, la esperanza, la remisión. Toda literatura ha de ser partícipe
de un mínimo de soteriología en grado de denuncia del mal o de un afán de
mejora por más que este anhelo sea tan sólo utópico delirio. Porque la humanidad no cambia.
Cristo, paciente y
manso, los perdona y los aguarda en la escarpada colina del Monte de las
Bienaventuranzas porque por ellos vertió su sangre. Sin embargo, siempre
quedará enarbolada su pancarta a favor de los oprimidos. Hay muchos que han
vivido al socaire de su inmensa figura y viven de las rentas de las enseñanzas
de Jesús. Se han hecho compromisarios acomodadizos, sancionadores de la impostura
bajo cuerda e hierofantes de una religión sin alma. Todo su porte supone una afrenta al Dios vivo contraria a su
testimonio.
Estos locos
incorregibles “a lo divino “no pertenecen a la mesnadería de los consensos ni
de los trágalas. Sueñan, inconformistas, con un mañana mejor al erigirse en
excepción confirman esa regla. Tiran para delante. Y, de paso, nos reconcilian con la realidad
tan áspera y falta de entrañas que se
abre ante nuestros ojos. Nos recuerdan
que, para que esto siga funcionando, hacen falta menos máquinas de guerra y más
piedad y misericordia. La democracia ha de perfeccionarse no de cara a la
galería del rally, del número y la masa, sino profundizar en los valores
personales, únicos e intransferibles del individuo. Según Berdiaeff, eternos.
Algún día tendrá que acabarse tanta demagogia. La democracia ha de desembocar
en una mística del libre albedrío.
III
El carácter
intachable y justiciero o tal vez el ventalle de un enloquecedor día de marzo
dieron con los huesos del reo en un calabozo de la penitenciaría de San Miguel
de los Reyes (Valencia). Zamacois nos hace la composición de lugar. El recinto
fue antes de cárcel un monasterio cisterciense. Después sería alcazaba y
subsiguientemente plaza fuerte de una de las grandes órdenes militares, la de
Calatrava, que, a diferencia de las otras reglas del Temple que tienen por
patrono a San Juan Bautista dependía directamente de San Miguel arcángel. Tras
la disolución de las órdenes militares en 1325, pasa el edificio a depender
directamente de la corona de Aragón y allí mora durante algún tiempo y está
enterrada la segunda mujer de Fernando el Católico, Doña Germana de Foix. Quien casó en segundas
nupcias con el duque de Calabria, propietario que fue a su vez de una de las
bibliotecas mejor abastadas del orbe cristiano, la cual pasaría con el correr
del tiempo a manos de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un perjuro y
hombre siniestro, padre de la “ leyenda negra “. Libros. Rezos. Himnos.
Palacios. Rejas. Detrás de sus muros, la historia tiene secuestrado el vivir
secreto de muchos encarcelados.
Nos fiamos tanto de
nuestros semejantes que no construíamos ninguna ventana sin verja o sin celosía
para mirar sin ser mirado. La grandeza española se fragua sobre tres pilares:
convento, cuartel y presidio. Germana de Foix tuvo fama de mesalina en su
juventud. Luego profesó afición al lesbianismo y a los placeres de la buena
mesa. Llamaban en Arévalo a esta francesa “pingues et bona pota”, esto es: La
bien comida y bien bebida y sólo su regusto por
las artes cisorias y por empinar
el codo acabaron con la fortuna del Contador Mayor de los Reyes Católicos, Don
Juan Vázquez de Cuellar, que buscaba privanza en su corte y nunca la consiguió.
Por todas estas
cosas San Miguel de los Reyes era un lugar maldito y con duende que a la fuerza
tuvo que acabar, después de la desamortización de los monasterios en penal.
Allí remataron sus días grandes jaques de la causa carlista y tuvo al
“Pernales”, famoso bandolero y salteador de caminos por la sierra de Alcaraz
entre sus huéspedes. San Miguel de los Reyes, el sitio maldito donde recala el
protagonista al cabo de una azarosa cuerda de presos por esos andurriales
perdidos de la España incógnita entre dos números de la Benemérita de a
caballo. Este tipo de conducciones de penado era un triste espectáculo en
España durante el siglo XIX. Lo retrata perfectamente el pintor romántico López
Mezquita. He ahí una escena de dolor humano. Entre dos mangas verdes con
cara de frío, los vuelos del cuello de la guerrera levantados, el “chopo” al
hombro, avanza un grupo de presos en fila india. Los dos números de la
Benemérita no expresan crueldad, sino
indiferencia o compasión. Una mujer, de aspecto gitano, con un niño en brazos,
se acerca al que parece ser su hombre al que llevan preso, cubierto con una
enorme bufanda y una chapela, uno de los agentes del orden, con delicadeza y
casi compasión, trata de disuadirla de que no rompa el cordón celular de la
rueda carcelaria. Delante de él avanza otro individuo con bigote, muerto de
frío y hambriento, tocado de un hongo y mirando cabizbajo para el pavimento de
la calle mojada, las vueltas del cuello del abrigo subidos. A su lado se
perfila una anciana. El hombre del hongo y los bigotes sucede a otro conscripto
cuya cara no nos la revela el maestro López Mezquita. Sólo se ve el hato del
pobre penado con sus humildes y precarias pertenencias. Todo cuanto tenía en el
mundo, que era bastante poco. Abre paso otro guardia civil que es tan sólo una
silueta desenfocada. A prudencial distancia un matrimonio de burgueses, entre
curiosos y afligidos, mira para los forzados. La composición, en el que es un
elemento de fuerza el diseño de los zapatos de cada personaje hollando el barro
de la calle, casi charolado, se desborda en melancolía y patetismo. El artista
consigue captar el silencio de los pasos de este cortejo lúgubre, verdadera
estantigua de Viernes Santo, que atraviesa por la Puerta del Sol un día de
febrero.
El viejo cenobio del Cister constituye un
patético punto de destino donde recala una de esas cuerdas de presos que
durante siglos cruzaron la Piel de Toro. Iban a cumplir con la justicia entre
las risas burlonas, la seca piedad, o la curiosidad morbosa de los moradores de
aquellos pueblos donde posaba la columna de forzados. Su presencia movía a
veces a compasión. En este país no hay espectáculo más apetecido que las
procesiones de penitentes. Otras, eran acanteados, escupidos e injuriados. El
paso de la comitiva con sus cabezas rapadas a lo motilón, el tabardo marrón,
esposados o maneados al brete por los pies, siempre era un acontecimiento entre
estas gentes de cultura pasionaria, amiga de nazarenos y de cristos ensangrentados. La columna se movía
cansina desde la estación de ferrocarril hasta el recinto celular en viaje a ninguna parte. Muchos de los encadenados no llegaban a su
punto de destino. San Miguel de los
Reyes viene a ser algo así como el Alcatraz ibérico, nuestra enorme casa de los
Muertos a lo Dostoievski.
A Martín Santoyo en Carrascal de Horcajo le
llamaban el “aceñero “porque su familia regentaba unos molinos en la ribera del
Tormes. Era un joven abierto de espaldas, cordial y serio; famoso no sólo a
causa de su extraordinaria musculatura y fuerza física sino también por su
piedad mariana. Era el primero en el juego de pelota, a echar una mano a un
carretero en dificultades. A la hora de cargar un costal de doscientos kilos a
la espalda nadie le ponía un pie delante. A misa los domingos tampoco faltaba
pero no era ningún “beato “; su pasión por la Virgen conservaba esa impronta viril del hombre de fe que no ha
experimentado desengaños y no ha pisado todavía el nido donde puso los huevos
la serpiente. Este fervor era comparable, mutatis mutandis, al amor que
profesaba a Águeda, su novia, la moza más guapa de la aldea. Había quien por
eso le tenía envidia y uno de ellos era precisamente su primo de la misma edad,
Cayetano Arionda, que se había ajustado con la familia del eventual homicida
como gañán el año de autos.
Un día con viento
enfurecido de marzo salió con éste a la arada. Los bueyes de yunta se hacían
los ronceros, negándose
a labrar, como si los pobres cornúpetas,
barruntándolo, se espantasen del mal que rondaba. El aire de marzo -
según creencia por algunos pagos castellano leoneses - trae consigo malas
ideas. Es el ventalle del diablo. Los surcos salían torcidos indómitos al
trazado de la besana. Tiraba el auriga
de los gavilanes, pero el barzón y la mancera no querían responder. Era
aquel furibundo ventalle. Los diabólicos aires del marzo que soplaban con su
fuelle maldito sobre la desolada arada, sembraban el barbecho de pasión. Hay
vientos de cólera que casi hacen enloquecer.
El boyero nada conseguía a fuerza de palos y
de tanto tirar del ramal. Los cabestros se habían quedado quietos, como
inmovilizados. Cayetano era un sujeto mal encarado y cruel. Descargó su saña y
su impotencia contra los pobres animales. Cuando la aguijada y la tralla no
fueron suficientes para meter en vereda
a la yugada, rompió a blasfemar. Los improperios contra lo más sagrado daban la
sensación que confirmaban en autoridad y respeto al deslenguado arriero. El “plaustrum”
de la gamella quedó fijo. Era el carro
de heno de las vanidades humanas. El destino se enroscaba para la pobre víctima
y su verdugo (Martín no quiso cometer nunca aquel asesinato horrendo) de forma
aciaga e inexorable. Una interrogante. ¿Verdaderamente existe el albedrío?, ¿es
el ser humano señor de sus actos o mero
resultado de una serie de combinaciones químicas que enajenan su voluntad de
forma inapelable?
Señor, líbranos de mal.
Martín miraba para
su compañero primero con gesto de desaprobación; luego casi aterrorizado le
rogó que dejase de insultar a la Virgen de la Peña, santa de su devoción y
objeto de sus amores. Su rostro lívido se había vuelto yeso.
- Hombre de Dios, tampoco es como para ponerse
así. Calca el estribo y sosiega un poco. Vale ya. Por favor. Vale ya.
En esto el viento de
marzo gañía con toda la violencia espectral de la que es capaz.
Lejos de reparar en
las consideraciones de su primo carnal, el yuntero parecía como poseso. Blandió
amenazante la aguzadera contra Martín e intensificó el tempo de sus porfías. Ya
no se conformaba con Dios y con los santos sino que profería maldiciones intransferibles acerca del sexo de la virgen
María, a la que calificaba de ramera.
Ya Cristo puso en guardia contra el pecado del
escándalo. No reprobó el acto sexual, aunque se mantuvo célibe para siempre,
porque la impureza de la coyunda carnal es
aparatosamente cierta. Sin embargo, no ahorra anatemas contra sus
efectos colaterales.”Ay de aquel por quien vienense el escándalo. Más le valdría
que le atasen una rueda de molino al cuello y lo lanzasen al mar “. Porque el
espíritu de fornicación conduce al crimen y al llanto. Sus consecuencias a
veces son imprevisibles. Todas esos tristes episodios de asesinatos a causa de
la violencia doméstica - el ofidio feminista ha inoculado su dosis de veneno en
la voluntad de las casadas insuflándoles al oído: rebélate contra tu hombre y
serás como diosa - tienen que ver con el espíritu de fornicación que se ha
adueñado del país provocando auténticas tormentas de arena en las relaciones
conyugales que concluyen en hecatombes. Las cárceles están llenas de las
consecuencias del aforismo “la maté porque era mía “o “quiero realizarme porque
yo soy dueña de mi cuerpo, he de vivir mi vida, obrar a mi antojo “. El macho
siempre controla su territorio en todas las especies animales. Hará falta que
pasen muchos siglos para que se borre el estigma de creer que la honra de una
persona se encuentra en las partes menos nobles.
- La culpa la tienes tú, cabrón. Y yo me cago
en la puta Virgen María y en tus rezos.
Martín el Molinero era un mozo tranquilo.
Nunca hasta entonces había estado en una pelea. Era paciente y difícil de
enojar, pero aquel día con viento solano algo se alborotó en su cerebro hasta
perder la sonrisa imperturbable. Sufrió un ataque de enajenación transitoria,
según expondría luego en el juicio el informe pericial forense. Oídos los
horribles juramentos del yuntero que se
venía hacia él como una fiera
amenazándole con el palo y esgrimiendo una navaja, saltó como un resorte. Los
hombres buenos suelen perderse de la manera más estúpida. Un segundo de
irreflexión puede cambiar el rumbo de toda una vida. Era mucho más fuerte que
su oponente. De un puñetazo, Cayetano rodó por tierra. Le quitó la faca y con
su misma arma le dejó sitio. Más de veinte
puñaladas. Asestada la primera, no hubieron hecho falta ninguna más pero hubo
ensañamiento con la victima, lo que siempre a efectos penales resta eximente y
agrega agravantes. Le arrancó la lengua por blasfemo. La hizo cachos en
mutilación horripilante. Se la comió.
Lo que allí aconteció en aquel barbecho fue algo más que un asesinato. Fue una
auténtica carnicería o crimen ritual, pues, no contento con finar a su agresor,
le cortó la lengua, se sentó en la linde y empezó a comérsela cacho a cacho. Parecía
un caníbal.
El viento del sur
seguía mientras tanto proclamando su feroz
desolación sobre la adrada. Toda España se estremeció ante el crimen.
Basada la novela sobre un suceso real, que conmovió a la
sociedad castellana al doblar el pasado siglo y
que acaparó el interés de la crónica roja, los autos del proceso fueron
celebrados en olor de multitud en la audiencia de Valladolid. Alienistas,
psiquiatras y reporteros no salían de su asombro ante aquel caso de
antropofagia parcial. Se sacaron cantares. El drama tenía todos los
ingredientes para la elaboración de un truculento, complicado y lleno de
primitivismo drama rural, en el que el
tremendismo, la ignorancia el fervor religioso rayano en el fanatismo jugarían
sus bazas. Al reo se le tomaron las medidas antropométricas, llegándose a la
conclusión de que su fisonomía - cejijunto, poca frente, ojos hundidos y orejas
exentas, formando asas (orejas voladoras) como adosadas a un pabellón craneal
de muy exiguas medidas - daban el fenotipo de un sujeto destinado a matar.
El fiscal pidió que
se le diera garrote vil, pero una buena defensa pericial del forense consiguió
demostrar que Martín Santoyo no estaba en sus cabales. Se le diagnosticó falta
de discreción. En aras de una supuesta enajenación mental, el abogado defensor consiguió a todo trance y
en contra de las protestas del público que abarrotaba la sala que la pena
capital le fuese conmutada por la de cadena perpetua. El acusado porfiaba en
que no estaba loco en medio de abucheos y protestas de los asistentes a la
vista oral que se agolpaban para pedir su cabeza, y lo hubiesen linchado de no
haber estado custodiado por la Guardia Civil.
“Su fe en la Purísima Virgen de la
Concepción -observa Zamacois en la página 47 del libro -a la que
sacrificó su libertad, le prestaba ayuda“.
Se apunta aquí hacia
la posibilidad de un milagro, porque la Deípara no acostumbra a mandar de vacío
a todo aquel que con fervor la invoca por muy difícil que sea el trance. Vino a
salvar, no a condenar a los pecadores. Había utilizado el hierro por salir en
defensa de su honor y la Señora acude en su socorro, un socorro que le brinda
al mutilador de su pariente no sólo cuando se sienta en el banquillo sino
también a lo largo de los treinta años en los que purgó condena en la siniestra
penitenciaría valenciana ¿Fue el diablo que cabalgaba metido dentro de aquel
mal aire? ¿Fueron los propios genes patógenos del pobre acusado lo que le
impulsaron a Martín a matar y a merendarse la lengua de su víctima? De todas
suertes, aquel día en aquella huebra lejana, la bondad y la nobleza de un alma
quedaron confundidos, se conculcó el derecho y triunfan los instintos
indómitos. Había ganado la batalla la Serpiente y el señor del Mundo se retiró
victorioso a sus cuarteles de invierno.
Todos seguimos
gimiendo bajo el peso de la culpa.
IV
Fue un preso ejemplar Martín El Aceñero. Su
pundonor y su sentido de la justicia no vacilaron cuando tuvo que salir en
defensa del desvalido poniendo en juego su fortaleza física y sus contundentes
puños. Era un hombre que no sabía mentir. Sombra y figura...
Al día siguiente de
emitirse el veredicto, la sentencia fue
firme y el reo, convicto y confeso de los hechos imputados y demostrados (muerte dolosa de un semejante en riña, con
intención dolosa, sin agravantes y con el eximente de enajenación mental
pasajera) empezó a cumplir condena en el referido presidio del antiguo Reino de
Valencia, al que quiso volver para morir. Satisfecha su deuda con la sociedad,
fue liberado, pero el mundo que había dejado atrás casi ocho lustros antes le
resultaba inhóspito y desconocido. Era ya un viejo que no servía para nada.
Optó por volverse a la cárcel, su lugar de refugio. Es el desenlace a esta
gigantesca crónica de desamor que se transfunde en caridad y redención cósmica,
piedad para todo el género humano. Su gran fracaso, el olvido de su novia
Águeda a la que busca por todos los prostíbulos de la Villa y Corte, recién
cumplido del penal, para comprobar que ya era tarde: su amada había fallecido
poco antes, seguramente de sífilis. La caída de Águeda empezó cuando entró a
servir en casa de una persona de viso. Fue violada por el señorito.
Zamacois nos muestra
a su personaje paseando por el patio con
las manos a la espalda, la camisa de retor, y una sonrisa taciturna a flor de
labios. Martín se atuvo a todos sus principios. Su presencia en aquel lugar
infame resultó ser como la de la campanilla que brota sobre el muladar. Gano su
independencia y prestigio enfrentándose a los grupos rivales, y a las mafias
regionales que mandaban dentro de la clausura. Los internos nuevos tenían que
pagar el portazgo de una cruel novatada, cuando no algo mucho peor, como era el
concúbito y la algolagnia sádico masoquista y sistemática de los más jóvenes
y efébicos. Se nos hace ver que una de
las más duras cargas de la condena solía ser la ausencia de hembra. El instinto genésico, para paliar tales ansias,
derivaba hacia los desahogos homosexuales. La mariconería oprobiosa era moneda
corriente. Con la fuerza de sus puños, Menoyo dio más de alguna lección a los
que se propasaban.
En las cárceles
huele de una forma inconfundible. Es un olor parecido aunque diferente al de
los hospitales. Es un aura, un fuego fatuo como el de los cementerios, apesgado
de sensaciones y de influjos magnéticos. Los cautivos transmitieron su congoja
a las paredes del encierro y en los poros de la piedra se albergó su cuita. Al
principio, cala los huesos. Luego ya no lo percibes. Pero aploma este ambiento
denso. Es como una segunda piel. Al pasar bajo el dintel, se tiene una
sensación caliginosa que advierte que se
está tramontando el umbral de un mundo diferente. Es el plus ultra, la línea de
demarcación entre la vida y la muerte, la libertad y los cerrojos. La noción
del tiempo y de la distancia se pierden, o se avivan, según y conforme cada
caso. Dentro de sus muros, hay cuerpos y almas en pena. Tuvieron la mala suerte
de cometer un delito o ser llevados ante los tribunales por testigos falsos.
Mas no por eso dejaron de ser hombres. Con sus virtudes y sus defectos. Con las
miserias y grandezas. Este libro es no sólo una buena novela sino un tratado de
psicología antropológica. La galería de personajes que desfila por sus páginas
es un enorme retrato de la sociedad de su tiempo. En este abismo de horror, de
crueldad y de injusticia donde yacen varadas las vidas ensabanadas de
forzados se dibuja la silueta de
personajes como Constantino Sánchez, alias “Tafallés”, o “ El Rasilla”, Iñigo
Bustamante, Casiano Ortiz, el “ Migas Gordas “, “ Cien Gramos” y otros.
El relato de una fuerza sin igual y de un
interés creciente cobra alientos de verdadera epopeya. Por su grandeza de miras
y la precisión con que retrata a sus personajes algunas de sus páginas
recuerdan lo mejor de Tolstoi, Dostoievski o Solzhenitsyn. Es una zambullida en
el gulag hispano. El mundo no es más que
un campo de concentración, un valle de lágrimas. Esta línea motriz es el gran
eje de marcha sobre el que circula no ya meramente los grandes libros profanos,
sino la misma piedad. Es un pensamiento místico. Estamos aquí de paso y, como
subraya el Kempis, “comprende, hijo, que la perfecta seguridad y la
paz completa no son posibles en este mundo”. Hay que meter el hacha a la
raíz del árbol. Esta vía del desistimiento o desencanto de las cosas que nos
rodean constituye una piedra angular de la ascesis. En la parte, mediante la expiación de la
culpa, somos capaces de alcanzar las bodas del alma con el esposo. El Quijote
fue escrito en la cárcel, y Quevedo perfiló sus grandes sonetos estando preso
en San Marcos de León. Autores como Tolstoi, Pasternak o Tomás Salvador, en su Cabo
de Vara, esgrimen ese mensaje.
Una buena novela ha de tener como una
vibración especial; es la moción reveladora,
descubrimiento o tránsito hacia un mundo virgen. Tiene algo de epifanía. Es también como el martillo pilón de un brazo mágico que da mazadas sobre el
yunque y saltan a cada instante chispas deslumbrantes. Gira y se derrama el
agua de la noria y la vida a través de los arcaduces, a medida que gira el
inmenso rodezno de la noria del tiempo. Se sube o se baja pero la rueda de la
fortuna nunca para. Se produce un encantamiento de ida y vuelta entre el
escritor y el lector. La gracia de todo relato subyace en ese entusiasmo o endiosamiento,
verdadera substancia de vida. Estamos inmersos en la enorme fragua de Vulcano.
De la tobera incandescente saltan brasas que llenan de fumarolas maravillosas
las lóbregas tinieblas de este mundo que no es más que un inmenso penal, pero
esta luz que salta de los libros nos permite soñar y tener esperanza.
No todo está
perdido. Las novelas excelsas, al reflejar un poco el eco de las consoladoras
palabras del Evangelio, se mueven por ámbitos de lo divino. De aquí que quieran
sustituir ahora el testamento nuevo por el anti evangelio, el amor por el odio,
la esperanza por la desesperación. Por eso estorba tanto Rusia. Y en
definitiva, se esfuerzan por poner en órbita la anti literatura. El imperio de
las nuevas comunicaciones electrónicas subliminalmente propende además de a borrar la memoria, a descuajar la misma cepa de la cruz. Quieren arrebatarnos cualquier precio ese
resquicio de esperanza. Por fortuna en el majuelo de Jesús (recordemos la
parábola de la vid y los sarmientos) los tallos están bien amugronados. Cada
primavera florecen y en el otoño vienen las vendimias. Brota el mosto de vida
eucarística de los lagares sempiternos. Esa es la verdadera iglesia viva, que
nada tiene que ver con la jerárquica. La integrada por los pobres y cuanta
sufren por la verdad y la justicia:
Multiplicati sunt qui
tribulant me. Multi insurgunt adversus me. Paraverunt sagittas suas in pharetra
, ut sagittarent rectos corde. Deficit in dolore vita mea, et anni mei in
gemitibus. Fuerunt mihi lacrymae panes die ac nocte
Asimismo, la fuerza narrativa se sustenta
sobre esa capacidad del sobresalto, la pulsión concéntrica, el humor, la
anagnórisis que sirve de cemento para reconocer por medio de una simple palabra
o un gesto típico a cada uno de los personajes. A partir de ahí el éxito está
servido. La capacidad admirativa se transforma muchas veces en éxtasis. Todo
eso lo tiene y más Zamacois en la que fue su obra cumbre: “Los Vivos Muertos “.
Desciende al infierno de nuestros demonios familiares y a los diablos, mediante
su poder taumatúrgico y premonitorio, los transforma en ángeles. El fuego
sagrado es lo que caracteriza a un escritor de casta. Cuando lo enciende el
mundo se transforma y sobreviene la catarsis. Todo lo envuelve la llama de la
purificación iluminativa. Cada página deja el listón cada vez más alto; es un citius, fortius, altius. Muy pocos lo logran. Por
desgracia el oro acendrado se oculta arrumbado por el empuje de costales de
calderilla. Los mediocres se empeñan en ocupar el sitio de los genios y de los
santos en el Parnaso. Ya no reinan los gigantes. Mandan los enanos.
V
Conmueven las
historias que sirven de cañamazo o de relatos paralelos al eje central. Todos
arrastran cadenas de forma gratuita, por uno de esos caprichos del destino que
ponen tantas existencias del revés. En la cárcel también hay castas, reglas del
juego, y escaques, como en el ajedrez, donde cada cabecilla alza el hito que
demarca el propio territorio. Traspasarlo supondría una lucha fiera, porque
también en las penitenciarías se establece el predominio del más fuerte. Hay
verdugos y víctimas. Algunos capitostes
se muestran como señores de horca y cuchillo feudales que ejercen a
cambio del vasallaje el derecho de protección, e incluso el de pernada.
Deja de un aire, por
su patetismo y la tristeza con el montanero Cosme Pacheco, un guarda jurado de
Pereña, una localidad salmantina, el relato de las circunstancias con que fue
obligado a delinquir. Cosme Pacheco era un hombre cabal, de una sola pieza. Se
ajustó como vigilante de la dehesa de un ricachón, al que juró lealtad hasta la
muerte. En cierta ocasión tuvo que
enfrentarse a unos furtivos que habían entrado
a cazar a la finca. Los intrusos lo atacaron y el servidor de la
vigilancia rural tuvo que echarse la tercerola a la cara. Cosme utilizó su arma
reglamentaria en legítima defensa y en
resguardo de los intereses de su amo. Había sido un percance, pero no le
remordía la conciencia. Creía haber cumplido con su deber. Fue detenido acusado
de homicidio. No obstante, en la vista oral, el hombre que lo ajustó como
guarda jurado le dio la espalda. Ante los magistrados se achantó y dijo no
conocer a aquel hombre. No haberle dado nunca aquellas instrucciones tan
rígidas que derivaron en tragedia. Le cayeron treinta años, pero el lugareño de
Pereña sólo vivía ya para la venganza. Esta se había convertido en una idea
fija. Cuando lo soltasen, regresaría a su pueblo y -ahora me las pagarás, tít for
tat- le metería
un torrente de plomo a aquel cacique que le había ajustado para después dejarlo
en mal lugar. No había sido un hombre de palabra.
La venganza es la
musa de los forzados. Sólo el instinto de revancha les hace a algunos
confinados resistir. Aprietan los
dientes y claman para su capote: “Un día me las pagarás todas juntas “. El otro
anhelo, siempre vivo, entre los pupilos de una penitenciaría, anhelo que se
convierte en obligación, el de escapar. Por las galerías y por los patios se
perfila la figura entusiasmada del infatigable especialista en desbandadas. Hay
que decir que los recursos y triquiñuelas de la sapiencia humana son
incontables. Se socavan túneles y atarjeas utilizando los métodos más
inverisímiles (en la cárcel quedan muchas horas para pensar), como punzones,
almocafres, o incluso tenedores afilados, y hay reclusos que se valen de la
estratagema de orinar contra los barrotes del ventano para conseguir así una
lenta pero eficaz oxidación de las rejas.
Pasan como sombras,
como nubes y como naves en la oscuridad dentro de los espacios cerrados. En una
cárcel se condensa el símbolo y la figura
de la existencia humana. Ese anonimato de horda indiferenciada que
aploma con su peso la tierra y en el subir y bajar de los peldaños de la
escalera de caracol del recinto carcelario, cuyo husillo enseña
horadada la piedra, marca la impronta de sus abarcas sobre la grada, que
va adquiriendo con el paso de los siglos una forma convexa por el desgaste,
pero nada más. No deja firma ni nombre, salvo en contados casos, la humanidad
ascendente y descendente por la escala de la torre. Se pierde la cuenta. Es un
bataneo lento e implacable que abre la bocamina en el suelo. Luego cesa el
batallar inane. Hay que decir con el poeta, que veía llegar al puerto de Ostia
a los barcos del imperio romano, en la mejor comparación que se ha hecho de la
vida humana con una cárcel, que es en verdad un navío con rumbo seguro hacia la
muerte en su derrota por los mares del espacio y del tiempo: Sicut naves, sicut nubes. Velut umbra.
Dentro, se percibe
el aliento de carne viva y hacinada. Es médula, carne y sangre. Un presidio
impregna de su olor característico a todos cuantos se acerquen a él. El hedor
corrompe. La gallofa forma parte del entramado de la desdicha. Así, Orencio
Pérez, el falso violador, cansado de que lo llamasen marica (había nacido con
una mal formación de los genitales en un pueblo de Cuenca) acabó en San Miguel
de los Reyes por salvaguardar su hombría. El tremendismo de su caso pone los
pelos de punta.
- Madre ¿por qué se
ríe de mí la gente?
- Hijo, tú no hagas
caso, y a lo tuyo.
A veces hay
consejos, incluso los de una madre que se dicen sólo para espantar las moscas y
salir del paso.
A Orencio Pérez le
horadaba el alma su minusvalía. Era en verdad un inocente. Una tarde, cuando
tenía nueve años y fue a melones con los de su cuadrilla, le dio ganas de mear
al que más galleaba de la banda, y todo
el séquito hubo de hacer lo mismo. Cada cual, como el que desenfunda una
pistola, hubo de sacar lo suyo para medir y compararlo con el de al lado. Está
visto que era costumbre en España antes de la invasión del conde Lequio con sus
supuestos atributos descomunales, que han dejado lelo al Mariñas.
El pobre Orencio, carente de prótesis, sólo
sabía que aquello servía para evacuar la vejiga. A él apenas si le había nacido
un colgajo. Era un trozo de piel indiferente y casi neutra, ni vulva ni pene,
ni galgo ni perdiguero, algo epiceno, ni vida, ni muerte, por una de esas crueldades casuales de Madre
naturaleza, que a la que le toca le toca. Miraría al cielo el infeliz en sus horas de angustia, suplicando favor, y éste le seguiría negado en medio de la más
espantosa indiferencia. Al profeta Moisés recién parido lo echaron al río Nilo
en un canastillo, el buey Apis mugiría con regocijo avisando a la faraona de un
negocio urgente y cuando bajara a
bañarse encontraría allí al expósito más famoso en los anales, un mimado de los
astros. Orencio Ortiz no tuvo esa misma ventura. En lugar del Cairo, lo
llevaron a nacer en un pueblo de la serranía conquense donde el personal es
bastante despiadado con los lisiados de mal de Pott, con los perros vagabundos
y mucho más con quienes vinieron al mundo sin un certificado acreditativo de
virilidad. Si Dios no existiera, habría
que inventarlo, porque, de otra forma no cabe explicación a tanta desproporción
y desequilibrio. Si son garantías los avisos del Galileo de que el reino futuro
pertenece a los crucificados, y de que los que sufren serán consolados, tiene
que haber otra vida mejor que contrapese el dolor y la ignominia del presente.
Entre tanto se
acerque esa hora tan esperada de los que confían en el Maestro de Justicia, hay
que constreñirse a los datos circunscritos al triunfo del mal y de la muerte, a
la carcajada o a los cantazos que se estrellan contra los poco avisados, los
que van con la verdad del Evangelio por delante. Sufren sobre sus espaldas los
revolcones, las risas forzadas - esa mueca burlona de funcionarias listísimas, experimentadas en
cibernética avanzada, triunfadoras en todas las oposiciones a jefaturas de
negociado y que son un pozo de insatisfacción y de reconcomio, como sólo puede
serlo una española con carrera universitaria, pero descarriada en el amor, y
desquiciada en su trasto con los demás,
pero de ese cupo no hemos hablado aún- y los palos. Es verdad. El catolicismo
ha sido un fracaso, una traición al cristianismo. Hora es ya de quitarse la
máscara.
A este pobre tarado
Orencio Ortiz le mandó al calvario un
sanedrín aldeano. Los hospitales y los manicomios guardan en sus archivos
incontables secuencias de pasiones anónimas como la suya. Tuvo que escuchar las morbosas carcajadas en
su entorno, que lo marcaron para toda la vida, un latigazo en pleno rostro para
su ánima ultrajada e hiperestésica. Quiso resarcirse de aquella humillación
vengándose de la naturaleza. En esos burgos podridos de la España profunda e
irredenta las vidas ajenas son como libros abiertos.
- El Orencio no
tiene bálano. Es invertido.
El día de la patrona, por la Virgen de agosto
después de una tienta de bravos, había corrido mucho vino por los gañotes. Ya
se sabe que después de Baco, viene la lujuria de la orgía y acto seguido, la
sangre. Brillan las navajas. Se rasgan las faldas, se manchan algunas enaguas y
corre junto al rumor del arroyo el llanto de las vírgenes regando con sus
lágrimas un momento de debilidad o de coerción externa. El acto sexual en sí
mismo es desasosiego turbio y traumático.
Sucedió una
desgracia. Una mujer casada, volviendo de un lugar que llamaban la Cruz del
Redondillo fue asaltada y forzada por varios mozos y apareció su cadáver al pie
de unas zarzas. El crimen causó conmoción por la avilantez y alevosía de los
ultrajantes, pero el paroxismo llegó, cuando se dio a conocer le nombre del
implicado en el ataque a la romera. Orencio Pérez aquel mismo día se presentó
en el cuartelillo de la Guardia Civil.
- He sido yo.
Las cosas se
salieron de madre. El personal dejó de reír y hacer chistes. El Orencio no era
corito, sino un tío mejor armado que un carabinero.
Perdió la libertad
el joven, pero su fama le fue restituida a costa de un martirio a la sombra. El
fiscal pidió para él garrote vil, pero hubo ciertos alegatos que no pudieron
ser demostrados ante el tribunal y, en definitiva, firmaron los jueces cadena perpetua. Excusése decir de la clase de jurisperitos
que entendieron del caso, de su falta de perspicacia, de sus irrisorios
criterios científicos sobre toda ponderación. No fueron dignos ni de proceder a
un examen urológico del acusado. Se decía que aquello fue una ensabanada de los
caciques que mandaban en el pueblo y que el que había tomado la iniciativa en
la violación y asesinato de la señora era un pez gordo. Fue archivado el caso.
Se echó tierra al asunto.
Él creía que iba a
lavar su nombre y lo manchó porque la cárcel corrompe. Es el lugar más parecido al infierno, y el que sale no entra. La justicia es un ente
de razón. No se da entre los hombres. Lo absoluto corrompe.
A pocas horas de su ingreso, Orencio Pérez fue
objeto de abusos deshonestos por uno de los cinco cabos de varas de servicio en
aquella ocasión. La vergüenza y el espanto han de ser la antorcha que guíe al
lector acompañándolo en este descenso a
los infiernos que lleva a cabo Zamacois. Quiere convertir a su héroe en un
caballero andante, un Billy Bud, incorruptible a lo Hermann
Melville, pero las rejas de la quinta galería, por decirlo en el lenguaje de
los que se jactan ahora de haber pasado quince días en Carabanchel durante los
años oscuros, como un sello de confianza y aval de garantía que les abra las
puertas de todo en los años claros. Aquí siempre se está tratando de justificar
el personal y de avalar ejecuciones de hidalguía. Debe de ser porque el pasado
inquisitorial pesa bastante sobre nosotros ¿Será porque ni la sangre ni la
conciencia la tenemos bastante limpia?
Menoyo defendió a
puñetazos la “virtud” del débil Orencio Pérez, pero se estrelló contra los
molinos de viento de la sinrazón. Debe de ser que el mal fecunda todas las
reglas de comportamiento humano. El que va no vuelve. El que consintió ir a
prisión por desmentir a los detractores de su hidalguía acabó en puto. Aquí se dan la mano lo patético y los
sublime. Orencio bajó a un infierno fuliginoso no de azufre, ni de reptiles
emponzoñados, sino de bujarrones detestables, más que por una perversión de la
enigmática naturaleza sino por vicio. El bien es anabólico, porque se diluye
y transforma en energía a todo cuanto toca - debe der por osmosis del amor-. El
mal, catabólico. Cuanto toca lo transforma en podredumbre. Su simbiosis acarrea
la muerte. No se adhiere ni se integra con aquello que convive. No se
transfunde. Si el poder corrompe, la cárcel, el hacinamiento confinado
corrompen más todavía Después, forzosamente, ha de encenderse el blandón de la
fe. Hay que elevar los ojos a lo alto, impetrar el favor de los cielos ante la
pobre carne despojada. Tiene que haber un Cristo que redima y recompense, por
tanto, atropello y castigue en la otra vida tanta infamia. Orencio Pérez se
avillanó. Lo trataban como un perro. O peor.
- Baja, Cristo
Bendito, a entender de nuestras causas. Resárcenos de la felonía. Confunde a
los hipócritas. Desenmascara a los impostores que se callan.
- ¿Qué dice a todo
esto la Iglesia?
- No dice nada.
Silencio administrativo.
En San miguel de los
Reyes oficiaba de capellán don Froilán, un cura metido en carnes, que impostaba
la voz en los sermones. Andaba espetado. Y estaba dominado por esa altanería y
soberbia de los que creen tener la razón e instrumentan esa razón no como llama
que alumbre sino a beneficio de inventario. La sotana los convertía en
personajes. Es una investidura para tapar al pobre diablo que llevan dentro.
Los meneos de su manteo, el vozarrón autoritario del capellán de prisiones, más
que un reclamo a los arcanos carismáticos de la Redención, disuadían. No se puede predicar el Evangelio desde el
plural mayestático pero sin convencimiento, o sintiéndose como una oráculo y
una fuerza viva. En ese atropello, en la invasión de un espacio que no le
compite, como es el territorio de lo divino, cohonestando lo que es temporal
por lo que pertenece al ámbito de la soberbia, la ambición, el despotismo,
radica uno de los pecados de la jerarquía a través de todos los tiempos. Se
arroga competencias de la divinidad.
- No puede haber
vicedioses, ni Vicecristo. Hacerse pasar por el plenipotenciario de sus
intereses, amén de fatua presunción y de una arrogancia imperdonable, entraña
una blasfemia satánica - pensaba para su coleto Dimas Arije.
Y, como lo pensaba
en alta voz, así lo proclamaba.
- Con estas cosas
hay que tener mucho cuidado. Por expresar sus convicciones ingenuas muchos han
acabado en el poste. Estas cuestiones conducen al saladero. Te pudrirás en un
calabozo de la Inquisición, Arije.
- Esas son cárceles
del alma. ¿No?
- Cualquier día te
fusilan.
- Pues que lo hagan.
Tengo la conciencia tranquila. No puede ser de Dios un establecimiento que ha
velado por la pureza de la fe- o de sus intereses - a través de una institución
tan demoníaca como el Santo Oficio.
- Mira que te
llamarán hereje.
- Pues bendito sea
Dios.
Padecemos empacho de
una vida perenne de “statu quo”. El español en su terruño no se siente a gusto
si no le dan una barrera para ver los toros. Todo vale con tal que no le tiren
al ruedo, porque así puede resarcir su, tan traída y tan llevada, cólera de
español en cuclillas, que todo lo entiende, todo lo juzga, mientras a él no lo
comprometan demasiado. Luego, como es algo masoquista, le gusta ser arreado,
con tal que este servilismo nada ataña ni merme a sus devengos. Aquí la Santa
Nómina es la única patrona digna de crédito. No pertenece a las oscuras
nebulosas de la leyenda áurea. No es un santo mitológico que se hayan
inventados los hagiógrafos, dígase lo que se diga y se mire por donde se mire.
Poco importa que la denominen Nuestra Señora de las Inmensas Caricias, San
Sobre o Santa Congrua, que va alhajada con una manto de billetes verdes,
codiciado peplo de su carroza que sacamos en procesión todos los días treinta o
treinta y uno, veintinueve, si es bisiesto, de los años del Señor. La gente
llena el depósito de gasolina hasta los topes, acude a rastrillos y
mercadillos, se va de putas o de mancebos, ahora lo hacen las cuarentonas y
cincuentonas de buen ver, hartas de cariños impotentes y de hijos y de hijas de
plantón, que ya no se van de casa, porque no hay trabajo. España va bien.
Contento me tienes, pero el capitalismo y la ola de materialismo que nos
invade, representa un salto regresivo en la conquista de las metas sociales, de
los derechos adquiridos, aunque, por si acaso le pone perejil a San Pancracio o
velas a Santa Rita.
Dáme pan y llámame perro. Esta tendencia
innata explica el caudillismo. He aquí un pueblo de capillas y de toreros, que
inventa héroes y luego los destroza, o los
olvida, llaméense éstos Francisco o Felipe. La eterna disputa entre aragoneses
y andaluces no para nunca. Somos individualistas furibundos, incondicionales
del cantón, pintorescos malabaristas de la política de campanario, que por
perjudicar al vecino o al hermano, nos avenimos con el turco, como buenos
descendientes de Ulfilas y de don Opas. Se somete con facilidad al caudillo, o
al marqués, pero este acatamiento o vasallaje no es nada desinteresado ¿Qué serían los pueblos sin sus fuerzas
vivas: el cura, el boticario, la maestra, el médico? Esta idea evidencia un
reflejo condicionado de la inferioridad que se acata y se somete, o se siente
deslumbrado por sus caciques, por su señorito, por el señor marqués, aunque por
detrás lo envidie y lo critique, y, llegado el caso, en un cambio de tornas, lo
asesinaría. Pero de momento, al muy ladino le encanta adularlo.
El español, amen de tornadizo, y superficial
en sus convicciones políticas o religiosas,
es algo lamerón. Tiene un esquema mental retorcido que dimana de su
cristianismo mal asimilado a través del papismo que degenera en papanatismo.
Sin esta predisposición a la banalidad de un pueblo que le gusta tener su
torero o su cupletista particular no se explica el éxito de la prensa rosa
donde se desfoga ese temple criticón, o se da pábulo a la envidia y murmuración, a la cólera del
“español sentado “. Las revistas color revelan un ansia subliminal insaciable
de héroes de quita y pon. Antes eran el cura, el maestro y el boticario. Ahora
son el conde Lequio o la Campos. Aquí se envidia al que está en la pomada, pero
se le necesita, aun para mitigar las propias carencias y la sed de ser un “hijo
de algo”. El masoquismo nacional tiene que echar mano del que triunfa, aunque
ese triunfo resulte un imponderable, quier de la sinrazón, quier de la
casualidad. Tenemos el alma colectiva un poco enferma. Todos los días hay que
cebar al monstruo - o masturbarlo - con la avidez de protagonismo, cada día de
peor tono y de gustos más plebeyos. Se nos hace la boca agua hablando de
Londres y de la familia real inglesa. Cuando el huracán “Mich” azota Centro
América, nos volcamos en generosa prodigalidad. Pero no nos hablamos con el
vecino de enfrente. Somos solidarios, quijotes. Ahí queda eso, pero nuestra
alma colectiva va de tumbo en tumbo. Antes, éramos en la elección de nuestros
héroes más selectivos y aristócratas. Actualmente la chabacanería se ha vuelto
la niña bonita.
Y por eso a veces
los curas dan la sensación de ser los hierofantes de un credo que se ha
perdido, o de una religión sin alma. La
dureza de corazón del Froilan encontraba una exégesis no ya tanto en la glotona
aplestia o en la convexidad de su abdomen, como en su castidad fingida. No era
más que un funcionario. Otro cabo de vara.
VI
La venganza es la
musa de los forzados; ella les lleva a esas universidades del rencor que son
los presidios, pero no todo está perdido. El mal no dura eternamente. Se suceden los patios encalmados por el
patio. Las conversaciones, de celda a celda, utilizando el lenguaje telefónico
de los golpes en la pared o las fórmulas heliográficas desde las ventanas. Los
presos se distribuyen por paisanajes y aquerencias. El regionalismo y las
diversidades de zona en las variopintas Españas pronto salen a relucir por obra
y gracia de los enfrentamientos de campanario. Allí está, a través de sus hijos
encarcelados, la Andalucía ocurrente y decidora, dueña de la hipérbole y de la
desbordada imaginación midiendo sus fuerzas con la Castilla grave, unilateral y
austera. O las vascongadas adustas y enigmáticas, en su orgullo secular, en
apasionado coloquio sobre las grandezas de su terruño con los valencianos
cachazudos y burlones o el murciano calado de imaginación, o el gallego,
siempre autónomo o condescendiente, o el catalán emprendedor. La escena en que
Araújo, un gitano sevillano, hace como que chalanea para vender un asno a un
imaginario comprador es página maestra.
Todos los presos
tienen la obligación de abrir una caleta en el muro y escaparse. La figura del
“caballista” que cobra el barato de la cárcel, ejerce el poder subterráneo o se
convierte en jaque, es indefectible.
Pero esa aspiración raramente se consuma y la carne se vuelve ascética,
amancebada voluptuosamente con el dolor y con el escarnio, asfixiada por un
ambiente frío, delator y hostil. Aprieta el hacinamiento, la sicalipsis del
deseo, o el anhelo de zafarse de la vigilante opresión. Todos andan tramando
una argucia, un socaliño, para salir adelante. La celda deja muchas horas para
pensar. Dentro del “casto” o cesto - así se llama a los calabozos de amarrados
en blanca- hay mucho tiempo por delante.- pare pensar en la “pestañí” o “gumia”
en el “peñascaró”, el aguardiente que es el único bálsamo del angustiado, en la
madre que se dejó en el pueblo, o en la novia que quedaron atrás.
Desgraciadamente, para siempre. Vae victis. Las mujeres no tienen bandera. El
juego terrible del amor no admite sino vencedores. Los muros del presidio
lacran de olvido. Enseguida les ponen cuernos. Águeda, el amor eterno y puro
del aceñero, terminará sus días en un prostíbulo. La infidelidad y el
desarraigo de cualquier afecto hermoso son otro eslabón a la cadena, un candado
de propina que aísla al condenado de la otra parte del mundo. Pero sin esa
defección no hubiese habido cante jondo, ni guitarras, ni bureo. El flamenco
más puro, todo ese folklore, que fue fuente de divisas y contraseñas de
identificación turística o cultural de todo un pueblo, tiene como alma mater
ese peñasco misterioso, que en un cerro de Ceuta mira para Algeciras y la Bahía
de Cádiz. Toda la poesía y el arte nacional encuentran un surtidor incomparable
en las cadenas. Es nuestra fibra más colorista. Somos hijos de la chusma.
Parece que nuestro destino, aherrojados la mayor parte de las veces por
nosotros mismos, descansa sobre el punto de apoyo del baño o del saladero, que
es como nombraban los antiguos a la cárcel. En ella se escribió el Quijote Y en
un calabozo de san Marcos de León, donde amarraron en blanca a Quevedo, fueron
compuestos los mejores sonetos. Toda nuestra historia es un intenso ir y venir
de cosarios, galeotes, cómitres, rondas y cuerdas de presos. Por la religión.
Por la política. Por el amor o simplemente por un régimen de cantón.
Nada en el mundo
mejor que una carcelera, esa copla que ahoga el aire con su pena encerrada al
son de las palmas, como un martinete detrás de los barrotes, como un manantial
virgen que suelta el agua bravía de la quejumbre, para penetrar en esa
ingratitud que siente el convicto sobre sus huesos lejos de la hembra, que lo
traicionó. Losas de olvido pusiste tú en el altar de mis sueños.
Carcelero,
carcelero (bis)
Abre puertas y rastrillos
Que no quiero ahogarla(bis)
Con la trenza de su pelo.
Ay, ay, ay.
Y esta otra dirigida a la Madre de Dios, y que
demuestra cómo de alguna manera el patrocinio de Ésta va más allá de lo que
pueda abarcar la humana razón, porque el cariño y predilección de la augusta
señora se centra sobre los que sufren.
Señora de las miserias,
Madre de los presidiarios,
Yo te buscaba por el patio.
Era una tarde de mayo
Cantando.
Y te encuentro en la noche oscura.
Eres el lucero que alumbra
Tras las rejas de mi ventana
Mare de la hermosura,
Consuelo del desterrado.
Por fuerte que sea
el amor, más fuertes sentimientos son el baldón y el infortunio. La vida se
desliza ajena e impertérrita ante nuestras convicciones y sentimientos. El
hombre nació para ser derrotado por el desamor, por la muerte. El recluso se
siente como esos bagazos o borras que vierte el agua sucia por la atarjea
¿Tiene que haber un lugar por donde escalar los postigos y encontrar los
ambages o la aleya que libere el cuerpo encadenado? El alma es libre. Nadie
podrá aherrojar a la imaginación. Deberá de existir un procedimiento de
resarcirse de tanta afrenta. Salir de aquello.
Existe un mínimo de solidaridad en el presidio, que
facilite un poco de asueto. La vida del penal también conoce las pausas y las
treguas, pasadas las tormentas, cuando el ambiente enrarecido hace estallar el
motín o las peleas entre los internos. Entonces, éstos aparcan sus rencillas y
se ponen a jugar a la brisca tranquilamente.
Como los naipes están prohibidos, ponen en un lugar determinado de la
crujía a una canario previamente amaestrado. Su canto les avisa a los tahúres
de la proximidad de moros en la costa. Si es de una manera el trino embelesado,
hay vía libre. Si es de otra, agua. ¡A recoger que viene el guardia! La
habilidad humana es inagotable a la hora de su inventiva. Los pájaros brujos
son los animales de compañía de los internos, pero también hubo quienes
consiguieron amaestrar a un gato, al que previamente habían desgarrado y
descolmillado como instrumento de placer sexual. Enseñaban al desdentado
felino, con mucha paciencia y esmero, las técnicas de masturbación bucal
mediante succión. Los gatos tienen el gañote profundo y la lengua, libidinosa,
la utilizan en su aseo personal, pero el micho debía de ser iniciado desde muy
pequeño. Había un preso que conocía las
costumbres de la raza. Permanecía atento cuando a las hembras les veía la época
de celo, que suele ser muy intenso a lo largo de los cuatro primeros meses del
año, y, cuando una paría, violando la camada, se apoderaba de sus hijos, les
rebanaba los columelares de recién nacidos. Incontinenti, poníalos en venta.
Dos perras gordas por cada gazapillo. Era una mercancía muy solicitada en los
patios. He ahí la razón o una de las razones por las cuales se codicia a estos
mamíferos como animales domésticos en algunos estamentos de la raza humana,
particularmente entre las solteronas incorregibles y las funcionarias expertas
en ordenadores y que se proclaman amigas de Safo y del amor lésbico. Ya sabemos
ahora porque al maestro Umbral le priva con locura micifuz. El domador, si las
camadas eran buenas, por el mes de enero, cuyas lunas, tan fuertes y con unos
rayos lumínicos que suelen ser como imán de apareamiento - es un tiempo en que
se preparan esos conciertos de maullidos por tejados y corralizas y se escucha
por doquier la berra de la lujuria - podía sacarse un buen sobresueldo.
Parece que se
escucha el estruendo fisiológico de los zambullos. El golpeo de los inodoros y
letrinas. Los presos que van camino de la enfermería con los brazos péndulos, o
camino de la célula de castigo donde les aguarda un tiempo de confinamiento en
incomunicado que empavorece incluso al más fuerte psicológicamente. Al otro
lado de los rastrillos encalabrina el
fulgor especial de la plata. A través de la mirilla de os atisbaderos se
escucha el rumor de la calle. El presidio es como un reloj roto, pero Cronos,
por una gracia especial a sus prometeos encadenados, consigue que cada uno de
ellos lleve la cuenta exacta del día, la hora y hasta el segundo y todos los
años que faltan para la redención. Esta esperanza de salir algún día les
infunde fuerzas para arrastrar cadenas. La noción del tiempo que queda para
cumplir.
Los celos y la
defensa del honor también están en la lista de uno de los motivos más
frecuentes de encadenamiento. ¡Pobre humanidad, que basa el epicentro del honor
y de la fama en sus partes menos nobles, los genitales de un hombre y una
mujer! ¿Fue siempre así? ¿Cuando nos
libraremos del todo de ese demonio verde, que tortura en silencio, consume y
destruye, esa obsesión por la virginidad y la pureza que en sí no son bíblicos,
sino una excrescencia dormida en el alma humana, que instiga a matar? Cristo
mandó perdonar a la mujer pública y a la adúltera a punto de ser dilapidada,
pero nadie le ha hecho caso. Un momento de debilidad es saldado con la
muerte.
VII
La triste historia
de Iñigo Bustamante se suelda con las arriba mencionadas.
- Vigile Vd. A su
mujer porque este chico no es suyo.
- Eso es imposible,
doctor.
Iñigo Bustamante era
un carpintero que vivía en Santander con su esposa y sus nueve hijos. Se sentía
un hombre feliz. Al nacer el décimo, ciego de nacimiento, lo llevó a un médico.
El diagnóstico dio sífilis. Iñigo se preguntó cómo podía ser aquello, si él
jamás había padecido tal enfermedad ni había andado con nadie, pero el dictamen
facultativo no dejaba lugar a dudas. La enfermedad había sido transmitida por
el amante de su mujer. Los vigiló durante algún tiempo y un día, habiéndolos
sorprendido en plena coyunda, los dejó en el sitio. Iñigo, primero desde
Santoña, más tarde, desde san Miguel, para lavar su culpa, lo que ganaba trabajando de carpintero en los
talleres del penal, se lo enviaba al ciego de nacimiento, fruto de aquella
relación adulterina, que a él le costó la libertad. Aunque no fuese suyo, llevaba sus
apellidos. Era al que más amaba.
La jerga de los
presos es un vocabulario aparte. Es una
germanía con terminología propia. Se escuchan a lo largo del relato voces
características como la de los condenados a muerte o las alusiones a la llegada
del verdugo. Cuando veían mucho ir y venir al páter por las galerías o correr
por el patio, malo. Mucha estola y mucho crucifijo avisaban de olor a muerto (muló). Alguna ejecución se tramaba. Se escuchaban
incluso los martillazos con que el ebanista enclavaba el próximo ataúd.
- Si deseo la
libertad es para perderla- declaraba sin más contemplaciones uno que había
matado a su mujer por culpa de su cuñada.
Era un manchego que
se entretiene en contar aquello que más le obsesiona. Su vida parece haberse
detenido en aquel día exacto en que estando mi “Társila de meses mayores, la
felicidad huyó de nosotros”... “Mi cuñada la mal metía y aconsejaba en contra
mía y ella se dejó convencer “. Brilló
una navaja y una pobre mujer cayó de espaldas sobre el fregadero de la cocina,
una escena harto común. Pasa tantas veces. Machaconamente el triste
acontecimiento se repite en las páginas de sucesos y los espacios dedicados a
la crónica negra, cada vez en aumento, de las cadenas televisivas.
En las cárceles se
vive primero para la venganza. O para la huida. La soledad hace que ambos
deseos no encuentren compuerta ni sean rebasados jamás por una orilla. La
estrechez del aprisco despierta la potencia imaginativa y las capacidades de
inventiva. Después de alguna ejecución o una revuelta, la charca
carcelaria agita un poco sus ondas. Después
las aguas regresan a su cauce. El tiempo cura las heridas. Se lleva los
recuerdos, aunque casi nunca los remordimientos que se agrandan hasta alcanzar
formas desproporcionadas y gigantescas. El
remordimiento, otro personaje al
cual no hay que perder de vista. El dolor de corazón y la atrición diz que son
el molde en el cual se compactan los buenos cristianos. No así al tener una
perpetua por delante. Esa agua lustral
del alma se volvía hiel y vinagre en el escocido recuerdo del alpargatero
Inocencio Tornés. Había violado a su hija de trece años. La vio una vez desnuda
sobre la cama y el espectáculo agitó el incestuoso deseo ¿De cuántos desvaríos
y sufrimientos no será madre la temible lujuria?
-¡Si no la hubiese
visto! ¡Si no la hubiese visto! - repetía sin cesar.
El bochornoso
recuerdo le agitaba día y noche. Acabaría sacándose los ojos. Lo hizo para no
verla jamás, ni sentir la comezón del apetito vitando. Se vació las cuencas,
igual que Cayo Mincio Scevola. Lo hizo para no verla más, pero continuaba
viendo a la pequeña con los ojos de la imaginación que también arrastra
cadenas. No expió la totalidad de su condena. Se ahorcó con una manta hecha
jirones que amarró al barrote del ventano - esa pupila alternativa que retrata
una porción de cielo y por donde se escucha el rumor de la tierra girando
alrededor de su eje en circunvoluciones fijas, que llega con el canto de la
avecilla que canta al albor, como en el “Romance del Prisionero”-. Seguiría
siendo perseguido al otro lado del río de la eternidad por el espectro de
aquella menor, la niña violada, su propia hija?
De ese pormenor no
entienden los novelistas, pero cabe suponer que sí. Existe una desproporción
entre el delito y el castigo ¿Cómo es que de un acto finito e insignificante
como puede ser el cometido por un hombre rastrero, pecador y mortal, se haya de
seguir un fallo judicial emitido por el
divino tribunal que obliga a expiar
condena infinita? Ese desvarío, un devaneo de un cuarto de hora, concita
las fuerzas cósmicas y ha traído siempre de cabeza a los teólogos. Hay una
asimetría poco lógica entre el sujeto y el predicado de la oración. Entre la
ofensa inferida y el recudimiento expiado. Sólo queda la confianza en un Dios
justo, misericordioso, y con otra forma de actuar diferente a la de los
hombres. Que perdona y perdonará eternamente a los borrachos y a los asesinos.
VIII
Menoyo escribía
cartas a Águeda ungidas de resignación y de afecto. Su ex novia era la única
que se preocupaba algo de él. Sus hermanos se desentendieron. No quisieron
saber. Esta relación epistolar fue espaciándose con el correr de los años.
Luego cesó por completo. Los internos acaban muriendo, como los místicos, a los
ojos del mundo. Se opera con su existencia una “execración de la memoria”. Su nombre
es borrado, por decirlo así, del libro de la vida. Los parientes del molinero
lo habían dado por muerto.
El presidio es un
lugar donde las horas se coagulan. El hilo del tiempo, que muestran los
cuadrantes del reloj de sol, se tuercen, se niegan a avanzar en línea recta y
todo queda apesgado en ese embotamiento
celular que todo lo aplana. Es otra dimensión.
Cronos trabaja de otra manera.
Sin embargo, los años enseñan a saber esperar
y uno vuelve la cara a los hombres para contemplar el rostro del Señor. Martín
Menoyo pronto se encontró practicando una vida de piedad y de ascetismo.
Habituado al desdén de la carne, entró en la morada interior, experimentó las
alquitaradas sensaciones del yo místico que ponen al que las tiene en contacto
con lo inefable. La Omnipotencia Suplicante, la Madre del Aviso, cuya honra
inmaculada él defendió hasta el delirio, y hasta la torpeza de derramar sangre
por su causa, la Deípara benedicta, recompensó al pobre reo con las glorias a
la que va sujeta toda experiencia mística. Su corazón y su alma se elevaban a
ras del suelo. De repente se encontró con que hubo vencido toda concupiscencia.
Quería emular ya los santos, ya los mártires. Entró en ese túnel maravilloso
donde queda aparcado todo apetito y se escucha sólo una voz que incita a la
subida al monte santo.
- Davai. Davai. Citius, fortius, altius.
Es Dios, es Dios, el
que pronuncia este aviso y pone las almas de los hombres en incandescencia. Su
espíritu rutila como la concha de una
aerolito. Estaba llegando, al cabo de trepar por la senda purgativa e
iluminativa. La criatura en completo abandono se echa en el regazo de su
criador. Es la cumbre, la última morada, la verja que abre el cancel del mundo
futuro, el clavo del abanico, la piedra de toque y la razón de la existencia
cristiana, el punto de mira al que apuntan los gritos de los cabos de vara
terrenales: “davai, davai”, mientras chasca la tralla de la incomprensión y las
tribulaciones sobre los lomos del afligido. En verdad, los justos poseerán la
tierra. La vida pertenecerá, por herencia natural, a los crucificados. Es un
sentimiento que pone al que lo experimenta a las puertas de lo inefable. Cristo
Jesús estaba al otro lado de los rastrillos. Hace sentir más vivamente su
presencia en las celdas de los condenados a muerte, porque así lo prometió en
el Sermón de las Bienaventuranzas. Ejerce su presencia viva, invencible. Son los suyos. Fuera de los muros
de la cárcel quedan los fariseos, el mundo con sus afanes, con sus prejuicios,
sus convencionalismos levíticos, las mitras, las tiaras, los códices y
pandectas a las que se atienen los tribunales. ¡Es muy corta esa vara y muy
ruin para medir tantísimo! Ya se sabe: summa
lex, summa injuria. Ontológicamente es un estado de cosas en las que manda la ley del más
poderoso, del señor del mundo, del príncipe de las tinieblas, al que
denominaban los padres griegos Cosmócrator (amo del mundo; el demonio, que
sienta jurisprudencia de tejas abajo). Sin embargo, en lugares de dolor como
puedan ser cárceles, hospitales, manicomios,
Dios vuelve a asumir su papel de protección y se transforma en Pantocrátor
(el que manda en todos los mundos visibles e invisibles, lo
descubierto y lo por descubrir). Es Cristo, es Dios que clama: “Estuve preso y
me vinisteis a ver y consolar “. Y con este clamor desata los vínculos del
pecado, derrota a la muerte a los prejuicios de clase o de casta, a los
criterios mundanales. Es una victoria, tras largo combate, del Pantocrátor
sobre el Cosmócrator. Ante su poderío la infernal hueste humilla la cerviz. El diablo es
puesto en fuga.
Muy pocos los
comprenderán y lo aceptarán. Pero es así. El Maestro de Justicia, al nacer en
Belén, vino a proclamar la gran “yihad” contra la injusticia. Se rebeló
contra lo establecido. Metió en cintura a los fariseos con su hipocresía y su
montanismo (sólo se salvan los puros y unos cuantos elegidos) y sus patentes
exclusivistas de la interpretación de la palabra. Dejó en ridículo a los
pontífices con su sabiduría, sus taras y sus tiaras. Esta rebelión le hace
estar siempre vivo al lado de los que sufren, aquellos a los que los criterios
humanos consideran perdedores, hasta la terminación de los siglos. Su actitud
exalta a la humanidad doliente y encenagada por el pecado, proclamando su
compromiso libre, pero lleno de amor, con el que sufre. Sobre este misterio la
clave del arco del inmenso y sublime cristianismo. Algo en sí contradictorio y
absurdo. Para muchos, piedra de escándalo. Ya San Bernardo de Claraval,
dominado por el espíritu profético hace una amonestación ejemplar al Papa
Eugenio III, a la sazón imperante, en su libro De la consideración, y con suma libertad
de espíritu le dice que por su innata constitución es igual a la de todos los
hombres: “ Papa sois, mas, polvo vilísimo”. Este réspice, tan cristiano y
tan lleno de amor a la Iglesia, porque el Doctor Melifluo fue el primero en
darse cuenta de los peligros que puede acarrear a éste el prurito de
macrocefalia, el culto a la personalidad que se suele dar en las dictaduras,
porque el medio no ha de guardar prelación con el fin, sino estar sujeto a él
en perfecta simetría subsiguiente, podría venir a cuento en la hora en que las
cristiandades aguantan el peso de un Papa muy político en su silla gestatoria.
La macrocefalia vaticana puede anular el verdadero rostro del Cristo vivo. Su
vicario no tiene derecho a convertirse en lacayo de los intereses en el mundo
de los Estados Unidos y en definitiva del clan sionista. Pero es un tema que no nos incumbe. Wojtyla tendrá
que rendir cuentas a Dios cuando exhale su último suspiro. Con ser el ayudante de campo de Cristo en la
tierra, un adjetivo de contenidos ambiguos, en boca del Salvador cuando legó a
Pedro como albacea de su Iglesia, pero que se ha utilizado como pretexto para
el fanatismo y el anatema, y dio pie a exclusividades que rompían el principal
mandamiento del amor, debe de quedar muy claro que no es Cristo, sino un hombre
como los demás, polvo vilísimo, aunque sus asesores de imagen pretendan
presentárnoslo casi como inmortal, una especie de deidad cibernética. Como el
heraldo del tercer milenio ¿Vivirá para
el año Dos Mil?
IX
Atemperada su alma
por el sufrimiento, este hombre íntegro, loco de la Madre de Dios, como empezaron a llamarle en san
Miguel, deviene insensible a la triste realidad por la que deambula. Un
escalofrío divino lo transforma de arriba abajo, y no es oscuridad el terreno
que pisan sus pies encadenados sino la luz de la visitación. Se opera,
entonces, una catarsis que le permite a Martín respirar el aura de la santa
indiferencia. Tener que no tener, vivir que morir, penar que gozar ya lo mismo
da. Alcanza la adiaforia del contemplativo, un estado de gracia que
permite a un tiempo la abulia y el entusiasmo y permanecer ajeno a los cuidados
terrenales y sumirse en el profundo torrente de lo divino. Es como una
borrachera espiritual en la que el organismo deja de tener hambre o sed en su
carne anestesiada.
Formalmente, es un
interno como los demás, que sale a la huerta a respirar el aire, de conformidad
con el reglamento doméstico, sujeto a un horario (por aquellos días, el régimen
de prisiones se acercaba bastante a la disciplina castrense y los actos eran
regulados por un cornetín de órdenes), que manduca el pre en el antiguo
refectorio de los cistercienses habilitado casi sin reformas para comedor
general y vela sus sueños en el catre de la crujía corrida. Vierte sus
excrementos en la letrina o en los zambullos. Ríe las bromas de Araujo. Escribe
cartas a la novia lejana, una correspondencia llena de gallardía y buenos
sentimientos, pero que se espacia con el correr de los meses y de los años.
Águeda - luego lo sabría - entraría a servir en casa de un rico, que la dejó encinta.
Seducida y abandonada la futura del presidiario acabó en el arroyo, pero este
dato, que le infunde alientos para llevar adelante la cadena, no lo descubre
hasta el final del libro. Es lo primero que hace de que sale absuelto:
prosternarse ante el altar de la Virgen de su pueblo y buscar a su novia.
Cordial con todo el
mundo, pero sabiendo mantener las distancias, este feroz ibero - su rostro
tenía esa dureza que dan a las facciones las ideas fijas y la unilateralidad de
pensamiento - participa en la calicata de los trabajos de evasión, pero desde un primer momento manifiesta a los
interesados que él, aun colaborando en la fuga, no participará en la misma y
empieza a cavar el terreno con un almocafre, que había sido pirateado al
jardinero por uno de los presos. Pero no suele participar en las juergas. Se
mantiene mudo y distante, a sabiendas de que la familiaridad excesiva suele ser
la puerta por la cual gatean las discordias y enfrentamientos personales.
Tampoco delata ni difama. En boca cerrada no entran moscas.
Llegada la ocasión
se erige en defensor del débil ante las intemperancias del prepotente. Lo mismo
que hizo Jesús. Una noche, cuando un grupo de desalmados se divertía a costa de
una de las “marionas” del penal, lo tenían acorralado en semicírculo, frustró
el linchamiento de Casiano Ortiz al que rescató de las fauces de Capricho, la perra loba que habían azuzado
una cuadrilla de presos.
- Venga con él, Capricho.
El aceñero se lanzó
sobre la jauría. Consigue dominar a la perra y mantener a raya a patadas y
puñetazos a los que habían preparado aquella juerga cruel. Por dicha pelea es amarrado en blanca y
confinado tres meses en la mazmorra de castigo, pero queda señor del campo. El
que decían meapilas y beato, porque se le había aparecido la Virgen sabe demostrar su hombría y
consigue hacer llegar su mensaje haciendo profesión de fe en el único lenguaje
que entiende la gallofa: la fuerza de los puños y los alardes de la astucia.
Nadie volvió a ponerle la mano encima al desgraciado grimoso. El aceñero no
acostumbraba a meterse en las frecuentes peleas, pero, si entraba al envite,
siempre ganaba. Fue así como fue
barriendo uno a uno a los distintos jaques o cabecillas de las diferentes
bandas mafiosas.
Durante su larga
estancia en la celda de castigo consigue entablar un diálogo por señas con su
vecino, Sabas Platero. Hablan de lo divino y lo humano y hasta llegan a
entenderse por medio de aldabonazos en el hostigo o simples golpes por el
barrote de la ventana. Sabas era un fuguista incorregible. Había intentado la
evasión treinta y tres veces, todas fallidas, porque tomar la puerta de los
carros en un penal español y mucho más en aquellos tiempos de primeros de
siglo, era cosa ardua. El alcaide nuevo, un funcionario de prisiones que llegó
con ganas de introducir algunas reformas humanitarias (puso campos de fútbol,
gimnasio, enfermería y talleres), con su aire tan despistado sabía más de lo
que daba a entender.
Este tranco del
relato nos muestra a un Zamacois maestro en el arte de narrar; el autor
consigue con infrecuente pericia meter a
su personaje dentro del lector, revelando el temple místico del Aceñero.
También los asesinos pueden llegar a santos. Flota en la atmósfera la grandeza
y el pathos de Dimas, el buen ladrón. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. El
estilo, siempre magnifico y sin decaer, se mantiene en la cumbre literaria. La
reclusión viene a ser como una huida del mundo y el encuentro consigo mismo en
la Tebaida penitencial. La Biblia dice que el hombre es un beduino, un
peregrino que va de paso, cruzando las arenas de un dilatado desierto. Los oasis representan un alto en la extensa
travesía y permiten una mirada a lo alto. Dios ha solido hablar al hombre en
los solitarios yermos o desde las escarpaduras de los picos inaccesibles. También
por los corredores fríos del penal se escucha su voz. A veces es un susurro.
Otras, como un rugido. Un recluso tiene la suerte de encontrar abiertas las antenas casi siempre. La reflexión y la
calma de sus horas muertas lo tornan receptivo a ciertas comunicaciones
insólitas de la gracia. Eso que el Talmud denomina “emunáa”. Lejos del tráfago mundano donde la gritería y
la disipación entregan el alma a cosas inanes, y a solas consigo el emparedado se encuentra a
sí mismo... La corrección puede resultar una universidad donde se enseñan las
malas artes del odio, pero también muchos encuentran el camino de la
justificación. Oran. Martín se volvió un cartujo sin votos. Llevó el alba de los profesos de dicha orden
sobre los hombros. Nunca perdió la inocencia. Puede decirse que el fango de la
cárcel ni lo salpicó.
“El
penal dormía lleno de carne triste. Su aletargamiento era un aletargamiento de
osario, anegado de tinieblas. Todo allí se pudría despacio. Arriba, las
estrellas eran como pupilas abiertas sobre el silencio funerario de los patios,
donde la vida seguía latiendo irreductible, los ojos vueltos a la libertad “.
Transcurrían los
días, lentos, anodinos. Una ola que va y otra que desaparece, pero todas son
idénticas. Bañan las playas del océano
de la cadena perpetua. En las penitenciarías no hay reloj. El reloj lo llevan
los propios forzados en sus cerebros. Este reloj parece haber sido fabricado de
una mecánica inexorable. Sus manecillas acarician siempre la hora exacta, pero,
transgredidos sus muros, la horología es otra. Los cuadrantes de este reloj del
penal se precipitan sobre el umbral de un silencio sin confines, análogo con el
concepto de la eternidad.
De tarde en tarde, llegaba hasta alguna de las
galerías el bataneo lejano y pertinaz de los excavadores del butrón que
brindaría pasaje a la vida libre. La obra se preparaba durante las horas que
transcurren antes de los recuentos, previos el toque de oración, justo bajo un
tapial recostado sobre los adarves del muro de circunvalación, y cabe el gran
ciprés. Su espesura brindaba alguna custodia contra el ojo implacable de los
centinelas, pero al pie de la bocamina camuflada había siempre dos “fuguistas”
a la mira oteando el panorama como leones. Aparecido algún peligro en
lontananza, sonaban los timbres de alerta:
- Agua. Agua. Que
viene Saborido.
Saborido era uno de
los cabos de vara. Andaba siempre como medio despistado por todas las
dependencias, repasaba una y otra vez las plantas, se presentaba en las crujías
de improviso, con su roten de palo santo. Hacía como que no se enteraba pero se
percataba de todo. Como había sido sargento de Milicias durante la segunda
república, estaba acostumbrado a lidiar con la tropa. Era un tipo cari hondo,
de andares rápidos y algo espetado, una señal psicológica de sentirse a gusto
dentro del uniforme. No como otros que caminaban estevados, los brazos
péndulos, y hundida la barbilla, fijos los ojos en el suelo, señas evidentes de
inadaptación al medio o de falta de entereza. Con los andares y modo de moverse
se puede catalogar un comportamiento.
La tierra removida
era arrojada a las conducciones de la atarjea o sumida por el lavabo. No había
que dejar “cuerpo del delito “ni atraer las sospechas de los centinelas. El
túnel lo habían perforado a la sombra del gran ciprés, justo detrás de los
gallineros. Durante los paseos, cada cooperante debía de meterse un puñado por
entre la camisa. El uniforme de los internos suele venir sin botones y sin
bolsillos. Día a día, paseo va y paseo viene - la gatera tardó en estar lista
más de un lustro de trabajos mineros interrumpidos - se consiguió dar cima a la
obra. Es así como laboran las hormigas para quienes no cuenta el tiempo. Sólo
el número es lo que priva. De forma análoga fueron erigidas las pirámides
egipcias y las catedrales medievales.
Era horadado el
suelo con un almocafre requisado y los terrones porteados en el interior de
calcetines o de pañuelos anudados. En la zapa se utilizaron leznas,
destornilladores y cuchillos de cocina. A cinco años corridos de iniciada la
mina, paralelo a los desagües se había perforado una oquedad de cincuenta
metros de largo por uno de diámetro.
Por el mes de mayo,
don Froilán pedía voluntarios para construir una gruta con piedra en honor de
la Virgen María. El mes de María solía tener visos de rumbo en el penal.
Aunque, perdida la fe en Dios y en la justicia de los hombres, muchos no se
perdían las flores, que les recordaba alegres tiempos de la infancia, emociones
maternales, y sensaciones primeras de la naturaleza en plena eclosión. Estaba
ya la primavera valenciana luciendo sus mejores galas y fastos. Allí nos
encontramos a Carrión, un bandolero palentino, asesino confeso, que se había
cargado a tres hombres en una riña, porque era un auténtico Sansón de
extraordinarias fuerzas, cantando como un niño el “Venid y vamos todos “. Algo
tiene la Virgen para que, con tan sólo mencionar su nombre, muchos caigan de
hinojos, o afloren las lágrimas en las mejillas de hombres rudos y curtidos. No
es un mito. No es algo que los católicos españoles tengamos únicamente en
nuestra cabeza. A este desventurado país, verdadero jardín de María, le salva
su devoción a la Inmaculada.
Al oficio del mes de
María no faltaba nunca Martín. Hacía las veces de acólito, tarea compartida con
Casiano Ortiz. Ambos lucían en la ceremonia un sobrepelliz almidonado con
vuelos y mangas ridículas, que les quedaba pesqueras. Delante de roquete, en la
procesión del día treinta y uno, con la cruz alzada marchaba Orencio Pérez
moviendo el incensario. A Iñigo Bustamante le gustaba encargarse de las tareas
de sacristán. Todos los años construía un monumento que daba la hora. El
montañés era un manitas. También tenía un arte especial para colocar en buena
disposición los claveles reventones, los ramilletes de azucenas, caltas de una
blancura especial, nardos y rosas, muchas rosas. Todo el recinto se llenaba de
la fragancia del azahar. No era lo mismo decirlo que verlo. El monaguillo
Casiano, como no tenía manos, juntaba los muñones y ofrendaba así a la Señora,
que comprende los dolores y los pecados de los hombres, el recitado de su
oración especial. Cerca del altar, revestido de acólito, parece que volvía a él
a los pies de la Virgen, la dignidad perdida. Se transformaba en otro hombre.
X
Otro mes que
encuentra una significación particular dentro de los muros de un presidio
es noviembre. El recuerdo de los muertos
agitaba muchas conciencias y se ofrecían sufragios, no sólo por los parientes
fallecidos, sino también por las víctimas de los encarcelados. Muchos tenían
pesadilla. Decían haber visto en sueños a la esposa que arrebataron la vida por
celos, o el dueño de la finca al que asesinaron para entrar a robar. El ciclo
de difuntos era un tiempo de melancolía. La inquietud y el desasosiego roían
por dentro y en el resquemor algunos
llegaban al borde de la desesperación, pero eran los menos. Por lo general, un
asesino contempla a los muertos de mano airada hasta con ternura. Los rostros y
la voz de sus víctimas bajarán con ellos al sepulcro. Se convierten en un amigo
que llama desde el más allá. A ratos, a gritos. A ratos, estas voces lejanas se
transforman en susurros para las conciencias poco en paz. Sin embargo, la
nostalgia estaba ya casi desvanecida por navidades, cuando con motivo de la
nochebuena se preparaban rifas, bailes y Baco vuelve por sus fueros. El alcohol
se convierte en amigo y confidente. Muchos bebían para olvidar. La bebida es una
modalidad de lento suicidio. Aunque prohibido, el licor solía entrar camuflado
por los registros del rastrillo. Las cogorzas que se cogían por estas fechas
eran olímpicas lo mismo que los enfrentamientos personales. Esta alegría postiza no era del todo injustificada.
Durante la Pascua del Natalicio o en Semana Santa por lo común solía caer algún
indulto. Las amnistías, aunque raras, no faltaban en determinadas ocasiones:
jubileos, años santos, la boda del Rey, etc. Todo pasa. El bien y el mal. El ser humano es un animal de costumbres. La
verdad absoluta es que no hay verdad absoluta, que, de tejas abajo, todo se
relativiza. Tendemos a la verdad y a la belleza, pero pronto nos encontramos
atrapados en la tela de araña que nosotros mismos nos hemos fabricado por el
pecado original, y hemos de convivir con la fealdad, el marido alcohólico, la
mujer ruin, el vecino de al lado al que no soporto y esta ciudad enigmática,
fría, alegremente falsa, que siempre tuvo una población flotante de porteras y
de lacayos, con la que tengo que verme las caras todos los días. Han echado el
pestillo a Caramanchel, pero Madrid sigue siendo más cárcel que nunca. Una
jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo. Émula de la podredumbre de Nueva York, la cual,
aunque ni el arquitecto Moneo ni el psiquiatra Rojas Marcos estén de acuerdo
conmigo, sigue siendo el “gulag” del mundo, un campo de concentración de mucho
lujo en cuyo espejo degradante se miran las demás aspirantes a Babilonia del
planeta. La “gran manzana” es una megapolis de gran cabida para paletos. El
papanatismo sigue siendo su gran coartada. Cualquier día de estos el Empire
State puede venirse abajo y la gran torre de la Pan Am estallar. Cuando llegue
ese fracaso, todo el tinglado de la antigua farsa puede estallarse. Pero,
mientras tanto:
- Davai. Davai.
XI
Transcurrido el
invierno, casi con la primera flor de almendro, las espalderas de los geranios
aparecían en todo su esplendor. Eran
formateados los alcorques emparrillados de verjas epicíclicas, se hacía
la poda de cerezos y un mundo, como aletargado y dormido, durante el periodo
hiemal, salía de su sopor. A finales de abril era la época de los traslados.
Iban y venían nuevas conducciones. Estas se llevaban a cabo sin previo aviso.
La población convicta formaba abajo en el saladero (patio), donde les
esperaban algunos números de la Guardia Rural, de aspecto entre adusto y
resignado, encargados de organizar los convoyes. Aparecía el director
impecablemente vestido en uniforme de gala color gris plomo (chaqueta de dos
filas de botones plateados, con solapa de vueltas de seda, hombreras doradas
con cordones trenzados, gorra de plato con el vuelo forrado también de seda, la
visera con barboquejo mostrando, en el frontis, bordado en oro el emblema del
Cuerpo de Prisiones, una espada en posición vertical con punta hacia abajo
orlada con hojas de palma y de roble, todo un homenaje a la Justicia ejecutiva)
los bolsos de la guerrera de fuelle, con bocamangas y hombreras dobles, zapatos
de charol y guantes de piel color de avellana, y leía la lista de los que
habían de evacuar. No se especificaban a donde Lo sabrían en su llegada, o bien
de por el camino. Se les llamaba por su
nombre y apellidos:
- Longinos Murrias Castropol.
- Aquí.
- Con todo.
- Sí, señor.
- Y a la puerta
principal.
El alcaide solía agradecerles por su
presencia, les exhortaba a la conformidad y se despedía con un lacónico:
- Que haya suerte.
Los rostros de los
encartados algunos mostraban desagrado o despreocupación. Otros, curiosidad. La
mayor parte, la más augusta indiferencia. Santoña era temido por su humedad.
Chinchilla, por sus inviernos infernales y sus veranos tórridos y el penal de
Santa María traía a la imaginación de los pobres presos nociones de muerte,
porque allí serían muchos confiados a la mano del verdugo. El penal de Santa
María sonaba a garrote vil. A Cuellar iban los enfermos de pecho y los locos
acababan en Chinchón o en Alcalá de Henares. Temible era el Hacho, pero un
sitio oreado, el más sano de todos, con vistas al Revellón de la antigua
fortaleza. Otros nombres que causaban angustia eran los de San Agustín y san
Antón. Antes de cárceles fueron conventos. El
de Mahón se pronunciaba con voz
velada y empavorecida. Pero eran prisiones militares donde la triste
tropa iba a dar con sus huesos. Los más veteranos, con larga experiencia en el
trullo, al haberlos recorrido todos, se tomaban la licencia de dejar caer
consejos y admoniciones a los que estaban a punto de partir. Eran las suyas
avisadas advertencias del escarmiento.
- En Santa María,
tengo yo un hermanito. Dale recuerdos.
- Vale.
- Ojo, en Chinchilla
con un rijoso mal encarado. Tiene mala sangre. Estuvo con la partida del
“Pernales”. No tengas ninguna familiaridad con ese gachó.
El funcionario iba
repartiendo una bolsa con bocadillos y refrescos a los itinerantes.
Previamente, los citaba por sus nombres.
- Alfonso
Castrillón.
- Presente.
- Generoso Mañas.
- A la orden.
El celador decía
entonces que debía ir a recoger sus pertenencias. Todo lo que puede poseer un
encadenado en este mundo cabe en un petate.
- Con todo.
En ese “con todo”
(el petate o el morral peregrino) se cifraba toda la fortuna personal de
aquellos que yacen en prisión.
Se suponía que cada
corrigendo debería cargar con sus escasas pertenencias: viejas maletas de
cartón anudadas con atillos, maquinas de afeitar, algún libro o devocionario,
los retratos de los seres queridos, pero había algunos que tenían la manía
acaparadora, definida por los psiquiatras como el inicio de la demencia senil y
otros trastornos del alma, y metían en la escarcela cuerdas, clavos, espejos
rotos, una par de mudas. Así y todo, lo acaparado, aunque había entre los
incluidos en el convoy un hombre ya provecto que arramblaba con un colchón de
borra, que había conocido los camastros de todos los centros de internamiento
de la península (San Agustín de Sevilla, el penal de Santa María y el Hacho
ceutí donde su propietario pernoctó casi dos lustros en trabajos por forzados)
y salía con todo en todas las conducciones que hubo padecido.
- Hombre, Aquilino,
¿por qué viajas con el colchón a cuestas? Con esa traza pareces San
Cristobalón.
Y Aquilino, otro
gallego, que había sido cuatrero y contrabandista de Lugo, contestaba con mucha
circunspección y en un inglés de Oxford, a los apostrofes entrometidos:
- Mind
your own business, will you?. If I sit on prison, that´s not matter of your
concern, mate, do you hear me? After all, we travel in the same boat.
(Algo así como: no
te metas donde no te llaman o, no tires
cantos contra el tejado de tu vecino, si el tuyo es de cristal).
- ¿Qué nos ha dicho?
- Pues que te vayas
con viento fresco a la farola.
Aquilino Carballeda
Heaney tenía todo el aplomo y la facha de un lord británico. Hablaba seis
idiomas y era lo que se dice un señor. Sangre irlandesa corría por sus
venas. Pero tuvo un percance con un
compinche en una fiesta salvaje que llaman “A rapa das bestas”. Corrió el orujo
y el ribeiro. Su víctima le debía unos dineros y no había saldado la deuda. Los
potros ya habían sido enchiquerados en sus correspondientes tenadas. La
ceremonia había quedado vistosa y hasta emocionante hasta que a los chalanes
les dio por beber más de lo que corresponde. El sembrador de toda cizaña, como
ya va dicho en esta relación de galeotos, suele acurrucarse entre los cristales
de una botella de licor. Por eso lo llaman el Diablo Rojo. Encarnada es la
sangre lo mismo que el mosto.
Aquilino era uno de los équites que con una
pericia atávica, porque se trata de un encuadramiento de la yeguada que se
hacía ya en tiempo de los celtas, en este trajín por demás violento y
peligroso, más casi que una doma, se tiró para delante. Que sí, que no. Que tú, que yo. Que me
dijiste. Que me prometiste. A que no tienes redaños. Eu carallo. E tou maix,
ome do demo. Echa. Tira. Para. Alto ahí. Toma. Daca. El agujero del que saliste
estaba podrido. Por eso tienes tan malas entrañas. La zalagarda, que comenzó con
las palabras melosas de saudade y acentos a orillas del Sil y del Eo, cambió al
tono aguerrido del hablar cerca del Tajo y del Ebro. Las voces suben de tono y
hay un crescendo de los timbres. El pecho se abomba. La mirada se encampana. Se
transforman en gritos para dar paso al alarido y al golpe seco como cuando un
toro embiste contra el burladero. El tema podía ser zanjado con unos cuantos
sopapos, pero aquí no. Aquí hay que echar mano de la escopeta o la navaja.
Luego la malquerencia durará para siempre. Irá a parar al archivo imborrable
del odio secular. La enemiga no conoce remisión entre las familias enfrentadas.
Estas historias se saben como empieza, pero
cómo termina es asunto mucho más aleatorio de determinar. Dan principio las
hostilidades por una palabra descomedida
o por una inconveniencia pronunciada sin demasiada mala fe. Por una mirada que
roza el insulto. Siguen con la mención de la madre e injurias a los ancestros.
A mí esos no me los retruquen para nada. La majeza, el orgullo hace el resto.
El encuentro amistoso acaba en tragedia. Se produce al cabo el consabido homicidio en una fiesta. Las
carcajadas y apuestas se vuelven lágrimas. De estas reuniones trágicas lleva la
culpa en parte Baco. Un mal beber. Un mal rollo. Pero hay que remontarse más
lejos en estas indagaciones de los motivos de un homicidio rural. Es un atavismo
telúrico. Esa mala sombra de Caín que rige nuestras vidas. No importa quién
mande, cualquier que sea el régimen político, dictadura, democracia, anarquía o
autonomía, este país está enfermo.
Los males se ahíncan en las profundidades de
un subconsciente semi religioso, cuasi místico, que vuelve a los españoles unos
inadaptados para la convivencia. Mucha de la culpa la tienen la hipocresía y el
jesuitismo. No somos un pueblo orgulloso y envidioso, como se ha dicho.
Participamos de la soberbia que acarreó la ira divina, según lo relata el
Génesis, en forma de doblez moral. No fue la lujuria ni la gula lo que expulsó
a Adán y Eva del Paraíso fue la soberbia. Seremos como dioses. ¿Tú, qué te has
creído? ¡Estás tú bueno! ¡A mí con esas! ¡No sabe con quién está usted
hablando, oiga, pero vamos! Esta ojeriza
secular, y casi endemoniada, se compatibiliza con la adulación lamerona
más detestable, con el vivan las
cadenas. Arriba mi dueño. ¿Dónde está vuestra ética? Nosotros no tenemos ética.
Somo chaqueteros. Vamos a las procesiones y a las novenas y despellejamos al
prójimo. Hay que pagar el tributo de las cien doncellas. A rey muerto, rey
puesto. El lema es la hipocresía, esas dos caras, que responden a una
insatisfacción interior, un no saber aceptarnos a nosotros mismos, lo que
expulsará a los españoles de este Edén, país privilegiado por la mano de Dios
que es la maravillosa tierra en la que han nacido. No se la merecen.
Luego, los guardias
civiles organizaban la recua. Aquellos pobres presidiarios el pañuelo a la
cabeza, y el hatillo con sus escasas pertenencias al hombre, flanqueados por
los agentes del orden, se ponían en marcha. Era un viaje a lo desconocido. Tras
la rueda de identificación, la cuerda de presos. Con frecuencia, se registraban
escenas conmovedoras, porque dicen que del roce, aunque sea el de una
cárcel, nace el cariño. Para allá
marchaban compañeros de infortunio a los cuales ya no se volvería nunca a ver.
Un cabo de la Benemérita volvía a hacer recuento y, cuando ya estaba el cupo
completo, las puertas del penal se abrían para dejar paso a la fila de los
conducidos. Por los caminos de España aquellas figuras tétricas de forzados se
convertían en una procesión de espectros. Estantigua de cadáveres ambulantes en
viaje a ninguna parte. Muchos cambiaban
de penal para mejorar poco de fortuna. En el nuevo destino les aguardaba el
collarín de hierro del esbirro o la guadaña de la muerte natural.
El cabo de la
Benemérita saludaba militarmente al alcaide.
- A las órdenes de
Usía. Pido la venia para proceder al viaje.
- Orden concedida -
farfullaba el alcaide, en tono formulario y de trámite.
- En pie. Con todo.
Guarden la línea. De frente. Queda prohibido detenerse o mirar para los lados.
Si alguien no puede seguir que me lo diga- concluía el comandante de la
conducción.
Un enfermero
acostumbraba con un botiquín de primeros auxilios a formar parte del convoy,
pero en la mayor parte de los penitenciados
tales socorros no servían d sino para firmar el acta de defunción. No
pocos de la cuerda fallecían a causa del vómito, las fiebres, la insolación los
relentes y el barro de los malos caminos.
Todos estos ritos formaban parte de una
liturgia especial. Los traslados con frecuencia resultaban dramáticos. Con la
libertad casi a un paso, a alguno le daba la tentación de saltar, y moría
acribillado por los disparos de sus custodios, o perecía durante el viaje
víctima de las fiebres, del cansancio, el frío, o las enfermedades. Un traslado
tenía connotaciones de fiesta fúnebre dentro de la mentalidad y el régimen de
los penitenciados, porque marchar es morir un poco aunque siempre revistiera
carácter de gran novedad, como novedosos eran los domingos y fiestas de
guardar.
XII
El presidio en peso
solía asistir por el verano a las misas cantadas en la explanada o en el
recinto de la iglesia, donde se estaba calentito, durante el invierno. A
algunos les encalabrinaban los cantos. A otros el aroma del incienso o los
gestos de las rúbricas de solemnidad. Antes de la ceremonia se procedía al
rutinario recuento. Los presos se encaminaban de tres en fondo en estricta
formación castrense.
- Firmessss.
Derivación derechaaaa. Arrrr.
Entraban en la iglesia cantando el himno de
Nuestra Señora de la Merced, patrona de los cautivos. Si no os volvéis como
niños, no entrareis en el reino. Estar preso significa en algunos casos
regresar al estado de semi inconsciencia y expectación de la infancia. El capellán
de prisiones no era lo que se dice un dechado de mansedumbre. Por esa boca de
clérigo vomitaba azufre y excomuniones. Le privaba hablar del fuego eterno, la
cárcel de donde se sale nunca jamás. En sus homilías daba rienda a su
frustración demoníaca y a la capacidad para la invectiva. Gritaba como un
poseído. Mas lejos de ablandar los corazones de su parroquia “ pecadora “,
estos no se sentían ni conminados ni amedrentados por las fumarolas de la
puerta del infierno, ni de las torturas del purgatorio. Adormecidos por el
calorcillo de la estufa y el vaho humano. Otros se miraban unos a otros con
ojos burlones como diciendo: “¡conque esas tenemos! Este cura ¡debe de haberse
desayunado un tigre!”.¡Y para siempre jamás, hermanos! En el gigantesco reloj
de arena de la cárcel de la eternidad
cabe toda la arena de las playas del universo. Cuando ésta haya pasado por le
cedazo, se da vuelta a la tolva y otra vez a empezar. Las parábolas que se
gastaba Don Froilán en sus homilías no les cabían a muchos internos en la
cabeza.
Su mensaje evangélico no podía llegar a la
audiencia ataviado de esas crueldades. Sin embargo, flotaba sobre la iglesia un
aire de misterio. Cristo estaba allí y se dejaba entender mucho mejor a través
de los cantos del coro. Los presos escuchaban al páter como quien oye llover.
Una mañana un irlandés, faceto y muy chulo él, soltó a bocajarro:
- I am only here for the beer,
mister (yo estoy aquí por la cerveza tan sólo reverendo)
Menos mal que, como
hablaba en inglés no se le entendía lo que decía, pero un celador, el que había
sido sargento de milicias vino hacia el osado y lo echó a patadas del templo.
- Oye, Patrick, como
sigas diciendo gansadas e inconveniencias mientras rezamos, te voy a echar
cinco meses en prevención. En la casa e Dios hay que estar callados como en
misa ¿Es que no eres católico, pedazo de tuero?
- Sí, don Camilo,
pero no de esta cofradía.
Patrick, un tipo
celta, pecoso, con el pelo rojizo, y ojos muy azules y burlones, escuchó los
rapapolvos como quien oye llover. Ya va siendo hora de que los curas dejen de
mirarse el ombligo y piensen un poco más en su grey. Se explican con la
prepotencia insolente de funcionarios. Pontifican y anatematizan. Hablan mucho
y luego hacen cuanto les viene en gana. Sinceramente, no creen en lo que
predican. Algo vale que la fe de los que sufren trasciende las prerrogativas y
privilegios de unos cuantos cretinos absurdos y encaramados en su prebenda. Sin
embargo, la capilla era un lugar agradable. No resulta extraño que el irlandés
echase de menos la “guinness” y los pubs de su verde Erín. Se trataba de uno de
los sitios del edificio claustral ajenos al mal fario o que no estaban gafados.
Allí no solían ocurrir peleas. Uno estaba seguro y, además, se estaba tan
ricamente y calentito oliendo a incienso o escuchando cantar a un grupo de
vascos, miembros del coro. Uno había estudiado solfeo con el tenor Gayarre. Se
llamaba Lecumberri y era político. Encuadrado en las filas del carlismo, había
estado con la facción. Porque pertenecía
a ese cupo de gente noble que nunca cambia de ideas. Odiaba a los
constitucionales y peseteros y “guiris”.
Era un chapelgorri de cuerpo entero, que defendía, la Tradición y el Rey Absoluto. En su castellano
balbuciente cuando le imputaban su terquedad: “Hombre, Lecumberri, mira qué
hacerte mala sangre por un Borbón”, él contestaba tajante:
- La que yo decía,
pues, ¡Viva Carlos séptimo, rey y señor! Quier que no ame fueros, de
Euskalerría no podrá ser.
Su voz era un ijujú,
una aguerrida contraseña telúrica plena de concordancias vizcaínas. Un redoble
de tambor. Carlistas, cantonales, rojos y fachas perdidos, alevosos etarras,
idealistas, españoles trasnochados, gente buena y noble, lo mejor de las
Españas ¿por qué será que siempre acabareis en el trullo?
- Eso es una burrada.
Aquí lo único que cuenta es ser libres, Lecumberri.
- Libertad del mal
no deseo yo. Quiero libertad para el bien. Para ser todos buenos y felices -
contestaba tajante.
Pertenecía al último
de una saga. Pero en las cárceles hispanas nunca han faltado presos de
conciencia. Primero, los judíos y herejes. Luego, los carlistas. Después, los
anarquistas de la “Mano Negra “. Para acabar en los etarras y los GRAPO. Esto
no tiene arreglo.
No hablaba
más que vascuence. Lo encerraron por haber dado muerte al gobernador de
ideas isabelinas de una provincia del Norte. Tenía la pinta de bruto, pero
cuando se ponía a cantar se transformaba en ángel órfico. Tan popular llegó a
ser que entre los reclusos se decía:
- Vamos a escuchar a
Lecumberri, el gran maestro de capilla.
En lugar de decir:
“vamos a misa y a ver cómo se explicotea don Froilán, qué gargajos infernales
nos lanza, qué amenazas esgrime contra nosotros”.
Su intuición les persuadía en su
convencimiento, de forma innata, y acaso por uno de esos soplos inefables que
responden a la acción del Espíritu Santo, que Cristo no puede tener el rostro
con que lo pintan los jesuitas. Lecumberri, aquel gañán vasco navarro, era un
heraldo del mensaje. Dios es músico. El convertirá el Cielo en un perpetuo
sonido del arpa, una interminable polifonía, un inmenso orfeón. En cambio, el
infierno es la privación de todo lo que es armónico. Los diablos no pueden
cantar. Después de la rebelión de Luzbel, Miguel les quitó de la mano las
cítaras. Los que antes tenían la voz del
querubín y del serafín quedaron reducidos a pululantes hoci poci de guitarras estridentes, juglares
indomésticos. Dejaron de tener oído y les crecieron las orejas como a
Mike Jagger, ese morritos berreador. Satanás, que lo sabía, no por demonio sino
por viejo, se metió en el concilio de padres de la Iglesia e hizo firmar a los
obispos la abolición del canto gregoriano, la supresión de los motetes. Ítem
más, inducidos por el Malo suprimieron la oración a San Miguel y el último
Evangelio de Juan, la página más excelsa salida de la pluma y la inspiración
humanas.
- ¡Que bien canta
ese Lecumberri! ¡Tiene una voz maravillosa de tenor! Podrá ser más burro que un
arado, y su madre lo parió trabucaire, pero sus filados me emocionan. Me entra
morriña y echo de menos de mi siringa -
decía Galo Viqueira, un orensano de ojos soñadores.
Su caso era muy frecuente y vulgar en los
tendidos del albero enrejado de San Miguel. Mató a la mujer porque la encontró
con otro. Galo Viqueira era afilador.
Mala suerte. No cesaba de repetir en los días de su cadena:
- ¡Si no lo hubiese
sabido! ¡Si las cosas hubieran ocurrido sin que yo me enterase...!
Pero la cosa ya no
tenía remedio.
Esta apelación a la
santa ignorancia, porque el saber nos vuelve infelices, era la misma, cambiando
el entendimiento por el órgano de la vista, angustia que aquejaba al hombre que
violó a su propia hija. Si no la hubiese visto... Si no la hubiese visto.
Lamentaciones a posteriori que no van a ninguna parte. El orensano, que echaba
de menos su siringa - tocando aquel humilde instrumento había recorrido la
mayor parte de las ciudades de España - también terminó de mala manera. Se
saltó la tapa de los sesos con un punzón. Quería marcharse a las regiones
maravillosas evocadas por el canto de Lecumberri. Trató de encaramarse a las
nubes asido a las notas de un Kirie de la misa de Ángeles. Vivir lejos de la
belleza era una idea que el gallego se sentía incapaz de soportar. Y todo por
una mala mujer. A cuantos de los inquilinos de aquel penal les ocurría la misma
tragedia. Lecumberri había sido un tenor de fama y Galo un afilador de los
buenos. Les sacaba punta a los cuchillos botos y movía con suma pericia dándole
la aceleración requerida con el pedal a su rueda de amolar, mientras su arpa de
David mantenía en atención y contraseña a las barriadas. La melodía de su
siringa sacaba a las mujeres de los balcones.
- Afilador, ¿adonde
vas?
- Eu - murmuraba el
humilde menestral quedamente - O mundo es grande. Ainda mais carallu. Rico
non me fago. Por minha nai
XIII
El conato de fuga
fue desbaratado in medias res. El alcaide, que sabía más de lo que aparentaba.
- El capellán no
predica. Predica y escupe. Sus alaridos se clavan en las bóvedas de luneto. No
se puede amenazar de esa manera a la pobre gente. Si después de pasarnos media
vida a la sombra, nos cae otra perpetua en la eternidad, no sería justo. Ese
sacerdote, que dice hablar en nombre de Dios, tiene que mentir como un bellaco.
- Y por toda la
barba. Es un hierofante. Un impostor.
- Pero Lecumberri
canta como un ángel. Ese tchapelagorri
tiene ese don, aunque sea un fanático de la monarquía absoluta, deteste la
Constitución y llame peseteros y guiris isabelinos a los que no comulguen con
la Santa Tradición. La cosa tiene tres pares de perendengues. Que haya muerto
tanta gente en este país por quimeras. Por un Borbón. Por un pontífice que se
sienta tan ricamente entre sedas, quirotecas de filadiz, púrpuras y obras de
arte. Bien les ha ido un negocio que
empezó en un muladar donde nació un niño pobre, hijo de vagabundos, para que
una serie de creencia hayan generado tanto fasto y riqueza. ¡Viva la
Constitución! - exclamaba Sabas Platero, recalcitrante en sus ideas
republicanas y progresistas.
- Precisamente, por
eso mismo. Y al revés te lo digo para lo
entiendas. Algo tiene que tener un sistema cuando el edificio, a pesar de tanto
escándalo, se sostenga a lo largo del tiempo. Es que los fundamentos, firmes,
resisten. Los colocó una mano divina. No
se deben a la arbitrariedad humana. La Madre de Dios es también la Madre de la
Iglesia y vela por ella - replicaba Menoyo con sagacidad y discreción.
Sus palabras ahora
ya estaban exentas del fanatismo de sus años mozos. Creía en la Virgen María,
baluarte de su fe, pero para el conscripto número 743 del penal de San Miguel
de los Reyes la noción de la Señora había dejado de tener esas connotaciones de
diosa pagana, atalajada de joyas con que la representan en efigie, más por
exceso de cariño que a causa de una avisa intención, algunos creyentes, y la pasean en carroza sus cofrades en las
fiestas patronales. No era una nueva Mita sino una sencilla hebrea elegida para
la misión de convertirse en la omnipotencia suplicante y de acueducto que
afuera el agua de las gracias y de las oraciones, un puente entre el cielo y la
tierra.
Ahora el Aceñero no
sería capaz de matar ni de cortarle la lengua al agnóstico Platero por profesar
creencias diferentes, como había hecho con su primo. María, madre de Un
Condenado a Muerte, sentía una especial predilección por los presos. Era una
mujer real que sufrió mucho en su paso por la tierra. Era la doncella del canto
supremo del Magníficat. ¡Ella supo tanto de cárceles, cóleras, ingratitudes,
destierros!
A Martín Santoyo su vida encadenada lo había
transformado. Había dejado de ser fanático.
- A mí me ha dicho
una tía monja - dijo uno que había nacido en la provincia de Segovia - que
nosotros tendremos prelación en el reparto.
- Que quiere decir
eso de prelación.
- Pues ni más ni
menos que lo que oyes. Que los últimos serán los primeros.
Ciertamente, que se
criticaba al padre Froilán, un cura de misa y olla, hombre de pocas luces y de
posaderas vastas. Aunque no era malo, se arrogaba unos derechos que no le
correspondían. La fuerza motriz de la Iglesia no tiene su epicentro en los
palacios vaticanos. Tiene que ver bastante poco con el dogma de los prelados.
Encuentra su punto de apoyo en el dolor y el amor de los que sufren. La Iglesia
es eterna porque la portan a cuestas los crucificados de todas las latitudes y
todos los tiempos. Sin embargo, a los pobres, a los que no nos ensartan en los
cuatro ases de los cuatro palos de la baraja, porque nunca cuentan con nosotros
para nada, aunque todos nos lo han quitado, hasta la esperanza, pero jamás la
fe en Nuestro Señor, nos toca achantar la muy. Todos nuestros movimientos se
gobiernan por el sonido del cornetín de órdenes que distribuye los horarios del
día: fajina, retreta, diana. Poned la tele. Es la hora del telediario. Hay que
ahuecar el ala. Tomar el autobús. Viajar hasta la oficina y encontrarse con los
otros presidiarios de la vida civil. Hay que bailarle el agua al jefe. De él
depende nuestro empleo. Que se nos rebaje la condena y luego volver a casa
cansados. La radio repite siempre las mismas consignas letárgicas. Se acabó el
amor. Podemos entrar y salir, pero vivimos amarrados en blanca. En la cárcel
huele mal. Los cagaderos están demasiado cerca. En el metro le canta el ala a
esa jarifa tan despampanante. Detrás, sin dejarla a sol ni a sombra, un
hombrecillo insignificante parece que se recrea arrimando su pierna a las
nalgas de la moza con olor de sobacos. Empieza el toqueteo del transporte.
También huele que apesta en los vagones de la Línea Uno. Van los trenes
atestados. Bajo las luces de neón que sacan un brillo frío al pavimento de los
andenes los trenes asemejan a expediciones celulares. Presumen de libertad,
pero ellos también mueren encadenados.
El final de su cadena será el umbral de un nicho en la Almudena o una urna con
sus cenizas que aventarán en honor de Tanatos. No llevan el traje presidiario,
pardo con vivos amarillos, pero tienen los pies sujetos al brete de un
reglamento inexorable. La libertad no es más que un saldo. Nunca podrán
alejarse demasiado de la cárcel que llevan dentro, del hospital inmundo de sus
células que se gastan, o del manicomio que necesitan para dar rienda suelta a
sus desvaríos. Habitamos todos en un espejismo. En realidad no somos más que
una caravana de beduinos que cruza el desierto, una conducción de presos
mínimos. Grita el capataz con voz rajada:
- Con todo.
Y tenemos que liar
los petates. En pie. Con todo. La muerte y la vida al hombro, hay que ponerse
en marcha. Afuera el relente de la noche aguarda. Se transforma en un viento de
pesadilla, que se lleva los tricornios de la pareja, pero las cadenas a las que
al nacer se nos liga nadie las arrastra por nosotros. La naturaleza enigmática
y ensimismada en su trajín perenne muestra una cruel indiferencia hacia
nuestros estados de ánimo. El viento de la desilusión hace chocar su cabezota
contra los hierros arrancando las notas de un canto funeral. Es demasiado
consistente la argolla. No se funde el hierro tan fácilmente. No se ganó Zamora
en una hora. Por eso, la llaman la “bien cercada “. En ese instante de
abandono, cuando avanzamos los brazos péndulos por caminos desconocidos
marchando hacia un objetivo donde nadie nos aguarda, no cabe otro asidero que
el de la fe.
- Davai. Davaite.
Davai.
Los jefes de
escuadra de las brigadas de sección gritan como posesos.
XIV
In medias res los
cabos de vara desarticularon la fuga.
El alcaide, que no se chupaba el dedo, estaba
en autos de lo que se tramaba. Alguien había ido con el chivatazo. La cárcel es
un lugar inhóspito por tres razones: la hedentina, la incomodidad de la vida
hacinada, y los soplones. El mal olor y los trabajos de la alimentación y el
vestido precario, la vida a toque de campana y que otros decidan por ti se
convierten en rutina. A lo que no se acostumbra uno es al ambiente de delación
y de sospecha. Es una sentencia suplementaria que te endosan sobre los
cerrojos. Muchos de los internos cometían faltas para que les metiesen en
celdas de aislamiento para no tenérselas que ver todos los días con el hampa
carcelaria. Santoyo, aunque no se adhirió a la causa de los caballistas,
participó en todos los trabajos de desescombro sigiloso y acarreo del balasto
en esteras, serones y todo lo que encontraron a mano. Incluso diseñó el esquema
de huida, sin participar en ella. Cuando un sábado de madrugada poco antes de
las Fallas de San José empezaron a colarse hombres por la gatera, ya estaban
los cabos de vara aguardando a la otra orilla de la cueva. Daban acolada a los
prófugos con sus trallas. Con las primeras claras del día, la luz primero gris
y luego rosada, ya estaban apostados centinelas en el sitio preciso. Llovían
bastonazos por todas partes. En los brazos, en las piernas, en el rostro, en la
cabeza. De la cárcel no se deserta. Ella puede cansarse de ti. Tú nunca de
ella. Entre la chusma cundió la consternación; enseguida, el espanto. Los
volantes iban de un lado a otro del patio, repartiendo leña sin miramiento de
donde daban. Los cabos de vara cruzaban por entre los presos con sus perros
atraillados, unos mastines con carlanca que con sus fauces disuadían de
cualquier intento de revancha, mientras gritaban:
- Quieto todo el
mundo. ¿Cuándo escarmentareis de una vez, morralla? De San Miguel nadie se
escapa si no es con los pies para adelante y en una caja.
El comandante
seleccionó de día seleccionó a un grupo
al azar (al que le toca, le toca) y ordenó a los listeros que procedieran a un
recuento. No faltaba nadie. Al cabo de un rato, apareció el alcaide que a su
vez ordenó mantener a la gente formada en el patio. Todos, en posición de
firmes. Así los tuvo tres horas. La medida punitiva se prolongó hasta
oscurecido. Los ayudantes, los listeros, los capataces, cuando al señor
director le dio por levantar el castigo, condujeron a cada una de las brigadas
- cada brigada estaba integrada por un total de cien reclusos - hasta sus
pabellones. Era un triste espectáculo. Como la vuelta de un rebaño al aprisco.
Una punta de aquel ganado humano fue conducida, atados los pies y las manos de
una cadena, hacia las ergástulas.
Entre ellos iba Martín Santoyo, el gesto
altivo, la mirada serena y mansa. Recordaba en parte por su hieratismo el
rostro de Cristo atado a la columna. Su serenidad contrastaba con la de otros
cabecillas desesperados por el fracaso de su tentativa. Habían sido más de
cinco años de trabajos para horadar una galería. A su lado Sabas Platero
lloraba y gritaba como un niño al final de una paliza. Los cabos habían corrido
la baqueta a modo sobre las espaldas y posaderas de los supuestos conductores
del complot de fuga. Los habían zurrado a su gusto con un inusitado sadismo. Ay
de los vencidos. La ley de la cárcel también rechaza a los perdedores.
- Esta noche no se
cena. Buenas noches - dijo el alcaide.
Pero, antes hizo
señas a un ayudante para que instruyese a los rancheros de que volcasen los
gabetones con el pre humeante sobre los morrillos del patio. Un voceador llamó
a unos cuantos para que, armados de escobas, cubos y bayetas, y retirasen el
rancho. Se trataba de una humillación más. Sólo cuando los restos de comida
fueron barridos en condiciones, pudieron irse todos a dormir. Pagaban justos
por pecadores.
Se enrareció harto
el ambiente al cabo de aquellas medidas de represalia
Menoyo, por vez
enésima, fue metido a la prevención. Le cayeron seis meses en blanca. Al resto
de los cabecillas, cuatro.
- Tú planeaste el
golpe, pero tú no te fugas ¿Por qué?
- Va contra mis
principios.
- El encubridor del
delito tiene tanta culpa como el delincuente.
- Sea.
El aislamiento en el
pabellón de castigo puso en pie de guerra a todas las galerías. Sabas Platero
organizó un plante de solidaridad con el Aceñero. Se produjo un motín que
arrojó un balance de treinta muertos. Tuvo que intervenir el Ejército. Varias
baterías del regimiento artillero de Paterna acudieron a sofocar la rebelión.
Se desencadenó una crisis entre los mandos y fue sustituido el director.
Con el alcaide nuevo
entraron en el penal nuevas ideas liberales. Los presos tuvieron piscinas,
campos de fútbol, canchas de baloncesto, un frontón y hasta se tiró una hoja en
la cual algunos de los internos hicieron sus primeros pinitos literarios. Entre
los ripios y la morralla en aquella revista aparecían poesías de depurada calidad.
La figura de Martín
Menoyo, como héroe epónimo de San Miguel de los Reyes, y héroe ejemplar,
bastión contra la injusticia y más valiente
que el Cid, se fue difuminando. El eje de marcha del elán narrativo no
es un individuo concreto sino la comunidad de forzados. En los cuarteles (de
preventivos, homicidas, delincuentes contra la propiedad, políticos, y sádicos
sexuales, que conforme a la categoría en que se englobara su crimen así eran
distribuidos por las distintos sectores del presidio) y galerías pronto se le
fue olvidando.
Otro suceso que vino
a conmover la frágil tranquilidad de San Miguel - un presidio es como un mar,
que ahora está con las aguas en calma y al momento siguiente sopla la galerna -
fue la orden que dieron de arriba de talar un ciprés centenario, so pretexto de
que la corpulencia y la frondosidad de aquel árbol habían servido de añagaza
para ocultar a los guardianes los trabajos de excavación del túnel de escapada.
Era un hermoso ejemplar de conífera. Medía casi setenta metros y su tronco no
podía ser bardado por cinco hombres. Debió de haber sido plantado por uno de
los primeros cistercienses que habitaron el cenobio de San Miguel de los Reyes.
Había escuchado durante siglos las plegarias de los frailes. Sus hojas
apuntaban hacia arriba en son de éxtasis. Después de la desamortización de
aquel judío y masón que llamaron Mendizábal dio cobijo a una de las cárceles de
régimen más severo en la peninsular. Aquel ciprés litúrgico sabía de todo el
dolor de los angustiados. Contra su cima cimbreante con el viento de Levante se
quebraron los alaridos, las blasfemias, y las preguntas sin respuesta lanzadas
desde detrás de las verjas:
- ¿Por qué, Señor?
¿Por qué?
Había sido el
emblema tutelar de aquel lugar maldito. Sabía muchas cosas, pero se alzaba mudo
e inescrutable en su silencio. En cierto modo velaba por los que se fueron al
más allá y también por los vivos muertos, de aquel lugar de ignominia que antes
había sido sagrado. Su derribo, arbitrariedad de la tiranía, fue considerado
por los internos como un verdadero sacrilegio. Y, como consideraban tan medida
arbitraria una ofensa personal, organizaron un plante. Porque un ciprés
acompañaba en la condena. No lo derribó
el hacha de un Nerón con ínfulas reformistas. Lo había tumbado el viento del
mal. Ese que sopla sobre los muros de la patria brutal, enfurecido. Cuando
corre por la llanura, tiene la fuerza de un huracán. Dos angustiados se
abrieron las venas con una lima cuando corrió la noticia de que iban a talar al
gran ciprés.
XV
Si lo acaecido a Orencio Pérez resulta
espeluznante, el caso de Casiano Ortiz
se transforma en pavoroso. Por la ferocidad de la que fue víctima. Y de
la propia madre que le dio el ser. El autor se muestra despiadado en esta
zambullida que realiza a los infiernos de un penal cualquiera y cuenta
patéticas historias a barrisco, para dar testimonio del desviacionismo de la
conducta humana. Esta patética novela es un repaso a la patología clínica más
sórdida. Es una saga de ilusiones rotas, vidas chascadas, a causa de
traiciones, adulterios, robos ¿El criminal nace o se hace? ¿Hay en el alma humana una tara psíquica oculta,
desencadenante de las furias que llevan a un ciudadano cualquier a perpetrar
asesinato? En el fondo de la charca en la cual nunca se hace pie queda un
piélago de barro. Infunde espanto por la regularidad axiomática de las
atrocidades. La inclinación a matar es la resultante de un porcentaje. Cada
mil, tantos. La cárcel, prueba fehaciente de esa constante imparable, es la
nave, la nube y la sombra de la aberración potestativa, el alud que no podrán
contener los pedagogos, ni los reformadores filántropos. Manda la estadística
inexorable. La barbarie se encastilla en el alcor inexpugnable. La teología, la
moral, el constitucionalismo y la filosofía de los Derechos humanos pusieron
cerco al castillo. El asedio dura ya muchos siglos y la plaza no se rinde. El
maquinismo y los nuevos inventos han mejorado y facilitado hasta cierto punto
las condiciones de vida, pero axiológicamente no han representado un salto
cualitativo. Antes bien, un retroceso. Paz y piedad son un concepto vacío que
pulen el discurso, pero que tan sólo sirven para decorar las tablas de los
diccionarios.
Sin embargo, la raza
humana se aclimata a todo. Incluso a lo irremediable de sus desdichas, porque
en ella el instinto de superación se ha constituido en fuerza operativa.
A Casiano le amputó
su madre sendas manos con un destral. Ocurrió el suceso en uno de esos días
breves que caen alrededor de santa Lucía. Las tinieblas del solsticio de
invierno pueblan el ambiente, pero una luz interior, como de regocijo, luz
esperanzada del Adviento, baña de esperanza y de apresuramiento las almas. Pero
este es un tiempo neutro, peligroso, porque acendra el poder de los diablos. El
“Cosmócrator “(señor del mundo) regresa a la tierra a favor de la oscuridad
impenetrable. Son largas las noches. Júpiter se aleja con su benevolencia y
Saturno ocupa el puesto. Por esa razón se celebraban en Roma las saturnales.
Para alejar al dios oscuro, el de las ideas lóbregas, y el de la crueldad sin
ton ni son.
Habían desaparecido
unos pelucones, que estaban guardados en un calcetín bajo la cómoda. Madre echó
en falta aquella calderilla e hizo las correspondientes averiguaciones. El
niño, que entonces carecía de la noción del dinero, los había tomado de su
escondrijo para dárselos a un pobre. Inocente, creía que las monedas aliviarían
el hambre, la sed y el desvalimiento de aquel afligido. Pero iban sólo a ser la
semilla del mal, que sembraría su existencia encadenada de dolores, oprobios,
infamia.
- ¿Fuiste tú,
Casiano?
La criatura hizo un
gesto con el hombro llegándose a su madre de costadillo, y rompió a llorar y
murmuró un débil:
- Sí. ¡Yo qué sabía,
mamá!
- Yo no quiero en mi
casa un hijo ladrón. Antes muerto. Daca acá.
Destazaba en aquel
instante aquella Euménide la pierna de un cordero lechal para la cena de
Nochebuena. La mujer, fuera de sí, cogió a su hijo y le hizo colocar las
manecitas sobre la toza y con las mismas, zas. Dejó manco al hijo de sus
entrañas. Ya no le quería. Casi lo había aborrecido en la misma cuna. Casiano
era gordito, un niño reconcentrado y pensativo. Le llamaba “raro” y le acostumbraba
a castigar con violencia, metiéndole en el cuarto de las ratas o golpeándole
muy severamente tundas inmisericordes con un roten largo de las que se
utilizaban en las casas de labor para beldar, castigos desproporcionados al
delito cometido, pero esa conducta materna suele ser una especie de losa de
desamor que pesa sobre el ámbito de muchas existencias maltratadas. El
romancero ya aborda el tema espeluznante en aquella composición de la “Mujer
del Comerciante de paños y sedas “. Debió de ser un hecho real ocurrido en una
aldea próxima a Burgos. El marido parte a lejanas tierras. La mujer se amanceba
con el alférez de una leva que va de paso camino de Flandes. Un niño párvulo
parece ser que molesta a estos amores. La despiadada mujer acaba descuartizándolo
y metiéndolo en una artesa. Cuando el marido regresa del viaje, el niño le
cuenta todo a su padre de aquella relación. El padre disimula lo oído y la
madre perpetra aquel increíble asesinato. Luego se lo sirve haciendo pasar
aquel guiso por cabrito, pero el marido repara en la ausencia de su pequeño y se da cuenta de que está
comiendo a su propio hijo. Los cielos claman justicia contra aquel atropello,
fruto, como tantas veces, de la lujuria y del adulterio. Murmura con olímpico
desdén una frase:
- Lo que salió de
mis entrañas no es lícito que a ellas vuelva.
Saturno devora a sus
hijos. El mito saturnino, añagaza de dolor y de destrucción irreparable,
convivirá por siempre en la naturaleza humana. El marido traicionado, remata el
cantar, se vengó de la infame “arrastrándola por los cabellos de la cola de una
yegua”.
Nadie sabe cómo pudo
desembocar en la cárcel un pobre manco como Ortiz que nada malo sería capaz
de hacer, al haberle sido desmochadas
por un hacha que empuñaba su propia madre sus extremidades superiores. Zamacois
nada dice al respecto pero su pluma se detiene compasiva en la descripción de
la penuria de aquellos dos seres desgraciados, que sólo parecían haber nacido
para cumplir una misión de agravios y de destierros en su terrenal existencia:
materia del deseo invertido, carne de prostíbulo entre rejas. Los alienistas
describen este mal como la fiebre carcelaria.
La ausencia de hembra hace desviar el instinto libidinoso. El sexo es
implacable. Esta tendencia a la inversión pecaminosa - hay que recordar que la
sodomía sigue siendo un pecado reservado, que únicamente puede perdonar el
obispo - solía darse con harta frecuencia en espacios cerrados donde solían
convivir personas de un único género (seminarios, cuarteles, cárceles,
conventos). Los vis a vis modernos han servido para mitigar esa plaga de
bujarronería irredenta. Haber nacido sarasa es una desgracia como otra
cualquier, una carencia de la imperfecta naturaleza resabiada por el pecado
originario. No un alarde. Algunos se empeñan en presentarnos como un triunfo o
una presea de grandeza moral. La historia de las penitenciarías ofrece siempre
el espectáculo del pecado nefando a escondidas. Dos cuerpos que agitan debajo
de la manta cuartelera. El bujarrón con su ligado. Los cabos de vara tenían que
hacer la vista gorda, porque barro somos, pero no dejan de inspirar compasión o
asco, según se mire, estas amistades particulares y dantescas relaciones de
incubos y de súcubos. Un cuco de imaginaria se veía en la obligación de mirar
para otra parte.
Otros, sin ese
mecanismo de defensa, se derrumban. Pero ¡qué complicada es la psicología
humana! ¡Un pozo sin fondo no puede esconder tantos entresijos o recovecos como
es este barro animado y sorprendente en el que nos han fraguado! Si bien se dijo
antaño ser Rusia la cárcel de los pueblos, España que presenta una mentalidad y
una literatura, tan rica y parecida a la rusa - son sin duda de las mayores de
Occidente- tampoco le anda a la zaga. Nuestra vida ha sido y sigue siendo un
inmenso penal. Nos empeñamos en fabricar para nosotros mismos nuestras propias
jaulas. Unas veces son cárceles del alma. Otras, nos encanta eso de vigilar y
de ser cabo de vara del que tenemos al lado. Al que incordia lo enviamos a
galera, lo tachamos físicamente o lo condenamos a una muerte civil para que
purgue su desfachatez por pensar por cuenta propia amarrado en blanca, sujeto a
la argolla y al brete que nosotros queramos. Es una forma mucho más sibilina de
dar garrote vil. Recorre la piel de toro el fantasma de los galeotos, aquellos
seres vestidos de colorado que hacían funcionar las naves del Rey con su
sangre, sus sudores, sus lágrimas. No eran más que chusma, pero desde entonces
no puede zafarse el país de la sombra de tan lastimero fantasma del bogavante
amarrado al duro banco de la vida española, bajo la tralla amenazante del
espalder, o el rebenque del cómitre. Nuestro destino es ser chusma, carne de
galeras. Por ellas anduvo Lazarillo. Tanto bogó que su destino
amenazaba en convertir al pobre pícaro en bogavante. Se volvió azul como el atún.
- Lázaro, sal fuera.
XVI
Cerraron la “burda”
a cal y canto. Pero no se produjo el prodigio. Cerraron la burda o puerta del penal a cal y
canto. No se permite jugar con las cosas de comer. Anteo regenta sus esclavos
como le viene en gana. Chafa las gateras. Los barrios cristianos los trocará en
ghetos o en prostíbulos. Yo hago lo que me viene en gana. Para eso soy el
supremo. Haré un fuego con vuestros cantorales y vuestras biblias. Me llaman el
profeta del auto de fe. La raza y los genes me inclinan hacia la inquisición y
la perquisición. Ay de vosotros incautos, que os voy a encontrar desprevenidos.
Os haré mascar el polvo de la derrota. Exclamareis el guay de los vencidos.
Hemos estado esperando tanto tiempo a esa
metamorfosis que nos transforma en ángeles y somos tan sólo desesperados
náufragos, amigos de los delfines, menestrales de la gallofa. Nadie nos
protege. Dios le ampare. Una mujer nos echó a los caminos. Pero otra nos
protege. Yo he sentido su virginal aliento sobre mis pasos descaminados por las
aceras sin rumbo, bajo las luces de neón, en el frío de las madrugadas de
diciembre, cuando la ciudad duerme. Un gato pisa un bote y se produce un
estallido. Parece el estampido del cañón del Hacho que saluda al día o saluda
el cierre de la noche. Es un ronco rugir metálico de león lúgubre.
- Madre, ¿dónde
estabas? Nunca viniste a mi lado. Yo lloraba. Era un niño y tú siempre estabas
lejos. Al regresar del colegio, encontraba la puerta cerrada, aquella puerta de
madera pino, pintada de verde, con un Corazón de Jesús metálico por encima de
la aldaba, bendiciendo desde el atisbadero,
y te aguardada sentado en el borde del escalón. Pasada la hora de la
merienda (aquel medio chusco con una tableta de chocolate), se acercaba la
noche. El machacante del brigada
Tinaquero se alejaba camino del polvorín con las sobras del rancho para los
cerdos. Pasaba el carromato de los traperos. Yo le veía acercarse y pasar sin
detenerse. Luego unos obreros en bicicleta y el alférez de la remonta, el padre
de mi amigo Alfonso, cabalgando sobre un potro ruano que domaba.
- Niño, ¿qué haces
ahí solo?
- Es que no ha
venido mi mamá en todavía.
Mi padre estaba de semana o se había de
maniobras con su batería. Tal vez anduviera por campamento.
Y el domador de la
remonta, el alférez del Fijo, el padre de mi amigo Alfonso, me recomendaba que
pasara a su casa. Pero a mí me daba miedo aquel hombre, tan alto, con la voz
rajada y una cara ovalada, enorme. A veces llegaba ebrio del cuartel y se liaba
a golpes con la mujer, con los hijos, y soltaba sapos y culebras del ejército
por su enorme bocaza que apestaba a alcohol.
Fuera de eso, tal vez fuese tan solo un buen hombre. Su esposa, doña
Carmen, era una señora muy alhajada y jacarandosa. Morenaza que parecía de la
raza calé. Venía todos los días la peinadora a hacerle la manicura y la
permanente. Ella tan ricamente en casa y su pobre marido domando potros,
herrándolos en el ecúleo, organizando él torneos hípicos y ella llevando sin
que se enterara su marido vida aparte. Entonces, no lo comprendía pero de mayor
entendí el por qué los maridos de estas señoras tan despampanantes se dan a la
bebida. Y es que lo que no puede ser no puede ser. Cuando cruzaba la calle doña
Carmen, paraba la circulación. Los obreros desde los andamios la decían de
todo. A ella debía de halagarle incluso las burradas en forma de piropo. Papá
solía decir:
- ¡Pobre Alférez!
Los lleva bien puestos.
- El ¿qué? -
Preguntábamos mi hermano y yo.
- Esas cosas no
tienen por qué saberlo los niños.
Pero sus cabalgadas
por la pista de instrucción me parecían impresionantes.
- Ya sabes, Arije.
Si tarda en regresar, vente con nosotros. Puedes hacer los deberes en compañía
de Fonso y de Taíto.
- Sí, señor. Eso
haré.
Nunca aceptaba la
invitación. Me daba coraje. Entonces, empezaba yo a sentir la diferencia sobre
mis huesos. Yo no era un niño como los demás. No tendría derecho a llevar una
vida normal. A pedir las mismas cosas.
- ¿No tienes la llave?
- No me la dejaría.
La vida iba a ser
más dura de lo que yo me imaginaba. Detrás de los pretiles del puente romano,
la torre gualda de la catedral alzaba su lomo imponente. El sol declinante
arrancaba unos destellos maravillosos a la linterna del chapitel. Sonaba el
tañido de vísperas en la campana gorda. Un día yo oficiaría aquellos cantos.
Sería sacerdote. Llegaría a canónigo. A lo mejor a obispo. Eso Dios diría. Por
el momento, me sentía un niño desdichado.
El cansancio me podía y así permanecía acurrucado, la cabeza apoyada
sobre los sardineles de la verja del jardín donde crecían los rosales que
plantó papá, justo delante de la acacia a la que a mí me gustaba agarrarme y
oscilar. De tanto meneo, la madre acacia se dobló pero sin quebrarse. Crecería
torcida. Un poco como mi vida y ahí está. Cuando regreso al barrio del Puente
Romano, allí donde estaba nuestra colonia, aquellas casas militares, con jardín
delantero y unos rodales de setos, ahí sigue. Derribaron las casitas baratas
porque por lo visto habían sido levantadas en unos terrenos pertenecientes al
Ayuntamiento. Fue una excusa porque la voladura de aquellos queridos muros
constituía una de tantas manifestaciones del “execrativo memorial” a la que nos
tienen acostumbrados los convulsos tiempos que vivimos. También se cargaron
aquella imagen de Santa Bárbara. Todo lo talaron y arrasaron menos la acacia,
que ahí sigue algo inclinada. Como yo, pero resiste.
Más de una noche me quede dormido contra las
tapias, arrullado por el murmullo de los grillos. La luna, más maternal que tú,
madre que me despreciabas, y hasta creo que me odiaste, porque sentí aquel
barrunto de desdicha, barrunto de calabozos, turbios instintos del asesino que
mata por sentirse rechazado y preterido, que no me querías, que me aborreciste
en el nido, como a un gorrión que se descasta de la camada y aparece al día
siguiente aterido, todavía en cañones, al pie del árbol, que debió de ser su
cobijo, me cubría con sus rayos. Nacía para ser un hijo de la noche. Pero los
rayos de la luna cubrió mis rostro de los besos que me faltaban. Mi madre del
cielo tiene por divisa un creciente de luna a los pies y un techo de estrellas.
- Quitáte de ahí ser
inútil, canijo.
Como soy algo
convexo de espaldas, me llamaban el “ Chepas”. Ese mote me lo puso mi propia
madre. Aquello me dolió tanto que me marcó para toda la vida. Ahora comprendo,
madre. Tú me azuzaste los perros. Tú me echaste a los caminos. Algo vale que
siempre Dios protege y remedia a cuantos los hombres descalifican. Mi infancia
fue luego espantosa, casi increíble. Tú querías que fuese carne de cárcel, pero
la Madre que tiene en su rozagante peplo una estrella que luce en las
tinieblas, y aparta a los hombres del conjuro de la adversidad, evitó esos
derroteros. Por eso creo en Ella. Y cada vez con más solicitud.
- ¿Cómo es posible,
madre santa, que se pueda insultar de esa manera a la carne que se formó en tus
entrañas?
Y tu odio hacia mí
llegó al paroxismo. Me arrebataste a la mujer que amaba. Dijiste a Esaú, que
era tu favorito.
- No conviene que
Fredo se case con ella. Vale más que él. No sería justo.
Aquella fue una
escena desgarradora, semejante a
¡Qué infeliz me
hiciste. Pero te he perdonado. No te guardo ningún rencor, aunque fuiste
insidiosa, rastrera, despiadada. Encontré otra Madre mejor. Sus caricias
celestiales llenaron el hueco de aquel espantoso desamor. Ella me aconsejaba.
Me consolaba. Me infundía fuerzas, algo que tú jamás fuiste digna de hacer. Tu
aborrecimiento me aplanaba. Era como un angustia, un nudo en la garganta que
aun llevo dentro y que no se diluye. Porque, desde que nací, tú me odiabas. Con
ese odio implacable, casi africano, e inexplicable de una madre hacia su propio
vástago, me estabas preparando un lugar al sol en el presidio, el banco de la
galera, un hueco en el saladero y la gusanera. Todavía no me explico, ni
acabaré entendiendo, hasta el final de mis horas, esa enemiga visceral y casi
telúrica. ¿ Qué te había podido hacer yo? Sin embargo, no te guardo ningún
rencor. Es un trauma que arrastro, pero no te guardo rencor. Tú me echaste a
los caminos. Sin embargo, Ella pagó por mis rescates. Llevo su estampa siempre
conmigo. Por eso me dicen loco y hacen mofa de mí.
- Ese es un hijo de
puta. Un hijo de la Virgen María. Él dice que se le aparece.
Tan desgarradores
insultos me han hecho un hermano de angustia de Martín Santoyo. Pero la tromba
de apostrofes no ha parado desde entonces:
- A ti la leche que
te dieron era de víbora. Por eso has sido tan malo.
Arrastro cadenas. He
conocido la maldición del infierno, pero estoy seguro de que ella pagará todas
las fianzas, hará todo lo posible por mi rescate.
- ¡ Si te murieras!
- me dijiste un día.
¿ Por qué me dijiste
aquello?
- No te quieren, no
te quieren.
Únicamente, las
palabras dulces de Mercia botan en mi cerebro. Fue el único ser en el mundo que
me amaba. Tú hiciste los posible por destruir aquella felicidad encauzando las
intrigas para poner en brazos de mi hermano a la mujer que amaba. He perdonado,
madre, pero esa herida no cicatriza jamás. Es una auténtica amputación. Me
troceaste el alma. Querías desmedularme los tuétanos. Yo, Winifredo Arije, hago
esta confesión voluntaria, porque Martín Santoyo, ese personaje creado por la
imaginación de un genio es una prolongación de mi yo real. Me querías muerto y entre
rejas. Ella me ha resucitado y me liberó de madre infernal. Tú fuiste mi
verdugo. Tú me pusiste las dos manos en la toza y me las tronzaste agitando el
hacha sobre la toza. Estaba mal que yo lo diga, pero las cosas como son: no
digo más que la verdad. Si hay algo después de la muerte, si hay un Dios que
vele por nosotros, tendrá que haber justicia.
Para Arije aquella
burda(puerta) verde que encontraba cerrada al regresar de la escuela se
convirtió en símbolo y presagio de su infortunio. La puerta de aquel seminario
en la que le metieron preso doce años también era verde. Y verde la del
calabazo lóbrego aquel de Oviedo adónde le llevaron preso una noche de
septiembre del 74 por haber dicho las cuatro verdades a una novia que tuvo y
que le dejó plantado la víspera de la boda. Vino un comisario de policía y lo
detuvo. Le mostró la chapa y la pistola. Eran su sino: las puertas pintadas de
verde. Inescrutables, misteriosas infranqueables, como una prolongación de su
ineptitud. Ella, sin embargo, lo sacó de presidio. Aquella noche pasó su Getsemaní, su noche más
triste.
- Acompáñeme, por
favor.
XVII
La literatura
cautiva es algo ¡ tan nuestro! Por doquier se escucha en nuestros libros el
lamento del prisionero. Uno de los primeros libros que se publican hacia 1501
lleva por título Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro ¿ Habrá una
palabra más rotunda y más española que la palabra calabozo? Por eso, nos ocurre lo mismo que a aquel
pobre conde metido en prisiones por una
malquerencia.
Este tema no es otro que el del romance del
Romance del Prisionero que yo escuché tararear - sus estrofas son impresionantes- a los niños
cuando en las tardes de mayo jugaban al corro o cantaban en rueda. Luego se
convierte en motivo central de otras grandes creaciones literarias donde
retumba el fragor de los cerrojos o de los pies que arrastran cadenas, como los
Baños de Argel, o la familia del Pascual Duarte o esa inmensa novela de Tomás Salvador que
lleva por título Cuerda de Presos, por sólo citar a una pocas, que la
crítica y el público, aviesamente, da por olvidadas.
Nuestros oídos parecen acostumbrados al eco
mórbido de esa resaca penitente sobre los bordillos procesionales al son de las
cadenas, al batir de los rastrillos o a los golpes del rebenque y a las quejas
de aquellos enterrados en vida y que no son otra cosa que Vivos muertos, parodiando el título de la obra
de Zamacois. “ Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres “, decía
Dámaso Alonso. La España oficial parece siempre empeñada en dar muerte civil o
condenar al silencio de las tumbas, ahogando sus voces y sus pensamientos, a la
otra España que es la España real. El triunfo del consumo con su aparente
régimen de tolerancia(en realidad, una autocracia feroz) que exalta el
hedonismo visionario y a golpes de puño americano regenta las cámaras, las
prensas, dentro de los parámetros del nuevo ministerio de Agitación y
Propaganda, y que ha puesto de rodillas a la Iglesia, en pactos y componendas
de tramoyas oscuras y consensos diabólicos, empeora las cosas. Espiritualmente,
vivimos un clima irrespirable de violencia soterrada. La Iglesia católica,
elemento galvanizador de la vida nuestra y en
defensa de cuyos intereses fuera vertida tanta sangre española, no
existe. Se ha convertido en una reliquia folclórica, vaciada de contenido real.
No quedarán asideros. Únicamente, el dinero que impone su férula. Manda el más
fuerte. Los españoles nos acabaremos
despedazando unos a otros. Con la particularidad de que en esta ocasión ya no
hay bandos en los que enrolarse, ni unos ideales que defender. Sólo, intereses.
Suena la hora del “ todos contra todos”.
Existe entre nosotros un cierto furor
liberticida, herencia de Caín. Cuando asoma la oreja hay que echarse a temblar.
Los mejores libros castellanos fueron escritos en la cárcel como el Quijote
o en las galeras en las cuales bogan Lázaro de Tormes cuya obsesión era
convertirse en atún y el locuaz Estebanillo, aquel gallego que con voz
melosa dijo las verdades más tremendas contra la corrupción, la ignorancia y la
arbitrariedad que nos son endémicas, y se pasó siete años bogando la mar
océano, cargando en España para descargar en Flandes.
Desde el fondo de un insalubre sótano a orillas del Órbigo se
alza la voz inconfundible, el treno valiente de Francisco de Quevedo
denunciando al déspota que grita desde los muros de San Marcos de León, otro
antiguo monasterio trocado en ergástula del penar contra el déspota de turno
los versos famosos:
No he de callar por más que con el dedo
Ya tocando la boca, o ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo
¿ No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre ha de sentirse lo que se dice?
¿ Nunca decir lo que se siente?
Tales
versos, inspirados a su vez en otros de Tácito, que parecen una apódosis a
aquellos otros de “ católica y cruel majestad “, son un reproche contra la
intolerancia endémica, una especie de alergia espiritual, que vuelve tan
difícil y quisquillosa la vida comunitaria entre españoles, y que a veces es
proclamada entre nosotros so color de libertad de suerte que los “ególatras del
trágala demócrata” resultan aquí tan
peligrosos como los absolutistas. Ambos
partidos gozan del mismo prurito totalitario, pues salieron de una misma vulva
y los parió el mismo coño. Por desgracia. El maniqueísmo integrista está pared
por medio del libertario. Parecemos condenados a vivir bajo el espectro de
Tadeo Calomarde. Existe, ciertamente, un
humor liberticida en el “ país de la real gana ”, “ a mí me toca Vd. los
testículos “ y no sabe con quien está hablando “. En recapitulación, aquí sobran cabos de
vara. Resulta familiar el sonido de la chaveta al cerrar sobre el brete con que
uncen al forzado. En las noches de insomnio escuchamos los gritos del cómitre:
“ cia, cia “ que es un equivalente al “ davai... davai (adelante) que se repite en el “ gulag “.
Tolstoi y Dostoievski por eso resultan tan familiares. España lo mismo que
Rusia tiene mucho de cárcel de los pueblos. Pero no se os ocurra buscar la
salvación en los Estados Unidos. Aquella sociedad es un inmenso campo de
concentración. La zahúrda final, cerco inviolable, un Alcatraz perenne donde no
cabe la posibilidad de escapar. Al nacer, a todo español lo debieran enseñar a
cantar las estrofas dulces y a la vez llenas de congoja del romance del
prisionero. Definen a un pueblo.
Que por mayo, era
por mayo,
Cuando hace más
calor.
Yo, triste y cuitado, yago en aquesta
prisión.
No sé ni cuando es de día.
Ni cuando las noches son.
Si no fuera por la avecilla
Que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero.
Dele dios mal galardón
Y lo peor - Faulkner y Hemingway no existen,
son dos invenciones de valor muy discutible - es que no tendrán a un Cervantes
o a un Gógol para que les cuente a los pobres e ignorantes yanquis la historia
de sus presidios. Sólo les quedan los reportajes de mal gusto de la CNN para
asistir a cualquiera de sus ajusticiamientos en alguna de sus penitenciarías,
crudo espectáculo de la nueva ética
multimediática. De aquellos lodos, estos barros, y de tanta chabacanería y
ordinariez tanta dicharacha “ maripava “ apareciendo a la hora de la merienda
en bochornosa tenida televisiva que pontifican y trivializan lo más sagrado de
la vida humana. Las gentes han perdido el pudor. No les importa convertirse en
un espectáculo pero ¿ acaso no es éste un nuevo procedimiento de purificación?
De la mano de las maripavas, en apariencia, sansirolés, pero por dentro
recomidas de un odio y de una franqueza brutal, émulas de Mariana Pineda, poco
escrupulosas o tontas simplemente, llegan los Ángeles exterminadores de Polanco
y que imparten cada tarde un mensaje escatológico de destrucción y de
descomposición a la sociedad española. Se dicen locutoras/ periodistas pero
hacen las veces de pitonisas que nos acercan a un tiempo terrible: el de la
llegada del ángel exterminador. La serpiente antigua habla por sus bocas. Esas
bocas tienen un colmillo retorcido [estas sotas televisivas tienen pese a su
candidez muy poco de inocentes] que inocula el veneno feminista en las
conciencias. La americanización absoluta de España nos llevará a su
destrucción. Lo que no consiguieron los bombardeos ni las trincheras de tres
años de guerra civil (que perdieron los enemigos de la idea patria) son sopas y
pan pringado para los debeladores de toda esperanza. Unos insulsos programas
de TV. Contando todos los chismes y “
chismes” - es el nombre del presentador de uno de estos programas en que toda
la médula consiste en ir cortando trajes y meterse en vidas y honras ajenas -
han bastado para minar su hasta ahora berroqueña moral. España se descatoliza
en tanto en cuenta se americaniza. Se ha vuelto un país cursi bañado en la
doble moral y el doble rasero de los “Pilgrim Fathers”.
Nunca
tendrán el consuelo de una gran literatura. La castellana, la que se escribió
al frisar el nuevo siglo y antes, incluso, es un tremendo canto diaconal de
múltiples y maravillosos registros que queda ahí como legado a las generaciones
venideras. Por eso tienen “ prisa” esos heraldos del furor anti castellano por
desespañolizarnos. Es la inversión de valores. La cruz al revés del revuelo que
viene. Mala cosa es cuando los maricas han tomado la madrileña calle de Pelayo
o hay comisarios de policías que se convierten en “ chamanes “ de la carnaza
feminista. Todo está vuelto del revés. Los “ maderos “ ocupan la plaza de los
periodistas y éstos a su vez se meten a polizontes. He ahí la logística de los
ulteriores planteamientos de la involución en ciernes. Y cada año que pasa, se
siento que esto va a peor.
Hiela
casi el alma pensar en el futuro. Antiguamente se estudiaba el pasado para
entender lo que ha de venir. Ahora eso es imposible, porque todo se ha vuelto imprevisible y,
además, existe un tenaz y obcecado movimiento de borrado de memoria de cara al
año 2000. No tendremos un poeta para contar la amargura de los encerramientos a
la vuelta de la esquina. La posterioridad adquiere de día en día un cuño cada
vez más totalitarios como ya adelantaron las previsiones de los utopistas
ingleses, Huxley y Orwell. ¿ Quién nos quitará de encima los cerrojos
XVII
Alrededor,
la vista no atisba más que inspectores del fisco, comisarios, mamporreros y
soplones. No tendremos ya como alfaqueque al heroico fraile mercedario que
ocupe el puesto de nuestro cautiverio como ocurrió con Cervantes en Argel,
aquel Juan Gil arevalense, sin cuya
abnegación no hubiese sido posible la escritura del Quijote. Tampoco tendremos
el consuelo de los libros. La centuria que se aproxima será ágrafa y maleante.
No podremos conjurar nuestro destino del burdel, el regimiento, la zanja, el
penal o el patíbulo. Hay hoy muchos adelantos y no pocos inventos pero la
pasión humana sigue lo mismo: gobernada por el instinto.
Lo que hace grande a la literatura castellana
y a la rusa - la francesa, la inglesa y la alemana, mucho menos - es su
sugerente poder de denuncia y contestación, un poco como si nuestro reino no
fuese de este mundo. Esta estética idealista tan propia del Quijote parece
mirarse en el cristal de las aguas límpidas del lago de Tiberíades por las que
anduvo Cristo sin hundirse. Hay una tensión taumatúrgica por mejorar la
condición humana desde dentro. No desde afuera, porque para lo de afuera ya
tenemos la frase de Unamuno famosa que inventen ellos haciendo valer la
calidad única e intransferible de cada individuo como acreedor de la sangre del
Cordero, esto es: del hombre redimido.
Sólo la palabra con su carga enriquecedora
nos reconcilia con la existencia por más que esa realidad se halle trufada de
encarcelamientos infames, oprobios sin cuento. Nuestra literatura es un desfile incesante de corchetes y alguacilillos,
de temibles inquisidores lanzando excomuniones y de ese catolicismo retórico y
a veces cruel que se inventaron los jesuitas y que poco o nada tiene nada que
ver con el genuino cristianismo. Por salvar la idea hemos destruido al hombre.
Todo lo contrario de lo que predicaba el Nazareno.
Uno asiste a las patéticas ruedas de
identificación a las conducciones carcelarias o escucha el llanto de los
condenados al amanecer. Está vuestro nombre temblando en un papel... El
drama del Gólgota se repite en cada ejecución en cada comparecencia ante el
pelotón de fusilamiento. Hemos manducado la bazofia o el pre (rancho)
carcelario, hemos compartido el aburrimiento, el espíritu de venganza, la
desazón sexual que representa la ausencia de la mujer, lo duro que resulta la
convivencia en estos recintos a pesar de que lo que se diga por ahí “ cárcel y
camino hacen amigos “, pero también “ a la cárcel ni a por lumbre “. Aún las
autoridades de Instituciones Penitenciarias no habían permitido la vis a vis.
Dios alberga designios diferentes. Escribe
al derecho con renglones torcidos, como decía Teresa. Los guijarros rechazados
por los arquitectos, de acuerdo con los planteamientos mundanos, por su mano
son transformados en piedra basal. Por esto mismo, el Salvador, en contra de
esa misma creencia de las cosas vistas a partir de la carne y abundando en su
mensaje soteriológico, diseña un proyecto de justificación universal que cubre
a todos los nacidos de mujer a partir del hombre caído. La Gloria será no para
unos cuantos elegidos sino para todos cuantos crean en Él.
Habló de que “ los últimos serán los
primeros “. Tiene palabras de perdón y dirige sus bendiciones hacia los
hambrientos, los desnudos, los enfermos, los que arrastran cadenas, sienten
angustia y piedad por sí mismos. Su mensaje será principalmente comprendido por
los perdedores, por “ los que han hambre y sed de justicia “. Un lugar
privilegiado de su corazón lo ocupan aquellos que pertenecen al cupo marginal o
son catalogados como el desecho de la Humanidad doliente.
Está en su papel mesiánico al hacer pasar su
rodillo igualitario que allana las cabezas, exaltando al humilde y deponiendo
de su lugar preeminente al poderoso. Esto es lo verdaderamente judío. La
esencia sustantiva del pacto de Yahwé con el pueblo que eligió para llevar
adelante sus planes de salvación al crear al mundo. El proyecto no puede ser
más impenetrable, pero queda así consignado en la Revelación: “ Entonces el Rey
dirá a los que estén a su derecha: Venid benditos de mi padre a tomar posesión
del reino celestial que os tengo preparado desde el principio del mundo. Porque
yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era
peregrino y me hospedasteis. Estando desnudo, me cubristeis, enfermo me
visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y a consolarme” ( Mat.
XXV, 34- 36).
De antemano sabía el Mesías que el mal le
tomaría siempre la delantera. Imposible, convertir la tierra en un Paraíso,
aunque su doctrina lo que pretende es hacer de este planeta un lugar más
habitable. Dos milenios de cristianismo demuestran que en parte lo ha
conseguido. Porque cala más hondo y va más allá de las interpretaciones y
exégesis a conveniencia que de la misma han tratado de hacer sus discípulos, a
los que continúa llamando Jesús “ hombres de poca fe “, porque lo miran todo
bajo el rasero de la materia, cuidan de su honra y tratan de ganar los primeros
puestos en el banquete. De lo que se
trata aquí es de guardar cada uno su propio gavilla de centeno, velar por su
mojón. “Yo voy a lo mío “. Hemos dejado
de ser hermanos. La verdadera fraternidad encontró frágil y etérea sustituta en
una solidaridad cursi. Nuestro prójimo ya no es el vecino, al que ni se saluda,
se le hace la puñeta o se le impropera en las juntas de la comunidad. Ha tomado
el relevo ese bosnio que aparece huyendo del Ejército serbio en su carreta
tirada por un caballo famélico con todas sus pertenencias a cuestas, o el niño
senegalés con el abdomen abultado por el hambre. Aquí nos rebanamos el cuello y
enviamos dinero a los damnificados por los contiendas e injusticias sociales
provocadas directa o indirectamente por el gran sobrestante o capataz que abre
una cuenta corriente de socorro. La caridad se ejerce en plan de “ soap opera”.
Es una resultante de la explotación cínica del horror del “ quien sabe
donde”. Esto de las “oenegés”, que han
aflorado como hongos, se organizan como un negocio redituable.
Su imperio no pertenece al “ aquí y ahora “.
No es de este mundo, pero en él tendrán cabida los pecadores y todos aquellos
que, al creer en su palabra, reconocen su propio abatimiento. No se trata de
ganar sino de perder y ahí estriba el predicado más sublime de su grandeza
soteriológica para plantar ante los poderes infernales cuyos criterios mandan
en este mundo. La tierra seguirá siendo un punto de encuentro de los
hambrientos y desnudos, de los prisioneros y de los sin techo. Es algo
irremediable, inherente a la condición humana. El legado de salvación formulado
por el Hijo del hombre se circunscribe a lo que está dentro. No se refiere a lo
de afuera. Cristo no fue otra cosa, desde el punto de vista de las miras
humanas, que un perdedor. Precisamente su gran triunfo está en su derrota. Ello
convierte su mensaje mirífico en algo no ya meramente coyuntural sino eterno.
En dicha visión profética cristológica no se
oculta que los presidios, los hospitales, los manicomios y casas de lenocinio o
los hospicios estarán atestados hasta el final de los siglos. “ No penséis
que yo he venido a destruir la ley de los profetas: no he vendo a destruirla
sino a darle su cumplimiento “ ( Mat. V. 17). La carga revolucionaria de su
misión obvia un enfrentamiento el enfrentamiento con el poder temporal, al que
desprecia y considera algo así como un mal necesario - dad al cesar lo que
es del cesar- y va dirigida prelativamente a los arrogantes y encaramados
en las ínfulas y el efod, que ostentan la hegemonía religiosa. Aun no se lo han
perdonado.
Pero, al sentenciar que ha de volverse la
otra mejilla y al que te pide la túnica, dale el manto( Mat. V. 40), cambia la historia de por
dentro. No es un testamento de grandeza temporal el que lega a sus escogidos
sino la gracia y la esperanza para poder sobrellevar las cargas y sufrimientos
de este destierro. Por todas las partes esparce la luz del perdón y del
consuelo y antes de resucitar al tercer día baja a los infiernos. Para redimir
a los que estaban dentro. Cristo es el supremo y glorioso amparo de todos los
cautivos, el gran alfaqueque. Al juntarse con gente impura - publicanos,
putas y pecadores - reta a los hipócritas y lanza un grito en favor del decoro
y de la dignidad de toda la vida humana de cualquier clase, color, sexo
condición, en cualquier estadio que esté. A causa de todo eso, no faltan
todavía quienes le siguen creyendo un “ borracho “ y un “ maricón “. De “loco”
lo tachan a cada hora. ¡ Ah, las cogorzas benditas de la eucaristía, ah la
sublime demencia del divino amor, que todo lo perdona, incluso el pecado
nefando!,( “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros”; Juan. XII. 8).
Se distinguen dos planos estancos: el de Dios
y el de los hombres. Rara vez convergen. Es vana observancia pretender
entreverarlos. Tanto la Teología de la Liberación como la del Holocausto son
manifestaciones de la urdimbre temporal, contingente, no sustantiva, de la vida
de la Iglesia, que proclaman algunos de sus muchos errores en el pasado y no
pertenecen a la economía de la salvación ni al depósito de la fe. Se trata de
materia opinable pero aquí hay muchos que pretenden hacérnoslo pasar por dogma.
No prevalecerán los poderes del infierno
contra ella. Sin embargo, la labor de zapa de los enemigos de Cristo no ceja.
La cuestión recuerda algunas de las espinosas cuestiones que le planteaban ante
las turbas los sacerdotes de Israel sobre si es lícito hacer caridad en sábado
o si el vínculo matrimonial seguirá
vigente en la vida eterna. Pretenden darnos gato por liebre al poner de sopetón
y sin las comprobaciones oportunas tantos muertos sobre la mesa. Exaltando el
holocausto, que pudo ser o no haber sido -tendrían que ser juzgados los
verdaderos responsables de aquella catástrofe; el mundo está pidiendo a gritos
otro Nuremberg para depurar
responsabilidades de una vez por toas -, pero que se debe a la torpeza de los
hombres con sus ambiciones, intrigas, temperamento belicoso y afán dominador,
no se hace otra cosa que manipular el mensaje de la Redención.
Sin más ni menos,
esa creencia reivindicativa del “ Schoah “ sitúa a la Cruz en penumbra.
Auschwitz nunca podrá igualar en altura al Gólgota. Porque el Calvario es el
arca de la fe y los campos de concentración, un macabro exponente de las
miserias de la condición humana en este azacaneado y violento siglo XX que
expira entre angustias, temores y deseos de vindicta. La ley del Talión fue
abolida y estos monolitos de recordación instigan al rencor o, en cualquier
caso sirven de señuelo a los que están manipulando la historia para entregarse
a su tarea de censores de los hechos objetivos pero inoportunos. En esto
consiste la estrategia de “ borrar la memoria “.
Jesús, no obstante haberla emprendido a
latigazos contra los escribas y fariseos que profanaban la casa del Padre, era
un pacifista convencido. No utilizó la violencia ex profeso. Nunca quiso ser un
pistolero.
El más judío entre los judíos de esta forma
sutil y sublime de abanderado de la no-violencia desafía a los poderes del
infierno enarbolando el pendón del amor y del perdón - sus detractores diz que
forzando las leyes de la naturaleza basados sobre los principios del más fuerte
y la hegemonía de la selección natural- inexorables. Que el pez grande se coma
al chico es un axioma biológico. Cristo predica la “ divina indiferencia “ y
tranquilizando a los que se preocupan por el futuro: “ ni un pelo de vuestra
cabeza se tirará sin el consentimiento de vuestro Padre Celestial. Invita a
sus coevos a practicar la mansedumbre que es extraña a los planteamientos de
cara a la supervivencia y a no preocuparse por el “ qué comiereis y qué
beberéis “ ya que la Providencia vela por nosotros. Recomienda
lanzarse a la palestra a pecho descubierto.” Contemplad los lirios del campo cómo crecen y
florecen. Ellos no labran ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni
Salomón, en medio de su gloria, se vistió con todo primor como uno de estos
lirios” ( Mat.
VI. 29). El amor a la naturaleza y la confianza en la Providencia que
transmiten estos consejos recapitulan una vez más la visión revolucionariamente
esperanzada del Maestro al tiempo que evidencian un poder que nadie ha tenido
al filar de las centurias. Ni reyes, ni emperadores, ni pontífices, ni
caudillos. En suma, he aquí una prueba - ese apasionado fervor que ha suscitado
Jesús en las multitudes - de que sus palabras no pasarán.
Su lucha no fue contra el imperio romano sino
contra la soberbia y la doblez humana encarnada en el sanedrín. Para los
levitas la mera presencia de este conductor de masas reviste un peligro. Contra
ellos van dirigidas las palabras más duras de todo el Evangelio, pronunciadas
casi sin reservas. Los descalifica por “
sepulcros blanqueados” y por “ raza de víboras “, desleales y traidores a su
sagrada misión y cometido:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que pagáis diezmo hasta de la hierbabuena y del eneldo y del
comino, y habéis abandonado las cosas más esenciales de la ley: la justicia, la
misericordia y la buena fe! Estas
deberíais observar sin omitir aquéllas. ¡ Oh, guías ciegos, que coláis cuanto
bebéis, por si hay un mosquito, y os tragáis un camello! ¡ Ay de vosotros,
escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por defuera la copa y el plato, y,
por dentro, en el corazón, estáis llenos de rapacidad y de inmundicia! “ (
Mat. XXIII. 23 -25)
Este versículo deja pocas dudas de cuál es su
plan soteriológico, contenido en el Magníficat, que es una glosa a la carga
mesiánica esbozada por los profetas del Viejo Testamento. Jesús no hace otra
cosa que dar cabo a esas felicitaciones.
Advertencias de
parejo tenor lanza contra los ricos. En su corazón redentor tienen un puesto
perenne los pobres de Israel con todos los que sufren o son sojuzgados a manos
de los poderosos. Cristo está de parte de los perdedores: los encarcelados, los
relegados y marginales, los tullidos y leprosos. Se alza contra todo aquello
que es obra de la maldición del pecado.
XVIII
Desgraciadamente, el antisemitismo perenne y
del que se ha servido el diablo para hacer tanta bulla, dando la vuelta a estas
duras palabras contra la clase dominante en Jerusalén al tiempo de la primera
venida, las ha presentado como cebo y carnaza para hacer prevalecer ese
espíritu inmundo que hace responsable al pueblo elegido de la muerte del Justo.
Una burda patraña. Sobre esa especie injuriosa y falsa se fundamenta toda esta
inmensa teoría sobre el Holocausto.
Con ella no sólo se desacredita a la Iglesia
y paga sus pecados históricos, los privilegios jerárquicos, por los que los
responsables en su día habrán de entonar su “ de Profundis “, sino que supone
una auténtica involución al socavarse sus cimientos. Se trata de una manera
indirecta y sibilina de decir que el cristianismo ha sido un fracaso a todas
las bandas, mientras las otras dos religiones del tronco de Abrahán supusieron
un triunfo clamoroso. La tesis del holocausto
vuelve a abrir al Turco las puertas de la ciudadela europea. Por lo que
se ve, el credo de Nicea se bate en retirada puesto que carece de las ventajas
de sus otros dos contendientes. No le cabe el recurso de la guerra santa o
“yihad“ y abomina del ojo por ojo y
diente por diente.
Se trata de un sofisma a nuestro juicio
porque detrás de este marasmo de confusión se esconde el dedo de Dios. Roma
tendrá que huir a Canosa, pero el final de Roma no supondrá el fin del
cristianismo. La ruta de salida al marasmo en la paulatina desobstrucción
jerárquica eclesial. Los tiempos que vienen pide más poder para los diáconos,
que secularizar no tiene por qué ser el equivalente de desacralizar. La Cruz
sólo podrá vivir cumpliendo el Mandato Nuevo y volviendo la otra mejilla; de
tales postulados hicimos hemos caso
omiso hasta el presente. La solución, puestos en ello, puede que estar en el
fomento del mozarabismo, una riqueza litúrgica y doctrinal que mantiene intacto
y en la reserva. Se mantiene en las iglesias de oriente; en occidente sólo
cuenta el dogmatismo. Hemos sido culpables de categorizar como divino lo que es
terrenal, humano y contentible.
Armarse de paciencia y de comprensión y
estar preparados para una nueva oleada de sangre, porque se acerca un tiempo
nuevo en el cual la cruz será exaltada entre los ríos afluentes del martirio
que tal vez supongan un nuevo Jordán es el consejo a dar en estos azacaneados y
confusos tiempos imperantes, en los
cuales, a pesar de todo, reina la esperanza. La bestia sigue conduciendo el
agua a su molino y uno de los procedimientos más sibilinos para consumar sus
planes secretos de acabar con la religión de Cristo, una religión que a veces
ha sido defendida espada en mano y de ahí sus resultados. A Cristo se le
defiende mediante la oración y a través de los libros.
Holocausto nos revierte a situaciones del
pensamiento bíblico, pero, en recapitulación de lo señalado, Dios que ama a su
pueblo, no puede estar haciendo otra cosa que escribir al derecho con renglones
patituertos. No se puede execrar a los judíos, en abstracto - cuando algún
bilioso habla así en general para echarles la culpa de todos cuanto nos sucede
está incurriendo en la tentación ofrecida en bandeja por la serpiente antigua,
aparte de hacer ostensión de su incapacidad imaginativa - porque es una
blasfemia contra el pueblo que ha actuado en imperio y con conciencia
histórica, sabiéndose llamado a un destino mesiánico o soteriológico para el
común de las naciones. Los judíos en abstracto constituyen una entelequia. Cabe
hablar sólo de judíos determinados. Unos serán buenos y otros malos.
Semejante creencia no hace sino dar pábulo a
ese antisemitismo feroz y traicionero, causante
de tantos desmanes y dificultades. Con él vuelve el aura siniestra de la
inquisición. Verdaderamente, lo ha debido de inventar el diablo.
En el
mismo pecado incurren los que se han adueñado de la imagen del Salvador
convirtiéndola en un ídolo a su imagen y semejanza. Aspiran a extender su reino
y no han hecho otra cosa que desamarrar sus ambiciones, sus instintos de
revancha, el afán de poder y dominación inherente a la condición humana. Fue el
error aparente de las Cruzadas. En ese garlito cayeron las guerras religiosas
desbordadas sobre el corazón de Europa siglos atrás y los desafueros de las
contiendas carlistas y los pintorescos entre los partidarios del Pretendiente
(carlistas, jaimistas y alfonsinos). España está pagando los excesos de
aquellas aspiraciones decimonónicas a clavar en plenas Provincias Vascongadas
un “islote vaticanista“ con ríos de agua bendita romana corriendo por las calles
de Pamplona y de Bilbao y los cipayos de Arzalluz haciendo de acólitos en la
gran misa negra oficiadas por los hierofantes de la Eta.
A diferencia del Islam o del Judaísmo, la
religión de Jesús no propugna una forma de vivir en lo exterior - Cristo
aborrecía a los fariseos con sus abluciones y su estricto cumplimiento de la
letra pequeña de la ley - pasa por alto la norma estricta y concentra sus miras
en aquello que dignifica al hombre y a
la mujer. Es algo que fluye de adentro. Su código es, pues, intimista,
aplicable y valedero para los pecadores redimidos por el pecado de toda laya,
sin distinción de matices ni fisonomías.
Toda la hojarasca jerárquica es,
asimismo, adjetiva, que estorba en lugar
de facilitar el acceso a ese gran nirvana a que invita el Evangelio a los
hombres de todos los tiempos. De ella tendrán que despojarse los altos cargos
si quieren sobrevivir. La política y la cruz trazan trayectorias paralelas,
nunca convergentes.
Corre un peligro latente: que, so pretexto
de una convivencia o cohabitación más o menos ficticia, se haga dejación de las
tareas de guía y faro espiritual a los creyentes. De ahí a la reconversión de
la Barca de Pedro en una ONG o en una multinacional de las cosas del más allá -
bodas, entierros y bautizos - hay un paso. El imperio hitleriano, que salió
derrotado del Holocausto, es una obsesión del capitalismo selvático que conduce
los designios de la humanidad (habría que hablar del sanedrín de Washington)
que imita sus planteamientos y procederes. Es una fuerza que arrasa ¿ Habrán
comprado al Vaticano bajo el pontificado de Wojtyla? Es la pregunta que muchos
nos hacemos en esta instancia cuando vemos que por doquier se cambia de página.
Los americanos, socavando los cimientos de la vieja cultura, en su perenne
inquietud por borrar el pasado. Su fijación con el tema del Schoah no tiene
otro objeto que llevar adelante los planes de la subversión mundial, fomentando
una sociedad controlada bajo el yugo materialista.
Por esto verdaderas obras de arte, auténticas
joyas bibliográficas se venden en este segundo noventa y ocho por veinte duros
y hasta por cinco en el ratigo de libros de la Cuesta de Moyano ¿ Qué esta
pasando?, nos preguntamos. Ya no lee la juventud. No le interesa el pasado. En
plena revolución desde arriba se está fomentando una sociedad ágrafa. Pero en
estos tenderetes, arrimaderos de la cultura, en revoltijo, aparece de tarde en
tarde la perla de algún que otro novelista olvidado. Este es el caso de la gran
novela de Zamacois que tan poderosamente suscitara la atención y estamos comentando. Dios ha castigado nuestra
soberbia. Se han venido abajo nuestros ideales. Ya nadie habla en conceptos
sino en dólares, pero el mundo sigue. Rusia ha capitulado y su autoinculpación
ha permitido - autentico milagro de la virgen María - que en adelante no sean
factibles ulteriores holocaustos como el de Hiroshima y Nagasaki. El gobierno
del mundo está en una solas manos. Con todo, el miedo a la bomba está atenuado.
Traemos a colación estas impugnaciones no
como divagaciones a la exposición de la idea que nos ocupa: la literatura
cristiana, desde las epístolas de San Pablo, debe muchas de sus aportaciones y
logros al haber sido escrita en cautiverio. La sociedad de un mundo feliz a lo
Huxley y Orwell no quiere oír hablar ni por pienso de cadenas, porque está
siendo esclavizada por un tipo determinado de supuestos consumistas,
multimediáticos, etc. Y en ese albur de idea que se proyecta a partir del nuevo
Testamento entran los modos de escribir de estos dos pueblos, el español y el
ruso, acrisolados en el sufrimiento y en la esperanza de la cruz. Dichas estas
cosas, se puede comprender mejor la tesis que plantea Zamacois en su novela de
“Los Vivos muertos“ como lucha del hombre por su libertad siguiendo los pasos
del bendito Galileo, que todo lo perdona y comprende y que se sitúa por encima
de los convencionalismos, aberraciones y privilegios de grupo.
La fe nació en las catacumbas. Un ángel
quebró los grilletes con su luz de Pedro, aherrojado en Jerusalén a causa de un
pleito entre gentiles y judaizantes. Pablo caminó por las calles de Roma
durante dos años, maneado con un
brete a los tobillos y las manos uncidas
por las esposas a las de un guardia de seguridad. El Bautista, al que la Biblia
define como el más santo entre los hijos de mujer, languideció en una mazmorra
de Herodes Antipa hasta ser decapitado como colofón sanguinario a una orgía. En
realidad este mundo no es sino una cárcel en expectación de la vida buena, esto
es de la “ parusía “. Aquellos pueblos que no creen en el evangelio inventaron
por eso una literatura mitológica o de evasión. Los errores históricos en los
que haya podido incurrir el catolicismo, seco, jerarquizante y con sobrepelliz
almidonado, y todos los deliquios del oscurantismo retórico del pasado siglo(parece ser que
hemos sido esclavos de la confusión y el Maligno ha enredado a sus anchas) no
desvirtúan ni desdoran su magnífica carga de redención atañedera al hombre de
todas las edades. Hemos tomado el rábano por las hojas. Henos aquí, dicen, perfectamente instalados en
la cultura de la queja. No se quiere participar de lo que no se conoce. El
rodillo “socialista “ dio cabo a todo aquello en lo que creíamos, pero ellos
nos siguen tomando por faltos y por acusicas. Han nombrado a sus propios
novelistas y autores a dedo. Lo llevas claro para publicar si no eres hijo de
Julián Marías o relatas la cara amable, muy en plan Vizcaíno Casas del
franquismo sociológico. Gala arrasa en la feria del libro, Umbral cuenta y no
acaba sus experiencias con el “Viagra “, ese especifico contra el síndrome de
Enrique IV que ha empezado a arrasar entre el macho ibérico en este verano del
98. El “ rojo” Raro Tecglén, que ya no es de Lenin sino Planco, un espadachín
exhibicionista del odio inveterado, desde sus columnas incendiarias, del órgano
del Partido de la Oportunidad sigue vertiendo soflamas envenenadas al grito de
“ no pasarán “ y de “ a por ellos “. Sus arengas incendiarias son una “ cremá”.
Ese señor no se ha enterado de que aquí hubo una guerra civil. Después de franco él no hubiera sido capaz lo
que escribe. La memoria del antiguo dictador - ya entonces nos indigestaron de
García Lorca y nos aburrimos a morir con
Machado - los justifica. La estirpe de los inquisidores gusta de quemar en efigie
a sus relajados históricos. Luego, cuando alguien les retruca, se quejan de la
cultura de la queja. España va bien, pero con ellos podía haber ido al
desastre.
¿Quién piensa en literatura? Como han ganado
los americanos...
XIX
El soniquete del barrenillo midriático sigue
sonando. Cada día ración doblada de lo mismo. Yunque y pedernal golpean unísonos
en un compás de uno y otro. La tarasca va avanzando, pero hay noticias que le
llenan a uno de alivio y esponjan el corazón.
Me han hecho archivero precisamente en los
ardores del farragoso verano. Un archivero en el tiempo que corre de los
hombres tachados, cuando se incentiva tan profusamente los borrados de memoria
(sólo lo que el burro quiera igual que en la pídola y a su discreción del cómo,
donde y cuando, y en qué condiciones) es un cero a la izquierda. No tan cero.
Detrás de tal jugada he llegado a colegir yo que están unas manos llenas de
Misericordia. Tuve una madre mala en la tierra, pero la Madre del cielo, que es
reina poderosa, ha entendido de mis desvelos por conservar la memoria, por
llegar a eso que llamaba elocuentemente Castelar la “razón universal“, que es
la democracia - y a ella vamos aunque muy a trancas y a barrancas - pero a la
razón universal no se llega desde las siete colinas de Roma sino desde las
cúpulas de Bizancio.
Dios hará todos lo que resta. Se nos caerán
las costras de los ojos. Por lo demás, contra esa ceguera mental condensa
aquello contra lo cual he venido luchando. He aquí que me han hecho archivero
en un tiempo en el cual Jano se dispone a echar el cierre y todos el tráfico
rodado va en derechura a las cocheras ¿ Está vendido todo el pescado? El
supremo Hacedor no facilita respuestas. Quiere que nosotros vayamos al
encuentro de esas contestaciones, conforme a nuestro leal saber y entender,
entregados a una búsqueda personal responsable dentro de los cuadros de una
iniciativa íntima en la cual no valen intermediarios.
Por eso me han hecho archivero. Regreso en
triunfo a la oficina de los palimpsestos mientras mis labios murmuran
agradecidos el salmo de acción de gracias: “ pondré a tus enemigos bajo el
escabel de tus pies “. La vida es irónica. Dejo a otros llevar a cabo con
ahínco el legrado de memoria. Borra. Borra. Quieren perpetrar el sacrílego auto
de fe que nos deje vacías las estanterías. Aquí los cuerpos que valen son los
de las “ top” y no esos cuerpos hechos de papel, de cantos dorados y tejuelas
sin cuya compañía no era capaz de retratarse Quevedo. ¡Que viva el sexo sin
amor, y muera el seso y el discernimiento! Todo sean cuerpos, pero no los
cuerpos de los libros, sino los de esas tías de alto copete, putas de lujo y
que viva el que lo trujo. Esos volúmenes le ayudaban a “ vivir en conversación
con los difuntos y a escuchar con los ojos a los muertos”. Los cuerpos de las
Nueve Musas y los ángeles mofletudos haciendo sonar el adufe de la inspiración,
el despejo, la ocurrencia, no van para nada con estos tiempos desangelados
donde se imponen los cuerpos mareantes de las modelos de alto bordo. La libido
anda por los suelos y muchos tienen que tomar reconstituyentes genitales. Los
antiguos curaban la sífilis con salversan. Hoy todos lo arreglan con
viagra, pero el alma no lo curan.
Tengo los ojos húmedos en este momento ¿ A
qué ton cargarse el imperio de la fantasía y dejarse llevar por el de los
sentidos? Nuestra Gran Dama ha venido a hacerse un raspado de matriz. Los
designios me llaman a pelear ardidamente contra los contubernios del borrado de
memoria. Sé de mi soledad y de la flaqueza de mis fuerzas, aunque la gracia
faltará. Estoy solo en esa soledad que bien conoce todo escritor y que crea
ansias mortales. A veces se convierte en vórtice de impotencia.
El combate va a ser muy duro, pero desde el
lugar donde estoy sentado atisbo las cumbres guadarrameñas y pienso en que
Zamacois, al instituir el “cuento semanal“ en 1907 daría salida a una pléyade
de narradores que con el paso de los días adquirirían tablas y contarían
historias con soltura y con despejo. El poder imaginativo, la capacidad de
seducción que tiene el contador de historias falta en cualquier otro medio
expresivo. Pero esto se va. Me aferro al ordenador como un naufrago a la
estacha que le lanzan desde el buque salvador. Mi tumba son los libros y en
ellos estará en igual medida la posibilidad de resurrección. Lázaro, sal fuera.
La literatura española hasta estos autores
se encuentra deslucida por las malas hierbas y lampazos de la retórica. El
mismo quijote es un buen libro de caballerías pero una novela mal construida y
mirándonos en el espejo equivocado se ha ido generando no pocos vicios en abono
de nuestra vagancia mental y de los muchos convencionalismos. Nuestra
espiritualidad y nuestra mística adolecen del mismo defecto: retórica
artificiosa que en lo que atañe a las sendas del espíritu no nos ha llevado
tampoco por demasiado buen camino. Hasta Balzac y Sthendal nadie construye.
Después de los franceses, serían los maestros rusos los que llevarían a la
novela universal al registro de las perfecciones y tantos unos como otros se
inspiran en el relato de novela picaresca, o las invenciones de la caballería
con su trazo mareante de auténticos cuentos del nunca acabar.
XX
Hoy he sido feliz. Las noticias que llegaban
de San Petersburgo me han libertado de mis obsesiones. Soñaba que estaba
asistiendo a los funerales del último zar. He sido arrebatado en espíritu y
portado hasta allí cual el ánima del sastre. Y no queráis saber más. El ángel
que me llevaba era un serafín. Estaba facultado de seis pares de alas. Su cuerpo era radiante y su luz es la llama del
espíritu que vive. Su alma era musical, porque con el batir de sus alas se
desplegaban las sinfonías por todo el fuego, y su pecho era de cristal bruñido.
Más puro nunca habitará este valle de lágrimas.
En la sacristía de la catedral de San Isaac
el día 17 de julio de 1988 la cuadrilla de sacristanes estaba muy atareada
sacando las vestiduras litúrgicas de armarios y cajones. El recinto olía a
naftalina. Todo estaba encendido y preparado: las candelas de los iconos, en
particular, el de San Nicolás Taumaturgo, su barba en abanico, la melena de
cabellos grises cayendo sobre el humeral, la tiara bruñida de oros, los ojos
dulces y clementes y la expresión hierática y antigua que tienen los santos
míticos. Debía el antiguo obispo de Mira estar muy alegre, ya que un pupilo
onomástico que había llegado a zar y murió mártir de la Ortodoxia hacía ochenta
años había recibido la palma del martirio. La justicia del Dios de Abraham y de
Jacob, el de los patriarcas y de los apóstoles vuelve al cabo del tiempo. A los
que ha señalado con su dedo misterioso en los designios imponderables que
derraman el torrente de gracia sobre los vasos de elecciones no los olvida. A
través del tiempo, atando y desatando. Alejándose y acercándose, desapareciendo
o haciéndose presente se consuman sus planes.
El heredero del emperador Constantino, el
“basileus“, monarca sagrado, legatario del depósito de la fe simbolizada por la
cruz en lo alto que vio la Legión Tebana cuando combatían a los bárbaros en
Panonia y antes de trabar batalla se santiguaron negándose a rendir culto a los
ídolos, el centurión Mauricio y sus dos edecanes Euterio y Cándido contestaron la orden del emperador Maximiano
de rendir culto a los ídolos, y el propio Cesar en Puente Milvio, había
derramado su sangre por todo aquel conjunto de valores que representaba. Lo
mandó ejecutar un comisario algo neurótico y azacaneado, que se llamaba
Yurovski, que había pasado varios días esperando un telegrama desde Moscú.
- ¿Qué hacemos con este pez gordo, camarada,
símbolo de nuestros males, amo y déspota de la vasta Rusia?
Como en la muerte de Cristo, aquel judío no
fue responsable de la inmolación del Justo. En
cierto sentido y como cosa personal, ejecutaba los designios de la
divinidad, pero en aquella hora aciaga no actuaba en representación de la grey
elegida, sino que se situaba como mero ejecutor de un diseño que pertenece al
arcano de los planes secretos de Dios para con la humana condición. El último
de los Romanov había sido sacado del redil de los corderos para inmolarse y
servir de ofrenda, expiando de esa forma la culpa colectiva. Un pueblo en
bloque -ese es el gran sofisma, la añagaza diabólica- jamás podría ser
calificado de deicida. No obstante, y como explicitaremos a seguido, hay vetas
oscuras en la conducta del Israel de la tribu de Dan, que pueden transformar a
todo el conjunto en “ pueblo aborrecido, escupido de la boca del Señor” En todo grupo humano, los hay mejores y
peores. La maldad y la bondad nunca pueden ser categóricas. Yurovski, el
antiguo aprendiz de fotógrafo y ex enfermero, un hombre sin entrañas, y después
de Judas uno de los especimenes de la raza humana más inhumanos y protervos que
salió de vulva de mujer a la expectativa de órdenes decisivas, ejerció
funciones de Pilatos en aquella hora triste y crucial. No le imputéis la muerte
del justo, aunque de los labios de sus comilitones partió el grito estridente
que ya sonó otra vez en el Lithostros: “caiga su sangre sobre nosotros, y nuestros
hijos”, pero Jesús volvió a la carga y repitió la frase de misericordia y de
perdón:
- Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen.
El mensaje de perdón resonaba nuevamente al
cabo de siglos, de crímenes, depravaciones de la carne desolada en la melopea
monódica entonada por los oficiantes - seis popes y seis diáconos- y así el
símbolo áureo en el número quedaba repetido. Doce grandes ventanales tiene la “
Petropavloski sobor” emplazada en el recinto de la fortaleza del mismo nombre y
doce curas eran los que oficiaban el funeral. El mundo del pecado sigue así
participando en el ágape de la esperanza. No nos queda más remedio que indultar
y perdonar, a favor de las enseñanzas del evangelio, e imitar en su mansedumbre
al Cordero que cargó con el peso de la culpa a sus espaldas. La voz de los
sacerdotes, tremolando magnifica, resonaba cerca de las cimbrias de las bóvedas. Tenía el
ceremonial todo el empaque y solemnidad de una coronación.
Las casullas de los oficiantes recamadas de
oro y de pedrería emitían irisaciones de madreperla. Una esmeralda, engastada en el báculo del obispo de san
Petesburgo que asistía a las honras fúnebres desde su trono de honor bajo un
baldaquino de damasco, brillaba de una forma característicamente simbólica
acercando el mundo militante al de la iglesia triunfante y coronada. Rutilaba
igual que un sol azul, diminuto.
Estaban las naves de la basílica, una de las
siete catedrales con las que cuenta la antigua sede imperial(Ismailovo, San
Nicolás, Nuestra señora de Kazán, la de San Isaac macedonio y la de la
Transfiguración) atestada de creyentes. Su cúpula mide ciento veinte metros de
alta y enseña una veleta de oro macizo, la cual durante el cerco de Leningrado
tuvo que ser tapado con una funda porque el bastión encandilaba a los
apuntadores de la artillería germana. En
estilo alejandrino esta joya del barroco ruso del Domenico Trenzzini, ocupa una
eminencia. Desde su aguzado campanario se puede dominar una panorámica de la
corte de los zares. En días soleados, la vista alcanza las planicies de
Finlandia. Por su trazado dieciochesco, recuerda a San Pablo de Londres de
Christopher Wren y al Vaticano. Pedro el Grande mandó colocar en lo alto del
chapitel una flecha apuntando hacia Europa. Fue un gesto admonitorio, porque aquel
gran zar creía que, cuando Roma y Londres, otrora bastiones de la cristiandad,
cayeran en manos de los enemigos de la Cruz, todavía quedaría la Ortodoxia. Una
fuerza diferente, telúrica, alienta dentro de sus muros construidos en granito
rosado finés. Es una energía que traspasa y conmueve.
En el mausoleo de los Romanov por fin iban a
descansar si no sus huesos al menos la memoria del zar de los ojos soñadores,
callados introspectivos. Tenía una mirada líquida. Como de aguamarina. La
singular apostura de este varón de deseos era una belleza profética. Supo desde
un primer momento cuál sería su destino. Dormiría por fin al lado de Pedro el
Grande, de Catalina , y junto a la sepultura de su padre, Alejandro III,
también asesinado por una anarquista.
El
incienso que flotaba sobre las cabezas del gentío premiaba a los que asistían
al espectáculo, tan impresionante, con la visión por un pequeño agujero y por
unos instantes del canto incesante de la eternidad. La antífona del Querubín se
daba la mano con la oración de los difuntos que en la Iglesia bizantina carecen
de ese aire tétrico y de desgarro
ahogado plañidero que los occidentales solemos dar. El rostro de Nicolás II es
el que más se parece al que conocemos por el Santo Síndone. Transpiraba serenidad
y majestad y una hermosura augusta teñida de timidez y de melancolía.
¿Era Cristo un griego? Esa es una pregunta
que me hago últimamente. Desde los Urales parece sentirse su presencia y desde
los montes que circuyen al Ararat resuena el grito del arca Perdida, cuyos ecos
se escuchan por el orbe entero. La cámara de resonancia es las cúpulas del
Cuerno de Oro, los bulbos sagrados que muestran al mundo las cruces en
Constantinopla, patinados de la luz misteriosa de los iconos. “ Ex oriente,
lux”: de allá llega el grito, como una taladro de misericordia, de
comprensión y de bondad. ¿ Habrá empezado el siglo futuro a partir de las
exequias, diferidas durante tanto tiempo, del último zar, cuyos hermosos ojos
tan humanos y comprensivos coronan las divinas techumbres?
Desde los últimos cuadros que quedan poco
antes de su cruento martirio miran sus ojos de un azul esmeralda. Parecen decir
comprensivos y sumisos acatando la divina voluntad: “Rusia, yo te perdono”.
He ahí una bella familia acribillada a balazos
una madrugada en los sótanos del caserón de una vivienda de campo, la casa de
Ipatiev, el rico mercader, que vivía en el antiguo monasterio del mismo nombre
desamortizado por el soviet. Se da la coincidencia trágica que en el
claustrillo de Ipatiev los boyardos elegirían emperador a Miguel Romanov, el
primero de la dinastía; allí vendría a morir de una manera innoble y a traición
sin juicio previo el último de todos ellos. Se completó la saga y se cerró un
círculo. Un periodo que abarca de 1613 a 1917. Diez monarcas absolutistas
ciñeron sobre sus sienes la corona de todas las rusias. ¿Cuales fueron las claves de esta muerte por
fusilamiento? ¿Qué queda detrás de aquel magnicidio de la hermosa familia: Olga, María, Tatiana,
Anastasia, las princesas? Alejandra, la zarina? Los esbirros no perdonaron ni
al zarevich, hemofílico, con las piernas llagadas, que compareció ante la boca
de los fusiles llorando; estaba sentado sobre las piernas de su progenitor.
Tampoco hicieron gracia del médico de cabecera de la familia imperial, el Dr.
Brotkin y el aya Demisova. Rusia, yo te perdono ¿Se perfila algún remanente de
futuro para la humanidad gobernada ahora mismo por los herederos de aquel
esbirro por nombre Yurovski y en Babilonia el nuevo Nabucodonosor- todo el
mundo repite hasta la nausea sus amores expeditivos con una becaria, historia
escandalosa, propia del mas gusto, y de la zafia vulgaridad con que conculcan
todos principio moral y toda norma de Justicia el Ogro Universal de Quitaipón:
Daniel, profeta del Altísimo, ¿donde estás? Ven a leerle la cartilla a éste,
que ya hay síntomas de escritura en la pared, pues su reino será dividido y él
pesado en la balanza y no dará la talla, aunque dé otras, que la más
importante, no, para su condenación y desgracia- y entregada a los dislates de
la Cena de Baltasar?
El pelotón de fusilamiento lo mandaba el
propio Yurovski. Pero a última hora tuvo que sustituir a los rusos del piquete
por mercenarios húngaros a los que se obligó a ejecutar la orden firmada por
Lenin a culatazos y doblada la ración de
aguardiente. Los rusos se negaban a disparar contra el emperador. Estaba
considerado como un dios.
Yeltsin dijo”: Todos somos culpables”.
Saldaba de esa forma una vieja cuenta pendiente con los anales no obstante
haber quedado impune aquel crimen para siempre.
Los acontecimientos
me han trasladado “ ad unguem” y a lomos de la perspectiva otorgada por los
sueños del mucho leer- a espaldas queda toda una larga vida de contemplación
estética de lo ruso. Fui elevado cogido por los cabellos de las manos del ángel
que transportó al profeta Habacuc a Babilonia para llevar al profeta Daniel,
preso en la cueva de los leones, aquel potaje eucarístico, o como el diacono
Felipe en Azeto. De la misma manera he sido yo transportado yo hasta Petrogrado
en las alas del divino Miguel de la literatura en este caliginoso y extraño
verano del 98. Huía de las soflamas de mis enemigos, del tedio y el encono o la
injusticia o el instinto de revancha de un mundo que rueda hacia el abismo.
XXI
Aterricé en las riveras del Neva una soleada
mañana de julio, cuando las campanas de todas las iglesias de la vieja ciudad
imperial repicaban a misa. El sol radiante daba esplendor a los chapiteles en
bulbo donde campea la cruz del Redentor coronando el “ mound “ esférico que
significa que Cristo es rey del globo terráqueo. A pasos veloces y escoltados
por mi poderoso valedor a lo largo de los bulevares y prospecta que confluyen
en la gran plaza penetré en la enorme catedral de san Isaac. La misa había
hecho que comenzar.
- Bendito sea el Señor Dios nuestro. Ahora y
siempre.
El precentor
(recitador) invocaba a la Santa Trinidad y el coro entonó las letanías de la misericordia,
que son más solemnes y hasta resulta electrizante en las misas de difuntos.
Acto seguido, se cantó el “ Otse Nash”(padrenuestro). Mi ángel velador a
todo esto iba y venía del trascoro a la bóveda y de la pérgola del iconostasio
hasta las capillas auxiliares casi a la velocidad de la luz, su cuerpo radiante
brillaba como un crisólito y tenía todo él la agilidad y hermosura de la
exhalación. Su sola visión causaba confianza y a la vez pavor.
Era el mismo
personaje que librara a Daniel del pozo de los leones, burlando las acechanzas
de los enemigos del profeta y liberándole de las cárceles de Nabucodonosor. El
hizo volver a cantar a las gentes.
- Bendito sea el Señor ahora y siempre -
repitió el diácono iniciando el responso con una santiguada.
- Por los siglos de los siglos. Amen. -,
atronó el coro.
Las cúpulas de la catedral de San Isaac
resonaron como si quisieran venirse abajo. En vez de un responso, aquello
parecía un canto triunfal. El ángel que transportó al profeta Habacuc desde los
cabellos hasta el pozo, y el que libró a Ananías, Azarías y Misael del fuego me
había llevado a un lugar del mundo donde yo sería capaz de mirar el cielo a
través de una rendija. Portaba en la diestra una espada de fuego y en la
siniestra la copa ritual del vino nuevo. Era la sangre derramada del cordero,
la sangre de los mártires, la del último de los Romanov. En ellas latía el alma
imperecedera de todos los acogidos al sermón del monte. Era la sangre de las
víctimas de la intolerancia, el fracaso y el desamor, la infamia. Comparecieron
ante mí - fue una visión terrible y a la vez beatífica - los rostros de
prostitutas, de borrachos. Gabriel les había franqueado las puertas del
Paraíso.
Allí estaba Martín Menoyo con sus ojos de
calma y de sufrimiento ostentaba los bretes de su infortunio. Las cadenas que
arrastró en vida en el penal de los Reyes y la blanca a la cual fue amarrado se
habían convertido en enseñas de triunfo. Eran de oro rojizo. La cárcel, pensé,
puede ser purgatorio, pero algunos lo convierten en Monte Carmelo. Peldaño a
peldaño, se alcanza la unión mística con el Esposo.
¡Han sido tantos los presos, los
hospitalizados, los que pasaron su existencia en manicomios y casas del dolor!
Todos ellos estaban ahora a la derecha del Padre!
Yo vi a Juan de la Cruz con un ceñidor de
guirnaldas y el alba de lino impoluto, sacerdote de Jesucristo y a las tres
Teresas. Estaban con muchísimos otros. Tantos que me parecieron innumerables.
Se habían dado cita allí en la mañana de julio. Podían ser miles de millones y
todos cabían en la inmensa “ sobor”. El ángel de la dicha les abrió los
postigos y el cielo y la tierra en aquel punto y sazón quedaron comunicados a
lo largo de una larga escala de Jacob, cuyos peldaños no eran sino cabos de
estrellas. Paz a los hombres de buena voluntad... No tengáis miedo.
El coro había vuelto por sus fueros. La masa
de voces acometió un responso maravilloso. Dirías sentirse el batir de las alas
del serafín. Toda la melodía se desarrollaba en eslavónico litúrgico alguna de
cuyas estrofas llegué a entender perfectamente. Eran gritos de misericordia y
de perdón. Ayes ante el dolor y la fugacidad de la existencia humana. Da la paz
a tu siervo, Salvador. Coronalos de la palma del triunfo, por tu amor al
hombre... Conduce a nuestro llorado zar y a su familia al paraíso, donde el
alma de los justos y de los santos padres resplandece como luminarias,
perdónales sus pecados.
En aquel momento toda la congregación en
peso, los miles y miles de creyentes, visibles e invisibles, que poblaban las
naves de la “ sobor” y las aleyas de la fortaleza de Pedro y Pablo, hincó la
rodilla en tierra. Es la única ocasión en que se arrodillan los ortodoxos. Por
lo común, los oficios, a los que diariamente asistía el zar con fervor en los
postremeros días de su existencia, porque acaso notara que el espíritu le
ayudaba a sobrellevar los trabajos con presencia de animo. El mártir,
apoyándose en el don de la gracia, suele arrostrar la prueba con una fortaleza
interior que suele espantar a los propios verdugos. Éstos en la hora final
suelen mostrar más miedo que las propias víctimas.
Los doce oficiantes, símbolo de los doce
apóstoles, se persignaron varias veces al tiempo que doblaban el torso hasta la
cintura. Sólo quedó erguido ante la cruz el deán igual que un huso. Engastada
en su tiara pontifical con toda la plenitud y la inocencia de su sacerdocio,
también su majestad, una esmeralda emitía fulgores. Su luminosidad parecía
potente y lejana lo mismo que la de una estrella.
El salmista repartió velas entre los fieles.
El templo iluminada por millares de cirios y las lámparas que colgaban de las
pechinas, los arcos formeros y el triforio aparecía cual ascua incandescente, formando una especie de lago de luz sin espacio y sin tiempo.
Infundía todo eso la percepción de lo infinito. Pero los rayos que más
brillaban eran los que salían de adentro. Cada rostro era un espíritu puro. El
alma humana es esencialmente musical. Sinfónica. Así lo quiso el Consolador. A
través de la armonía llegamos al conocimiento del Padre. El diablo odia la
música. En el infierno no se canta, al no existir armonía. Sólo estridencia.
Por ende con toda la razón se ha temido que el destierro de los coros a capella
y la proscripción del gregoriano y del latín, que han dado paso a lenguas vernáculas
y a instrumentos populacheros y estridentes como la guitarra tabernaria, de
acuerdo con las nuevas rúbricas liturgias del segundo concilio Vaticano, han
significado un triunfo del maligno. Por suerte Bizancio siguen sin reconocer
tales estipulaciones cultuales con arreglo a los cánones de su tradición.
La ceremonia, los
cantos, las reverencias y el dúo de las
letanías con sus melismas y contrapuntos acotados de réplica y de queja, para
impetrar el favor divino, que hacen pensar
en el batir de la marea indómita sobre los rompientes de una playa infinita, no
parecían de este mundo. Yo estaba protegido por las alas del serafín
contemplando el rostro de Dios. No era el anciano que retrata Daniel sino una
fuerza que adopta todas las formas, olores y sabores de su creación. El legado
de los Cielos salvó a los Tres Jóvenes de Babilonia soplando con sus fauces y
creando una corriente de aire fresco en medio del fuego abrasador.
Verdaderamente, Cristo es inmenso.
Se acercó a mí el
querubín y me dijo:
- No sufras más varón de deseos. Tus
plegarias han encontrado oídos adeptos en Quien me envía. No tengas miedo.
Una paz infinita se apoderó de mi persona.
Con todo el brío de mis pulmones deshechos exclamé:
- Mira, Señor, mi cuerpo lacerado por la
enfermedad y mis pies hinchados por la podagra y la uremia. Tengo el paso torpe
y vacilante. Mis enemigos se ríen de mí. Apiádate de mis pecados. Acaba con las
angustias que me afligen.
Volví a sentir la palpitación del ala del
ser celestial que guiaba mis pasos. Era como el sonido de una inmensa bandada
de palomas. Mi cabeza parecía que iba a estallar. Jesús, hijo de David,
apiádate del que te sirve y te confiesa ante los hombres. Se posaron sobre mi
cabeza unos ojos cuajados de mansedumbre. Como aquella vez, en la catedral de
Ávila, cuando alcé la mirada al techo y vi a Cristo agonizante reclinar su
mirada sobre la mía... Vengan a mí los tristes y lacerados. Todos aquellos que
sufren persecución por la justicia.
Ya no habrá catedrales vacías solo frecuentadas
por curiosos miracielos y por turistas japoneses ávidos de copiarlo todo. El
efecto “sobornosti” es una experiencia única e intraducible. Ya no habría más
abandono. Me llegó el convencimiento y la persuasión aquella mañana radiante
del 98 que en adelante sería así, mientras asistía en espíritu a los funerales
del Zar. Se anunciaba un tiempo de visitación, aunque yo siguiera repitiendo
con Agustín la plegaria del abandono del justo que acepta su dolor y
abatimiento para expiación de la culpa: Hic ure, hic seca, hic non parcas, ut
in aetérnum parcas (quema aquí, corta lo que sea necesario, y no me perdones en
esta vida para que en la eternidad me perdones).
- Cristo libertador,
rompe nuestras cadenas. Seas nuestro alfaqueque. Ven a reinar sobre Occidente
en majestad. Rescátanos de las garras de los modernos Nabucodonosor. Ellos,
para espanto y risa de las gentes, no son más que estatuas de barro. El ángel
de la venganza les convertirá de nuevo en bueyes, en mulas o en serpiente, en
justo premio a su bestialidad ¿ No dicen que el hombre viene del mono? Pues
aquí a los poderosos del orbe andando a cuatro patas. Su zoantropía- pues es la
querencia de su habitud - hará que se transformen en los animales que tienen
por dioses: imitarán las ancas de la yegua, rebuznarán como el asno, silbarán
cual la serpiente, saltarán como el gamo, pacerán como el ternero, graznarán
como el cuervo. Libranos de los espantosos legados de la ignominia y de los que
blasfemos contra tu santo nombre quieren que todos volvamos a ser alimañas del
campo. Destruye su reino que es de cartón piedra. Mira, señor, que no somos más
que polvo, pero polvo enamorado y redimido de las cadenas del pecado que es la
muerte. Pues Tú dijiste: quien crea en Mí será participe del reino futuro y le
alumbrará la luz que nunca se extingue.
XXI
La voz de los seis diáconos coreó mis
pensamientos. Atronó bajo las excelsas bóvedas de la catedral de San Isaac la
secuencia del “ Dies Irae “. El preste alzó las manos para bendecir. El coro
entonó “Paz eterna al alma del justo”. Se extinguieron los cirios, que elevaron
en el aire azulado por el incienso hilos de humo gris. De los pabilos al
apagarse brotó una insólita fragancia. Me dio la sensación de aquella fragancia
súbita y sacra provenía no del humo de las velas al extinguirse sino de los
propios restos humanos en el relicario de los féretros. Dentro de la urna no
quedaban vestigios, porque los cadáveres habían sido incinerados con gasolina,
ácido sulfúrico y cal viva en la famosa fosa común de “ Los Cuatro Hermanos”,
aquella afanosa noche de pesadilla del verano siberiano del año diecisiete. Así
y todo, podía decirse que olía. Era ese aroma de santidad del que habla la
Biblia.
La exhumación de los despojos humanos de la
familia Romanov había suscitado una enorme polémica. Algunos arguyeron que no
eran los de Nicolás II, pero arqueólogos ingleses cotejando el ADN de los
fallecidos con el del Duque de Edimburgo habían establecido que pertenecían verdaderamente
al grupo genético de los Romanov.
Un pelotón de gastadores del Regimiento
Preodbrayenski (Transfiguración), o de la guardia regia, que milagrosamente no
había sido disuelto durante los años que duró la Unión Soviética, estaba
cubriendo carrera y dando escolta de honor junto al catafalco. La divinidad
actúa de manera misteriosa. Sus enemigos delante acabarán humillando la cerviz.
“Lavaron sus estolas en la sangre del
Cordero”, se oyó cantar al salmista. Una encorvada anciana de ojos azules y
rostro complaciente me sonrió. Pese a la edad, su cuerpo baldado conservaba un
aspecto de juventud. Podía haber sido tiempo atrás una de aquellas heroínas de
las novelas a cuya lectura me había entregado durante los años de juventud,
cuando empecé a frecuentar las librerías de lance y descubrí en toda su
grandeza atesorada en la gran literatura
rusa. Pudiera ser Olga, la del Jardín de los Cerezos o la patrona de Crimen y
Castigo. Los que hemos soñado, amado, odiado o rezado a través de la literatura
sentimos un complejo de deformación profesional, que nos hace ver el mundo a
través de un mundo diferente. Pero la novela rusa siempre ha tenido para mí un
contexto profético. Avanzó las pautas fundamentales de mi existencia antes de
empezarla a vivir. Que tendría un gran amor desgraciado. Que me casaría luego
con una rufiana. Que todos me traicionarían, pero que al fin encontraría a
Cristo, el Jesús encarcelado de los que tienen una visión espiritual del mundo
particularísima. Hasta creo que fueron los autores rusos los que me han dicho
cómo iba a ser mi funeral en medio del abandono de todos.
Voy contra corriente en este afán. El mundo
de hoy (q.v.) mira para otra parte cuando se le habla de entornos profundos o
de calados proféticos. El contenido de gran parte de los autores eslavos se
mueve en la dirección del oráculo evangélico y muchos de sus libros son una
glosa del Nuevo Testamento estampada desde los bajos fondos y desentendiéndose
de florituras jerárquicas. Por suerte, los popes han sido gente del pueblo. A
Rusia, galardonada por Dios con las dádivas de muchos y de santos monjes, le
ahorró el suplicio y la tiranía espiritual de los jesuitas o el escándalo de la
gran sopa de letras que han sido en la Iglesia Latinas las innumerables órdenes
monásticas y la pléyade de cofradías y de capillas.
Cada fraile un escapulario y cada
escapulario, una camándula. Por eso han sabido retener mejor que nosotros la
esencia del Cristo vivo. Y, para colmo, la sede de Pedro ha sido usurpada por
un infame polaco, que selló pacto con Mefistófeles. Los polacos en varias
ocasiones arrasaron a sangre y fuego Moscú, debelaron sus monasterios, violaron
a las doscientas monjas de Novodievichi. Pertenecen a una raza infernal, como
los irlandeses, aunque se digan católicos, del anticristo. Rusia se fraguó en
la lucha contra el mongol y contra el polaco. Está escrito que de ella ha de
nacer quien traiga paz a las naciones.
“Tsar bascriesse (el zar ha resucitado para
vivir eternamente). Las notas del canto de resurrección se me clavaban en el
alma. Avanzaban sobre las bóvedas a ritmo certero y solemne. Brotaban como de
un pozo de gracia y de misericordia. El timbal de los tenores y contraltos
alternaba con el murmullo potente de los bajones.
Era el grito más augusto y solemne que jamás
podrá ser escuchado en la Tierra. Un verdadero pregón de bienaventuranza al que
nada es comparable. Todo lo domeña. Algunos se santiguaban. Otros se
restregaban los ojos porque tampoco podían aguantar la visión.
¿Dónde había visto yo a aquella dama? ¿ En
algún relato de Pushkin?
Leyó el sacerdote la
oración postrera. Acto seguido, el cortejo de clérigos detrás de la cruz alzada
y de los ciriales se dirigió en procesión
hasta la capilla lateral donde iba a erigirse el emplazamiento definitivo
de la tumba con los restos, un lugar humilde sin monumento enrejado. Allí una
simple lápida de mármol negro advertiría al visitante que allí había sido
inhumado el último zar bajo un icono de la Dormición y una gran cruz de roble
iluminada por la luz de un pebetero permanentemente encendido. Llegados al
sitio, un diácono, cogiendo de un acetre una paletada de tierra rusa, la fue
desparramando sobre el ataúd en forma de cruz, mientras pronunciaba las severas
palabras que encierran toda la clave severa y fatal del misterio del breve paso
del hombre mortal por esta vida: “ La tierra, y cuanto de ella salió, y en
ella vive, pertenece al Creador. De ella saliste, Nikolai; de ella, salisteis
Olga, Tatiana, María, Anastasia, Elena. Alexei, y a ella habéis vuelto ya”.
El
chantre, al cerrar el libro de rituales o “ cinerarium”, hizo un ruido
sordo, bronco y terrible, todavía más trágico que el emitido por las paletadas
de tierra sobre el catafalco. Era el signo de que las exequias habían llegado a
su fin. La vieja dama a mi lado se prosternó sobre las frías baldosas de la
catedral de Petrogrado haciendo alarde de una agilidad semi angélica, hundió su
frente en la tierra y la besó.
- Se acabó - escuché gritar a alguien
Pero otra voz misteriosa desde el otro lado
del templo apostrofó en tono contundente:
- No. El zar vive y vivirá, como el justo,
eternamente.
Una multitud empezó a desfilar ante la grada
del cenotafio. Pronto, éste aparecía cargado de ramos de flores. Las
guirnaldas, las azucenas, los gladiolos, las rosas, las siemprevivas, los
crisantemos formaban un segundo túmulo hasta cubrir por entero toda la altura
de la capilla, llegando hasta la ventana geminada por cuyas vidrieras penetraba
un sol de resurrección. Su luz refundía los colores de las flores allí
depositadas. El relicario estaba llamado a convertirse en lugar santo, en
centro de peregrinación.
A la salida del
templo la multitud abucheó al presidente que desaparecieron en sus lujosas
limusinas de color negro a toda carrera enfilando la avenida Nevski. Yeltsin,
que había derramado lagrimas de cocodrilos en un breve discursillo durante la
ceremonia, diciendo aquello de “ todos somos culpables “, había sido juez y
parte de aquel hecho. Siendo gobernador de la lejana provincia de Yekateringrad,
sector de Zverdlosk en los Urales, ordenó exhumar los restos de los fusilados y
embarduñar los huesos de cal viva para conseguir así que no quedase ni rastro.
Otro legrado de memoria. Sin embargo, podrá oponerse a la acción del Espíritu
santo. La gran pascua aguarda a todos aquellos que dieron su vida por la verdad
y la belleza del Evangelio y los enemigos de la Cruz, que siempre fueron
sagaces y disertos en las cosas mundanas y en recursos leguleyos, nunca lo
podrán comprender. Son bastante lerdos.
- Tsar baskriese s Xristoi ( el zar
resucitará con Jesús).
La antena de resurrección volvió a soplar
inconfundible y magnífica.
Desde la otra parte del coro matizaban:
- Poistini baskriese (verdaderamente
resucitará).
Era el grito más impresionante y solemne - el
grito de resurrección - que podrá escucharse en toda la liturgia cristiana. Un
terremoto que hará retemblar toda la tierra para escarnio de los impíos. Es el
pregón de la bienandanza que se acerca. Nada podrá comparársele. Entre la
multitudinaria congregación de feligreses que había asistido al acto y avanzaba
a cada una de las cuatro salidas, las cuatro puertas que en la catedral de San
Isaac miran para los cuatro vientos, unos se santiguaban con unción, como
hicieron el zar y los suyos delante de la boca de los fusiles cuando fueron
sacados del lecho para ser fusilados.
La Cruz había ganado la partida y aquella
mañana el mundo podría gritar con el apóstol: “¿Muerte dónde está tu
victoria?¿Muerte dónde está tu aguijón? Otros sonreían con la misma unción que
el ángel de oro encaramado en la veleta. Los más lloraban de gozo, conscientes
de haber sido testigos de un hecho insólito, irrepetible: la exoneración del
inocente. Dios había por fin acabado de justificar al varón de deseos. Todo allí
había tenido un sello profético.
XXII
El tiempo había aclarado. En el parque de
Máximo Gorki unos niños con el pelo color de avena desplegaban sus birlochas y
lanzaban al viento la cometa bajo la mirada cercana vigilante de madres y
niñeras. Gruesas matronas de rostro complaciente saboreaban uno de esos
deliciosos helados que son exquisitos en toda Rusia y concretamente en esta
ciudad. Era una placentera mañana de verano en que todo parecía en calma. La
salida de misa es una hora de ilusión y de sosiego en todas partes. Las gentes
se muestran contagiadas de esa paz eucarística y eulógica (euλoγεiα = bien
hablar) del que participa de algo divino
La flecha del chapitel donde hace equilibrios
el querube que porta la cruz tiene siete metros de alzada. Cuenta la leyenda
que un rayo derribó la estructura en mil
ochocientos treinta. Hubo de ser reemplazada, pero a ver quien era el majo...
Un pizarrero especialista en el sollado de techumbres y la artesanía rusa
cuenta con buenos especialistas en el trabajo de cubiertas, porque con el frío
que hace por el invierno allí las casas no pueden tener goteras) se brindó
voluntario trepando hasta lo más alto del pináculo. Para recompensar el arrojo del
valiente y temerario menestral, Piotr Teluchkin, por un ukase especial, otorgó
al ciudadano un fuerte suma de rublo, así como el “ cubilete de oro”, esto es:
el privilegio de poder beber en todas las tabernas del imperio de balde. Se
hizo borrachín el antiguo equilibrista y su inmoderada afición al vodka hizo
que acabaran prematuramente sus días. Petersburgo es el sueño de la razón
enciclopédica reconvertido; la combinación de dos mundos. La teología se
amalgama con la ciencia en pomposas fachadas de estuco, avenidas de una
tracería perfecta, que parecen tiradas con plomada y cartabón. Aquí resplandece
el misticismo ruso conjugado con el esfuerzo liberador del hombre que piensa en
el progreso. El Hermitage y las atarazanas de la Escuela Naval viven a la sombra
de las cúpulas en bulbo rematadas por la cruz constantiniana. Esta ciudad
encarna la apoteosis del cosmopolitismo cristiano. Vibra en una cuerda
particular de la que carecen otras metrópolis donde se palpa un aire de mayor
gentilidad. Petersburgo se alzó a favor de la voluntad de un déspota ilustrado
- Pedro el grande - que trató de hacer un tipo de capital distinta, una nueva
ciudad de Dios en que se conjugara la fe con la razón.
El ángel me llevó a mostrar la ciudad. En la
Plaza del palacio (dvortsovota plotshad) contemplamos la columna rostral
de Alejandro que da entrada a la exedra del Palacio de Invierno. En ese enclave
fue asesinado el zar - pervive en todos los Romanov una especie de
maldición que aboca a la mayor parte de
los miembros de la dinastía a un destino trágico - por el hermano mayor de
Lenin, al que luego ahorcaron, allí mismo dio principio la revolución del
diecisiete. En la cima del obelisco, de granito rojo de Finlandia, la figura de
una ángel alza la cruz, mientras sus pies descabezan a una serpiente. El
monolito, de treinta metros de alto y con epígrafes en relieve, posee un
aspecto impresionante.
- Esta ciudad nos pertenece - comentó mi
excelso acompañante, quien me traía de acá para allá agarrado del brazo. Su
mano infundía en todo mi cuerpo un calor saludable.
“Al zar Alejandro I,
la patria rusa en prenda de gratitud” reza la leyenda que da motivo a las
secuencias en relieve de la columna rostral. Sobre dicho emperador corrieron
creencias de un mítico sebastianismo. Aquel zar no ha muerto. Vive escondido en
alguna parte del inmenso territorio y viaja de incógnito bajo el nombre de
Piotr Kazmitch. Al final de los tiempos vendrá con Jesucristo a rescatar a su
pueblo de las garras de la serpiente. Al igual que la mayor parte de los
Romanov, a los que persigue un destino trágico, Alejandro I fue un adalid
representativo de la lucha contra el dragón.
Frontero al Palacio de Invierno ya admiramos
la amplia exedra del Gran Estado Mayor (Glavni
Schtabe) cuyos pretiles dan a la Perspectiva Nevski, auténtica arteria
de la ciudad imperial, toda ella bordeada por los dos ramales del Neva. Hay que
cruzar el río y sus canales de continuo. Por eso Petersburgo con un número
famoso de puentes, casi setecientos. La silueta del Almirantazgo también
resulta impresionante.
El motivo, casi obsesivo, y que sella el
destino del pueblo ruso, del duelo a muerte que ha de sostener la nación contra
los poderes infernales, vuelve a
repetirse en la estatua de Pedro el Grande. Desde su caballo de bronce mira el
rey pensativo para las aguas del Golfo de Finlandia, la testa coronada de hojas
de laurel, y las patas traseras de su montura acoceando un áspid.
Siguiendo el hilo de las claves mágicas y de
la semántica esotérica, hay que ponderar en el iconostasio de jaspe de la
“Kazanski sobor” la presencia de treinta y tres estatuas de santos,
representando cada una los años que, de acuerdo con una tradición apócrifa,
pasó Jesús en este mundo. En el de la fortaleza de Pedro y Pablo este número se
amplía a diez más, cifra correlativa a la de arqueros (steltzi) o
centinelas que vigilaban día y noche las entradas apostados en los matacanes de
las murallas coronadas de almenas con puntas de diamante.
- Todo es aquí rojo y azul. Hasta las
piedras y los colores transpiran unción sagrada - exclamé embelesado, pero mi
divino tutor apenas profería palabra.
Como el grumete vigía que descubre nuevos
mundos y hace caer de los ojos de los hombres las costras que le mantienen
ciego a las cosas sagradas y a la vida de la gracia - eso mismo le había hecho
a Tobías - me conducía por un dédalo de calles y de plazas, bulevares
rimbombantes, bibliotecas, museos, y jardines, y todos aquellos elegantes
edificios cabe el agua de las mejanas y de los canales que hacen a la vieja
ciudad hanseática. Era, sobre todo, incontable la copia extrema de iglesias. De
alguna manera, a través de aquel cicerone, legado del Ser Supremo, yo me estaba
iniciando en los misterios de una vida nueva.
Por fin el ángel habló de esta manera:
-
Cristo Salvador reinará. Su memoria no podrá ser borrada hasta el final.
Y, como para dar crédito a su firme
sentencia, sucedió que ibamos dejando a nuestro paso un reguero de aromas y de
fulgores. Era como la cauda de un cometa. Aquellos portentos ya no me
inspiraban recelo. Porque la primera vez que vi a este ser celestial, que me
cogió por los cabellos igual que al profeta Habacuc, sentí pánico y me desmayé
de terror. Todavía, sin embargo, sus ojos me seguían pareciendo enigmáticos y
sus palabras oscuras. ¡ Ah, aquellos ojos, sobrecargados de fuerza y de
expresividad, un pozo de saberes, punto de encuentro de toda la ciencia
gnóstica!
- ¿ Quién eres?- inquirí.
- Soy Miguel, el defensor de los pobres y de
los perseguidos. No tiembles. Sígueme. Yo te portaré entre mis alas a los
palacios. Te enseñaré cosas recónditas. Vas a aprender un cántico nuevo, el que
cantamos en el cielo continuamente los nueve órdenes angélicos. Dios me envía a
ti para que goces de las notas de su música. Gloria a Él.
- Por los siglos de los siglos.
- Amén. Los hombres viven de espaldas a su
verdad y a su belleza. Adoran al becerro de Betel y pronto serán castigados.
Pero escucha esos coros.
Efectivamente por
toda la ciudad resonaban cantos de majestad. La música sagrada es el medio más
rápido para acercarse al rostro de Dios.
Obedeciendo el
mandato del arcángel, mis pasos, antes vacilantes e inseguros, se hicieron más
firmes. El divino heraldo me hacía pisar fuerte. Había desaparecido de mi
rostro ese halo de temor y de confusión nerviosa de los que van por el mundo a
la agachadiza, porque volví a pensar que mi confianza estaba depositada en el
Señor. Hasta creo que por un milagro se irguió mi espalda y desapareció la
chepa que tanto me aflige y es la culpa de que yo vaya por la vida sin aplomo y
sin confianza.
Miguel había bajado a hacer desaparecer mis
zozobras. Sus gestos y ademanes eran mis propios gestos y ademanes, y por
primera vez en mi existencia supe lo que es andar derecho y sin miedo a nada.
El brazo esforzado del Señor era quien me infundía valor.
Una brisa procedente
del estuario acariciaba los cabellos de su melena rojiza. Tenía un rostro
alegre y casto, de facciones armoniosas, en el cual lo más destacable -ya digo- eran sus ojos omniscientes y
penetrantes.
Nuevas cúpulas
doradas se abrían sobre el horizonte. Más iglesias, catedrales y monasterios.
Las grandes ciudades rusas imitan a Kiev, madre de la ortodoxia y todas ellas
aparecen rodeadas de un cíngulo de campanarios y de muros sagrados. Es lo que
se conoce “ El Anillo de Oro “. Estas bóvedas presentan un aspecto
inconfundible entre abigarrado, íntimo y grandioso, en el que se presenta en
toda su grandeza el sentido verdadero del cristianismo.
Aquellas torres que se alzaban ante la
mirada eran los cimborrios de la catedral de Kazán. Yo ya los había columbrado
de antemano. Había asistido a las vísperas cantadas por algún diácono de gestos
como absortos y fugitivos y me había prosternado ante el altar de la Madre de
Dios y de todos los hombres acompañando en sus plegarias a los héroes y
heroínas de las múltiples novelas de ambiente peterburgués que había leído.
Kazán es un paso honroso y un punto de referencia semi mesiánico en la
literatura rusa.
Durante siglos fue centro de peregrinaciones
marianas. Desde el rumbo los cuatro vientos fieles cristianos venían a honrar a
la Madre del Verbo, representada no de una forma antropomórfica sino
ideográfica. Era el rostro abstracto de todas las madres que se ven en los
reflejos de esa hebrea simbólica que inclina hacia un lado la testa mostrando
en brazos el fruto de sus entrañas, el velo y el manto incrustado de estrellas.
Sólo es una mujer que todo lo comprende, todo los sufre y de todos se apiada.
Por los batientes de la Puerta del Paraíso
se escuchaban las sublimes estrofas del “Akathistos”, el himno más antiguo a la
Deípara, que ya se cantaba en Efeso en el siglo Quinto. Es todo él una glosa
del “Magníficat”. Lo ejecutaba con voz perlada y emocionante un chantre con la
barba nevada en forma de hacha y una larga melena recogida atrás en un lazo.
Aquella voz de barítono que salía desde lo más profundo de la tierra y del “
sancta sanctórum”de un templo ortodoxo, conjuraba los poderes infernales que
nos rodea, y recogía todas las súplicas, todos los ayes impetrando la
intercesión marial. Nuestra Señora toda tocada de un manto de terciopelo en el
cual hacían aguas los reflejos de una estrella extendía su mano, que curaba las
llagas, aliviaba los sufrimientos, dando socorro al prófugo y albergue al
desamparado.
La estrella filante de ocho estrellas en el
ápice de la toca de la Virgen Madre brillaba sobre el mar de perfidias humanas
(cárceles, persecuciones, calumnias, imposturas, homicidios, estupros)
regenerando la oscuridad de la noche lóbrega. La sublime doncella y su nombre
bendito estarán yugados al dolor humano, oh Virgen nuestra del Perpetuo
Socorro, ayúdanos. Mis afanes, mis luchas, mis idealismos e incluso mis
desolaciones pertenecían a aquel templo. Me parecía que la catedral de Kazán
representaba el cenit y el nadir de mi existencia.
Un reverbero del sol matinal, rutilando sobre
las cúpulas doradas y yendo a arrumbarse sobre los frisos de los pórticos para
ir después a besar las campanas, puso una senda de fulgores en nuestro camino.
Hacíamos una ruta de purificación emblemática.
Me tiré al suelo cuan largo era, y en esta
postura de cúbito prono lloré de alegría ante las gradas del altar de la
Kazanskaya. Adoré al Dios de Israel. Mi ángel tutelar, que parecía tener prisa
en mostrarme más glorias aquella mañana inolvidable, vino a sacarme de mis
embelesos. Había mucho que recorrer todavía, más que admirar y era aun más lo
que había que sentir, en esta peregrinación singular. La antigua capital es un
entramado complejo de contradicciones. Junto al palacio del Santo Sínodo y la
escuela naval, estaban también los museos de la ciencia, la casa donde vivió el
Dr. Pavlov. Estaban los cirujanos y los médicos de la Isla de los Apotecarios.
Petersburgo es la meca de las ciencias empíricas y también de la trigonometría
y de la matemática. No es sólo el
Hermitage y el Palacio de Invierno sino que también su espíritu está presente
en los sublevados del crucero “ Aurora”, los ensayos en la Aptekarski Ostrov
del físico Roentgen con los rayos X, donde se encuentra la “ Strelka”, cuna
radial y aprisco de geómetras. Pedro el Grande se rodeó de una corte de
músicos, poetas, legisladores, químicos y físicos. Odiaba la superstición. En
la mejana de los Boticarios así denominada porque entre sus marjales se
recolectaban hierbas curativas por el verano nunca oscurece. Sobre su
superficie se desparrama el sol de medianoche, un fenómeno físico que inspiró a
Dostoievski sus “ Noches Blancas “. Sobre la boca del delta eleva su
perfil siniestro el bastión Trubestkoï, donde aún se escucha cuando la mar está
en clama el fragor de las cadenas de los forzados y el grito fantasmal de las
almas en pena. Este baluarte, siguiendo las pautas de las comparaciones de
Londres y de Ciudad de Vaticano, a las que quiere imitar la ciudad imperial,
trae a la memoria los muros impenetrables del Castillo de Sant Angelo o el cono
fatídico de la Torre de Londres.
- Davai... Davai.
XXIII
La catedral de Kazán
es un edificio de frontón griego, con un estilóbato o peristilo de columnas
dóricas, que recuerda al Panteón parisino, a San Pedro y San Pablo de Roma y al
Saint Paúl´s londinense. Coronando el tímpano el Ojo Supremo de Dios Padre
irradiando los rayos de vida concéntricos se hace triángulo escaleno. Esta
mimesis de las otras grandes capitales de la cristiandad refleja las obsesiones
de Pedro el Grande con la europeización del pueblo ruso y el deseo de convertir
a sus súbditos en reserva espiritual de Occidente. Se trata ni más ni menos del
mito de la Tercera Roma, una preocupación constante del misticismo ruso del
siglo pasado, que alienta en las páginas de Tolstoi y de Soloviov. Cuando Roma
caiga en los brazos de la prevaricación y de la apostasía, Moscú quedará como
depósito y baluarte de la prístina fe de Nicea.
Se cree que los tiempos finales será la era
de Acuario, el tiempo de la Mujer que aplastará la cabeza del dragón y por ende
la importancia del Santuario de Kazán como centro del que irradia el culto
marial. La Deípara salvará a la Iglesia, pondrá avenencias al cisma y asumirá
su papel de corredentora con mayor fuerza. Los caminos del Señor son del todo
misteriosos ¿ Quién iba a decir que una simple talla de madera policroma que apareció en un lugar del Caucazo en mil
quinientos setenta y nueve al cabo de una batalla de las huestes zaristas
contra los tártaros y que resultó ser una copia de la imagen de María de
Nazaret pintada por San Lucas en los tiempos apostólicos pudiera ser el
epicentro de tanto arcano simbólico?
Sin embargo, lo es. Se ve claramente este
papel medianero de la Madre de Dios entre el cielo y la tierra, cuando el icono
cientos de veces robado o enterrado volvió a parecer, o en la fuerte
resistencia que opuso Leningrado al cerco de la Wehrmacht. Novecientos días de asedio y la plaza no cayó
en manos alemanas. Algunos lo atribuyen a la intercesión de la Señora.
Ochentas años de revolución que convirtieron
el santuario en Museo del Ateísmo y en el noventa y cuatro ha vuelto a abrir
las puertas al fervor popular. Para confusión y sonroso de los antropólogos y
de los que se empeñan en predicar la religión del tiempo nuevo: que el hombre
proviene del mono, Kazán vuelve a tocar las campanas, en el interior del templo
vuelve a oler a incienso. Se percibe el brillo de las casullas recamadas de los
popes. Se oye el himno de exaltación del “ Akathistos”. La Unión Soviética se
ha derrumbado, huyeron despavoridos y sin conseguir pasar los hitlerianos. El
pueblo ruso, que es un especialista en la guerra de resistencia, se defiende
ahora numantinamente contra el zarpazo filisteo de los corredores de Bolsa y de
todo ese conjunto de valores que se engloban bajo el título genérico del
Mercado. Han ganado sin duda los norteamericanos pero las torres de Kazán -
cinco bóvedas doradas- son el faro señero
de advertencia a las fuerzas que propugnan una sociedad sin Cristo, y
sin ley. Los cambistas y mercaderes acabarán viendo desmantelados sus
tenderetes.
Petersburgo, la otrora Leningrado, y antes
Petrograd, es un baluarte inexpugnable, que lanza el aviso a los navegantes
desnortados o demasiado pretenciosos que navegan con la protervia y la
blasfemia de Babel a flor de labios.
Cuando llegamos el ángel y yo, los oficios
estaban en todo su apogeo. Sonaba un “ Te Deum”. Veinticuatro popes, el doble
de los que celebraron las exequias por el zar. La melopea estallaba triunfal y
monódica sobre los arbotantes y vitrales. Habla el Señor y al hombre no le
queda otro remedio que enmudecer. Tendrá
que acatar aunque no le gusten sus designios inexorables. La recitación del
cántico más excelso del Nuevo Testamento. Se escuchó en todas las iglesias de
Rusia el día que las huestes napoleónicas sucumbieron en Borodino. Stalin, el “
descreído”. Mandó recitarlo al patriarca Sergio el día de la victoria sobre los
hitlerianos; volvía a sonar ahora, cuando el zar, exonerado de sus crímenes,
encontraba descanso definitivo a sus despojos en el mausoleo de los Romanov, en
medio del clamor y la exaltación popular.
La composición poética había nacido en una
laura de Yugoslavia hacía más de catorce siglos:
Te Deum laudamus * te
Dominum confitemur.
Te eternum Patrem* omnis
terra veneratur.
Tibi omnes angeli* tibi
coeli et universae potestates.
Tibi cherubim et seraphin*
incessabili proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus*Dominus
Deus Sabaoth.
Pleni sunt coeli et terrae*
maiestatis gloriae tuae.
Te gloriossus apostolorum
chorus* te prophetarum laudalibilis numerus.
Te martyrum candidatus*
laudat exercitus.
Te per orbem terrarum*sancta confitetur
Ecclesia,
Patrem inmensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum
filium; Sanctum quoque Paraclytum Spiritum.
Tu Rex gloriae, Christe.
Tu Patris* sempiternas es filias.
Tu ad liberandum suscepturus hominem*non horruisti
Virginis uterum.
Tu ,devicto mortis aculeo,*aperuisti
credentibus regna coelorum.
Tu ad exteram Dei sedes*in gloria
Patris.
Iudex crederis*esse venturus.
Te, ergo quaessumus, tuis famulis
subveni*quos pretiosa sanguuine redimisti.
Aeterna fac cum sanctis tuis* in
gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine*et
benedic haereditati tuae.
Et rege eos*et extolle illos usque in
aeternum.
Per singulos dies*benedicemus te.
Et laudamus nomen tuum in saeculum*et
in saeculum saeculi.
Dignare,Domine Die isto,* sine peccato
nos custodire.
Miserere nostri, Domine* miserere
nostri.
Fiat misericordia
tua, domine, super nos* quemadmodum speravimus in te.
In te,Domine,
speravi*non confundar in aeternum.
Y Dios seguía en verdad bendiciendo a su
heredad, salvando a su pueblo y poniendo las cosas en su sitio. En su calidad
trinitaria de tres veces santo, una procesión indeterminada de identidades cada
una de ellas en una labor soteriológica oculta a los impíos, a los necios, y a
los que de dejan llevar por ese espíritu burlón y meticón, huella indeleble de
la acción satánica en nuestra era. En esta composición, auténtico eje de marcha
de la liturgia bizantina, se encuentran las claves del amor redentor de Dios
por sus criaturas.
El ángel se colocó
delante mía, junto en el umbral de una de las cuatro puertas de la catedral de
Kazán, la llamada del Paraíso, decorada con viñetas historiadas en relieve;
eran escenas alusivas a la Pasión y Resurrección del Salvador, así como a
importantes hechos de armas en los anales patrios, a lo largo de las múltiples
contiendas con sus dos grandes enemigos: el turco y los polacos.
Los tártaros solían
venir a incendiar Moscú. No faltaban a la cita. Pero más que al Tamerlán de
Crimea, los rusos temían a los papistas. En sus arremetidas, solían ser mucho
más intolerantes y sanguinarios. He aquí que ahora un polaco, desmitificando y
reduciendola a la categoría de bulo la creencia de que al sucesor de San Pedro
lo elige el Espíritu Santo (él saldría gracias a los buenos oficios de
incalificables organizaciones internacionales en las que hay metidos muchos
enemigos de la Iglesia), detenta la Sede apostólica. Dominguillo de los
intereses vicarios de los conventículos masones y gran amigo de la sinagoga,
odia todo lo ruso como buen polaco. Por su aquiescencia y su mutismo ante la
injusticia, el mundo es hoy mucho menos cristiano. No se puede servir a dos
señores. Es imposible cohabitar con la Bestia. Los monseñores de Markinkus lo
han conseguido. Una vela a Dios y otra a Satanás. Vivimos en tiempos de los
consensos y de los grandes pactos.
Intrigó para que cayera el muro de Berlín y
una de sus consecuciones fue el rescripto que prohibía el uso del rito greco
ortodoxo en el Vaticano. Dios se lo demande.
¿No veis lo mucho
que tarda en morirse? Corren rumores de que anudó pacto con el diablo; Gracias
a esa sanción surgió ave Fénix de sus cenizas. Verdad es que ha hecho mucho
daño este Nerón del pontificado.
El ángel me taladró con su mirada porque con
su don de introspección de conciencia sabía lo que estaba pensando en ese
instante. Lleno de pavor caí rostro a tierra. Cecidi in faciem meam. Caí
de hinojos como el profeta Daniel. Me recordó que la protección de Iglesia y
sinagoga corrían a su cargo. Velaba por la seguridad del verdadero Israel, el
que no tiene nada que ver con el poder encaramado sino con los humildes. Ellos
eran los auténticos elegidos por más que los grandes de la tierra sigan sin
entenderlo. Mandó, haciéndome un gesto de calma con el dedo índice, pasar
adelante:
- Davai. Davai.
Las espiras de la iglesia de San Pantaleón y
los encalados de azul purísimo de la catedral de la Trinidad eran columnas del humo
del incienso petrificadas por las plegarias de los siglos. El porte elegante de
líneas verticales de la santa Chesma no parecía de este mundo. En sus trazos
esbeltos como queriendo sostener el peso ágil de la fe sobre sus arbotantes
góticos que hacen pensar -otra vez - en la catedral de Milán son el anhelo de
eternidad conculcado en el alma rusa. La Chesma que fue lugar de recreo de
Catalina la Grande tiene un cementerio circundante, que da sepultura a los
caídos durante el asedio de Leningrado.
Llama sobre todo la
atención al visitante el bonito colorido de las fachadas. Cada una es de color
distinto. El azul y el blanco. El amarillo y el malva. Los ocres y los oros. La
ciudad se nos muestra recién pintada como una novia casta que brinda al
peregrino su vara de azahar. Los colores de la bandera de Rusia, blanco y azul,
son los del manto de la Virgen. Regresaron triunfales a la enseña nacional.
XXIV
Por eso, la fecha del 17 de julio en este
verano del 98 de tantas pruebas y desgracias fue una jornada de exaltación
incomparable. La caridad se tomaba el desquite de tanta infamia, perversiones y
risas diabólicas. El “ maestrillo” insolente y bribón ensancha su pupilaje
entre las urracas de la Administración, las que se quejan de haber perdido a la
amiga del alma y hostigan al justo con palabras soeces. Reina la terrible
insolencia y el desmadre. Guardad silencio, porque, si alguna vez se os ocurre
abrir la boca, sólo recibiereis replicas de malos modos... No procede. Hay que
cargar la base. Tú aquí no perteneces. Este no es tu lugar... La bollera
mitómana, experta en ordenadores, cargaba la base y me miraba con aires
autosuficientes que yo calcificaría de odio sexista. Como era algo tortillera,
me cobró odio cerval desde que llegué. España tiene mal de madre. El gran
problema del país consiste en hallarse en manos de estas daifas. Cambian los
gobiernos, dan la vuelta los sistemas. Ellas querrán siempre mandar, ora como
superioras, ora como jefas.
La comisaria dijo que yo no valía para
bibliotecario. Como el que no quiera la cosa, me acaban de hacer archivero
precisamente cuando cunde el pánico en la Bolsa. Borrando la memoria, resulta
que te has quedado con las ganas de ser escritor. Se venden al peso y por menos
de cuarenta duros arramplas con las obras de Santo Tomás en el tenderete del
amigo Alfonso Riudavets, uno de los personajes más tiernos (también puede ser
pijotero y cascarrabias) e inteligentes que viven y beben en este Madrid
aburrido, monocorde, algo encanallado y sin saber adonde dirigirse en este
centenario del noventa y ocho, base de nuestras angustias y de nuestra
tristeza. Podía ser más adorable el librero Riudavets si dios no lo hubiese
hecho tan visceralmente chaquetero.
De no ser por el librero de lance, entre
cuyos clientes más acreditados me cuento, lo más probable es que a estas horas
me hubiera tirado por el viaducto. En su puesto me he surtido de todos los libros
de literatura rusa que gloso. Moyano se ha convertido, pues, en varadero de mis
ilusiones, pero también una razón para ir tirando, para continuar en la brega.
A veces, ciertamente, sigue tentándome la idea de un vuelo sin retorno y sin
paracaídas por el viaducto, pero han colocado allí los barrenderos del Excmo.
Ayuntamiento guarda miedos suasorios contra el suicidio. Quitarme de en medio
es un sueño que acaricio, pero me faltan arrestos. Mucho más cómodo matarse
lentamente aferrados a la botella. Su cuello largo es sugerentemente erótico.
Es la única amiga en estos instantes que no me ha traicionado.
Ha dado la vuelta al aire y lo que antes era
resulta que ya no es, pero las bazas se han jugado a favor de la destrucción de
una cultura. Convendría que la intelectualidad asumiese su papel de defensa de
los valores y no se dedique a realizar juegos malabares ni a contar batallas
desde las columnas de papel, donde hozan los de siempre. Hay desbandada en el
horizonte. Hoy, 26 de agosto de 1998 ha vuelto a caer la Bolsa.
¿Se estarán cumpliendo mis aprehensiones
hace unos años cuando yo escribí aquella novela
La hora occidua del coronel Gomezov, que ninguna editorial se
atrevió a dar a la estampa, y en la cual se advertía respecto de la caída del
comunismo, que arrastraría en su onda expansiva al capitalismo? Estoy hecho un
mar de dudas, pero mi obsesión (no esté poseído ni endemoniado por la idea que
se perfila en algunos libros de Dostoievski, por más que más de uno me lo haya
dicho) sigue adelante.
En Roma se han unido al carro de los
vencedores. Bien que lo lamentarán. El afán de sustituir la teología del
holocausto por la de la crucifixión puede situarnos en los antípodas de un
cristianismo hecho a la medida de los deseos de un Eliseo de amañadores de la
historia que tienen miedo a contarla según y como en verdad sucedió.
Confiemos en que a pesar de estas
fragilidades humanas el espíritu Santo continúe haciendo su labor, pero mucho
nos tememos que otro papa tendrá que desandar el camino andado por Wojtyla al
que bien puede haberle guiado en su labor pastoral intereses humanos y
prejuicios antirrusos. Él ha sido uno de los principales de la fobia anti
eslava que vivimos por estos pagos. Dios le perdone. Ha confundido el espíritu
de Israel con ese sionismo anticristiano, cargado de soberbia y revanchista. La
teología del Holocausto ha puesto contra las cuerdas a la teología de la
Resurrección.
El ángel volvió a asentir con la cabeza. Me
dijo que estaba en la razón. Estaba contento por más que era consciente de que
la hora del sacrificio se acercaba. No puedes hacerle frente a una fauces tan
afiladas que muestran en la enorme maula tras hileras dientes como el oso
monstruoso del sueño de Daniel sin que te marches sin un rasguño. La verdad
muda de piel cada veinticinco años. Hay que buscar acomodo al rumbo de los
tiempos. Los que se duermen quedarán engullidos por la corriente. Tienes que
saber adaptarte. No existen verdades absolutas ni puntos de referencia fijo.
Me había perdido en el torbellino, pero el
Acérrimo que me daba escolta y, prendido por los cabellos - de esa guisa somos
más fuertes- en circunvalaciones matemáticas alrededor de los castillos a los
que se iba por caminos enarenados, plazas fuertes que escondía a título de
feudo propio el tupido bosque, arcanos de la historia rusa defendidos con
murallas prolongadas en cuyo vértice, semejante al almete que utilizaban los
almogávares, estaba siempre la almena lisa y limpia, la punta del diamante,
creo que comprendía la desazón y la añoranza de mi ánimo en aquel viaje por los
aires.
El mes de julio es un mayo florido,
estallante de verdor y de promesas, en la ciudad hanseática. Tú no perteneces a
un lugar; simplemente pasas por encima. Observas desde arriba la magnificencia
de sus cúpulas. Te quedas de una pieza cuando todo lo dominas: los parterres de
los setos que enmarcan el palacio de Catalina la Grande (allí amarraron los
alemanes sin poder pasar adelante; les cortaron el paso los organillos de
Stalin, mi padre, que fue combatiente por estos parajes me hablaba de las
caltas y de los nenúfares de los estanques y de la majestad e imperio de una
reina que cada semana cambiaba de amante), levitas sobre las antenas
parabólicas y observa todo lo que pasa adentro y afuera.
La visión había puesto patas arriba. Una
hermosa rubia los senos al aire tomaba el sol sobre la azotea del Hermitage.
Era una náyade. Se había tomado de un cuadro de bacantes de un lienzo de Rubens
y se oreaba en pelota picada en lo más alto. Quería vivir su propia vida. Se
había rebelado rompiendo con los convencionalismos, contra el maestro que la
plasmó sobre el lienzo. Ahora era una
ninfa real. Dos sátiros retozaban cerca. La función iba a comenzar. Es sólo un
ratito y ya verás como te place, prenda. Lo que se dice siempre. La maquinaria
del ardor genésico se pone en movimiento a base de los convencionalismos. El
sexo es una trampa. Alguien había dejado por allí una corona de pámpanos. Un
eunuco se había quedado dormido con la gasa de tul del vestido de la princesa
en la mano.
Un poco más allá un oficial de la guardia
consumaba otro rapto parecido y abandonaba a su amada que, despechada por su
amante, optó por arrojarse a la glauca superficie del Neva. Sus aguas
misteriosas ejercen una profunda fascinación sobre todos los ahogados. ¿ Gozas
vida? La pareja había acabado por construir el castillo de naipes. Pronto se
derrumbó. Penélope unas cuadras más adelante tejía su pleita. Para entretener
los ocios de la espera de la llegada del esposo sobre el bastidor entonaba viejas
canciones con una hermosa voz.
- No te distraigas, amigo mío. El amor
humano es el resbaladero de todas las tristezas. No sufras ni te desazones ante
estos espeluznantes espectáculos. Aspirarás a cosas más altas. - volvió a
observar el hombre de luz.
- ¿ Qué fue de mi amor, di? - inquirí ávido
-. Me has traído a un lugar demasiado hermoso, una ciudad de registros
perfectos, pero ni fu ni fa. La devanadera mágica me ha puesto delante de los
más impresionantes decorados, pero no me dicen nada. Yo en verdad a quien
quiero es a ella. Y ella no está en Petersburgo. Vive en Londres mi amada.
Ante mi requisitoria el hombre de luz hizo
un mohín de desdén. Era el mismo gesto solemne con que miró para Adán y para
Eva el día que tuvo que cumplir la poco grata misión de tener que expulsarlos
del Edén.
- Enciérrate en la literatura. Baja a los
abismos de la palabra.
- Todo me duele. ¿ Así que no cabe ninguna
esperanza?
- Pasó tu hora. Desaprovechaste lo que se
dio. Mal hiciste.
- ¡ Qué estúpido fui!
Me sentía un encadenado. Mi vida era lo más
parecido a Martín Menoyo, un personaje fruto de la imaginación de un artista he
aquí que había pasado a convertirse en mi “ alter ego “. Todo en mí revertía
hacia esa prisión que es la moldura que contornea el sentido de una existencia,
el bocel y el prisma de un sino.
- Ahora es el tiempo de rechinar los
dientes.
Los encuadres perfectos, el diseño ortogonal
de los jardines románticos de Petersburgo eran un toque de advertencia de que
los arquitectos del mundo muestran una pequeña debilidad por plasmar la línea
recta. El supremo demiurgo, en cambio, prefiere lo curvo. La vida misma
evoluciona en crecientes. Se le pierde el hilo a la creación. En los rayos de
sol se observa la congruencia absoluta de la geometría, pero el fulgor que
irradia la luna parece que se dobla al bajar sobre la tierra. La línea se corta
y muda el rumbo para querer dar a entender que en la naturaleza la escuadra no
es más que un ente de razón, y que la realidad es un combinado de ángulos y
círculos. Aprendida está la lección cuando en noches claras miramos par las dos
osas trazadas sobre el empíreo con compás y cartabón. Sólo es cierta en parte
la ley inexorable de la gravedad. Porque en el espacio los rodeos y
circunloquios se admiten. Nada tiene, pues, que ser tajante. Se trazan
polígonos, pero estos trazados no son más que puro convencionalismo. Como si
dijésemos, una manera de hablar.
XXV
Yiuesé Nome Guan debía de estar contento. La
cosa va que chuta. Llamas a la becaria. Oye tú, judía, a joder se ha dicho. Es
la historia poco edificante, como la de los tristes sucesos de Archidona, la
del presidente Nome Guán, al que en los anales llamarán el presidente Follador.
“Follador, for presidente, oh yea. Gar it?”. Los campos de ajenjo, las aguas amargas. Un
fornicario en el solio. Rubio Agadón. “Apollonoi” zanahoria. Yiuesé Nome Guán,
que, para como, diz tiene sangre española. Llamad al Exterminador. Mientras la
meritoria cae de hinojos ante mis piernas, yo aprieto el botón. Como sirvió en
submarinos, cuando se le alza el cipote, parece un periscopio. Según testigos
presenciales e informes confidenciales, un poco ladeado, eso sí, como si fuese
bizco y sin una proyección en línea recta sino levemente sesgada a la
izquierda. Es que también Su Merced es zocato. ¡Qué gusto más rico!.
Hostigamiento erótico y los pájaros cantando en las ramas afuera en el jardín
contiguo al Salón de recepciones. Serás receptiva, becaria, vamos a hacer todas
las porquerías que nos den la gana. Así, tú y yo juntitos revolcándonos en el
sofá. Puerco, más que puerco. ¿ Quieres que te baje los pantalones, Yiuesé? Es
sólo una mamada, lo que decimos los ingleses “ a whack”, pero acabaron
sacudiéndole el polvo a las alfombras. Tú las bragas no hace falta que te las
quites. Esto es un aquí te pillo aquí te mato. Bueno mejor sí. Quiero ver qué
tal crica tienes y cuál es la verija que Dios te ha dado. A mí siempre me han
gustado las llenitas. Me privan las jayanas de culo bajo. El pompis respingón
que quieres que te diga; no me da más por las negras.
Ínterin, Nancy estaba en las propias nubes.
El sexo es poder. Y sexo y poder hacen un mixto inextricable. ¿Cómo la tenía
Yiuesé Nome Guán? Un poco desviada, pero resultona. Se dejaba hacer y la
becaria saltatriz quitándose el sujetador y las bragas tomó la iniciativa y
sobre las rodillas del héroe total empezó a cabalgar. Lamentable espectáculo.
Aquí no hay más ley que la de la entrepierna. Esta es la moral de la
democracia, he aquí los nuevos aires trasatlánticos. Sopla un simún y los
maridos calderonianos la emprenden a golpe con las parientas. La Campos que
dice que folla todo le da la gana (se tira, pues es ya gallina vieja, por los
jovencitos) cuenta y no para de estadísticas de violencia doméstica. Las
funestas consecuencias de tanta maripava locuaz y abierta de piernas para lo
que ellas quieren, porque, para otras, son más estrechas que una almeja, se
dejan apreciar. La sociedad española huele a sangre y huele a mierda. La cosa está
que arde y en el feudo del Gran Filipo hablan nuevamente de las dos Españas. De
otro modo, no podía ser, Gran Filipo. Pero ya sabes lo que se dijo: del judío
la maula. Y vais a perder. Una pena que haya reaccionado tarde la Iglesia. Los
obispos estuvieron lentos de reflejos. Ved a que sendas no lleva y a qué
desgalgaderos la Teología del Holocausto. Ha puesto un abismo e odio en
nuestras vidas.
Siempre pasa igual: la ramera escarramada que
viene con sus contoneos e insinuaciones ondulantes de odalisca, la noche de
vino y rosas. Más zurronas, mucho tablao flamenco, y más cubatas. Y se acaba
solicitando la cabeza del Bautista. Que me lo traigan. Ahora mismo hay que dar
orden de bombardear. La golfa tuvo la culpa de todas las guerras del golfo.
Chicas a gogó y bayaderas. A mí nadie me rechista, soy el mandamás. Desplieguen
la flota. Bombardero invisibles a sobrevolar Bagdad. Arrójense botes de leche
en polvo y canastas de napalm. Lo que tú quieras, Yiuesé. Vivimos en un mundo
de solidaridad. Hitler, un invento que nos hemos sacado de la manga, no era más
que el heraldo de lo que estaba por llegar. Yiuesé tenía un rancho los fines de
semana en las Montañas Rocosas y una furcia que se la meneaba cuando él
quisiera en la Sala Oval. La gran prensa se entregaba a discusiones bizantinas
- esas que son tan del gusto de Sandullo Calcamonías, filósofo los más días de
guardar y padre espiritual y físico de los novelistas de la modernidad, y sobre
las cuales enhebra “ El País” editoriales de alto coturno, que los redacta en
estilo plúmbeo y tributario de la santimonia yanqui (esa doble ética) y factual
otro que fue paniaguado y mediopensionista y vendedor de naranjas valencianas -
acerca del hecho. ¿Quién abusó de quién? ¿ Hubo o no hubo penetración? La
palabra clave que envuelve en dudas de niebla a los peritos del jurado de
acusación es “ sexual intercourse”. Un atestado de cinco mil folios ahí los
tenéis. Jamás un mal polvo fue objeto de tanta literatura. Mórbidos. Una
felación, para más señas, no viola artículos cualesquiera de la Carta Magna
que-el-pueblo-se-dio-a-sí-mismo-al-pie-de-un-manzano y refrendó con un
plebiscito. No se consumó la coyunda de forma integral. Dejad que las niñas se
acerquen a mí. Quiero trotar en su compañía. Fornicar alivia tensiones. Nieves,
cariño, ese micrófono toda la tarde ante tus labios, no es un alcachofal al
uso, sino un instrumento de tortura y de placer. Os coloca en el ecúleo, pero
al propio tiempo, ay, es un lecho de rosas. Para una larga felación vespertina
de tres horas. Póntelo, pónselo. Hay que prevenir la enfermedad. A las
maripavas post meridianas, (subisteis encaramadas al arrimo del tupé de
Hermida) hablar por la radio o comparecer ante las cámaras reviste una
trascendencia fálica. Pues muy bien, a joder se ha dicho, capricho. Pero no
todo el monte es orégano. No hay jaujas eróticas sino infiernos del deseo. Esto
hacen los rabadanes. Los pastores ídem de lienzo, con la venia de Sandullo
Calcamonías. Esos son los registros. Imitad en todo los patronos de la
modernidad. Nuestro gran dios es Noma Guán. Periscopios arriba. Que vengan
todas las becarias al salón oval. Yo soy el presidente Follador, el Gran Yiuesé
Nome Guan. A joder se ha dicho y hay que joderse. Hacer el amor es bueno para
el corazón. ¿ Dónde está el Hermida? Le ha llegado la hora. Tiempo. Cabrón, ya
vas a dejar de mover la cadenita y en el infierno vas a moderar todos los
espacios que se te antoje, prenda. Los retransmitiremos en vivo. Palabra.
Esto parece una
novela por entregas. El pecador quiere hacer penitencia y se asesora con los
rabinos, por tanto, no ha lugar el delito de alta traición. Ha pecado, sí, pero
su pecado no es mortal sino un pecadillo. Nos encontramos ante un caso de
parvedad de materia. ¿ Revocación de la autoridad presidencial, “impeachement?”
No ha lugar. Dejemos cargar la base de datos. Que las becarias vengan a
arrodillarse ante mí anhelantes. Al mandatario no se le puede procesar
criminalmente. Pelillos a la mar. Pero
ha mentido. El muy cerdo ha mentido. ¿Y qué?. Era tan sólo una mentira piadosa.
Si yació con ella y hubo acoplamiento de cópula carnal ¿ por qué nos viene
diciendo que sólo la metió mano? Muy bien, míster. Que le aproveche y a la
próxima ocasión cumpla aquello de si no puedes ser casto, guarda cautela.
Buenos días. Esto sólo le importa a esa caterva de periodistas judíos que mosconean por los
garitos y aleas del poder y parece que sólo han nacido no para escribir una
novela, sino para ser carne objetiva de las temibles ruedas de prensa. “ Press
conference”. He ahí el ejemplo de un vocablo con todas las características de
palabra fea y malsonante. Que Yiuesé haga todas las bellaquerías detrás de la
puerta con cuantas becarias se le pongan a tiro de bragueta. Sandullo Aporías
matizaba desde las columnas de la “ Revista de Occidente” con ese hipérbaton
cargante y un si es no es laica - lo que se dice un plomo - de los sesudos
epígonos de la Institución Libre de Enseñanza. Ahora decretamos, porque así nos
place y esto es el resultado de nuestra real gana que en la guerra civil española
sólo hubiera un fusilado: el romancero gitano. Aquí lo que hay que hacer es un
legrado de memoria para que se vayan ustedes enterando. De un muerto a otro va
un abismo. No es lo mismo García Lorca que los que cayeron en la zanja de
Paracuellos del Jarama. Si Yiuesé no puso a su jodida judía mirando para el
Potomac en puridad no cabe hablar de dimisión global. Eso sí. Saquemos las
cajas de munición. Vengan libros y
trallas de hazañas bélicas. Vamos a hacer del planeta un cuento de dibujos
animados. Inversión de valores: que Caperucita se lo monte con el lobo feroz.
La ochenta y dos aerotransportada, en alerta, y todos los bes cincuenta y dos
en el aire. Carguen las baterías de misiles. Orden de inmersión a los
submarinos nucleares. Dejad que las niñas se acerquen a él lambisqueando un
caramelo. Inocentes juegos de cama. Va a caer el rublo. Tú mandas, presidente.
Tú eres el mejor. El mundo se arrastra ante tus plantas. Miras con el mismo
imperio que Iván el Terrible, pero sin “ mound” y sin la cruz que todo lo
redime y justifica. Tu manto de armiño n es más que una nube tóxica. Tu cetro,
una obscena rampa de lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales. Ah,
que tú guardas en el pecho la llave de esa cureña maldita. La orden de disparo
nos ha convertido a todos en esperpentos. Hablas de paz (ya lo vaticinó Isaías)
pero te sitúas en la trastienda de todo aquello que signifique violencia,
incluso la doméstica, porque tu mal ejemplo cunde y andan las mujeres que
arden, y te haces rico aventando las brasas de rencillas particulares, fomentas
el nacionalismo. Por donde tú vas, allá nace una flor negra. Estás llenando el
mundo de desolación y de miseria. Eres el imperio del mal ya anunciado. Nos
traes a todos en ascuas, les diste como un juguete fálico ese micrófono de las
tardes insulsas con que nos aturden las maripavas y cuando te refieres a la
democracia, que no es más que el culo de una tía en las portadas de una
penthouse, a la solidaridad y al progreso, desperdigas la simiente de la
revancha, porque sólo creen en la teología del holocausto, chochos monstruosos
que fecundarán en espigas de emulación, y hay que analizar tus discursos y
ponerlos del revés, porque no nos hablas en parábolas ni en el sí, sí, o no,
no, sino en la ambivalencia del “ doublé walk”. Rusia se ha convertido en una
de vuestras obsesiones manifiestas porque fue vuestro tubo de ensayo, una
alquitara magnífica y grande para expedientar el proyecto del gran diseño,
fracasado el comunismo, se os avinagró y la cruz vuelve, por eso estáis que os
llevan los demonios, o que os lleváis a vosotros mismos en volandas, muy bien
Yiuesé. Copula. Copula. Mónica, que me la chupes, he dicho que me la chupes, lo
quiero en la Sala Oval con moros en la costa y todos, una felación pecado nunca
será sino una inocente forma de expansionarse en el “ horse playing”. No
cobramos el servicio, presidente. Gratis et amore. Lo hacemos porque nos gusta.
Pero han empezado a
sonar todos los timbres de alarma. Mofa de toda conducta moral. Sólo un
fusilado: el romancero gitano. Bien canta Marta después de harta. En la
recepción, parecía que se lo comía con los ojos. “ Oh, yea. Bill. Oh Billibull,
great”. La Nancy los lleva bien puestos. Se los ha colocado morrocotudos, pero
ella, como es présbita, ve de lejos poco; de cercas algo mejor. Que no se
entera, vaya. Hay que ver: ese Yuesé Nome Guán tiene toda la pinta de un
chalán. Su aire es totalmente de macarra. Pero he aquí que es el que empuña las
riendas. Quien vale, vale. El que manda, manda. Si esto hace el rabadán ¿ qué
no harán los pastores?, metete bien en la mollera ese refrán y vete preparando
a escuchar la lira de Horacio. El vate latino decía: “ Prevaricant reges,
plectuntur Achivi”. ¿ Por qué los pobres tendrán que pagar el pato de los
vicios y fornicios de esta gentuza? O lo que es lo mismo: “ corruptio optimi,
pessima”. Pero aquí todo andamos un poco corrompidos, que esto de la
putrefacción viene de largo. El mundo es un asco. Viva la Democracia. Arriba la
norma que el pueblo se dio a sí mismo. Vayamos todos juntos y yo el primero por
la senda de la constitución. Como borregos. Oh, yea.
Nancy, te compaño el
sentimiento, y a ver si te fijas, hija. Que no te enteras, pero ese viene a ser
siempre el sino de los pobres cornudos. Hay violencia, mentira, emulación. Nadie
se fía de nadie. Que Fallador se compre un masturbado electrónico. Tanto da. ¿A
qué razón tanto sexo? La posesión del espíritu de fornicación viene a ser un
heraldo del fin del mundo. Retozos en la sala ortogonal, filaterías meridianas
de las maripavas post meridianas. El honor del ser humano nunca puede estar
situado en las partes pudendas, allí donde es patente su bestialidad y las
reglas del instinto.
Y Yuesé estaba a
punto de aterrizar en Moscú. Venía a pedirles pechas a sus vasallos. Balbino
Lomonosov, al que llaman el Cuervo Blanco ya estaba pedo cuando vino a
estrecharle la mano del omnipotente en plena recepción. A Cuervo Blanco le
faltaba un dedo. Se le había congelado durante una borrachera. Hubo un mar de
reverencias en agosto.
En tales consideraciones
sobre nefandas y veniales prolegómenos de la casuística estábamos, y sus muchas
pullas e indirectas (ayudadme, zancas, que en esta vida todo son trampas) y
considerándoos poco potables acerca del malhadado “zippergate” porque Yuesé en
cuestiones referentes a la bragueta es un poco como Billy el Niño, esto es:
“triggerhappy”(que se le ponen a punto unas bragas y él no se lo piensa dos
veces) cuando he aquí que vemos venir a una arpista de túnica blanca, muy larga
y con los cabellos de oro encendido con reflejos rojizos que la llegan hasta
los pies y prácticamente va barriendo la calle al amor de su peplo, un peplo
que era de lo más parecido a la “ barba” que arrastraba majestuoso y temerarios
por los pasadizos abovedados del Kremlin Iván el Terrible. Una música celestial
se alza al aire de las cuerdas de la citara de la mujer, a quien acompaña un
violinista vagabundo con ojos muy grandes, tristes y expresivos, el pelo
levantisco y ensortijado en crenchas.
Eran el compositor
Mussorgsky y Asia, su amor fatal. Ella le llevó por los derrumbaderos de la
desesperación y del alcohol a los campos sin confines de la sinfonía, pálpito
de la serena belleza, donde la eternidad se renueva, renace y estalla.
Nadie, pues siempre
se dijo que debajo de pobre capa puede ocultarse buen bebedor, hubiese
sospechado que en aquel desharrapado pudiera morar el alma de un genio.
En uno de los
bolsillos de su gabán junto a una botella de vodka despunta lo que tiene todas
las trazas de una partitura musical. Se sujeta los vuelos de su capote que le
viene grande y desproporcionado con un atillo. Estaba borracho a una hora tan
temprana. Una cuadrilla de gamberros hacía corro a la pareja de desgraciados
músicos. Blasfemias y salivajos caen en mordaz salva. Asia, ¿ cómo es posible,
Asia? Si tanta belleza cupiera en el
mundo!
Vi reflejarse en los ojos grandes como
alejados y conmovidos por un lejano estertor de Modesto Petrovich Mussorgsky el
hálito de los escogidos, una gracia indefinible. Él pertenece al “ montoncejo”, esto es: los cinco grandes de la
composición musical rusa ( Cui, Borodin, Rimsky Korsakov,Balakiev). Murió
alcoholizado el 16 de marzo de 1881 en el hospital de marinos pobres de la isla
Nikolaevski. Pero estaba allí tocando eternamente, arrancando sollozo a su violín,
cerca de los arcos de la Estación del Báltico.
Me llamó la atención
la hermosura de sus grandes y distraídos de un azul purísimo de los que se
descolgaba una especie de resplandor. En cuanto a su amada tenía todo el
encanto y la magia de un hada.
Ínterin, un grupo de rabinos marchaba hacia la
logia con torvas miradas de conspiración. El que parecía decano se unió al coro
de increpadores mozalbetes:
- Jé, mirad en lo
que se entretiene el oficial de la guardia... Serenando a su pelandusca. Aún no
es medio día y ya está más borracho que un zapatero... Dile a tu Cristo que a
ver si hace un milagro, envía un ángel del cielo, te da a beber su sangre y se
te pasa la resaca.
- De nada le valieron sus esperanzas, ni sus
rezos a la Virgen para acabar como acabara. En el regato. Le tuvieron que coger
medio helado después de una nevasca - saltó el otro de los hebreos circulantes
con un deje más diabólico todavía.
Pero el gran Mussorgsky y su arpista seguían
arrancando acordes maravillosos a los instrumentos de cuerda, ajena a los
dicterios pecaminosos del Sanedrín ambulante.
- Oid los coros.
Y de repente empezó a sonar por los cielos
peterburgueses el “ Belichjañie” o “ Gran Zar Celestial que diste la paz al
mundo”.
- Bah, paparruchas cursis de cristianos y de
popes borrachos.
La madre que los parió ¡ qué malos eran los
de aquella cuadrilla! Un odio satánico, atávico, como una segunda naturaleza se
pintaba en sus rostros.
El más rezagado
espetó contra el pobre músico y su novia angelical el mayor de los insultos:
- ¡Goy!
En esto, los mancebetes, como amansados por
aquel torrente que saltaba de las cuerdas, habían despuesto su actitud
insolente y escuchaban embelesados. Únicamente, los sanedritas se emperraban en
sus abyectas abjuraciones y reniegos de todo lo más sacro. Padre, perdónalos,
que nunca supieron lo que hacen. Gran emperador de los cielos, que diste la paz
al mundo como pudiste llegar a nacer entre esa gentuza.
Sonaban los coros. Millones de bocas de
Ángeles llevaban el compás. Los hebreos seguían con sus mofas, con sus
carcajadas.
- Rusos, ya veréis cómo cae el rublo. Vais a
ver lo que hagamos de vuestras rusas.
Hemos ganado. Venimos a pegar fuego a vuestras iglesias. Pueblo
cristiano, pueblo de esclavos. Ahora sí que no os valdrán maulas. Nosotros
matamos al zar. Violamos a las grandes duquesas, el trabajo con la emperatriz
ya estaba hecho. De ese menester se encargó vuestro maldito Rasputín.
Estalló una carcajada malévola, pero los
coros de Mussorgsky seguían sonando impertérritos. Esto les sacaba de quicio
pues no lo podía soportar su soberbia.
Uno de ellos, el que parecía más pérfido y
recalcitrante en su actitud, y el que tenía el perfil más ganchudo y los ojos
de búho, se agachó para tomar una piedra y arrojársela al violinista borracho,
pero el ángel envió uno de sus rayos que fueron una certera llave para evitar
que el desalmado pudiese consumar su inicuo propósito de apedrear a un santo
bizantino. La mirada de Mussorgsky era translúcida y serena como la de un icono.
Ya lo dijo el apóstol Pablo. Hay un cáliz del señor y otro del diablo. A través
de las notas de un violín suelen escanciarse las gotas del vaso del perdón
y de la infinita misericordia. Los
signos del pentagrama representan la fusión del ser humano en el punto más alto
de su destino trascendente. Se produce un combate entre las sólidas sombras del
caos y los rayos vivificadores de la creación. El sol gana la guerra a la
noche. Vida en progresión, aléjense las tinieblas. La música representa una
vigencia perenne: el eterno triunfo de la claridad de Dios sobre el mal que
ronda. Cui, Borodín, Vivaldi, Tchaikovski, Sibelius. Suena alborozada o
melancólica esa claridad de los arpegios infinitos y se vierte el remedio que cura todos los
dolores, la cordial epítima, el socrocio que nos reconcilia con nuestro
desgraciado sino mortal. Estamos metidos los pies hasta las orejas en el
charco; aun podemos mirar a las estrellas, de allí viene el eco de la melodía
que no cesa. Pero el diablo odia la
armonía. En el averno no hay canto sino estridencia. Por eso, tentados por el
perverso antiguo, muchos párrocos y monjas engañadas se han comprado una
guitarra eléctrica. Bajo las bóvedas de las basílicas cruje la estridencia del
heavy metal, los vociferantes y gesticulantes hocuspoci del rock, los morros
abotargados de silicona de Mike Jaeger, que cantan a lo obsceno, lo degradado,
juglares de lo que es torcido, dicen que han ganado la partida, echaron a los
ángeles de las iglesias, que se han convertido en espacios vacíos, hangares
derelictos, ya no baten bajo las cúpulas los espíritus del amor y del
entusiasmo sus apéndices recordatorios de la armonía y concordia que ha de
presidir las relaciones con el mundo y con los otros. El Santo Sínodo es una
congregación geriátrica, los carcamales vaticanos barren las alfombras de los
garitos del poder y se mueven con tino cauto y silencioso del áspid. ¿Cristo
donde te has metido? Silencio de Dios, las estrellas han dejado de moverse, no
estaría mal meterse una raya, bajate al moro o mejor entra en el corte inglés y
te compras una botellas de vino, la envuelves en una bolsa de plástico con el
epígrafe asendereado de la firma, esos triángulos en verde y te la zurras
sentado en un banco de piedra frente al convento de las Descalzas Reales,
escuchas el tañer de la campana monjil llamando a vísperas, la vida es eso,
verano, sol y vino, una señora que pasa, una pareja que se amartela, las
palomas de la jungla urbana. Tan resabiadas y con tanta sabiduría de calle como
los propios habitantes de la selva de hormigón, que defecan sobre la estatua
pensativa y broncínea del canónigo que abrió el primer montepío en Madrid, no
hay que sufrir demasiado, aguanta el dolor de las cartucheras, ésta va a ser
una que te cagas, ya no controlas tus esfínteres, es más poderoso el vino, es
una pena haber llegado a degenerado, pero a ti te ha gustado empinar el codo,
eres de la cofradía de Sta. Bibiana, soplen y marchan, vida dionisiaca,
ungüento etílico para aplacar el dolor y haciéndote el loco y el borracho,
verdad sea dicha no te ha ido del todo mal. La Virgen está de tu lado, pone su
manto para que no te la pegues cuando empiezas a darle y no sabes dónde estás
ni qué hiciste en una tarde noche y puede conducir tu talega hasta casa. Es un
alamud divino que atranca las puertas de tu alma para que le maligno no pase,
ella era judía, bendita judía, como tú, y vio su hijo crucificado por la
veleidad de un sanedrín, poco más o menos como tú, pero no quemes los libres
santos, no tires al horno crematorio tus filacterias, allá ellos y sus
holocaustos. Madre de misericordia, cuanto me duele, y tu te pones al volante
cuando regreso bebido, claro que a veces no puedo controlar los esfínteres y mi
suegra se pone que para qué, pero tú regresas en mi socorro, el alamud, el velo
que permite la huida, el pavés que desvía la contundencia del golpe inicuo, el
paraguas que te pone a cobro de la palabra injurioso. Grande eres Cristo,
detecto tu presencia, salva a mis hermanos, descorre la venda que vela sus ojos
ante lo evidente, yo me uno a tu dolor, haz que vuelvan a cantar los angeles y
que su fon resuene por la ortofonía de las catedrales atéstales, como estas que
acabo de ver en esta ciudad mágica, haz callar a ese batería melenudo.
XXVI
El rabino se guardó el guijarro en el bolso
de su gabán, pero escupió contra el bordillo, el salivajo se conoce que rebotó,
maldición, y regresó al blasfemo como un boomerang, le puso perdido la camisa.
Por las retículas del imbornal sacó la cabeza una rana algo filosófica que se
lió de repente a hablar y a contar cosas que daba gusto oírla. Hijos de la
perdición, no toquen al santo, dijo con voz augusta de sibila, un poco parecido
a ese mago de tele el que lee la mano a
los famosos. Vas a encontrar trabajo, te van a llamar de un “ pograma”, de
salud bien, pero tiene que cuidar las piernas. El niño da guerra por las
noches, pero bien puede berrear, hemos cobrado diecinueve millones por la
exclusiva de la boda, habéis comprado un coche nuevo, un todoterreno, para que
quepa el perambulador y la cunita. Era cosa digna de oír el apostrofo de la
ranita habladora ahora que las televisiones, un rostro nuevo cada otoño para
decir las mismas chorradas, devanaban la tela de Penélope con sus polianteas y
brocárdicos axiomas sobre los índices en bolsa, el nuevo marido de la duquesa,
la boda del torero, los turnos del funcionariados, las comisiones de servicio
en Bosnia, los abdómenes abultados de los niños en África, la expresión de la
hambruna. Si callaron los púlpitos, o dieron carpetazo a sus evangeliarios los
papas, y se han quedado mudas las sibilas casandras, alguien tendrá, digo yo,
que recuperar la voz señera del profetismo. Hablarán las ranas. Bien oiréis lo
que dicen en anuncio de la cólera de Dios. Yo soy el que soy. Estoy bastante
irritado. Mandaré el castigo.
- Hijos de la
perdición, sepulcros blanqueados. Ay de vosotros, escribas y fariseos que
reclamáis el diezmo hasta de la hierbabuena y el eneldo, y habéis abandonado
las cosas más fundamentales de la ley, ay de vosotros, hipócritas, que devoráis
las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones: por ello
recibiréis una sentencia más rigurosa.
La maldición de Cristo formulada con palabras
recias e inexorables no había sido revocada. El calificativo de raza de víboras
significa lo que significa. No cambiéis ni una tilde, al ser texto inamovible,
ora en hebreo ora en ruso, no os será levantada la excomunión que crepita sobre
vuestras testas duras como la piedra, os rasgasteis las vestiduras y clamasteis
enfurecidos”: caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos, pues
caerá, no tengáis pena. La culpa será un estigma indeleble sobre los sacerdotes
y los escribas y todos aquellos que a lo largo del tiempo mostraron un amor descomedido
hacia la letra muerta, exigís y nada dais a cambio, en la frente portáis
escrita la sentencia.
Por el enrejado de la alcantarilla hizo acto
de presencia una enorme rata calva de color gris, abrió sus fauces y devoró a
la pobre rana, pero en la boca misma del león el anuro seguía profiriendo el
conjunto de verdades inexorables. La vida del cuerpo me podréis quitar, pero no
así el alma, que pertenece a Dios. ¿Dónde se encuentra verdaderamente el alma de un roedor? Tú me
devoras, tú me trituras ahora con tus dientes, eres más poderoso, pero no
podrás acabar conmigo, proclamaba la rana contestatariamente evangélica. No
habré de callar por más que trucides, verdugo, ya podrás. El Super Filipo salió
de la alcantarilla y mostró sus monstruosos tres órdenes de dientes, pero nada
le valieron, porque, al igual que el gigante que vio Daniel en su visión, era
un gigante con los pies de barro. Todos los tiranos, por más que se jacten de
demócratas, acaban en chirona. Al freír será el reír. Ninguna fuerza cósmica
será capaz de sofocar la voz del canto de los Tres Jóvenes en el Horno de
Babilonia.
El grupo de sinagogos - a la legua se notaba
que eran del tribu de Dan, la innombrable oír que de ellos nacerá el
antecristo,- que caminaban embutidos en sus gabardinas de fieltro y en sus
calientes pellizas de piel de castor contemplaban la aterradora escena sin
pestañear. Al grito de “ vienen, vienen, presidente “, todos echaron a correr
que parecía que los diablos los portaban en volanta como al ánima del sastre. Quien
más corría era precisamente el que parecía más jactancioso, el que tenía pintas
de matasiete, a ése no le llegaba la camisa al cuerpo. Ya dijo el clásico que
de dinero y santidad la mitad de la mitad y lo mismo ha de decirse en punto a
valentías, los más bravucones ante el peligro son los que con mayor facilidad
reculan y se rajan. Nadie los perseguía pero por la hedentina que iban alzando
tras sí en el desenfreno de la huida habría de ser inferido que aquellos gallos
de pelea se habían cagado de miedo. Porque aquello de que una humilde rana
perseguida rompiese a largar profecías y a corear la retahíla del Pretorio se
salía como poco de lo corriente. Ellos pidieron a voces el holocausto del Justo
y ahora querían escurrir el bulto. Trataban de lavar la mancha de aquel crimen
inventándose múltiples holocaustos. Los
crótalos proféticos de la ciudad imperial romperían todas a parlar en
ensordecedora algarabía. A los inmundos roedores de la mala hueste, los que
perdieron en el magno golpe de revirada y nuevo aliño de fuerzas que nació del
ochenta y nueve, no les agradaba el canto de las ranas evangélicas y subieron
cloaca arriba para ajustarles las cuentas.
El Magno, grande entre los grandes, vivía en
su solio sin mancilla alumbrado por la candela que no se extingue, el manto de
armiño que jamás será pasto de polilla. Cuando se apaguen sol y luna y ya
ninguna estrella alumbre, la luz de su rostro no cesará de emitir reflejos.
Al ser arrebatado por el ángel en espíritu,
me había sucedido que escuche el sonido magnifico de los timbales y clarineros
y ante mis ojos se agolpó una multitud de rostros, algunos conocidos y otros
desconocidos. Los que nacieron antes y los que nacieron después. Los que
vendrían y los que nunca podrían ser logrados pero que estaban presentes en el
corazón del señor:
Post haec vidi turbam
magnam,quam dinumerare nemo poterat ex ómnibus gentibus, et tribubus, et
populis, et linguis: stantes ante thronum, et in conspectu Agni, amicti stolis
albis, et palmae in manibus eorum .
(Apoc. VII. 9) “ Después de estas cosas vi a
una gran multitud incalculable de gentes de todas las tribus y pueblos, de
todas las lenguas: estaban de pie delante del trono, a la vista del Cordero,
revestidos de blancas estolas y portando en sus manos ramos de palma.
El espíritu me había transportado al gran
sueño. Me dio a leer las grandes palabras, a escuchar la melodía que no cesa.
Me inundé del sentir de Dios en medio de fumarolas de incienso
- ¿Quiénes sois?,
pregunté a uno de los extraños personajes que desfilaban por la calzada ante
mis atónitos ojos, vestidos de harapos, pero con los bolsos cargados de
lingotes de oro fino.
- Somos los hijos de
Dan. Los partidarios de la Gran Sinagoga.
- ¿ Adónde os
encamináis?
- Ha nacido un niño.
Los herméticos le han
puesto un nombre: The Baba of the two thousand birthdays. Nosotros le llevamos presente.
El rostro de mi
interlocutor era más negro que la pez, su alma torva más que la de Herodes,
pero, a una indicación de otro que se parecía a Barrabás, guardó silencio. No
es lícito parlamentar con los cerdos. Salieron llamas de los ojos del
basilisco, pero el ángel que estaba de mi parte me puso a cobro de aquella
mirada con lanzallamas.
- No me gusta ese
croar incesante - agrego quedo el de los ojos fulgurantes -. Así es como se
derrumban nuestros proyectos. Nunca podremos con ese nazareno. Cuando ya
creemos que lo hemos metido en vereda de pronto resurge. ¿Quién será capaz de
aniquilar su memoria? Esa voz de la charca me recuerda a los trenos de cuando
entonces.
Quedé maravillado de
sus razonamientos y me dije a mí mismo: yo también quisieran acudir a adorar al
Niño de los Dos mil Días, si es verdad que ha venido, si es cierto que existe.
Las ranas no mueren por la boca como el pez sino por las ancas. Ésta debía de
ser una excepción. Se mostraba más irónica y locuaz que el diacono en la
parrilla.
- Huyamos -, atajó
rotundo el que parecía el amo, que iba encobertado en un caftán con vueltas de
marta cebellina. Por los bajos, empero, alumbraba el arambel de sus andrajos.
Se conoce que, habiendo vivido entre la mugre, no era más que un sepulcro
blanqueado. El gorro cónico enseñaba
algunos desgarros, pero era de rico brocado. Yo con vosotros quiero ir a adorar
al Baby of the Thousand Days. Me encanta escuchar llover, pero el lúgubre croar
de esa rana hiere mis orejas. ¿ A qué escribes? Ya nadie lee. No quieras tundir
las olas con el mensaje dentro de la botella. En este mundo todos somos
náufragos.
- Dejad a los
energúmenos que hilvanen sucintos epicedios al zar tenebrario.
- Sí, huyamos; pies
para qué os quiero. No hay cosa más deplorable que cuando esos rusos empiezan
con sus letanías y sus coros que entonan la melodía de sus glorias nacionales.
La patria no es más que una engañifa sujeta a lucubraciones etílicas. Conduce
al delírium tremens. Las retahílas de ese Pushkin me fastidian. Oye, nosotros
somos apátridas. Somos ciudadanos del mundo. Ve a contárselo a los americanos.
Cuando ven la bandera, las estrella y las barras sufren como un espasmo. Es una religión que aniquilará
a todas las religiones. Un sentir místico.
Se largaban los
hijos de Dan a toda priesa moviendo sus posadeñas babélicas. Eran la espiga del
centeno que se agita y sus tocadas con el solideo sobre el occipucio asemejaban
campos de alforfón. El ángel reluciente ya empuña la foz. Pronto será tiempo de
siega. Movían los arreos y sus capisayos talares. Un grupo de cardenales
vaticanistas, mira por donde, se hicieron los encontradizos con aquella
cuadrilla de desharrapados [siendo los amos del mundo, su aspecto de usureros
no podía ser más deplorable] y pegaron hebra. Otro contubernio. Rutilaban las
túnicas de sus eminencias reverendísimas, y hacían agua sobre el aire
embalsamado de la mañana de verano.
Los principotes de
la legación cari erguidos, ampulosos, venían muy conscientes de desempeñar su
papel. Nunca han creído en lo que predican. Esa es su baza secreta, la fórmula
para enriquecerse y salir a flote en medios de los supremos maelstroms del
devenir humano. Eran tretas del dogo del engaño. Arda la tierra por los cinco
continentes. No queremos jefes, que nadie nos hable de naciones, ni de lindes,
ni de fronteras. Todos los pueblos, esclavos bajo nuestra égida. Triunfaban
sólo porque carecían de escrúpulos. Por no tener conciencia.
XXVII
Rutilaban los cráneos de sus eminencias.
Todos eran calvos y habré aquí de citar sus nombres: Bea, Cushings, Suenens,
Leger, Lienart, Köenig, Podestá. Todos habían desempeñado un papel estelar en
las ponencias de esa gran hecatombe, o golpe de estado contra sí mismo, en que
los jerarcas llevaron a efecto a efecto una especie de autoinmolación en aras
de la supervivencia de la Institución que se llamó Vaticano II. Si no les
puedes ganar, únete al coro. Se puso en práctica el adagio maquiavélico. Otro
cardenal, al principio vacilante, pero que luego acataría el principio, terminó
siendo víctima del veneno. Pontificó treinta y tres días. No son judíos ni
representan la santidad de Israel. Son hijos de Can, la tribu que no nombraron
nuestros padres por miedo a contaminarse los labios con la sola mención.
Venían con escoltas o fámulos un grupo de
jesuitas al que se unía otro de seglares de la Obra. Como hacía bastante calor,
escondido en un cartapacio de cuero uno de los administrativos llevaba una
botella de coñac y otra de kvas para aplacar la sed de los purpurados al tiempo
que con un abanico espantaba a los mosquitos que circunvolaban molestos
alrededor de su encarnado petaso de camino. Sólo les faltaba la mula hacanea
para responder al clisé típico del arzobispo medieval que recorre sus
parroquias en visita pastoral o liminar.
Acemileros del oro, anchos de hombros y
cargados de cintas, se les veía inquietos y excitados. Está claro que algo
tramaban con tanto ir y venir. Las orlas y pectorales testimoniaban que eran
gente rica. Su aspecto sibilino y engañoso, avalado por una sonrisa
mefistofélica, las suaves maneras curiales, les daba aspectos de capo de la
mafia, pero no se trataba más que de abunas abisinios, gente maleada. Ellos se
unieron a los descendientes de Ahasvero para no perder su condición maldita y
errante, que profesa una ética de situación y una moral sometida a la férula de
sus iniciativas particulares. Dios sólo podía formar parte de un complot
crematístico. Por las columnatas y
pedestales que diseñara Bruneleschi se pasea la sombra magnífica e imponente de
Markinckus Mercancías, dueño de la bolsa de Judas, el tapado de las logias. La
verdad no es algo fijo sino una veleta que marca el rumbo con arreglo a la
dirección de los cuatro vientos y según convenga a la andamiada de los
tinglados de la economía y de la política. Se habían unido al coro de los
rabinos en desbandada y no hacía otra cosa que proclamar su victoria. El ángel
exterminador no era un personaje concreto sino todo un conglomerado de
intereses, actitudes, películas. Estoy solo contra ellos, enfermo, cubierto de
oprobios, blanco de los escarnios.
El divino Miguel se movía a lo ancho y a lo
largo, a lo profundo y a lo alto yendo y viniendo con la “ estatera”. Estaba
claro que en el sistema de pesas y medidas del más allá poco tenían que ver con el que ellos
determinan de tejas para abajo para ir a su modo y perpetrar todo género de
fechorías. Cuando él los pese en la balanza se hundirán a causa del gravamen de
sus culpas en la divina romana. Poco les importaba a los monseñores tal
contingencia a juzgar por el vuelo ufano de sus manteos y de sus capas. Divino
Miguel sea mi baluarte contra los impíos el filo de tu espada. Se unían a los
del bando del maldito Ahasvero, aquel judío que desaprovechó la gran ocasión de
su vida, cuando pudo ocultar a Cristo camino del Calvario en su casa. Se negó y
el ángel condenó a él y a los suyos a marchar errante por el mundo, picados del
bicho que les corroe por dentro. Nunca podrán tener paz. Por eso son gente
inquieta.
Los cardenales - hecho bien bochornoso - a
juzgar por la flexibilidad de sus inclinaciones y reverencias tenían una
espalda dócil y la mente harto olvidadiza. El contubernio tuvo un final
terrible y descorazonador: la claudicación de la cruz ante la sinagoga. La risa
estremecedora de Anas se oía por todos los rincones. Hemos ganado. Mirad cómo
se rinden. Hasta nos besaran el culo si les dejásemos. Hay que mirar en
dirección del sol que más calienta. En este mundo todo es relativo ¡ Pobres de
aquéllos que sean incapaces de cambiar de chaqueta! La verdad ha sido la primera víctima de esta
guerra. Ha dejado cual carnero despavorido sus cuernos enroscados entre las
zarzas.
Las columnas del templo lloraban de rabia.
Sobre la acrotera allí donde estaba el pedestal con su correspondiente estatua
de la fe pusieron el ídolo de la justa razón democrática y prosternados los
antiguos meapilas, los torturadores de conciencia, a esta nueva diosa con los
pechos al aire la adoraban. Iban tras las tetas ubérrimas de Nefertiti. Hay que
decir que se trataba de un gachí imponente por lo bien formada, los apetitoso
de sus curvas, la redondez de sus caderas y aquel torso que remataba en una
crica o cofre de Venus que era de por sí una tentación. Imponente matrona de la
solidaridad, bella vestal de la razón democrática, mala hembra con visos de
honesta doncella, ven a nosotros. No nos importa que tu llegada al mundo haya
sido anunciada por los padres del desierto como un disfraz o añagaza de la
serpiente antigua. Hay que adular. Hagamos mal. Humillemos al justo. Borremos
la memoria. La iglesia ha dejado de ser la gran barca de la confianza para
pasar a ser una gabarra que navega a la deriva por la superficie de la ría con
su cargamento de chatarra. El oro se convertirá en calderilla. De remate, la
lancha se irá a pique. Era el dinero de la “ corbona “, los saldos de sus
compraventas, de las liquidaciones y devengos, de los corretajes. Espabilaros
jodidos bobos. Eran los capitales remanentes de la esclavitud, los réditos del
narcotráfico, los intereses de la puesta en el mercado de los vasos sagrados y
del arca de la alianza, transacciones con la sangre y el dolor de los pueblos.
Viva el agio. Honremos a Shylock, el mercader de monedas y entronicemos a
Ashevero, la prez de todo judío errante. Cualquier moneda forera, incluso la que engorda nuestras
cuentas bancarias después del narcotráfico, la trata de blancas, los puticlubs,
la catasta de las pasarelas, es de curso legal, aunque su grafila sea un
triangulo. “Dominus mihi adjutor, et ego discipiam inimicos meos”. Ya
tengo en la mano el agnusdéi con el globo crucífero. Nuestras cecas no paran de
trabajar, recuerda hermano especulador, que nosotros inventamos la letra de
cambio. Nuestra diosa goza de una enorme verija en la cual todas vuestras
vergas caben, incluso la de ese Yuesé Nome Guán ¿ Verdad que tiene cara de
marrano jaro, algo híspido, con pintas de galán de Huélete, pero destroza su
imagen cuando lo vieras correr. Torrente de divisas y la Cleverinsk, esa puta
polaca, que succiona y no para ¿ Con qué esas tenemos? ¿ Montando numéricos en
la sala ortogonal? Quiero que el mundo deje de tener conciencia. Hemos hecho
trasgresión del código de valores. Todo se ha vuelto a pedir de la boca de
nuestra conveniencia. Todo es de ahora en adelante adiáforo; esto es, nada es
ni bueno ni malo per se, sino según y como, en tanto en cuanto. Indiferencia
total a los valores. Ya no hay mujer del cesar. A los poderosos se les condona
la deuda de los grandes pecadillos, pero ay de aquel que salga a la calle a
defender la honra de su mujer con una navaja. Le caerán años a la sombra. Tengo
que darte dos noticias: una buena y otra mala. Mientes, bellaco, heraldo del
presidente Fallador. Ya no hay noticias buenas. Todas son malas. Cleverinsk,
Cleverinsk, do me . Whar yia sé ? No seas cerdo Nome Guán. Dos noticias, una buena y otra mala. No me
las des. Ya me las sé de corrido. En vísperas de la llegada del gran heraldo,
Fallador imperante, el mundo toleraba todo menos la santidad. Cleverinsk era la
saltatriz pecaminosa que permitió el asesinato del Pluscuamprofeta y el Nome
Guán un gran hijo de la gran sota, concebido a escote. Su madre se desparramó
en la hierba y se dejó hacer por todo un pelotón de marines de Fort Braga sin
demasiadas cosas que hacer en aquella noche de iguanas. Cleverinsk, Cleverinsk,
do me. Tu nombre, Nome Guán está escrito en el agua con letras negras. Es el “
anosmia” de los tres números y de las tres letras. Bajará del cielo quien tenga
que bajar y te ajustará las cuentas. Tu risa se trocará en llanto y tu pueblo
va a sufrir. Y en el averno podrás
gritar hasta que te empapices: “Cleverinsk, Cleverinsk, do me“. En tu
grito fornicario de placer te sumergirás. El dogal de la muerte te tensará el
gañote.
Sacristanes con los cepillos rebosantes de
los ochavos de las colectas eran sorprendidos los lunes de mañanita camino de
los bancos y montepíos. Caiga sobre nuestras cabezas la fecunda lluvia dorada y
millonaria. Cruzaban el puente con sus andares suaves en dirección del
Transtevere. Iban a hacer el asiento de
los dineros en las cajas de ahorro y telonios de la Vía Venetto, el paso seguro
y la sonrisa blandengue pero el corazón afianzado en el oro. Todo ha de valer,
si suben los números de nuestras cuentas corrientes ¡ qué terrible fiasco! ¿
Hay o no hay vida después de la muerte?
Era el oro del altar el precio de la sangre,
estaba contaminado con la sangre y el sudor de los pobres. Poco importaba. Los
millones no tienen padre ni filiación y son la resultante de montañas de
calderilla amontonadas. Asco es lo que siento, Señor, al escribir la crónica de
todas estas iniquidades.
Aguanta, que ya queda menos. Esto dijo el
señor. Ínterin, continuaba el ir y venir de curillas jóvenes, unos con sotana,
otros de sobrepelliz y otros como si fueran a la ópera o a un baile de
disfraces con sus elegantes attachés de piel de cocodrilo bajo el brazo.
Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Merecías ser violada por un gorila. Vais a tener
un mundo horrible, si se permite que la única ley vigente sea la del instinto.
Un mono no peca, ni trasgrede el decálogo, el hombre, que es deiforme, creado a
la imagen y semejanza de dios, sí. Los políticos, los vendedores de pornografía
, mucho hablar de la dignidad humana, pero nos tratan como si fuéramos cerdos
de su piara. Al “ pontéelo, ponselo “ de aquella doña Matilde de infeliz
memoria , ha sucedido el “ si te lías, úsalo” de Ruiz Gallardón, que nos ha
salido también gallardo, como buen hijo de un trepa y de un masón.
Pecador, pues ¿ qué
querías ?
No se os vaya de la cabeza este consejo.
Tenerlo muy presente y poner en práctica el adagio jesuítico: un ojo en el
cielo y otro en el suelo. Es preciso manejar para los tiempos que corren con tanta
habilidad el hisopo lustral de agua bendita como la colanilla que abre los
batientes de las cajas fuertes. Evangelio y Carlos Marx, y no le hagáis ascos a
las prédicas de los economistas de la escuela de Chicago. Ese es ahora el
símbolo de nuestra fe. Instalados en la prevaricación, ya lo mismo daba,
elaborando sobre Isaías hablaban de paz pero en la paz no creían. La guerra
cunde por doquier.
Uno de los
cardenales - mirabile dictu- se prosternó ante el rabino. Besó la punta de sus
sandalias. El homenajeado no sabía que hacer ante tales muestras de sumisión
cardenalicia. Sus labios en cambio esbozaron un amago de sardónica sonrisa.
Estamos llegando al final de la historia, Kundera avisaba. Hemos ganado, se
acabó el partido. Traedme la trituradora de papel y las maquinas de
reciclamiento. Divino Miguel, déjame tu romana.
-Alcese su eminencia reverendísima que va a
pillar un catarro. Estas ranas rusas me causan espanto.
- Señores, con vuesas mercedes vayamos, y en
paz.
Los carillones melodiosos de las torres de
los palacios y de las iglesias emitían sonidos de esperanza, ecos de esa
mansedumbre del cristianismo, al aire embalsamado de la antigua corte. El
divino Miguel, como un ingeniero de las almas, hacía los comprobantes
corrientes en un sistema de pesas y medidas infalibles. A Dios nunca se le
engaña. Señor, aparta de mí este cáliz. Ortiga, la mujer que me diste por
esposa, es una hembra mala. Vive obsesionada por las consignas feministas. Dáme
fuerza. Pero en lo alto de las cornisas otros espíritus puros llevaban y traían
los pozales de la maldición. Cuando uno se derramase sobre el mundo, habría
peste. Si el otro rebosaba, habría guerra. De repente, todos los males del
mundo se ciernen sobre mi cabeza. El más formidable, al que más temo, es al de
la vida encadenada ¿ Habré de seguir la senda que condujo a presidio al pobre
Martín Menoyo? Señor, revísteme de la loriga de tu paciencia. No quiero
participar de los banquetes impuros de Ortiga, que han hecho de mí un varón
inmundo y un marido desdichado. No permitas que engruese yo la abultada lista
de los cabezas de familia, que, hartos de escarnios y de infames atentados a la
autoridad paterna, cometen la torpeza del uxoricidio. Por ahí Satanás me tienta
y por ese cabo saldrá derrotado. ¡ A
príncipe de la noche, somete al veredicto del adarve de las almas, nuestro
valedor Miguel! No permitas que me haga
daño ninguno; confieso que de ahora en lo sucesivo andaré vigilante.
El anuncio que enviaban al éter las campanas
de Petersburgo era el mensaje de resurrección, el que nunca se acaba, pero ni
que decir tiene que resultaba destemplada estridencia en los oídos de aquel
extraño sanedrín ambulante. Los dignatarios de la delegación de purpurados
permanecían impasible, pues se habían oscurecido sus ánimas. El corazón de
pedernal era poco receptivo a la llamada del amor. Estaba claro que habían
vendido su alma por un plato de lentejas y que habían dejado de creer en la
eternidad. Habían apostatado del sacerdocio eterno. Los ojos los tenían
lacrados por la soberbia y la inteligencia entumecida por enconos y `prejuicios
seculares. Nunca sabrían comprender.
- Nosotros no nos contaminamos de esos
sonidos. ¡Muera el zar !
- Abajo los tronos y los altares. Hacha a los
iconos. “ Iscra” y cabeza de llamas a los santuarios. Me cago en las barbas de
Constantino.
Traían un odio con polvos y telarañas de
siglos sobre sus tiznados rostros. Su ira encendía a las masas, pero una pobre
“ babucha” hizo la mejor apología del cristianismo que se podía hacer en tales casos.
- ¡Concho, como vienen éstos! No conformes
con lo que pasó en el 17 ahora vuelven a las andadas.
Era una pobre vieja enlutada de esas
innumerables ancianas que pueblan las ciudades rusas, un bastón y un serillo en
la mano, las espaldas convexas, la resignación en el rostro de vieja mujer
arrugada. Su observación en aquellos instantes era para dejar sin habla a la
mayor parte de los hermeneutas y de los teólogos.
Empieza el ayuno. Guarda abstinencia de toda
carne. Huye de Ortiga, la mujer impura. Reza a Dios para que se convierta,
perdónala, pero bien sabe Dios que ya la queda poco. No puedo hablar. Se me
echan sobre mí como lobos. Todo lo que he realizado en la vida no ha sido más
que un desastre. Quiere la vindicta. El ángel exterminador (enconos,
discordias, infelicidad y lágrimas) se ha hecho presente en mi hogar. Veo
ascender a tropel de gusanos por la pata de la cama. Han ocupado mi lecho
nupcial.
La encorvada “ babiushka”, para confusión de
la inicua procesión de judíos admonitorios, exhortatorios, implorantes, y que
reconvenían con mirar tan solo, se persignó. Uno se llevó mano a la pistola.
Era el que debía de ser el comisario. Fue un amago de sierpe antigua. El mundo
se repite. Volvían a pasar la película como si se tratase de una trillada cinta
de Spielberg. Habían colocado en adobo la mentira y vuelta a resucitarlo. Eran
obsesos, mono temáticos, aunque contundentes.
El capitoste, el que llevaba colocada una
birreta coronando su pabellón craneal dolicocéfalo era el espectro del comisario
del zar. Abraham Litvoski había resucitado. Hasta en eso revelan los miembros
de la tribu de dan su carencia de imaginación. En todas las circunstancias de
cambio sacan a la palestra a los mismos tipos.
La mano sacrílega de
aquel judío fue la que empuñó el revólver e hizo el disparo contra Nicolás II.
- Nicolás Alexandrivich Romanov.
- ¿ Qué?
- Te declaro culpable de crímenes contra la
humanidad. Has sido condenado a muerte.
De nuevo aquel indefinido remoquete de “ crímenes de lesa humanidad “. Se
había escuchado primeramente al redoble de los tambores anunciantes de las
ejecuciones de la guillotina. Sólo se juzgan aquellos atropellos que interesan.
Son silenciadas en evidencia aquellas que tienen que ver con los desafueros y
motines de la chusma. El sanedrín, caricatura de la injusticia a lo largo de la
Historia, se limita a cumplir con su papel fiscalizador. ¿ Crímenes de lesa
humanidad? En esa palabra caben los cristeros asesinados en México; los pieles
rojas exterminados por el hombre blanco; las bombas que borraron del mapa
Hiroshima y Nagasaki, y de otros muchos holocaustos de los que los rectores del
gran contubernio global no gustan de hablar.
El emperador no perdió la calma. Miró para
aquel gusano. No podía creer a sus ojos.
El momento había llegado.
- Esto - clamó el
sicario.
En los sótanos de la casa de Ipatiev, el
rico mercader judío, y antiguo monasterio de San Sergio sonaron tres disparos.
El zar y el zarevich, que habían recibido a la muerte de frente y sentados se
desplomaron hacia delante. Los cuerpos del último de la dinastía Romanov y su heredero agonizaron abrazados. A
causa de la hemofilia, el pequeño Alexis durante los días de su último
cautiverio era porteado en brazos por su progenitor. El zar era todavía un
hombre fuerte. Es singular que como particular quehacer para entretener el
aburrimiento de la vida carcelaria picaba leña. Incluso llegó a ser un buen “
aizcolari”. Por las tardes asistía al oficio de vísperas y escuchaba misa y
recibía la comunión, contraviniendo la costumbre en la iglesia ortodoxa no es
costumbre comulgar con la frecuencia que entre los católicos. Se hizo muy
piadoso y murió perdonando a sus enemigos. El gran prisionero ofrendó su vida
en holocausto por su patria.
El extremo de fusilar a un pobre niño
desvalido no movió a misericordia a los esbirros. Hombres de la clase de
Litvoski no suele tener entrañas. Pertenecen a la estirpe de los que no
perdonan, porque el odio forma en ellos una especie de segunda naturaleza.
A la zarina y a las
grandes duquesas les cupo una suerte más trágica y vergonzosa a cargo de
aquellos chacales. ¿ Les podremos perdonar? No. Jamás habrá absolución para la
blasfemia contra el Espíritu.
En el gran legrado de memoria que vive estos
días nuestro planeta, cuando la inconciencia, el descaro y el cinismo - se da
una importancia a cuestionales banales y, sin embargo, se condonan los crímenes
de lesa patria - se ha tratado de borrar aquel apellido y aquel nombre: Abraham
Litvoski.
Nosotros, en cambio, lo seguimos teniendo
bien presente. Sabemos que aquel hijo de Judas se ahorcó y a Imre Nagy el
húngaro, uno de los participantes en la atrocidad, sería más tarde fusilado por
los rusos. Violaron a la zarina y a las grandes duquesas. Eso un ruso nunca lo
podrá olvidar.
- ¿ Cómo es posible?
- Verdad fue -.
Al ángel del señor se le velaban los ojos de
tristeza, porque al brazo de Dios porque le había sido asignada la tarea de
defender por los siglos de los siglos a iglesia y sinagoga. Pero Luzbel
interfería en tal misión arrojando puñados de arena a los ojos de los
creyentes. El combate sería acérrimo y sin cuartel.
- Yo seré el valedor del verdadero Israel-
declaró enérgico -. Sin embargo, las treinta monedas de Judas suscitarán la
codicia de los enfeudados por la bestia, dejando regueros de sangre por el
camino, abriendo los boquetes de odio de las grandes guerras. ¡Ay de ti,
Jerusalén!
Su mirada y su voz eran proféticas, al
escandir cerca de mi oído aquellas palabras. Colegí que maldecía a los que
asesinaron a Cristo. El fusilamiento del zar no sería otra cosa que el epílogo
de aquel otro gran sacrilegio escrito con tinta bermeja en el libro de la
infamia.
A continuación me mostró san Miguel un
inmenso manuscrito enrollado sobre un soporte de cobre.
- ¿ Qué es eso?
- El Libro de la Vida. Muy pocos son los que
están escritos en él. Es corta la lista de los justos. ¡Bienaventurados los
pobres de espíritu porque ellos serán llamados a la Cena!-
Y volvió a clamar “
ay de ti Jerusalén “. El eco de su grito resonaba por toda la cornisa celeste.
Había en su rostro una luz conminadora. Sus
cabellos parecían haberse erizado. Eran de oro y flamígeros igual que espadas.
Nada se olvida. Dios no puede dar carpetazo. El espíritu de fornicación que en
el umbral del tercer milenio parece haberse adueñado del planeta nos está
alejando a todos de la infinita misericordia. En la perversión del instinto
sexual que todo lo domina puede subyacer una de las razones del silencio
divino. Comamos, bebamos y hagamos el amor. El alma de los hombres se revuelca
en el vicio. Dios se aleja. “ Follo todo lo que me da la gana “ ha declarado
hoy en una entrevista a una compa la gran menstrúa monstruo televisivo, la
estrella de las mañanas. Es una de las pervertidas heroínas de mi primera
novela - mejor que novela es una “sotie”, una “morality” o farsa del milenio. A
esta mesalina, pluriempleada de las ondas hertzianas, reina madre de las mañanas, y reinona de todas las
fiestas, es el “ tour de force”, el espejo en el que se miran todas las
españolas entre los cuarenta y los sesenta. Han llegado tarde al sexo y lo
reivindican con furia. Mi país, por estas y otras razones, es una nación
enferma, casi putrefacta, donde se ha perdido el interés por vivir. No tardará
en llegar el castigo. Allí será el crujir de dientes. La víbora ibérica aun no
corre peligro de extinción, pero ya la queda poco.
“ Aquí lo que
importa es pasarlo bien “. Fue la respuesta de la funcionaria tortillera, a la
cual debo estar en paro. Se persigue a Cristo. Se le difama, pero sin perder
los vicios inquisitoriales del pasado. La fornicación ha enrarecido el
ambiente, creando la disensión en las familias, la decadencia de los valores
del espíritu y ha traído la moda del lenguaje soez. Nos miramos en los modelos
de la pasarela Cibeles, que van marcando el paso por la alfombra con gesto provocativo de
panteras. Así y todo, sus cuerpos han dejado de ser deseable. Todo el país se
asoma a este mercado de ganado (culos, tetas, bodies y perendengues) de la
catasta. Los ingleses, más razonables, desprecian a tales pibas que llaman “ catwalkers”. Entre figurín con
cuerpo de alquiler para la alta costura y la prostitución de lujo no puede
haber más que un paso. Abres el canal de cualquier TV. Lo que sale por esa
boqueta en el doblaje de las series violentas, vulgares, desmarridas y sin el
menor gusto es un chorro de palabrotas a granel: hijo puta, mierda, joder,
mamón, cabronazo. Acto seguido tiran los personajes de pipa y empiezan a sonar
los tiros. El bueno es tan mal hablado y tan macarra como el malo. Pero siempre
gana, no porque sea mejor, sino porque suele ser más audaz e incluso violento
que su contrincante. Se ha pasado de esta forma la línea de demarcación ética.
La muerte del zar y el rapto de sus hijas
por mercenarios beodos abrió la puerta triunfal a estos mangantes de Hollywood.
El espíritu jacobino buscó en América sus cuarteles de invierno y desde allí
opera como una cuña contra el cristianismo. Es lástima que en el Vaticano
jugando a dos barajas no se hayan percatado de la jugada que prepara el
sionismo contra la vieja fe. Hollywood es su gran invento, el caballo de Troya.
Los hechos trágicos de la noche de verano de 1917 en una remota ciudad
siberiana abrieron la puerta a las dos guerras mundiales, la liberación de la
mujer, el terrorismo psicológico instaurado en las mismas pautas de la
convivencia democrática. En el revolver de Litvoski sonó el primer cohete del
Ángel Exterminador.
Sentí pavor y asco
al ver venir por la avenida de Maschenkaja a aquel maldito asesino. Avanzaba con
paso autoritario y firme. Su gesto era divertido como si fuese por ahí
pregonando lo que suelen decir todos los judíos: “ hemos ganado “. Harto de
carne dicen que el diablo se metió a fraile. Y en América tenía el diablo su “
hinterland”, la guarida del lobo, “ die Wolveschanze”, el parapeto. Por eso,
venía Yiuesé Nome Guán en plan tan voceras. Porque bajaremos a ajustarles
cuentas. Hemos ganado. Tatachín. Tatachachán, y los comisarios y sabuesos de la
policía social franquista se hicieron periodistas. Son los escoltas de la
Campos, la estrella de las mañanas españolas, esa de caderas de asas de botijo,
a lo que más le gusta es fornicar con jovencitos. Soy erotómana ¿ qué pasa? Y
mueve el dengue la Campos y sus caderas de asa de botijo. El comisario en cuestión
es un soriano que hace a pelo y a pluma. Desde las cámaras rodeado de porteros
y de ciudadanos de la tercera edad amenaza. Os voy a meter a todos en vereda.
Vais a saber lo que vale un peine. Blandea los puños y llama a su edecán
particular, la amiga de la pipa para que le esclarezca el crimen. La vida
cotidiana española es una secuencia truculenta de navajadas, aburridas
comparecencias de políticos ante las cámaras en los que se multiplica el gesto
de aquel carituerto que condenó a muerte a Jesucristo. Anás y Litvoski han
encontrado bastantes adeptos.
Todo empezó aquella
noche de demonios empapada en vodka en los bajos de la casa de Ipatiev.
Fue un crimen
limpio. Silenciaron estratégicamente el estruendo de la bulla de la soldadesca
que gozaron del cuerpo de las mujeres acolchando las paredes, pero al zar y al
zarevich no los amordazaron. Vieron llegar a la muerte de frente. Los edredones
de espumillón insonorizaron la estancia. Aparcada a la salida había una
camioneta estaba una camioneta con teleras de lona y con los motores al
ralentí. No había luna. El cielo encopetado amenazaba lluvia. Estaba la noche
cual boca de lobo, como si la luna, las estrellas y luceros no quisieran
participar de la horrísona escena del sotabanco conventual donde se llevó a e
efecto la inmolación, el sacrilegio. Asimismo, y según cuentan los evangelistas
y los historiadores, el sol del Calvario se negó por espacio de media hora o
algo más el fulgor de sus rayos. Fue terrible el frío que padeció el mundo
durante aquella hora de tinieblas. “Vellum templi scissum est, et omnis terra tremuit. Tremuit. Latro de cruce clamabat dicens:
memento mei , dominé, memento mei, dum veneris in regnum tuum “. Aquellas palabras cantadas en
una catedral en mi adolescencia han hecho de mi existencia un perpetuo
recordatorio de aquel viernes santo. No lo sabré nunca olvidar. Es más fuerte
que yo.
Los mismos
cataclismos naturales sucedieron a raíz de los hechos de la tahona de Ipatiev.
Dios quiso de esa manera mostrarse. Mandaba el aviso. Algunos montes en los
Urales y en el Caúcaso se derrumbaron. En varias partes se registraron
temblores de tierra y el velo del templo también se rasgó, porque todas las
campanas de la Santa Rusia empezaron a tocar a clamor coincidiendo con el
momento en el cual los Romanov eran pasados por las armas. Nadie las voleaba.
Más de repente, como indignadas por lo horrendo del crimen, accionaron sus
badajos. Tocaban solas. Muchos creyentes las escucharon tañer en la lúgubre
duermevela. Fueron el llanto indoloro y sonoro de la estepa.
-Mascha, ¿ cómo es
que tocan a muerto en plena noche, si es así que todavía no la palmó el sastre,
que yo sepa? En nuestra alquería de Tchernikiovo no suelen tocar a clamor de
esa manera y a hora tan intempestiva las campanas de nuestra iglesia del
Salvador. ¿ Serán ladrones? Aquí somos cuatro gatos. Todos nos conocemos.
Además, acabo de venir de la taberna y allí el sacristán estaba de juerga.
Había bebido más de la cuenta. Estaba más borracho que de costumbre. ¿ Habrá
estallado la revolución? Nadie puede fiarse de esos malditos judíos comunistas.
He sentido agitarse en el establo a nuestra yegua “ Lumia” y, al sonar las
doce, hora asaz temprana, ya estaban cantando todos los gallos. Por el amor de
Cristo, Mascha, asómate al tendejón, no hayan vuelto otra vez los amigos de lo
ajeno. Andan las cosas muy revueltas en nuestra amada Rusia.
El ebanista Anisim
se había despertado sobresaltado aquella noche de julio. Creíase víctima de una
pesadilla en lo mejor del sueño. Empujó con el codo en la barriga a su mujer,
María, que estaba en el primer sueño.
La
obediente esposa hizo lo que su marido le pedía y bajó hasta el estragal desde
la alcoba que estaba situado en la primera planta de la isba. Los mastines
ladraban con ladrido extraño, como cuando olfatean la muta. Sin que soplase el
viento un aliño de abedules y de alerces plantados junto a la casa meneaban sus
quimas como agitados por fortísimo
airón. Oscilaban con fuerza y cabeceaban igual que naves en derrota. Un
naufragio se acerca; quizá estas sean las señales del fin del mundo, pensaba la
pobre masovera de la aldea de Tchernikiovo. Aún había rescoldos bajo la campana
del llar, pero el fuego se había extinguido. Aún dentro de las mismas brasas se
escondían presagios tristes y ominosos. Hubo una importante cosecha de setas
ese verano. En Rusia tal abundancia de micosis se interpreta como un mal
augurio.
Al
abrir los postigos, la noche que horas antes se había mostrado cetrina y
encapotada, mostraba un paisaje de una intensa claridad. Un sol de media noche
hacía distinguir perfectamente el perfil de los collados, de los árboles e
incluso de los tejados de las casas.
-“Chudá... Chudá ( milagro, milagro)-
gritó la mujer del ebanista al ver tan extraño fenómeno.
Los
cielos se abrían y entre las alturas y la tierra se proyectó algo semejante a
una infinita escalera, que cubría el horizonte. Cada uno de los peldaños era
una estrella. En cada escalón cubría carrera un ángel guerrero. Iban tocados
con casco de acero, espada de fuego y el atelaje y las cartucheras eran de oro.
Por esa escalera subían y bajaban las almas. Estos seres celestiales eran del
color de la brasa de los rescoldos del último fuego de la chimenea. Sus
vestidos eran níveos y los cabellos blancos como las cenizas del fuego de la
purificación. Las hiladas de estos bienaventurados exploraban tumultuosamente
las cimas nunca pisadas por el ser humano, los campos nunca descubiertos. De
los cuerpos se desprendía como un aroma de incienso. Por millones debiera de
contestarse el número de todos estos espíritus puros. El camino se proyectaba
hacia arriba en una vertical ingente, al final de la cual el Padre eterno,
sedente en un trono de soles, con Jesucristo a su diestra. María, la Virgen
pura, madre de todos los hombres con gesto benevolente y magnífico, ocupaba los
lugares de la izquierda al frente de una multitud de apóstoles, mártires,
confesores. Era un ejército abigarrado y selecto.
La cruz campeaba por
doquier. El Gólgota se había transformado en montaña preciosísima. Debajo
quedaba el abismo y el lugar de las maldades. Allí iban a parar todos los
precitos. El tártaro era como una guarida de azufre. Los diablos se encargaban
de cardar la lana y atestados en espuertas los lanzaban por el terraplén. Esta
es la casa donde no se come ni se bebe, el país adonde irás y no volverás. Sin
remisión posible. En estas carretadas del lumpen de la depravación y la maldad
llegué a ver a no pocos personajes de la vida pública española al doblar el
milenio. A la Campos la desgarraba un súcubo superdotado. Ella al principio
creía que era uno de sus programas donde iba a gozar de las caricias de algún
“boy” y en esto hacía dengues, visajes y carantoñas, propias de esa hembra de
buenas caderas y mejores partes, definida como un auténtico animal televisivo,
pero no era placer lo que le daba el diablo encargado de martirizarla sino un
tormento peor que el potro y los garfios. Ella pedía a voces que la sacasen de
allí.
El infierno estaba
lleno de actrices, actores, papas, presidentes, y gente guapa. Si bien te
fijas, sería el punto de encuentro de los triunfadores. Los perdedores - a fortiori - tendrían que ir al cielo
derechos. Únicamente así podría hacer Dios justicia.
El matrimonio
formado por Anisim y su mujer María vieron el tránsito al cielo del zar
Nicolás, dos almas incardinadas en el registro de una lejana provincia en el
corazón de la Rusia profunda. La estola de lino purísimo de los mártires ceñía
sus pechos. Era el signo que se otorga a los que derraman la sangre por el
Cordero. Aquella noche de julio fue también una noche de prodigios.
XXVIII
Se excusa hablar de que la extraña visión que
les fue otorgada a los dos granjeros ruso fue obviada por los telediarios de
aquel tiempo. No hubo registros de tal noticia, ni la hubiere habido aunque
hubiese estado allí presente Walter Cronkite y la batahola de sus secuaces
“hombres áncora y hombres pulpo de la actualidad”. El relato de la historia ha
de tener sus propias impasses. La hueste periodística sale de sí misma. Esos
bustos parlantes a quienes pagan miles de millones por un contrato suelen ser
lacayos de sus vaivodas ocultas. Con la clonación macrobiótica, que ha
sucedido, los rostros que hablan a una hora señalada para dar el parte se
parecen unos a otros. Igual que un huevo de gallina. Hemos tocado techo. He
aquí el invento conseguido: que la emulación se dispare, ha llegado la hora de
la gran mimesis. Se copian no sólo los gestos, las corbatas, el ademán, el
tonillo de voz y las muletillas. También se fabrican los hombres en serie. Las
almas se han hecho clónicos. Es la diversidad de lo mismo. “Prime
time “ para servir al mismo amo.
Nunca contarás,
Buruaga, verbigracia, que el avión que acaba de caer en Melilla en el monte de
las Tres Forcas el último fin de semana de septiembre de este aciago año de
1998 fue abatido por un misil alauita. Se han llevado la caja negra a
Washington y no nos la devuelven. Ha relinchado el caballo. Está entrando el
moro en España. Dinero judío sufraga los costes de la razzia. Treinta monedas.
Nuevos campos de Haceldama. Los impostores arropan a los asesinos. Detrás de
esa capa se esconde un puñal traidor. España, tus esbirros de siempre te
rematarán por la espalda Vuestro amo norteamericano os hace gestos de silencio.
La televisión es un invento diseñado para ceporros o para parados con resaca
que hacen “zapping” en las noches de insomnio y se sienten abrumados por el
torrente de vulgaridad y de evasión que nos circuye. ¿ Y para eso tanto dinero?
¿ Para qué sirven los burros parlantes? ¿ Para andarse mirándose al ombligo? O
contar lo que pasa de a hecho? Nunca caerá tal breva.
Desperté de bruces
en España, la patata caliente. Madrid me pareció una ciudad insulsa,
deshabitada de sí misma y repleta de fantasmas y de fantasmagorías. No sabría
cómo expresarlo, pero el término de aquella visión fue una especie de trauma.
Les ocurre a todos aquellos amantes que, al cabo de los años, no reconocen a la
mujer que ama. O bien porque ha dejado de ser dueña de sus pensamientos o porque
se sienten defraudados ante la diferencia de lo soñado y lo conseguido.
El ángel me había
puesto de bruces en el pretil de la gloria. Mussorgsky, aquel vagabundo que
hacía sonar el violín, mientras su amada Ana interpretaba canciones al arpa. Me
sentí atraído por el halo mágico de los clavicordios, de las voces solemnes y
maravillosas, del batir de las alas de los serafines. Indudablemente el alma
del hombre es algo musical, porque la música es la cifra y el compendio del
ansias que sentimos todos de eternidad. Con ellos oí los coros ortodoxos que
resuenan en el cielo eternamente. Ser arrebatado en espíritu no deja de ser una
dádiva divina, pero ha sucedido con frecuencia a lo largo de mi existencia. Una
providencia especial me toma por los cabellos y me transporta por los aires
como a Habacuc. Ha sido - lo ratifico - la experiencia de este verano
amargo. Mi amor por la verdad, el país
real que es Rusia - América no resulta más que un conglomerado virtual, la
patria sintética en la que recalan todos los merluzos - ha salido fortalecido
de esta experiencia. Ver el rostro del ángel sin caer fulminado por el rayo de
la muerte fue otro agasajo de la gracia, que quizás no mereciera yo, pero que
acaso mitigue mis múltiples sufrimientos y me haga mirar esperanzado hacia lo
alto. Del cielo viene lo grande y lo bueno y el poder contra Satanás y la
hueste que hoy domina y controla los más encumbrados resortes.
Entre los que
cantaban cerca del trono estaba Juan con un cálamo de oro. La caña volaba veloz
sobre el pergamino, del cual brotaba la sangre.
- Juan, predilecto de Cristo, tú eres
palabra viva.
- Aguantad y sufrir a los malos. Les queda
poco tiempo.
El sagrado evangelista se dirigió hacia mí en
hebreo y yo le entendí el coloquio. Había escuchado la voz y la palabra por
excelencia. Me ungió y me honró sacerdote con su mirada, que me hizo fuerte en
la vez.
- ¿ Qué significa esa sangre que brota de la
piel misma del becerro?
El becerro era un
toro adolescente, como un choto del color de la miel, y estaba vivo. La punta
de su pluma hería, por decirlo así, el cuero sagrado, y brotaba sangre cual
fuente que alumbra. Por la apertura de cada letra manaba una fuente de vida que
la muerte rasgaba con violencia. Juan dijo:
- Sé fuerte y tendrás constancia y fortaleza.
Ambas virtudes
adornan a los mártires. Adiviné rápidamente el sentido del mensaje que el santo
evangelista quería transmitirme. Iba a derramar la sangre por el cordero,
porque estaba escrito en los altos frisos del empíreo mi nombre en la lista. No
me asustó la idea ni me dio pavor; antes bien, noté dentro de mí una alegría infinita, porque las
elevadas puertas sólo se conquistan con violencia. Un pecador como yo, un
borracho y un deprimido, únicamente por la puerta del martirio tendría acceso
al codiciado galardón de la vida eterna.
- Jesús, hijo de María, ten piedad de mí.
El ángel me entregó al punto la palma de los
triunfadores. De siempre he sentido una innata querencia hacia las palmeras.
Todas las que planté, después de recoger las semillas de las grandes palmeras
que flanquearan nuestra casa de Asturias y que fueron derribadas por el antojo
de un vecino diabólico arraigaron en mi jardín. Oh Jesús, que hasta de esa
forma, por medio de signos augurales, has hablado a este pobre pecador durante
toda la vida. Me quejé de mi suerte.
Resulta que maldecía de mi fortuna cuando he aquí que reservabas tú la
palmera para mis sacrílegas manos, cuantas veces te tuve entre ellas
indignamente y te manduqué sin miramientos o indigno, y he aquí que tú perdonas.
Pero mis conmociones
y sorpresas no acabaron ahí. En aquella visita que giré a la ciudad de Dios fue
testigo y partícipe del llamamiento al reino del músico vagabundo y su amada la
prostituta. Porque el Hijo les habló a ambos desde el alto trono con un tono
dulce y lisonjero y le dijo que gozarían para siempre de la música, en el lugar
a ellos designada desde toda la eternidad. ¿ Veré yo también a mi Ania, la
dulce Suzanne - la luz de su cuerpo en aquel despertar de Hull bañe para
siempre mis ojos, Señor?. Ya la verás muy pronto, porque el amor no se extingue
jamás.
En esto la cuadrilla
de judíos mandó parar a un”fiacre” (coche de punto)que pasaba en aquel instante
por la Mashinskaya ulitsa. Se metieron todos - con los vaticanos - en el fondo
del pescante. Y - milagro - todos
cogieron, pero discutían con el “ vienka”, el cual hablaba con ese lambdacismo
tan característica de los fineses, en patente contraste con los sonidos roncos,
guturales y algo silbantes de la lengua hebrea. Discutían de dineros. No faltaría
más tratándose de judíos. Los rabinos regateaban el precio de la carrera.
- Tres rublos hasta la estación de Finlandia
¿Hace?
- El viaje no se lo haré por menos de diez.
Con un suplemento de peso excedentario de ochenta y tres copecas.
- Andále. El otro día pagamos rublo y medio
por el mismo trayecto.
- No discutamos por eso. Hoy es un gran día
para los cristianos ortodoxos. Nuestro paciente zar Nicolás ha sido inscrito en
el registro de los bienaventurados. Estoy por eso tan contento que hasta para
vosotros, hermanos, lo haría de balde.
-Vale ya de sentimentalismos. Todos los que
aquí van no creemos. Déjate de historias y llevamos a donde te hemos mandado.
El vania que estaba ya algo bebido a esas
horas de la mañana por un momento pareció indeciso entre empuñar la tralla o
dejar a sus clientes en tierra. Su ingratitud era execrable. Pero recordó que
es deber de todo cristiano no responder a las injurias y en un acto de heroísmo
hizo renuncia a la cólera. Ni que decir tiene que con aquella clase de gentuza
sólo se podía lidiar a golpe de “ knut”. El palo y la violencia es el único
idioma que entiendan los violentos y problemáticos judíos, pero lo dejó estar.
- Suban Sus Excelencias.
- Menos pamplinas. Como no conduzcas con
cuidado, te vamos a denunciar.
- Arre. Vamos allá.
El cochero aguijó a
la reata con tanta viveza que la “teleiga” (carromato) arrancó a una velocidad
insólita. Uno de los caballos se desbocó y todo el carruaje fue a parar al
Neva. No lo hubieran contado, de no estar los bulevares a aquella hora
atestados de gente. La proximidad del parque de bomberos, que acudieron al
socorro, remató su fortuna. Ninguno de los hebreos ni los de su corte sufrió
merma de su vida ni de sus pertenencias. Tampoco pereció el cochero, buen
nadador, pero maldecía de su suerte. La
destrucción de su taxi significaba que perdería el empleo y se quedaría en la
calle.
- ¿Y ahora qué va a ser de mi mujer y de mis
hijos?
- Nada. Te está bien empleado por borracho.
Mereces ser escupido.
-Mal día amaneció para mí, señores rabinos.
Van usías vestidos de negro. Los cuervos no dan buena suerte.
- Jodete, goy (cerdo). Así revientes con tu
marrana.
- No insulte, señor, a mi Asia. Que será
gorda, pero es una mujer decente.
Sin embargo, el
contumaz hebreo no paraba mientes ni hacía distingo. Cuando tienen la sartén
por el mango, se crecen los abanderados de la ley del talión se crecen. Pueden
llegar a ser déspotas y crueles:
- Nosotros haremos vestidos de brocado para
que adornen los cuerpos de las putas en los prostíbulos con las sotanas, las
capas pluviales y las casullas de vuestros popes. Las estolas de vuestros
diáconos nos servirán de calzoncillos.
- Un poco fuerte, ¿ no? ¿ Qué pretendes? ¿
Besar mi látigo? - replicó el taxista siniestrado. Toda paciencia tiene un
límite. La suya se estaba agotando.
Todos estaban algo excitados, pero quienes más alzaban el gallo eran los
rabinos. El pobre cochero cristiano, a quienes los muy sinvergüenzas no fueron
dignos de abonar la congrua tarifa, el canon a pagar, porque aquí está
resucitando el moro Almanzor y se habla ya sin tapujos de que os españoles
tendremos que volver a pagar el tributo de las cien doncellas, se movía a la
defensiva. ¿Quién ha vuelto a meter el moro en España? Ay de aquellos que han
pecado contra el pasado! Su crimen nunca ser perdona. Es equiparable a los que
blasfeman del Espíritu Santo. Las voces llamaron la atención de los mozalbetes
errabundos que se llegaron al grupo de hebreos y los dispersaron a golpes.
Ahora corrían que perdían el culo y no pararían hasta alcanzar Jerusalén.
Indirectamente, el
Defensor y Baluarte de toda inocencia fue el que envió a los jóvenes
camorristas en ayuda del pobre cochero siniestrado. Mientras tanto, sonaban en
todo Petersburgo los coros religiosos de Mussorgsky. Los judíos huían
despavoridos. No siendo suficientes todos los “ migs” y “ phantons” de Aeroflot vinieron las brujas
y les prestaron las escobas para que llegasen cuanto antes a Jerusalén, donde
aterrizaron en unos pocos minutos. En un pesebre ha nacido el Niño de los Mil
Días. Acudid a adorarle, pueblos del planeta. Su llegada será el orto del
imperio de la justicia. Ya piafan los alazanes. Lanzan fumarolas de fuego por
los ollares. Las piernas robustas y recias de los jinetes negros abrazan ya los
ijares de los briosos corceles. Sólo hará falta una orden de espuela y se
pondrán en marcha los escuadrones de la milicia celeste. Caerán sobre el horizonte plateado como un
torrente.
XXIX
En ansias de la verdad ardía mi ser entero,
arrebatado en espíritu hacia la ciudad de mis sueños - miro a Petesburgo como
miro a Jerusalén, y esta mirada no es más que el deseo de quebrantar las
cadenas que me atan a la carne, y siento que el alma no es más que un vuelo -
por el gran psicagogo (el que lleva las almas sacándolas del profundo lago), el heraldo del
Señor en toda la tierra de Israel, no podía creer a mis pupilas, pero todo esto
me sirvió de consuelo. Era bálsamo a mis aflicciones el invencible caballero
andante, el adalid de los pobres, alférez de la hueste blanca. Su presencia me
reaseguró en el convencimiento de que el verdadero israelita es aquél que en
todo momento dirige sus suspiros hacia el cielo. Pertenece a la heredad del
reino y su albacea será la tierra prometida: una luz que sale de adentro y no
se circunscribe a ningún punto concreto, sino que es un gozar de la intimidad
del Verbo. La torre excelsa del Prepósito de las Milicias Angélicas se alza
señera en el monte Gárgano contra la impostura, el demonio de la apostasía y de
la fornicación.
No lo duden los
descendientes de Moisés. Adonay envió su mensajero cuando, Moisés, recién
fallecido, los judíos prevaricaban disputándose los despojos del profeta para
adorar las reliquias, haciendo de esta forma renuncio a su fe. De nuncio
celeste hablaría el profeta Daniel, puesto que fue merced a las intercesiones
arcangélicas que el pueblo elegido se libró del dominio babilonio. Habacuc fue
arrebatado en espíritu por el edecán de la milicia eterna y traído de los
cabellos hasta la espelunca donde vegetaba el profeta rodeado de leones
hambrientos. Los enemigos de la profecía y los que se oponen a la venida del
Reino que estos cuentos de la Biblia son historias de psicópatas. Luego Juan,
al que yo había visto en el antedía revestido de la alba veste sobre los cielos
de la capital de los zares, lo transforma en eje dominante de su Libro del
Apocalipsis.
Nuestro Hermes
celeste será el valladar donde se estrellen los golpes del enemigo. Él nos
sacará de atascos. Conjurará cualquier contratiempo. Asilo de los pobres y
valedor de los que padecen persecución por la verdad y por la justicia, los
conducirá al paraíso al cabo de haber pesado sus actos, sus palabras, sus
pensamientos. “Vidi turbam multam quam dinumerare nemo
poterat “. He
ahí el mensaje central de la criptografía cristiana: el anónimo y la cantidad,
la libertad y el canto. Todos a la sombra de su espada flamígera adorarán a la Majestad. Su himno de
alabanza no tendrá final.
El código de valores que representa el
arcángel Miguel se opone al sueño sionista. No propone la dominación del mundo
por la espada y el imperio de la fuerza bruta que avasalla sino que es la
conquista del amor y del bien encarnados en la persona de Cristo que derogó la
ley del Talión. Triunfará al fin la palabra. Miguel tijereteará y hará retales
de la lengua de los impíos ( Martín Menoyo purgó condena por un signo y un
gesto de aviso a los hijos de las
tinieblas que se burlan del rayo radiante que traspasará los confines) y sus
cuartos troceados y blasfemos serán colocados en una peña del desierto para
afrecho de buitres y chacales. Ese es el destino que aguarda al áspid y a la
sibila. Yo os mandaré arrancar la lengua. Divino Miguel, que siglo tras siglo
deshaces las conjuras satánicas contra la Iglesia, debelador implacable de los
poderes del mal. Ahonda tu lanza en las fauces del dragón.
Ven en esta hora , portaestandarte celestial,
“ summus nuntius”, caballero andante de los que sueñan y de los que aman
todavía, psicagogo, aplasta bajo la sandalia a la Víbora de Iberia, que
confrica a todos los relapsos en su protervia, los que oprimen el corazón.
-No tenemos a otro dios que al vientre.
Nuestra morada es el vicio. Hozamos la podredumbre, manchamos el agua y nuestro
único líquido elemento es la suciedad - proclaman con jactancia-. Vamos a dar
la vuelta a la cruz y verán cómo de ese mito escatológico no queda nada. Hay
que pasarlo bien. Lo que importa es follar. Acabemos con esa pléyade de maniáticos
sexuales y de impotentes que es el catolicismo. Pon punto y final a tales
parlamentos.
Se acercó a nosotros un cuerpo radiante, como
un crisólito. Traía en la mano la espada desenvainada y, en la otra, las pesas
de la gran balanza del juicio final. Todo será medido y escudriñado. Nada será
pasado por alto en el día de la ira, pero sobre todo las víboras de Iberia
serán descabezadas. Allí es donde esta especie de ofidios posee unas
características biológicas más interesantes. La lengua de estos reptiles es más
larga y viperina que en otras regiones.
Bien. Se acabaron
los parlamentos. El crótalo quedó a merced del destral. Estáis liberados. Una
caravana de espectros sale de las cavernas. Abandona los recintos de las
ciudades, que no son más que prisiones ahumadas. El hongo tósigo se disipó. Sus
tiradas y aviesas amenazas han quedado en nada. Dáles caña, Santi, dáles caña.
Con un buen rumbo se puede llegar a cualquier parte. Pero, con estos en el poder no hay refugio ni
abrigo seguro. Han minado las playas. Qué cosas, mi comandante. Qué cosas.
Basta ya de maripavas. La voz de esas arpías se apaga. Santiago estaba en los
cielos de Brunete y de Clavijo, a lomos de su caballo blanco. Sus corcovas eran
tal que el avión de combate que se apodera de los cielos abiertos, evoluciona
sobre sí mismo, realiza rizos en vuelo, se deja caer sobre el ala, se yergue y
se tumba, y, cuando parece que va a estrellarse sobre los tejados de la ciudad
que contempla la batalla desde abajo, se empina de forma sorprendente. Arriba. Arriba. Davai. Davai. Fulano de tal y
tal, con todo. En marcha. La Orden de la Caballería andante no sabe lo que es
un paso atrás.
- Miguel, trae la
báscula que el dedo de los pretextos y de las excusas no podrá amañar donde
duelan prendas. Lucifer dejará de hacer chanchullos. No habrá componendas que
valgan. El fiel de la romana será inexorable. Apuntará hacia arriba en busca de
la vertical justiciera. A cada cual según sus actos. Se acabaron los trucos. Tu
espada flamígera, la que traspasa los cuerpos sin derramar sangre, sembrará la
tierra de clarividencias, con lo que la hueste infernal quedará al descubierto.
Ha llegado la hora del bieldo. La sentencia será inapelable. El grano será separado de la paja. Pondrás en
fuga a la hueste maligna. Serán sumergidos en el profundo lago todos aquellos
que sembraron de cizaña los surcos.
- Son muchedumbre,
mi capitán.
- No importa. ¡
Perderán!
De un salto se encaramó a la grupa de una
impresionante yegua torda. Nos cruzamos la mirada. Aquellos ojos despedían el
calor de un aerolito. No es Ceuta y Melilla lo que queremos. Que nos devuelvan
Granada. La roca de Calpe se yergue soberbia y desdeñosa. He ahí un farallón de
ignominia contra el orgullo herido de la patria. En tardes de caliginoso bochorno resuena por entre
sus clavijeros y fisuras, horma y espanto de la oquedad del peñón, polvorín de
muerte y de amenazas, la risa furibunda de Israel, que no reconoce sujeción ni
reglas fijas y unas veces forma liga con la media luna y otras con Lutero. Su
sombra se cierne siniestra sobre la piel de toro. Acaba de pasar el cuervo de
San Antón. Los “bififtytús” sobrevuelan el territorio las panzas cargadas de
muerte. Miguel, defiéndenos en la lucha.
No tengáis miedo. En un bar del barrio de Maravillas convidé a vino a dos moros
terribles. Me pidieron dinero y se lo di. Tú, Miguel, no sólo pesas las almas,
sino que velas por ella. Me duelen los calcaños a causa de la podagra. Obeso,
desganado, barzoneo por un Madrid que se ha vuelto agresivo y extraño en
vísperas de lo que puede resultar una gran matanza. En el vértigo de su
endiosamiento, Luzbel alzó el pendón de rebelión (las feministas copian las
tácticas de la serpiente mamaria, porque su voz y sus maneras son algo muy
viejo dentro de los contextos de la iniquidad) contra Dios. He ahí el desafío
de la criatura contra su creador. Se miraron en el espejo de Narciso y el
cristal les devolvió una imagen complaciente de sus gracias naturales. Fueron
los precursores del hedonismo y ese culto a la juventud y al cuerpo en el que se
basa la gran prensa de bulevar. Y tú te alzaste contra la perniciosa facción y
de ahí recibes el nombre victorioso de Quiencomodiós que tendrá en los labios
por los siglos de los siglos la Caballería Andante.
Sin caballeros andantes no se puede dar un
paso. Esta vida sería un asco. Pero ellos están situados en la cultura del
engaño. Aporrean nuestros meninges con sus proclamas. Hay que pasarlo bien.
Dios no existe. Sólo existe la ley del
más fuerte. Sin embargo “Quis sicut Deus”. Estamos hartos de repetir los
ramplones argumentos. El “agitpro” forma parte de nuestras vidas. Nadie se
atreve a ponérseles en medio del camino. Hay miedo, mucho miedo, y ya quedan
pocos audaces dispuestos a recoger el
guante. No comemos otra cosa que el
veneno del áspid. Habremos de sucumbir víctimas del arsénico informativo y la
nuez vómica. Jamás en la historia del hombre se dijeron tantas mentiras, tan
constantes y tan gordas. Se llena su
boca de blasfemia y no se arrepienten. Luzbel reina en las ondas.
El psicagogo seguía atento a las reflexiones
que le formulaba. Yo le pedía que diera un puñetazo en la mesa para restaurar
la palabra de verdad y le confié mis planes secretos de crear editoriales,
emisoras de radio y estaciones de televisión donde se sirviera a la verdad y a
la justicia en lugar de a los magnos intereses de la Banca Morgan.
-Siendo el heraldo
de la verdad y el nuncio supremo de los mensajes del Padre a los hombres, el
plenipotenciario invisible que observa cuanto acaece entre nosotros para
despachar los partes facultativos a lo alto ¿ por qué estás callado ante la
injusticia?
-En el Reino del que
vengo no hacemos alardes. Nadie necesita justificaciones leguleyas, porque todo
es vivo y transparente, varón de poca fe- prorrumpió casi con un estallido de
cólera.
-Perdóname, Señor.
Perdón.
-No eres malo, pero
estás todo el día lamentándote.
-Me ocurre como a
muchos españoles. Vivimos en la cultura de la queja. Lo reconozco. Este ha sido
un río revuelto, donde no conviene mostrar excesivos desafectos al tetrarca. La
mejor táctica viene dada por esconder la cabeza bajo el ala y a cobrar.
-Go and
do something, then. Stop moaning- habló en inglés moviendo a sendos lados su cabeza.
A cada inclinación de su testa, como la aguja
magnética del radar, oscilaban desplazandose por los cuadrantes del cielo
rebaños de estrellas.
Los coros celestiales se escuchaban en la
distancia. Mussorgsky atacaba todavía con mayor inspiración la romanza del “
Zar Boris”. Ambas armonías, la que resonaba en el empíreo y la que se esparcía
magnífica al lado de los canales del Neva, se refundían de forma magnífica y
solemne. De esa forma los cielos se juntaban con la tierra y lo invisible y lo
invisible se refundía en un estrecho abrazo. Diríase que aquella música nacía
del rodar de las esferas. Las notas del decacordio del querubín y del serafín
iban mostrando el camino del éxtasis. El arcángel, al pronunciar aquella frase
en la lengua en la cual yo amén, me pareció más hermoso y acaso más implacable
que nunca.
-No tengas en cuenta
mi vileza, Signífero.
San Miguel me
sonrió. El caballo blanco que cabalgaba, piafaba nervioso, como anheloso de
campos y de verstas, ávido de leguas y leguas.
-Vamos, sube. Te
llevaré a la grupa.
- Muy alto honor me
haces, capitán, del que no me siento digno - contesté.
-He dicho que
montes. Vamos. Pega un brinco.
-Peso bastantes kilos, Majestad. No estoy
ágil.
- Yo te ayudaré.
Pasó por mi memoria
el recuerdo de aquellos veranos. El polvo de la trilla. Los senderos de arena
roja camino de la huebra que llamaban la Pedriza, donde estaban los majuelos.
Escuché al abuelo cantar. Iba cabalgando en el macho rodeno. Se protegía del
sol con un pañuelo de hierbas, que protegía el pescuezo a manera de orejeras.
Entonaba el presagio jocoso. La vida era maravillosa. Ven sube. Arrea. ¡Que el
Agustín te dé el pie. De la huerta del boticario venía un perfume de manzanas y
de grosellas. El sudor animal del cuerpo
de mi abuelo y de la caballería destilaba un olor acre, pero nada desagradable
al olfato. Todo olía entonces: La soga, las gavillas de espiga, el pan en el
arca. Era la primera vez que montaba en un mulo. No se me ha olvidado aquella
tarde de siega. El abuelo ya no trabajaba, aunque su asesoramiento de labrador
curtido se derramaba con sabiduría entre los agosteros y la cuadrilla de
gallegos, aunque a estos no había que andarles con muchas recomendaciones.
Sabían bien el oficio y eran bastante taciturnos. Había uno de entre ellos por
nombre Lois, quién para hacer valedero el adagio de que la excepción confirma
la regla, hablaba por los codos. Le habían puesto el mote de
“Parlapuñados”. Tenéis que manejar la
hoz a derechas. El prefacio jocoso sonaba bien en la era. España dejó de cantar
cuando llegaron los televisores. Parlapuñados siempre iba adelante en la
hilada. Hablaba y trabajaba más que nadie al propio tiempo. Yo tuve un abuelo
que se llamaba Miguel al que quise mucho. Fue un poco como mi segundo padre.
Murió de cáncer de próstata. Él me contó la historia de la parición del Divino
Arcángel en el monte Gárgano.
Y apareció envuelto
en una nube. Era el excelso Miguel. El
supremo caballero andante. Habrás de
rezarle cuando alguien te moleste o avasalle y te sacará de cualquier peligro. Al encaramarme al mulo, me trompiqué y caí
de bruces por el otro costado.
-Abuelito. Abuelito, ayúdame.
Fue el primo Agustín, que era un vaina y que
quiso que me estrenara haciéndome blanco de una de sus gracias. El mulo, aunque
manso, se espantó y por poco me cocea. San Miguel estuvo al arrimo. Agustín se
cascaba unas risas tremendas al verme en el suelo.
-¿ Qué pasa? ¿ Qué
pasa? Pero, hombre, yo de tu tiempo montaba de un periquete. Parece mentira.
Eres algo torpe.
-Eu carallu. O neno-
oí que decía Parlapuñados en su jerigonza de orillas del Sil.
Todos los de la cuadrilla que meneaban el
bálago arqueados sobre el surco detuvieron el trabajo unos momentos. Los
rostros de aquellos operarios morenos y renegridos por el sol bajo el sombrero
de paja quien los contemplara en la calorina del véspero de primeros de julio
suscribiría que eran ciertos los versos de Rosalía. Los quince segadores
forasteros al unísono empezaron a reírse de mí. Y lo malo no era - así yo lo
creía por entonces- que no se reían en romance. Sus carcajadas tenían la
cadencia y la tonalidad melosa del astur-galaico. Por aquellos pagos, la risa y
la gente eran un punto más feroz. Aquella mofa la tengo clavado entre los
tuétanos. Vida dura e implacable la de aquellos años tremendos. Corrí a
refugiarme en el rodal de zarzales que separaba las eras del ejido, mientras mi
primo, que tenía algo de envidia, no paraba de decir:
-Sopazas. Sopazas,
mira que caerte del mulo.¡Oy!.
¿Sería verdad que yo
era torpe ? No vales para nada, hijo. No sé lo que va a ser de ti en la vida.
El divino Miguel vino en mi auxilio. Siempre has estado al quite. Pero, mira lo que escupen por el colmillo los
filósofos debeladores de nueva floración, los gran mistagogos del laberinto
español, donde unos tocan la flauta, otros bailan el rigodón y los más escuchan
con ojos ovejunos, porque la mayoría silenciosa vive en espera de que pase todo
y que volvamos a poder ir tirandillo: los que rezan están tocados del bicho de
la paranoia. La plegaria es un inquietante remanente del pasado. El
cristianismo es una religión de locos. Todos los años aparecen por Jerusalén
tres o cuatro centenares de tipos que se creen Jesucristo. Conclusión: habrá
que encerrarlos. El gran enemigo de la religión ahora resulta que va a ser el
psicoanálisis. El cristianismo es para ellos una idiocia sobrante. Las monsergas sobre la caridad están de más.
-Eres
superferolítico en tu actitud vital. Cada mañana te das unas cuantas carreras
terrestres por Retiro Park. Controlas tu cuerpo. Lees literatura “ knowhow”
y “ sacherbucher” para hacerte dueño de tu propio destino. No eres un paranoico,
sino un triunfador.
-Todos los que
rezáis el rosario y os encomendáis a santos de existencia dudosa, sois unos
perdedores, dementes. Vuestro problema es la locura: un desfase entre el yo
real y el yo anhelado.
-¿ Me quieres decir
que la religión cristiana es una resultante de esquizofrenia y de paranoia a
gran escala?
- Sí.
Pues, asunto
concluido. Hemos terminado.
Lo dicen y se quedan
tan panchos. Cristo era un paranoico irrecuperable. Sus teorías han sucumbido
bajo el martillo implacable. terribles
en esa tesitura no son los horribles postulados de la masonería al uso sino que
el legado del Averno cuyas posaderas han manchado la sede apostólica no lanza
excomunión alguna contra los zelotes criados a los pechos de la Revolución
Francesa y de la idea del triunfo final de la sinagoga sino que les bendice
hisopo en ristre. Esa es la tragedia de muchos católicos que asistimos con
perplejidad a este cúmulo de imposturas que llueven sobre nuestras cabezas en
el verano profundo de 1998, a las puertas del tercer milenio. De la impostura
del gran jerarca proviene tanta desazón. La fe se descompone. Los templos son
guarida de murciélagos. En sus ventanas anida la paloma torcaz. Cristo era un
paranoico irrecuperable. Dijo llamarse el Hijo de Dios. El argumento de
incriminación saturó la causa del tribunal canguro que alzaron los judíos ante
el pretorio. Ha blasfemado. Se cree un enviado. Un hijo de Dios. Es un
paranoico. Fuera. Al manicomio. Colocarle la túnica de loco. Así echaron al rey
de la Gloria a las Tinieblas Exteriores. Cada año llegan a Jerusalén peregrinos
extraños. Los sucesores del Sanedrín los internan en instituciones
psiquiátricas. El veredicto es inapelable: “ Se cree la reencarnación de
Jesucristo. Es un paranoico peligroso”. La torre del presidio vuelve a alzarse
ominosa a sus espaldas y la consigna, al tiempo que llueven sobre las testas
desenliadas de los discípulos de Emaús los escupitajos y escarnios del
presidio, hay que acabar con Él. Nada quede de su memoria. Borremos sus
memoria. Apartadlos al “ gulag “ o - más refinados y sibilinos- hacen reclinar
sus cuerpos troceados por el estigma de la insania en un confidente. Freud es su gran confidente, porque se erigió
en padre putativo de Hitler. Nos gusta mentir por toda la barba y la añagaza se
encuentra tan sutilmente planteada que os va a resultar difícil atar cabos.
Hemos soltado por toda la tierra, igual que perdices chorreadas, grandes
bandadas de alibis.
¿Cristo, un orate?¡
Qué duro resulta vivir en el seno de tanta impiedad! A los que le amamos nuestro único horizonte
será la cárcel, el manicomio, el hospital. A pesar de todo, será imposible que
renunciemos a ti, abogado de los locos arrebatados. Ciertamente, el Evangelio
es una locura. Tú respaldas al humilde y nos rescatarás de la mano inicua de
los perseguidores. Este es el pensamiento - la idea del pobre exaltado a la
dignidad de la Gran Cena y del humilde ensalzado, en una implacable invasión de
valores del mundo contra los valores de Dios - sustenta todo el Nuevo y el
antiguo Testamento. Freud no era más que un farsante, un reprimido de coña, que
da la vuelta al legado del Cenáculo .
Nadie podrá
redargüir la Palabra sin caer en perjurio. Aunque - a la vista está - menudean
los osados. Arriba, envuelto en una nube de paciencia y de misericordia
inagotable, el Padre calla. Mira con ceño a la impiedad pero se muestra tardo a
la cólera. Quizá esta parsimonia de monje que muestra Dios en las alturas
frente a los inicuos, blasfemos y perjuros, y todos los que , pagados de sí
mismos, siguen los dictados de la concupiscencia de la carne regoldando en
deleites, se revuelcan en su propia horrura y bascosidad. Son cosa sucia donde
la superfluidad pulula, como debajo del nicho del Elidio, cuya sepultura yace
por encima de la de mi padre, allá en el cementerio de San Miguel, el que está
en el somo, habilitado justo en aquel templo prerrománico.
El día de sus
exequias, aquella ventosa tarde del primero de junio, se desató la venganza
sobre nuestros pobres huesos.
Entoné un responso y
cuando iba por la segunda estrofa del “ Liberame”, se acerca el Donato, el que
está casado con Honorina, la hermana de mi madre, y me llamó la atención, por
indicaciones del propio párroco.
- Aquí no se canta.
Esto es sagrado.
- ¿Quién lo ha
dicho?
- El cura y el señor
alcalde.
Interrumpí la
súplica y en mi vida me sentí más desairado.
- Bien que
responseas. Como se nota que fuiste sacerdote.
No se te olvida lo del cantamisa - apostrofó cachazudo el Agustín.
Se me revolvió la
bilis en el estómago y estuve por contestarle con morros porque me acordaba,
cuando de chicos ibamos a por la botija de agua y él me insultaba y de qué
forma. Se metían conmigo. Me hacían llorar.
- Esta es el antiguo
templo de San Miguel donde están enterrados nuestros muertos. Los ojos de esa
torre os miran desde una altura de trece siglos. Es como si nos mirase una
estrella perdida en las galaxias a mil trescientos años luz. Y tú me vienes con
esas. ¿Sabes qué te digo que yo canto lo que me sale de las narices? Así de
claro.
El año del noventa y
dos fue un tiempo de venganza. Los judíos regresaron a España a pedir cuentas.
El templo miguelino estaba en alto. Yo elegiría un verbo latino para describir
aquella majestad de la piedra de sillería remírense: “ supersedebat”. Los
cuencas vacías de aquel campanario, uno de los más antiguos de España, son una
talaya de la eternidad. La noche de Animas, aún desprovistas de campanas (
éstas fueron desmelenadas para hacer cureñas de cañón y balas durante la guerra
de la Independencia) algunos las escucharon tañer a clamor.
Pero si terrible fue
el noventa y dos, cuando la patria se pobló de acreedores de la patria que no
hacían sino entonar la monserga reivindicativa de “ os acordáis de cuando
entonces” y ahora “ vais a saber lo que es bueno “, mucho peor a efectos de la
disolución de este proyecto de futuro que se llamaba España está resultando el
fatídico guarismo del noventa y ocho. Ruede la bola.
El Donato, el que
estaba casado con mi tía Honorina, se puso como una fiera al escucharme cantar
en latín. No sé lo que les pasa a la gente de mi tierra. Inoculado el veneno de
la sierpe ibérica en los corazones han rebrotado los viejos odios. Es un furor
africano, fratricida. Una lucha en la cual no hay cuartel. “ Quitáte tú para
ponerme yo “. Se nos viene abajo la pella
y esto no hay quien lo pare. La democracia ha parido monstruos que nos
devorarán. El polvo de los caminos era blanco. Los álamos de la pobeda
oscilaban su fronda con tristeza y los ailantos del borde de los majuelos no
querían dar sombra, pero el escaramujo y las roderas de zarzales seguían
expeliendo un odor acre e intenso. Cástulo, uno de los hijos del Elidio, que es
fraile de San Juan de Dios, volvió a recriminarme en son de venganza por haber
cantado en latín. Era un curita nuevo de esos que ha sacado la horma del
concilio, de los que hablan de solidaridad, compartir, pero que andan tan
pagados de sí mismos, pues en su corazón cuajó la soberbia. Haced lo que os
pete. Por mí que se vendimie.
El día que dimos
tierra a mi difunto padre, el alacrán de viejas contiendas y de pecados que yo
no había cometido me picó en los tuétanos. Aquel pueblo mío que yo amaba dejó
de ser mi pueblo y la patria había desaparecido para siempre entre las
mezquindades y las reivindicaciones ruines. Todos habían mudado la camisa y se
habían hecho socialistas. Seguían la pauta del hermano de San Juan de Dios, el
hijo del Elidio que paz haya, enterrado entre la horrura hedionda, “ subter
me scateat”. ¿Resucitará algún día con Lázaro? Lo hemos perdido todo,
Señor, por seguirte. Hemos procurado la
santificación de tu nombre y aquí nos tienes: lamiéndonos nuestras llagas.
El mundo ha
descaminado -lo dice el apóstol - por la senda de Balaam, hijo de Bosor, el
cual codició el premio de la maldad. Su asno fue quien le echó en cara la
sordidez de su mal designio. Fue la propia burra del profeta la que puso de
manifiesto la necedad del profeta. En tales cosas estamos. Discursean mucho
sobre la justicia y se hacen pasar por heraldos de la libertad cuando ellos
mismos son esclavos de la corrupción. He aquí que el perro vuelve a engullir
sus propios vómitos y la marrana recién lavada quiere revolcarse en el fango.
Son palabras bíblicas.
Al fraile de san
Juan de Dios, que era algo comunista, haciéndose pasar por hombre de la grey de
Israel, estuve a punto de mandarle con cajas destempladas la tarde que dimos
tierra a mi difunto padre, pero escuché una voz que hablaba para mi coleto:
- Déjalo estar.
Era la voz del
excelso y caritativo guía de los ejércitos celestiales.
Bajamos por la senda
del calvario, donde se erguían las cruces de piedra, cubiertas de cardenillo y
en la bodega del Corentino mojamos el duelo.
- De hoy en un año.
- Que en el cielo lo
veamos.
- ¡Y que allí nos
aguarde bastantes años!
- El muerto al hoyo
y el que queda para contarlo que pague una ronda de chatos.
- ¡Asco de vida!
- Pero aquí nadie
quiere morirse.
Nunca he trasegado
el fruto de la vid y de las manos del hombre con tanto empeño. Algo de mí se
quedaba para siempre debajo del cadáver del Elidio, un rojo mira tú por donde,
y mi difunto padre de los nacionales. Las familias se van a tomar viento a la
farola, se deshacen las casas. Ya no queda cariño entre los hermanos. Campea la
envidia, la emulación y el recelo por todas partes.
Excomulgué para mi
capote al hijo del Elidio, por la faena que me hizo estando mi difunto
progenitor de cuerpo presente. Pero son
los predicados fatídicos de la nueva iglesia. El polaco ha entregado la Iglesia
de Jesús a los judíos. Yo me moriré con ese reconcomio. Nadie me hará caer del
burro. Por cuya causa sufrimos persecución de los malvados los que amamos la
justicia. Algo vale que me consolé con la lectura de la Epístola de Pedro a los
Partos. Y en el ventorro de Magullo, a la que veníamos, invité a merendar a
toda la familia huevos fritos y torreznos. El mesonero, como estaba en plena
temporada taurina, tenía prisas por acercarse a Madrid a ver la corrida de la
feria de San Isidro. Uno de junio. Hay que ver. No somos nadie. Unos a la huesa
y otros a los toros. La sombra negra de la desesperación pasó por delante de mi
ánima. Mi madre con rabia y casi con furor tiraba - y en su rostro nunca llegué
a ver tanto furor - la gorra de plato de mi difunto padre, el capote y las
estrellas. No era rabia, sino una especie de rebelión casi blasfema, queme daba
miedo. Asco y miedo era la sensación que me embargaron en la torre de San
Miguel.
- Que no es san
Miguel. Que esta ermita se llamaba san Gregorio - el fraile de San Juan de Dios
no perdía ocasión de humillarme.
- Pues lo que tú
digas, chiquita. Para mí este templo es el templo de Miguel y yo me encuentro
circunscrito a su presencia. ¡Él nos valga en esta hora terrible!
Y yo vi que el alma
de mi pobre padre había dado la marca ideal que pasaporta al paraíso.
Sobrepujaron sus virtudes a sus faltas. Bajo las alas del arcángel entró en la
morada eterna. Tuvo una prerrogativa el viejo teniente de Caballería. En la
hora de su muerte le envidiaban y seguían sin perdonarle los rojos. Dios, sí.
Nada de particular tuvo aquella movida. La gente de mi pueblo ha sido
socarrona, falsa, hipócrita. Mala gente.
Eché una ojeada a mi
pueblo antes de partir para no volver más. En lo alto del somo se erguía
nuestro antiguo “ mixailón”, remedo y acaso temporario del que se construyó en
Constantinopla. Miguel y la virgen María serán el baluarte de la Iglesia en
estos momentos de inquietud. Padre mío, a la sombra de la torre del
inexpugnable miguelete, aguarda la resurrección. Al celestial jeliz no se le
escapaba una.
XXX
Singular cosa era en
este paso honroso que yo hubiera sido testigo, de golpe, de tantas visiones,
pero el espíritu, que me arrebatara, tuvo a bien llevarme y traerme por el
mundo, de tal manera que pudiese recabar yo, no con mis propias fuerzas, sino
merced del impulso del brazo omnipotente del que me portaba, los que se conoce
en Mística como “ la triple aureola” o victoria sobre las potestades infernales
enemigas del alma ( mundo, demonio y carne). Me proyectaba por los caminos de
la luz infinita que surcaba quebrantando las reglas físicas, trascendiendo
cualquier convencionalismo de espacio y tiempo. Para mí aquella mañana no se
había inventado el reloj ni el cuentakilómetros; los capítulos de los libros de historia los
tramontaba sin romper ni manchar a la velocidad del rayo, sin regolfos ni pasos
en falso. Se me había concedido por la virtud del legado que me amparaba
deambular por lo visible y lo invisible. Contra lo habitual, no estaba
borracho. La fuente de la inspiración fluía impertérrita. Desde las cornisas del
porvenir daba un salto atrás hacia las cumbres de mi niñez. Estaba siendo
testigo de cargo de grandes cosas, algunas de las cuales revelaré aquí. De otras haré reserva. El amparo y guía del
supremo jeliz que pesa la seda fue la experiencia más dichosa que he podido
experimentar a lo largo de mis días. Aferraba entre sus dedos la devanadera de
los siglos pasados y los futuros. ¡ Yo, pobre de mí, me sentía gusano!
- Divino Miguel,
nada se te escapa.
- Eso tenlo por
seguro
- Tú me has librado
de ir a presidio. Espantaste a los que me quisieron dar caza. Desviabas la
saeta que iba justo en dirección de mi pecho.
- ¿ Acaso no estoy
aquí para prestar ayuda al inocente? Siempre.
Es parte de mi trabajo.
- ¡ Ah, aquella
santa mujer! ¡Aquel serafín!. No me la merecía.
El ángel guardó
silencio, pero de buena gana le hubiese pedido que me llevase a esta ella ¿ Por
donde andará? ¿ Será feliz?
Toda mi existencia
pivotaba alrededor de aquellas ruinas de la iglesia alto medieval en la colina
porque habría de reposar mi cuerpo, que eso lo tengo casi por seguro, aunque mi
alma acampaba muy lejos, al otro lado del mar. He ido buscando la estrella del
norte. Eran las ruinas arcangélicas mi punto de partida. Algo vivificante. En
la cumbre del antiguo castro celtíbero, donde acampó una legión romana y
después hubo un monasterio, moraban mis lémures, manes y penates. Los lienzos
de pared, la sencilla verticalidad de la argamasa y los contrafuertes hacían
pensar en el San Miguel de Lillo de mi Oviedo del alma. La llama de la fe nunca
se apaga. Por un proceso de metempsicosis el Destino me había hecho nacer allí
en aquel pueblo, lleno de bodegas y de tinajas, mezcla de razas. Alfonso VII el
Emperador repobló el páramo con moros manumitidos después de la toma de Jaén.
Se fundieron las estirpes, pero nosotros no pertenecíamos a los gavilleros. No
éramos del cupo de advenedizos, sino a los que profesaban el culto a Miguel y
cantaban la misa según el rito griego. A la legua se nota que esta es tierra de
vientos y de intemperies. Por el norte, los cistercienses y por el sur la
“razzia” islámica dieron a estos tesos un equilibrio para la convivencia
difícil. Cuando cruzo Pajares, empero, me siento como en mi casa. ¿ Qué secreta
coincidencia, qué fatalidad determina que las piedras de una iglesia semi
derrumbada nos hagan pensar en una vida anterior que tuvimos en otra época? Los
iconostasios y la pila bautismal del arte asturiano son mi punto de referencia.
- Esta iglesia es
visigótica - dije en una conferencia que di en mi pueblo (me mandaron decir el
pregón de las fiestas).
Al mi pueblo lo
dicen Harijas. No sé por qué. No me hicieron caso. Murmuraban por detrás. “ Ya
está el nieto de Sardón con sus monsergas...
Cantó misa y colgó los hábitos. Conoció a una francesa cuando fue a París
y se salió. Era muy listo pero salió corredor. A los renegados les persigue la
siniestra sombra de Judas. O se ahorcan. O se dan a la bebida. Más vale que no
hablase tanto. Y mira que lo hace divinamente.
Una cosa es predicar y otra...”
Les alegraba que
fuese un mendigo fracasado. La gente de Harijas, por su talente envidioso, no
es de muy buena condición. Siempre andan a la lumbre que más calienta y al
sogato de la solana.
- Puede ser, pero no
es un templo miguelino. Estaba dedicada a San Gregorio - dijo el fraile de Juan Ciudad.
- A San Miguel -
afirmé tajante.
Me tacharon de
majadero. Llevaba, sin embargo, razón.
Un par de arpilleras
que quedaban en la torre testimoniaban el carácter estratégico de la
fortificación. Siempre me ha gustado pararme largas horas y contemplar el
campanario desde lo hondo del soto por ver si acertaba a devolver a la vida a
los que pasaron por el lugar y poder así revivir las escenas que se
desarrollaron en los contornos.
Al lugar lo llaman “ Torreón de Mayores”. Es a
todas las claras una iglesia visigótica, como
yo descubrí, aunque los de mi pueblo no hicieron caso. De traza cuadrada
y curvilínea por dentro.
- Sí, de acuerdo.
Esas ruinas tienen mucho valor, pero en dinero contante y sonante ¿ qué nos van
a dar? Aquí lo que se necesita es candela.
- Eres una
analfabeto.
- Yo lo que me han
dicho. Que vale mucho. Pero no nos han dado ni una perra.
Por aquí la gente,
amén de desconfiada y de rastrera, es bastante bruta. Poco queda de aquella
raza de gigantes. Hemos degenerado biológicamente.
Trepaba por la
cuesta, anegado en mis pensamientos. La furia se volvía bilis en mi cerebro. No
había nada que hacer. Se mueren las piedras. Se derrumban los arcos. Los
pueblos ruedan por la pendiente viniéndose abajo. Esta gente ya dio de sí todo
lo que tenía que dar. Sólo no queda un poco de harto mala leche. No hacía más que pensar en tales melancolías.
Se me iba el santo al cielo y nunca coronaba la cima. Había reunión de demonios
en la cúspide y parlamento de gitanos, que se
han atrincherado en las escuelas y a ver quien es majo que los echa.
Como han canonizado a García Lorca, los calés han dejado de robar gallinas. Se
hicieron los amos.
- Ahora mandamos
nosotros. ¿ Os acordáis de cuando entonces?
- ¡Qué hacer!.
- Pues os las vamos
a dar todas por un carrillo.
- ¡Ah! ¿Sí?
- Ea.
- Se han cambiado
las tornas.
Némesis se llama tal
figura. La venganza la llaman el “placer
de los dioses”. Hasta las fiestas patronales habían cambiado de santo tutelar.
Ya no era a San Gregorio al que honramos sino a la propia Adstrea. Que la casta e implacable Ramnucia nos proteja. Han tomado el
barrio de abajo. Ay, amigo, se hicieron fuertes. Medio pueblo ha emigrado. Las
casas están vacías. Crecen las malas hierbas en los umbrales de las moradas. El
pueblo se muere. Sin embargo, por los veranos esto se llena de gente que viene
de Getafe y de Móstoles. Regresan a la querencia del impresionante cementerio
del somo. Hay un retorno paulatino tras la desbandada general de los sesenta.
Ley de vida.
La diosa nueva con
mucha mano izquierda, en cuyo corazón convergen nuestras plegarias y nuestras
miradas se ha vuelto razón suprema en esta España endemoniada del noventa y
ocho. Némesis es la novia de cronos y
terminará devorando a sus hijos. Ahí lo tenéis zampándose el fruto de sus
pardos costillares en los esperpentos de Goya. Las gentes no parecen sino vivir ya más que o,
para la revancha, o para el estúpido jolgorio de los veteranos de la tercera
edad que tratan por todos los medios de resarcirte por lo que no tuvieron. A la vejez viruelas. Malas deben de andar las cosas cuando esos
carcamales, en lugar de estar a lo que están y hacerse cargo de que ya no son
muchacho, quieren echarse novia.
- Me siento, Señor,
extraño entre los míos. Desprecian el idioma. Agachan las orejas. No se
defienden. Ha cambiado el centro gravitatorio del poder. No tienen un pelo de
tontos. Lo intuyen. Las normas de la moralidad arcaica han prescrito. Pero éste
ha dejado ya de ser mi país.
- Es provisional.
Pronto volverá a dar vuelta la tortilla y otra vez a empezar.
Caminaba jadeante
cuesta arriba. Me parece que nunca acabaré la ascensión al monte sagrado. Me
causaba cierta zozobra y como aprehensión ver las inscripciones de las lápidas
y las cruces en forma de rosa de los vientos formando círculos geométricos y
escaleras me hacían pensar que me encontraba en lo más hondo del laberinto.
Aquellas piedras, aquellas cruces, escondían para mí su sentido iniciático. Lo
críptico tiene entronques con una divinidad telúrica. La muerte es la condición
inexorable de las cosas, pero la rosa de los vientos quedó impresa en la piedra
y en la cerámica “ silligata”. Sus aspas deshojan la flor de la fortuna.
En lo que me afecta, este viaje por los caminos que no conocen la erosión ni la
acción violenta del viento. El lugar estaba - así, al menos, me lo pareció a mí
siempre - en perfecta comunión con el universo. Repleto de la luz lejana y
misteriosa de las estrellas que comunican sus influjos subrepticios generación
tras generación a los antepasados y a los hombres venideros. Al traer a
colación estas razones o sinrazones, siento, la verdad, un poco de vértigo.
Lo llamaban el
Castro de los Difuntos, pero también podía ser el monte de la vida, un remedo
por aquellos tesos de la cima del Gárgano, donde tú, Miguel hiciste acto de
aparición para dar paz y consuelo a las víctimas de la culpa de Adán. Su diseño
era como el de un túmulo, porque presentaba un aspecto de dolmen nodal. Un
sitio de intersección por el cual transitaban a sus anchas todas las coordenadas
de mi existencia. Sobre el vértice lleno
de una energía misteriosa cada vez que peregrino a este lugar vuelvo nuevo.
Todo mi ser parece sometido a las corrientes de un río atávico. Volvía nuevo.
Aquella torre deshabitada - los grajos y
las palomas torcaces anidaban en los clavijeros, mientras era curioso ver cómo
planeaban sobre la veleta enmohecida los días claros familias de buitres
leonados - representaba para mí el mito del eterno retorno. Vuelvo al polvo
donde salí. Allí están los huesos que me engendraron.
XXXI
Si Winifredo Sardón
hubiese sentido en la niñez los arrullos del calor materno, a lo mejor no hubiese sido un perdedor. Pero la razón de
su inseguridad y de sus torturas tenían que ver con aquella infancia plagada de
desdichas y abandonos. Hay seres humanos a los que se escucha gemir en el
vientre de la madre. Serán profetas, adivinos, videntes. Los hay a los que se
persigue, vapulea y menoscaba dentro del útero. Andando el tiempo se convertirán
en resentidos, tarados. Algunos llegarán a ser asesinos. Muchas veces a lo
largo de su vida, había tenido la sensación de haber venido a través de un
orificio poco adecuado a esta perra vida. Ethelburga, quizás representase las
virtudes de la raza: hacendosa, limpia, casta, y muy lista, pero dominante,
tirana para con su marido, católica de devociones externas, muy pagada del
trato con los curas, pero una mujer sin entrañas. La perfecta loba capitolina
que no sabe lo que es querer.
A lo largo de su existencia
había llegado a ese convencimiento: la razón de sus fracasos y taras fue el
haber sido aborrecido en el nido. No lo podía razonar. Era una intuición atroz,
la más palmaria verdad de su existencia, un trauma con el cual no se puede
hacer literatura, porque era de una naturaleza tan desbordante y tan aplastante
que remover semejante herida le causaba un dolor tremendo. ¿ Puede una madre
odiar a su hijo? Por mal que les pese a los pazguatos, en España esta
monstruosa anomalía suele darse con frecuencia. Duele decirlo, pero es así.
Tenía el
presentimiento de que los hados no le preparaban nada agradable. Lo había
adivinado desde niño y, cuando uno nace perdedor - ya se sabe - parece que lo
barrunta. Al subir por la ladera del campo santo, flanqueada por las cruces de
piedras, corría delante de él la estantigua de sus remordimientos y fracasos.
- Todo lo que tocas
se vuelve hiel. You
bring the bad luck.
- He
destrozado demasiadas vidas a mi alrededor, pero no es culpa mía sino del
gusano que llevo dentro. Soy una manzana con bicho. Ese bicho no me deja vivir
ni sosegar. Me obliga a comer o a fumar constantemente o a tener algo entre los
dedos. Quizá se deba todo a mi inseguridad, pero yo te pido perdón. ¡ Ah,
Armentia, dulce himno de mi vida atormentada!, ahora ¿ por dónde andarás?
El silencio dominaba
la ladera. La procesión de los fantasmas de su pasado avanzaba penosamente
cuesta arriba, como si temiera coronar la cima del somo, coronado por el
campanario de la tierra que miraba para el vacío con los ojos huecos. Podía ser
un monje petrificado o un obispo que se sentaba en su gremial elevado sobre los
sepulcros, al amor de la roca viva que celaba los despojos de gente conocida, a
la que se había acercado y contemplado - algunos le habían gastado bromas pesado
o medido los lomos con la tralla, cuando trillando se dormía y la yunta se
salía de la parva o el ganado comía el pienso, algo que le sacaba al abuelo de
las casillas, y mira que el abuelo Toribio era un hombre sereno y terne para
perder la compostura - o exactamente besado el día de la primera comunión, y ya
sólo servían para abonar los cardos y las malvas. En esta vida no está dicha la
última palabra. Tiene que haber un más allá. De lo contrario, el Manantial de
la Luz cometería una injusticia.
Los paredones
conservaban una pátina leonada, pero el aire era tan puro que hasta la cal del
enfoscado de la piedra, tarea realizada hacía diez siglos, conservaba el
trazado de cal blanca sobre las cuadrículas de la sillería. Aquella torre,
fuerza telúrica de su naturaleza, seguía ejerciendo sobre su imaginación
influjos extraños. Sus angulares le habían marcado de por vida. El aire era tan
puro que había contribuido a conservar con sus auras la virginidad de aquella
arquitectura, donde aguzando un poco el oído, podía escucharse el canto
mozárabe de los monjes caballeros que habitaron el teso hacía muchísimos años.
Los peldaños de la escalera de caracol por donde se trepaba a tocar las
campanas presentaban una huella alabeada por el centro. Las zancas en el estribo
era indicio solemne del paso de las generaciones. La curvatura aquella de la
piedra gastada y bruñida podría, si se abriesen de repente las fauces del
rapsoda invisible, repetir historias infinitas de cristianos que por allí
subieron y bajaron. Calculados los pasos
y sumados los ascensos y descensos de tanto sacristán premioso y de casiller
fugitivo seríamos capaces de izar, haciendo trabajar a la imaginación, una
escala que llegase hasta el cielo. Aquella era la algorfa del espíritu, un
granero de recuerdos bajo el sol de Harija. Y un dato a destacar: la estatura
de los españoles ha ido aumentando con el tiempo. En la edad media los hombres
eran canijos. El vano que abre el tiro de la escalera es tan enjuto de
proporciones que hoy uno de talla normal ha de entrar de lado y agachando
bastante la testa. El dintel lo pulieron los muchos coscorrones de azacanadas
carreras. Habían voleado frecuentes las campanas tocando vísperas y a la hora
del ángelus pero el bronce sabía la historia de Harija al dedillo con sus
alegrías y sufrimientos. Tocaron a guerra. A clamor. A fuego. Proclamaron
victorias.
El cristianismo, con
todo -pensaba Sardón-, hubiera atemperado el genio belicoso de los de Harija,
pero no fue capaz de redimirlos. No entendía, por ejemplo, la ferocidad de sus
paisanos. Eran almas frías como el hielo. O bien, reaccionaban a la contraria y
se mostraban tercos y apasionados, casi siempre por cuestiones de dinero. La
ardiente lava del volcán se derramaba por la ladera. Esta avalancha nadie lo
podría detener a excepción del musculoso brazo del arcángel imbatible, con el
cual sí que puede decirse que no valen maulas.
Parece ser que Dios
tiene la vista larga. Echa otras cuentas. Aquí hay algunos que marchan
divinamente, mientras otros sufren lo indecible por culpa de los poderosos. Los
ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Esa es la fija. Pero
que no echen al vuelo los badajos con tanta alacridad, porque al freír será el
rey y a todo cerdo les llega su sanmartín. Unos, gélidos como témpano y a otros
no les cabe el corazón en el cuerpo de tanto fuego. A los ricos todo lo que cae
bajo su pulpejo se transforma en diamantes. Sus dedos malabares todo lo
convierten en fama, mientras tú, alma de cántaro, engordas a ojos vistas. Estás
cada vez más fuera de cacho y ni para delante ni para atrás. Venga paseos
camino del frigorífico, y duro darle al fumeque y al trigémino. Con tanto pipar
su cuerpo va a transformarse en humo.
- Eso quisiera yo.
- ¿Cuánto pesas?
- He dejado de ir a
controlarme. Para mí la báscula como si no existiera.
- Pues no te
lamentes, que no haces más que protestar como un modorro. Vives instalado en la
cultura de la queja, como diría cualquier editorialista de dos al cuarto del
diario “ El País”.
- Yo me quejo y
luego me hago el Tancredo. Tiro la piedra y escondo la mano y no me va del todo
mal, las cosas como son.
- Si no hubiese
democracia, y se hubiese proclamado el régimen de libertades ¿ dónde estarías
tú? Nunca te viste en otra más gorda y luego no haces más que darle al cuerno
de las lamentaciones.
- No te quito la
razón.
- Porque la llevo.
Sardón se quedó en
silencio. Había escuchado el oráculo de la sabiduría. Aturdía en lontananza un
clamor campanas. Tocaban a muerto por los caídos del noventa y ocho, era el día de difuntos de la España. Al
cadáver de la patria lo llevaban enterrar, los despojos habían sido amontonados
sobre unas andas pobres pero con gualdrapas. Un guardia ruso no dejaba de
proferir muy algarero él su grito preferido:
- Davai. Davai.
Acto seguido, desgolletaba
una botella de aguardiente y bailaba el “ trepak” hasta caerse rendido sobre
las tumbas.
- Cosaco, Tarás.
Nunca te olvides de tu látigo.
- Ni de mi pipa.
Para mí mi cachimba es algo más importante que la mujer. Una me abandona y la
mando al diablo. A por otra, pero una pipa es algo más. Es el arca que contiene
los sueños y los pensamientos. El querer también se vuelve vedija de humo, buen
símbolo de la vida y del amor. Mi cachimba y yo somos inseparables.
- Razón llevas,
capitán, que con tanta valentía conducías tus escuadrones por la estepa. Te
echaron mano los polacos a orillas del Dnieper. Ya estabas a bordo de la barca
y a poner agua de por medio entre tú y tus perseguidores cuando te diste cuenta
de que te había dejado olvidada tu cachimba y regresaste a por ella. En ese
instante, bravo atamán, los polacos te echaron mano.
- Un buen cosaco
sólo tiene tres amores: su yegua, la estepa y la petaca para echar un cigarro.
La mujer queda en segundo lugar. Es un divertimiento como el “vodka”.
Pero aquel Aquiles de la estepa, que amaba a
la religión del Galileo y la Ortodoxia, tanto como aborrecía al infiel tártaro
y al hereje jesuita había quedado vencido. Los polacos lo echaron mano - mala
suerte - porque tenía ganas de fumar y se volvió en busca de su pipa. Lo ataron
a un árbol y lo crucificaron. Murió
profiriendo alabanzas a la Trinidad. Curiosa historia. Con Tarás feneció el
último caballero andante de Europa. Las guerras han dejado de ser proféticas sin
escuadrones y sin relinchos. Pero en este húsar, producto del genio rotundo de
Gógol, llevaba dentro del alma una fuerte carga profética. El vaticinio ahora
se está realizando. El hebreo al que él salvó la vida cuando los zaparogos de
Sieh orquestaron una de las habituales orgías de polvo y de sangre, que se
convirtió en “pogrom”, y que montó un tenderete debajo de un carro, hoy manda
en el mundo. Éste era Yako, un hombre que desconoce el agradecimiento y la
piedad. Se ha hecho dueño del orbe porque no cree en los valores cristianos de
su antiguo valedor (amor a la bondad y a la belleza, la tolerancia, el perdón y
la reconciliación) y por el contrario proclama la filosofía de la venganza, el
interés, y su fe en la guerra no como palenque del honor donde un grupo de
caballeros litigan sus diferencias con el sable y con la espada sino con las
bocas de fuego de inventos mucho más poderosos y terribles que la de aquel
cañón francés de la cual, tú, maestro Gogol, hablas en tu novela, imbuida de
clarividencia futura, de majestad profética y de grandeza épica, porque tú
fuiste en verdad el Homero de la estepa. Hoy esos instrumentos de matar hacen
mucho más daño. Cual sombra siniestra en torno a tu pluma revoloteaba son sus
alas negras que agitaban clamores de luto y de llanto, parece que llegaste a ver
el fantasma siniestro de los campos de ajenjo apocalíptico (Chernobil) en el
campo del honor, sino como inmensa maniobra de apetencias económicas en juego y
dispositivo de control demográfico y poblacional.
Por último, el
polaco maligno, que le arrebató su fortuna y sus hijos, a uno por el amor de
una princesa de Liublin que hadó mal al muchacho y el otro ajusticiado por
profesar la fe ortodoxa en la plaza
pública de Varsovia ante los ojos camuflados del pobre Tarás que había llegado
hasta allí camuflado en una carreta de ladrillos, protegido por los amigos de
Yako, a los cuales hubo de pagar toda sus fortuna a cambio de la ayuda hebrea
para consumar dicho deseo de ver morir al hijo amado, hoy imparte cátedra desde
la silla gestatoria en la corte de San Dámaso. Se ha consumado así la
conspiración universal contra la cual cabalgó con todo su brío el valeroso
caudillo atamán.
- Ahora ya puedes
fumar todo cuanto gustes.
Sin embargo, pronto
escucharán tus enemigos el galopar intrépido de tu caballo. Sonará de nuevo el
cornetín de llamada a los “ kurenes “ esteparios y tú regresarás. Tremolando
sobre los crines de tu yegua el pendón de san Jorge, la espada de San Miguel.
Taras, tú no podrás
faltar a tu cita.
XXXII
Yo vengo de la
lección extensiva, robada al sueño y en los lugares más insólitos de los rusos.
De la lectura, que es un horno candente de sueños donde crepitan las llamas del
amor a la verdad incombustible. Amo el canto de las letanías. Señor ten piedad.
Cristo, muéstranos tu misericordia. Divino Espíritu que arrasa y transforma el
mundo, derrama sobre nuestras cabezas la
flama de la sabiduría eterna. Gloria a Ti, Trinidad excelsa. Soy un ruso tras
terrado, un esclavo de la palabra escrita, amante de las letras eslavas. Pronto
empecé a leer y releer a los maestros rusos. En las pensiones del Madrid algo
canalla. En los románticos lucernarios y sotabancos de South Kensington, donde
tuve contacto con la belleza y con los fantasmas. Uno de mis hermanos al que tuve
de huésped con el Mole, aquel hippy al que recogí en mi casa y los dos, el
hermano y al que recogí bajo mi techo, me robaron una novia neozelandesa, antes
de despedirse una mañana fría de marzo, me regaló los dos tomos de los “
Hermanos Karamazov”. Cría cuervos. Algunas veces los escuché a los dos moverse
y espiarme detrás de la puerta, mientras
hacía el amor con alguno de mis casuales encuentros femeninos. El punto de
recalada de mis devaneos era un bailongo sito en Picadilly; lo rotulaban el “
Empire”, porque, en verdad, era un hermoso lugar con cornucopias victorianas,
forjas y sillones de rep, paredes de raso, y un proscenio en el que solía tocar
una orquesta del mejor “ brass” inglés, y sirvió de punta de lanza de lanza de
un imperio de juventud. Fue abrevadero de mi sed de conquista. Cuando Modesto
me regaló aquella novela de Dostoievski
publicada por Penguin, se me pasó el enfado que tenía contra él y contra su
amigo el hippie, aunque desde entonces he procurado restringir mi generosidad
hospitalaria para con desconocidos que acaban echándote de casa.
Allí está uno de los pasajes cumbres de la
literatura mundial (el discurso del monje Zossima). Luego se largaron, pero de
estos extremos creo que tendré ocasión más adelante, si Dios me da alientos y
no se han secado mis pulmones de tanto pipar y añorar. No soy capaz de escribir
sin el canuto de la cachimba, amiga del alma y único consuelo para un escritor
cerril, entre los labios.
Recuerdo, asimismo,
que poco antes de cumplir los veinte años me había leído traducidas por la
Editorial Prometeo la mayor parte de los escritos de Gorki, Chejov, Andreiev,
Nicolás Garín. En estos encuentros literarios, al viajar en el metro o sentado
en algún banco del parque o de la calle de García Morato o en préstamos de la
biblioteca pública de Cuatro Caminos hubo un lanzamiento hacia los ámbitos de
la ensoñación. Aquellos escritores,
fallecidos ya, de pronto en el ir y venir de las paginas y de los vagones y
trasbordos, resucitaban. Se convertían en guardianes de mis esperanzas. Algún
día yo sería capaz de escribir con la maestría y pericia con que ellos lo
hacían pero lo que yo no sabía entonces era que aquel género de vocación
inasible en nuestra época, con lo que ha llovido desde entonces, era un
pasaporte para vivir sepultado en vida. Entre libros.
Recuerdo mi figura, hética, por aquel
entonces, deambulando por las calles madrileñas, con un paquete de celtas
cortos en el bolsillo o fumando desasosegadamente, obsesionado por ahorrar y
por adelgazar. El real que costaba el tranvía lo guardaba hasta reunir las
cincuenta pesetas que costaban a la sazón un tomo de la Austral en la colección
de bolsillo. El chivo y las estrellas consteladas, como puntos de luciérnagas,
me hacía pensar para mi capote: “ Algún día, yo seré escritor”; y me reclinaba
sobre la barandilla de hierro que tenía el escaparate de la famosa librería,
para apoyarse, cual si se tratara de la cubierta de un trasatlántico. La luna
del escaparate brindaba infinidad de descubiertas espirituales, y me adentraba
en el mundo maravilloso de sueños que no se han podido concretar nunca. “ Yo
firmaré mis obras. Ganaré el Nadal o el Planeta. Seré famoso”.
Iluso de mí e
ignorante. No sabía que esto de la
literatura es como una lotería y que los dioses de la nombradía son aceptadores
y muy caprichosos. Únicamente, unos cuantos elegidos coronan la cúspide. No
obstante, tengo que confesar que para mí los libros, en particular, los de los
maestros que consigno, brindaron para mí una segunda vida. Fueron un encuentro
conmigo mismo. Con mi propio devenir y la misma historia de mis pasos y de
ambulaciones por ciudades como Madrid, Londres, París, Nueva York, que he
recorrido como un soñador maldito, sin entrar en el juego. Las musas me
mantenían a raya. Sin embargo, aquellas lecturas constituyeron el fuego sagrado
en los que alentó toda una existencia tan chocante y contradictoria como la
vida. Luego de ordenarme presbítero, porque me había enamorado perdidamente de
Armentia, la mujer que yo había soñado a través de mi intrigante comercio
espiritual con los escritores rusos - ella fue como una ondina en algún cuento
de Turgeneff, el ideal remoto e inaccesible - una noche de eucaristía literaria
que a duras penas seré capaz de escribir se presentó como en una película lo
que habría de ser mi pasado: la muerte de cáncer de Armentia, mi triunfo
literario como corresponsal en Londres, donde llegaría a ser un periodista que
despuntaba y prometía, y, por último, el despeñadero de un casorio malavenido.
“ Los hombres sensibles y geniales, desgraciados en el amor, suelen unir sus destinos con alguna
mujercilla a la que encuentran debajo de una escalera. Este choque marca para
siempre su vida”.
Si Armentia
representó para mí el cenit, porque el amor es omnipotente y salva todas las
barreras, Nettle marcó el punto de inflexión de aquella felicidad “ too good to
be true”, el nadir, las voces, las infidelidades, las mentiras, la sigilación,
los despropósitos, los enconos, las mentiras y las humillaciones que no cesan.
Si aquella bendita inglesa, que murió en la flor de la edad, significó el
cielo, la española ha deparado un infierno de torturas infinitas, podagras,
desavenencias. No sé ni como estoy vivo para contarlo a estas horas. Debe de
ser que Nuestra Señora, a la que he venerado tanto y sentido una devoción
especial, desde niño, se interpuso ante la fiera tendiendo su manto de
salvación. Hubo unos años en que estuve a punto de cometer una locura y
convertirme en el nombre de cualquier vulgar asesino que sale en las crónicas
negras de los medios comunicativos a diario, contada de forma parcial y torpe
con voz de acusica por la vocecilla o el plumilla de punto de esos ídolos de
cartón piedra, meticones sabelotodo, chamanes, hermeneutas de lo evidente, “
great big teasers “, truchimanes y espoliques del vicio, ulteriores hierofantes
y oráculos de la vulgaridad que nos ahoga,
heraldos del fango (parece que se recochinean en el dolor ajeno; al no
haber ley, la prensa y las estaciones de emisión electrónica que se proponen un
bombardeo concienzudo de boñigas espirituales, ramplones, con algo de
sacamantecas, han erizado las puntas de diamante de sus almenas babilónicas de
malandanza, desesperación, pujos coprófagos, y malditos traidores por mucho que
se les llene su empalagosa boca de invocaciones a las libertades y a la
Constitución.
! Dios cuánto anhelan revolcarse en la basura,
pues han encontrado en tales percances un negocio, medran a costa de la
infamia, la locura sexual, pero no hacen sino seguir las pautas trazadas con
arreglo al diorama siniestro de don Segismundo Freud, para quien la vida no es más que un sueño de
delirios sexuales, o don Carlos Marx, onírico personaje, y una inmensa testa
vacía pseudo filosofo que sigue
vendiendo a los ilotas de la tierra instinto de venganza, mucho odio y más
aire, o doña Simona de Beauvoir,
escritora “ bollera” que no oculta en sus libros su inclinación por los pecados
reservados contra natura y enhiesta el pendón de las reivindicaciones del sexo
hembra, las feministas trasnochadas, más o menos epicenas, que no merecen el
digno calificativo de ser mujeres,
porque, serlo implicaría una grandeza de alma, y ellos todo lo tienen estrecho
y pequeño, excepto la vagina de enormes tragaderas. Son la pesadilla de Lisistrata
en nuestra desventurada época, porque por ellas puede venir el percance. Se pasan la vida haciendo cábalas y micrófono
en ristre se convierten en inquisidoras de la felicidad ajena. Hay demasiado
dolor en el mundo y mucha basura, pero ellas continúan empeñándose en untar a
sus audiencias de mierda.
La Virgen me ampara
de estas hienas corrupias y nos da alientos para vivir en un mundo sin amor y
que no cree en el dolor, crisol de las almas, escoplo que moldea al hombre, lo
forja haciéndolo recapacitar sobre su propio destino a la luz de la
insignificancia efímera de su naturaleza contingente. La Virgen es la castidad, la sencillez, la
belleza del alma sin complicaciones narcisistas de la anatomía cultual humana.
Propone un nuevo camino de amor y de paz para estos tiempos vacíos de malandanza
final. Pronto la Lisistrata atormentada la veremos envuelta en los anillos de
la serpiente, de la hidra que mató al Laoconte.
XXXIII
Cuando Cristo hizo
patente a sus discípulos su preocupación por los profetas falsarios, estaba
poniendo el dedo en la llaga sobre los malos que aguardaban a la humanidad tras
la venida de Carlos Marx, cuya figura sigue perfilandose mesiánica abanderando
las huestes de la anti cruz. Caído el muro de Berlín, naufragado el soviet
ismo, el materialismo dialéctico ha mostrado la ferocidad de su verdadero
rostro. Marx no era más que un señuelo, la voz de su amo. Ahora se ha
descubierto que no era más que un abanderado de la gran banca, un agente
encubierto del supercapitalismo. Sus modos y maneras de perfiles destructivos
perviven al otro lado del charco desde donde llegan hasta Europa. Era la
comparsa que necesitaban los sionistas para jalearse. Se da la situación
inaudita de que aquellos a los que perseguían y de puertas afuera profesaban
odio eterno eran los que le pagaban.
Ha quedado bien
patente que la liquidación por derribo de la Urss no ha sido más que una
maniobra pactada. En la treta se perciben convenios urdidos entre bambalinas
por el Super Cofrade. Todos creíamos que después de Gorbachov Rusia regresaba
al redil de la antigua fe ortodoxa. Eso es lo que anhelábamos aquellos que
creímos en esa fuerza mesiánica que irradian los patriarcados de Kiev y de
Moscú, pero hubiera sido demasiado para la Bestia Sin Rostro. Equivaldría a
enterrar a Marx y en Wall Street no están por la labor del sepelio de la
sardina. Descubiertas las cartas,
han comprobado que la Unión
soviética, la poderosa superpotencia nuclear etc. no tenía otra misión que
hacer de cimbel para que hiciese músculo el otro gran coloso. Dios bendiga a
América. Moscú [nunca se olvide el origen de la Revolución de octubre y quiénes fueron sus padrinos] no era más que
un tigre de papel. Ni Marx ni Freud,
los dos grandes heraldos sobre los que gravita el nuevo orden mundial, han
muerto en la hoguera. Sus mandatos y teorías filosóficas, que se oponen en todo
al legado evangélico, siguen frescos. Las llamas del auto de fe en que han
quemado a Marx los norteamericanos no eran más que una farsa.
Por el juego de
oposición de contrarios, capitalismo y socialismo representan dos piezas en el engranaje del inmenso rodezno de la
modernidad. Pero habrá que guardarse de los falsos profetas, que predican la
llegada de un reino mesiánico. Ese tiempo nuevo en el que ellos insisten,
plagado de sofismas y de lugares comunes, es el mejor caldo de cultivo para
meter en adobo su mentira satánica. Para que la injusticia, el desconsuelo, la
angustia, el encono y los odios se instauren en nuestras vidas. No es el Mesías
el que llega. Esta es la hora de los vampiros.
Con clarividencia
profética el polígrafo ruso Nicolás Berdiaeff hace sonar su voz de alarma.
Nadie ha desenmascarada las argucias del Nuevo Orden como este escritor. Su pensamiento
diáfano descubre las añagazas y peligros
que afligen a las sociedades en puertas del siglo XXI. “ En los últimos
días - dice- las gentes se verán inmersas en un torbellino de angustias y de
violencias. Será llegado un tiempo de agitación interior y de lucha acérrima.
Conflicto sórdido y despiadado sin tregua ni cuartel. Esto dejará desgarradas las almas en
jirones”. Capitalismo y Comunismo no son más que la pescadilla que se muerde la
cola. Comparten un mismo todo. Utilizan la misma dialéctica de la guerra de
clases. Hemos ido a dar desde el materialismo dialéctico al materialismo
consumista. El concepto altruista de la
lucha de clases ha sido sustituido por una violencia subliminal, dentro y fuera
del hombre, bien administrada.
Al dúo, agotada la
utopía marxista, se ha unido un tercer elemento: el Feminismo, que exhorta a la
guerra de clases. El lema mutatis mutandis sigue respondiendo al mismo
imperativo del odio: parias del mundo uníos, mujeres de la tierra estrechad los
vínculos y haced campaña contra el varón dominante. Es posible que la condición
femenina fuera objeto de un so juzgamiento sistemático en pasadas culturas,
pero ninguna filosofía hizo tanto por defenderla como el cristianismo.
Si a ello se agrega
el control de los medios de producción por el de los medios de comunidad
tendremos la receta para la utopía perfecta: una sociedad dominada y
teledirigida. A sus ordenes, Gran Capataz e la Urna y el Voto, de lo que usía
piense, de lo que diga y de lo que nos mande. Dice Berdiaeff:
“La
lucha de los guerreros, a pesar de ser cruel, era franca y honrada, mientras
que la que emprende la sociedad capitalista es una lucha secreta, disimulada,
escurridiza [la de la Bolsa, la Banca, la de los partidos parlamentarios, la de
la Prensa]. En esta sociedad todo tiende a adquirir un carácter complejo, de un
simbolismo en clave, en el que se pugna al albur del poder fantasmagórico del
dinero. Los bancos dirigen el mundo de una manera invisible”
Por si esto fuera
poco, tenemos ante el palenque los conflictos étnicos enmascarados bajos las
tensiones de las antiguas guerras de religión. El de los nacionalismos
retrógrados, como el catalán o los vascos, y que no son sino una manifestación
poderosa de las teorías raciales de Gobineau, de la exaltación de la tribu en
guerras locales. En un mundo tan nivelado, donde el papel higiénico es el mismo
en todas las partes surgen las voces de aquel ultra nacionalista que piensa que
su ADN desde el punto de vista racial está más aventajado que el de aquél al
que llama su opresor y su oponente. Tan raquítica mentalidad de la superioridad
de una raza determinada que es como para abrir otra vez los manuales de aquel
judío alemán que se llamaba Rosenberg, padre del nazismo alemán, convive con la
televisión a escala planetaria, el teléfono móvil y las comunicaciones por
satélite. Mamón y Moloch son dos hermanos mielgos. Se han puesto a jugar a las cartas.
Mancomunados, hacen el buz, juntos, se pusieron a trillar la parva. Las dos
frentes de la cara de Saturno se estudian mutuamente. Cualquier síntoma de
debilidad puede costaros la piel. El personal tiene tanto miedo como poquísima
vergüenza. Cristo nos enseñó el autocontrol de los héroes. A no tener miedo a
los que son capaces de arrebatarnos la vida del cuerpo, pero que carecen de
jurisdicción sobre la del alma.
Por desgracia, nadie
parece hacerle caso. Se vive furiosamente el momento en un inmanentismo casi
trágico que está sacando de quicio las cosas.
Para consuelo de
aquellos que desdeñan el lenguaje de la carne hay que tener muy en cuenta que
el dios con dos caras sempiternas es muy dado a la mudanza. Con él nunca se
sabe. Tan pronto se está arriba, como abajo. El tipo de conflictos restringidos
o regionales al que nos tiene acostumbrados cada ocho o diez semanas constituye
la válvula de escape de un sistema que guarda ciertas características de los
chupasangres, a la vez que da pie a toda una parafernalia tecnológica que sirve
de cimbel a sus ansias de violencia, a la agresividad injerta en ese sistema de
valores que llamamos democráticos. Un sistema que no cree en sí mismo a la
fuerza tiene que ser un campo de Agramante en constante preparación para la
guerra. Hay que producir y ensayar nuevos inventos. Estirar hasta el máximo la
capacidad de exterminio.
Berdiaeff demuestra
por su parte que esta capacidad auto innovadora junto con la potencialidad del
desarrollo científico nunca entró en los cálculos del padre del materialismo
dialéctico. Sin embargo, tiene en cuenta el filósofo ruso que Marx aceptó en su
genial explicación el axioma mesiánico de que todo cambio implica violencia y
toda violencia supone a la vez un cambio. A la par, tampoco tuvo en cuenta la
presencia de Dios en la historia, ni el aspecto soteriológico de la persona de
Cristo, que es y está ahora siempre. El misticismo ruso vio en Él la fuente de
todo progreso. No es ya meramente una fuente de gracias espirituales, sino
también de bienes materiales, una dinámica de perfección, el gozne sobre el que
gira la historia misma. Yerran, pues, todos aquellos que piensan que a partir
del bien, de la bondad, los altos sentimientos y la belleza se puede componer
buena literatura. El “ Germinal “” de
ola cuenta con innumerables adeptos entre las sectas feministas más iracundas,
pero hay muchos que ignoran el lado esotérico de Zola, un hombre que contó
mejor nadie el primer milagro que se produjo en Lourdes.
Mal que les pese a
muchos, la palanca que pone en marcha el arcaduz de la noria de los siglos es
el pensamiento. No es el rasero igualitario ni la razón utópica [a través de la
maldad nunca podremos acceder al bien] sino en el logro de las promesas
evangélicas, o “ xαiρωσ”. Cristo es el alfa y la omega. El principio y fin de
todas las cosas. A este devenir histórico en virtud del cual la hora presente
se transfunde en tiempo futura, el punto de encuentro del presente con la
eternidad, lo llama el alemán Tillich “ kairos”, aplicando a este predicado la
teoría que conocen los padres de la Iglesia Griega con el nombre de “schiliasmos”
(un tiempo nuevo de redención y de misericordia que se alza a nuestro alcance).
Por desgracia, los comunistas no creen en más que en la materia. Un punto en el
que concuerdan con el capitalismo. Materialismo dialéctico y materialismo
consumista o capitalismo salvaje forman yugo perfecto para uncir a la humanidad
entera y crear una generación de esclavos. Sin embargo, los planteamientos de
la Revelación se mueven en perfiles antípodas. Cristo trazó las lineas
cruciales o cimientos del mundo futuro sobre el plano de la eternidad, de su
rango o dignidad, deiforme. Mucho cuesta admitir este planteamiento, ante la
ingente masificación de las costumbres, el poder y la fuerza del número, o la
anulación tecnológica, el tedio, la vulgaridad y a esa cura de caballo de
hedonismo al que se ve sometido el hombre del siglo XXI. Se ha hecho muy difícil ser cristiano. Sin
embargo, por la naturaleza de la gracia y por el bautismo, el ser humano se
encuentra llamado a muy altos destinos.
En la otra
vertiente, se ve que el determinismo, la lucha de clases, o la masificación de
la vida social obra a los efectos de una cáscara de huevo vacía. Marx se
equivocó, acaso de mala fe, pero, porque propaló una mentira, aparentemente
atractiva aunque cargada de un odio satánico, el mundo tendrá que pagar la
culpa de sus excesos mentales durante bastante tiempo. Relativizó al hombre.
Marx dijo que no hay verdades absolutas. La única verdad absoluta es que no hay
absolutos en esta vida. Era la voz de su amo. Pretextando favorecer a los
pobres, a quien en verdad servía este judío alemán era a la causa del
supercapitalismo. Lanzó las masas a la calle y del enfrentamiento de nazismo y
comunismo el sistema que saldría fortalecido sería precisamente el que él
intentaba socavar. Solamente una mente diabólica podría desempeñarse y evolucionar
con tanta perfidia. Pese a la sesuda seriedad alemana “ Das Kapital” con su
sintaxis invertebrada y enojosa tiene algo de libro humorístico. Su autor,
consciente de que estaba tomando el pelo no sólo a los lectores sino a media
humanidad, produjo un libro indigesto. Hoy su teoría ha arraigado muy
particularmente en el mundo de la comunicación y entre las feministas. La lucha
de clases reducida a la mínima expresión se ha convertido en guerra de sexos.
Se han conflagrado los hogares. Los hijos se rebelan contra los padres y las
esposas maltratan groseramente a los maridos. El lenguaje del amor y del
perdón, como recomendaba Marx para llegar a la utopía, se ha convertido en
odio, competitividad, garra, ley y supervivencia del más fuerte. Si el protegido
de los Rothschild se proponía conseguir que esto ardiese, se ha salido con la
suya. Paradójicamente el mejor barbecho a sus teorías no ha sido ni Inglaterra
ni Rusia, donde mayor calado tiene sus proyecciones endemoniadas es en Estado
Unidos, que de una manera macabra, y de rebote, está tocando con la punta de
los dedos esa sociedad igualitaria de lucha de clases, perfectamente controlada
por un estado que se ha hecho con el control, dejando pálidas las previsiones
de Huxley y de Orwell. En el país más capitalista del mundo se encuentra el
temible Animal Farm entrevisto por los utopistas. ¡
Simplemente, cómico! Una broma pesada es
la que nos ha gastado este apóstol de las barbas fluviales.
Debajo del magno
tinglado, como cuando Einstein sacaba la lengua, haciendo burla a las leyes
gravitatorias diciendo que el mundo es curvo, resuena la carcajadas hueca de
Israel. El mundo se tomaría demasiado en serie las propuestas del pensionista
de la gran Banca. El había cumplido la consigna que le dieron sus jefes a rajatabla.
Querían que inventase una vacuna contra el escorbuto y el hambre. Los plutócratas, tratando de pasar por
altruistas, querían repartir algunas migajas, para, de esa forma, prevalecer,
adquiriendo visos de respetabilidad. Es la filosofía en que se fundamenta todo
ese gran tinglado de las Oenegés, el que van de comparsas, desde el Vaticano
hasta la última enfermera de Móstoles que hace las maletas para el Congo, y se
expone a que la violen, a adquirir el tifus exantemático y la malaria, pasando
por Mendiduce, que de cooperante ha pasado a ser escritor de relumbre
galardonado con el Planeta. Su piedra de toque es la mala conciencia y la
reflexión sobre la existencia de la injusticia en el mundo, generada por los
gnomos de Zurich o los fakires de Wall Street.
Lo que se saca de la
manga es un híbrido sistema filosófico a la larga servirá para ensanchar la
clientela de los fabricantes de navajas, los consorcios armamentísticos y los
que siempre se han lucrado con el negocio sustentado por la agresividad humana.
Parias de la tierra, uníos. Alzaos para combatir. Marx se inventa una retórica
y está retórica parece calcada de las constituciones ignacianas, porque el
insigne, al igual que el padre de los jesuitas en que el fin justicia los
medios para alcanzar la utopía. Mas, ¿ cómo es posible - reflexiona Berdiaeff-
que de las tinieblas se alcance la luz? Se salta la valla de los principios de
la Física, que atribuye a todo principio una causa. ¿ La fraternidad universal,
la equidad y armonía habrán de nacer de la envidia, el odio, el enfrentamiento,
la venganza? Como todo judío, Marx es pesimista, misántropo y enemigo de la
condición humana, pero parece ser que con este silogismo cornuto el terco
filosofo alemán recabó ganancias. Vino a escarbar en la antigua creencia de que
la violencia es la partera. Es un dicho que está en el Talmud, pero pasando por
alto la existencia de una Trinidad bondadoso y vivificante. Hay un apotegma inglés indefectible:
How two wrongs can make a right ?
Calca, asimismo, en
sus teorías los postulados de los que hizo lema la norma jesuitina en su
especulación sobre las dos banderas o los dos señores a los que se aplica la
solución salomónica del todo en tanto en cuanto, preconizando de paso la
depauperación progresiva del proletariado,
(“ Verelendungstheorie”). Pero bajo la máscara de gran revolucionario se
esconde un demagogo. Marx era un tapado, que, servil a las consignas propaladas
por sus amos, no hace sino prevenir la ciudadela y dotarla de defensas
convincentes para el cerco que se aproximaba. Se lanzó a defender el “ statu
quo 2 por la vía contraria. En resumidas cuentas, protege a solapadamente a la
que aparentemente intenta impugnar,
¿ En que cabeza cabe
que, a partir de un estado de necesidad pueda alcanzarse un estado de libertad?
Axiológicamente, esa norma contraviene los procedimientos racionales. El
relativismo marxista obliga a anteponer los intereses de clase, aunque ésta sea
clase trabajadora, a los intereses del individuo. Este es un rasgo del que
participa la psicológica católica y en parte el funesto sentido de las
relaciones del hombre con Dios que impuso la Contrarreforma, la cual en muchos
casos bebe mas en las fuentes de la Cabala y en el pensamiento judío que en el
Evangelio.
¿ Trabaja sobre el
principio de la unión de contrarios? ¿ Es hacedero descubrir la libertad a
partir del estado de necesidad? Axiológicamente esa norma contraviene los
métodos de la razón, pero toda la tramoya ideológica del prócer libertario está
montada sobre un silogismo cornuto. Su relativismo le obliga a antecoger o
triar los intereses de clase, aunque
sean los de la clase trabajadora, a los del individuo. Justo lo contrario de lo
que predicó Cristo y de la doctrina que profesa un cierto catolicismo para el
cual lo más importante es preservar la armadura, la cercha del arco ojival, que
funcione el papado y los privilegios de casta. Buscan la masa global. Este es
un rasgo muy característica de la fría espiritualidad jesuitina, responsable de
tanta fraseología vacua, sucedánea de una santidad difusa y como emasculada.
Hemos escuchado la
frase muchas veces: Extra ecclesiam nulla salus... Tu es Petrus et super
hanc petram aedificabo... etc. es invocado como máximas
exclusivas de una verdad y de una primacía en propiedad para salvaguardar las
miras particulares de un grupo eclesiástico, que forma parte de la Iglesia,
pero que no es toda la Iglesia. Berdiaeff, por ende, entra a saco contra el
cesaropapismo, pero sin apartarse ni un ápice de las convicciones propiciadas
por su fe ortodoxa. Es un defensor del carisma del espíritu y un profeta del
triunfo de la cruz. Para él la Iglesia, depositaria del acervo común, de la
herencia indivisa de la Tradición y de la norma apostólica, que nunca estuvo
sometida al escrutinio de la Inquisición, ni se vio implicada en las habituales
guerras de religión medievales, encara la legitimidad y la continuidad.
No vayamos a creer a
Berdiaeff un retrogrado. Piensa como un ruso ortodoxo. Sus clarividencias son
mesiánicas. Se mueve a caballo entre la tradición del misticismo ruso, para el
que una mejora de la condición humana sólo puede llegar a partir de una
renovación espiritual, intimista, libre, autentica, nunca basada en las
mentiras o las medias verdades oficiales u oficialistas. El progreso tecnología
y los inventos han estar en función del hombre, y no al revés. Si éstos sirven
para acrecentar el entendimiento y hacer la vida más tolerable entre los
hombres, ¡ en buena hora! De lo contrario, sólo servirán para un momento
programado de la esclavitud. Serán un factor alienante de la condición humana:
La transmutación
del trabajo en mercancía, la transformación del hombre en objeto; el egoísmo de
la competencia implacable debe ser ajeno a la conciencia cristiana.
Es lo mismo que
opinaba Tarás Buba, el Cid ucraniano, que se lanzó a los caminos de la estepa
rusa a ganar el pan en lucha contra el tártaro y el polaco. El piadoso y
sencillo, a la par de valiente, atamán tendría que presenciar la horrible
escena del ajusticiamiento de uno de sus hijos en la plaza pública de Varsovia
en un auto de fe a cargo del cerril gutman de Varsovia, muy católico, muy
apostólico y muy romano, pero terriblemente
sectario y fanático. Gogol pone el dedo en la llaga cuando descubre que
las diferencias entre la Ortodoxia griega y el catolicismo romano son
insalvables. No se puede luchar contra la soberbia y los perjuicios de los que
se cree en posesión de la verdad, y mira al resto de los mortales por encima
del hombro. Es como acocear el aguijón.
Las lágrimas de
Tarás ante el cadáver de su primogénito ajusticiado fueron vertidas no sólo por
un mártir de la ortodoxia, sino también quiso que su llanto sirviera de bálsamo
a las heridas causadas en el Cuerpo Místico por los enconos, las mezquindades,
los perjuicios humanos, con esa mala costumbre a hacer bandera de lo más
sagrado para salir en defensa de intereses espurios.
Nos topamos aquí
otra vez con la idea del mal, que es una constante en los pensadores eslavos: ¿ por qué se encarama a lo alto de
los pináculos de la fortuna y brilla con luz propia en los faros del gran
mundo, mientras los limpios de corazón, pero emotivos, pueblan las cárceles y
los pabellones de la muerte?, ¿ por qué la virtud parece condenada a estar en
capilla?
A criterio suyo, los
hombres se dividen en dos categorías: la de aquellos que son capaces de crear,
y la de los gregarios. Una mayoría aplastante ahoga dentro de sí toda su
capacidad creadora para no vivir más que hacia adefuera. Son los hombres
sarcinos , según san Pablo, los que se administran de acuerdo con los
principios de la prudencia de la carne. Estas ingentes conglomeraciones de
seres humanos v han dado lugar a un tipo de ser amorfo, lleno de
convencionalismos. La burguesía no cree sino en aquello que tiene delante de
los ojos, o lo que le resulta palpable. Y esta grey burguesa suele vivir aplastada bajo el yugo de la
mediocridad. Berdieaeff insiste en que la religión no es el opio del pueblo,
sino el único camino para satisfacer sus anhelos de libertad y de trascendencia.
Por desgracias,
concluye, también la religión ha caído en manos de los leguleyos. Es víctima de
los intereses de partido y vive sujeta a los impostores que, so capa de
predicar a Cristo, han vuelto a clavarlo en una cruz.
Llega por ese camino
a dar la razón a Lutero que veía en el papado una anticristo. Al molde de la
prevaricación suprema. No obstante, si sus condenas y descalificaciones a los
usurpadores del mensaje evangélico parecen a veces algo duras, su esperanza,
sin embargo, en el futuro de la Iglesia - entendida no como jerarquía roana -
no puede ser más esperanzado. El Cristo ortodoxo es un Cristo obrero, que vive
del trabajo y del sudor de sus manos: el hijo del carpintero, el impugnador de
todo fariseísmo. Es el Señor de los pobres. Se mezcla con la gente. Nada de
montanismo. Sus elegidos provienen de los grados ínfimos de la escala. Cristo
no ha de pertenecer nunca a una “elite”. Es el redentor cósmico. Lo que sucede
es que muchos han tratado de apropiárselo en todo este tiempo. La Iglesia
verdadera pertenece a los santos, a los que dan testimonios, baluarte invisible
de la fe, torres de reparación. Es la legión inmensa de los elegidos
innominados.
Está claro que su
reino no era de este mundo. Por eso fue tan sañudamente perseguido por las
fuerzas seculares, porque mostró una divina resistencia a moldarse a sus
deseos. Huyó al desierto cuando le fueron prometidas congruas, cargos, que
trataban de acreditarla de la fama de los grandes profetas de Israel. Renunció
a los honores e increpó al diablo, cuando éste le pidió que se arrojase de lo
alto del pináculo del templo. La grandeza de Cristo es interior y, en su mayor
parte vida oculta. En esta vena oculta han sabido recalar todos los místicos.
Pero también hay rebelión contra los poderes fácticos, renuncia, desdén a la
vana gloria. Humildad de Dios.
No quedará
completamente realizado el mundo futuro en este erial. Cristo expresó sus
reticencias ante aquellos que querían investirlo de una realeza material. Se
muestra escéptico, consciente de lo difícil tarea de los apóstoles, a los que
previene de las dificultades, de tener que remar siempre contra corriente,
contra el Príncipe del mundo. Reta a Satanás a un combate sin fin hasta los
últimos tiempos. Pero el tenor de tal lucha es del todo esotérico. No quiso
prosternarse ante él, ni besarle las posaderas, como han hecho algunos de los
que se dicen sus vicarios - Wojtyla cuando arrecia todavía la tormenta del
asunto Lewinski no ha dudado después de darse un baño de multitudes en ese país
misterioso y maldito que es Mexico, donde se ha derramado mucho más sangre de
cristianos que en las nueve persecuciones de los emperadores romanos, para así
aplacar su ego de “ papa sol “ de todos los pontificados, de ir a estrechar la
mano del fornicario Clinton. Al acercarse la consumación de
los siglos - nos lo advierte el Salvador- la fe se entibiará, vendrán falsos
profetas a apacentar la grey; como consecuencia de estas artimañas, se enfriará
la caridad entre los hombres. Habrá que volver a preguntarse si no será 3esto
lo que está pasando.
Parece que los
demonios de la confusión histórica han hecho acto de presencia. El que se dice
su legado se ha unido a la hueste de quienes le persiguen. La contemporización
de la Iglesia con las fuerzas operativas del anticristo, radicadas en la
Sinagoga, que se ha operado durante este pontificado, pone a la Iglesia en un
clima parecido y enrarecido, de dos obediencias como el acontecido con Clemente
V, responsable del Cisma de Occidente, con el traslado de la corte pontificia a
Aviñón en 1307, y que estuvo enteramente
sumiso a los caprichos de Felipe el Hermoso, uno de cuyas primeros actos
de gobierno fue suprimir a los templarios y quemar a su maestree, Jackes de
Molay, en la cárcel del Temple.
Ahora ¿ no habrá
hecho dejación de sus poderes, en su capacidad de pastor del rebaño para
adoptar una bandera de conveniencia y cómoda para los intereses del amo del
mundo, pero no conforme a las estipulaciones del Maestro de Justicia? ¿ Yéndose
a Mexico no estará intentando este senil prelado quemar las naves como cortés?
A la Iglesia jerárquica le queda poco porvenir, por más que esos asesores de
imagen que rodean a Wojtyla, en su mayor parte españoles y del Opus, Navarro
Valls y A. Gómez Fuentes. ¿Están maquillándolo a la perfección para copar las
primeras planas de los periódicos y captar unos espacios halagüeños en la hora
punta televisiva? Un vicario de Jesús no tiene por que está sometido a esa
manipulación informativa que no tiene fin.
Venía de la llamada
iglesia del silencio y ninguno de los sucesores de San Pedro ha tenido la
habilidad de meter tanta bulla como este polaco. Compite en la pugna por el “
prime time” con los escándalos de la Lewinski y Clinton, los bombardeos de
Bagdad, los rebuznos de Arzalluz, etc. ¿ Es esta la verdadera tarea de un
pontífice echado de manos a boca en los brazos de la publicidad y de los
asesores de imagen? El ciclón de Cracovia todo lo arrasa, pero es un viento que
pasa pronto, una lluvia que no cala. Un golpe de efecto publicitario.
Razón llevaba Tarás
Bulba al hablar mal de los polacos. La devanadera de la historia se perfila
impenetrable en sus circunvoluciones y raptos. Sin embargo, en el fiel de la
balanza del cielo la aguja se empina hacia arriba. Las sentencias de Berdiaeff
ofrecen lucidez profética, descubriendo el autentico rostro que está detrás de
la máscara. Marx y Engels se constituyeron en los peones de brega de una
dominación del mundo programada desde Londres, desde Francfort, y,
posteriormente, desde Wall St., Y al albur, últimamente se ha unido el
Vaticano. En el crepúsculo del siglo XX ha habido dos años clave: 1989, con la
capitulación de la URSS, servida en bandeja, como un rey chico cualquiera, por
M. Gorbachov ante George Bush y 1992, un año mucho más terrible, porque la
Iglesia de Cristo, presionada por el clan judío, cedió a la presión. Todavía
recuerdo a aquel grupo de zionistas desplegando en la plaza de San Pedro la
bandera con la estrella davídica y proclamando la victoria de Israel o a aquel
grupo de exaltados activistas anti castristas cubanos que, estando Juan Pablo
II en Covalonga, le increparon con insultos acusándole de haber sido miembro de
la KGB. Queda aun por esclarecer el atentado sufrido por Alí Agca. Personalidad
misteriosa. ¿ Iba realmente a matar al papa? ¿ Disparó con balas de fogueo? ¿ Fue
un aviso de que la próxima vez se actuaría más de firme? En cualquier caso, hay
que contar el escándalo de las finanzas de San Pedro y un cambio de rumbo, una
perdida de la clásica imparcialidad de la Sede Apostólica a partir de esa
fecha.
Esta postura de
doblez ante el chantaje del poderoso está en contrasta con la dignidad del
primado ortodoxo de Constantinopla o la del patriarcado de Moscú. En la silla
de San Andrés y en la de Cirilo y Metodio el servicio a Cristo se interpreta de
otra manera menos servil. Un papa muy político puede acabar convirtiéndose en
un lacayo de los intereses creados. Gogol ya lo advirtió en esa deliciosa
novela, cargada de ternura y sufrimiento que fue “ Tarás Bulba “, que murió
mártir del fanatismo polaco y de los monederos falsos de la casa de Levy que lo
exprimieron el jugo. El viejo Tarás vivió para la estepa. Amaba el aire y los
horizontes sin confín. Murió al querer ir a rescatar la pipa que se le había
olvidado. Un buen cosaco siempre fuma. Vive para la sentnia y para la defensa
de sus semejantes. No es nada egoísta. Fuma y bebe pero, con sus defectos y
pecados, siempre estará dispuesto a morir por el Cristo ortodoxo, por la
salvaguardia de una civilización, hoy tan en entredicho. Sobre Europa se baten
los tártaros. Mandan mucho los polacos y por si fuera poco los judíos son amos
de la bolsa. Me he acercado con estremecimiento acongojado a las deliciosas
paginas de este libreto. Alta y sublime literatura como la de la “ Iliada”.
Fin
EN LA CANASTA
(Ensayos sobre
literatura carcelaria)
Por M. SACRAMENIA ARTEDO
- se prohíbe la reproducción
MI SACERDOCIO
Aquella puerta verde
de nuestra casa en Valdevilla se abriría para no cerrarse nunca más. Cayeron
los cañizos de la techumbre del sobrado. Los gitanos arramplaron con las
cañerías y la cocina de hierro de la cocina a cuyo amor de lumbre pasamos las
veladas del invierno. Venían los hijos de Froilán el maestro y de Micaela, su
mujer, que era algo pariente de mi madre a merendar. Mi madre hacía tortillas
de patatas y soplillos. Se extendían los vuelos de la mesa grande y allí había
un hueco para todos. En aquellos años primeros de mi vida yo creía que el mundo
era recto, depositario del bien y de la belleza. Por el puente de Valdevilla no
había pasado aun el carro de la muerte y del dolor. A mí me fascinaban mis
primos los hijos de Froilán. Uno de ellos me hablaba en aquellas interminables
de holgorio de la vida sacerdotal, pues era seminarista y me convenció de la
idea de hacerme sacerdote. Por aquellas fechas jugábamos a decir misa cantada.
Desde entonces no he sido capaz nunca de desprenderme de la fascinación del
latín. Pero también me fascinaba aquel aparato de radio que había en un rincón
de la cocina vestido con unos faldones y aparejado de forma muy coquetona. Con
los encajes y cortinillas asemejaba a un tabernáculo misterioso. Era el
sagrario de las ondas hercianas. La voz iba y venía como por arte de magia,
como consecuencia de una mezcolanza de imanes, tubos catódicos, condensadores y
lámparas una fascinación fundamental. Desde el rincón de la cocina yo era
capaz, mediante un giro de la rueda del dial, de moverme hacia los anchurosos
mundos de lo irreal.
Escuchábamos Radio
España Independiente, las charlas del P. Venancio Marcos por Radio Nacional y
el carrusel deportivo. El aparato de radio era casi lo único que echaba yo de
menos de la vida seglar durante mis años de seminario. Solamente el rector y
los superiores tenían un aparato, que se encendía exclusivamente los domingos
para escuchar a través de Radio Vaticano el Ángelus del Papa. El invento de
Marconi me parecía algo mágico. Mientras yo bregaba con Platón y Cicerón
durante los cinco años de Humanidades, y
con la Historia de la Iglesia y con Aristóteles durante los tres de filosofía y
me transformé en un ser diferente después de estudiar a Sto. Tomás - el mundo
ya dejó de ser el mismo después de entrar en contacto con el Doctor Angélico -
a lo largo de teologado, aquella radio seguía funcionando. Cuando seas cura, te
den una parroquia, no te será lícito dormir con una mujer, pero podrás siempre
tener una radio. Las hay a barrisco en las casas curato. No podrás conocer las
caricias de la hembra, ni oler su carne, ni acariciar su piel. El diablo me
tentaba con el pensamiento de que la vida no es vida sin el conocimiento
carnal. No es bueno que el hombre esté solo. El día que ingresé vino a casa un
maletero con gorra de plato. Manejaba una carretilla muy larga en la cual cupieron
el baúl, las mantas, el colchón y todas las humildes pertenencias. ¿Te vas? Sí.
Me voy para no volver más al mundo. Quiero ser cura. Me ha entrado la vocación.
Eso es imposible. ¿ Cómo imposible? Algún día lo sabrás. Ahora eres muy
pequeño, tienes tan solo once años. El mismo maletero, un poco más viejo y
cansado sobre la esteva de la carretilla, fue el que hizo la conducción de mis
libros y de todo mi ajuar hacia la estación de los coches de líneas. Habían
pasado doce años justos del día de la fecha y yo era un misacantano. Seguía
sintiendo ese fervor por la radio. Me fascinaban las misas cantadas que
retransmitían desde lugares lejanos, el boato de la liturgia magna, los
cánticos en latín, las rutilantes casullas empedradas de oro, todo ese depósito
de la fe engalanada que refleja la vida en el paraíso concebida como una
perenne eucaristía. Dios me hablaba desde los micrófonos. La voz del serafín
sonaba a través de los himnos. Para mí el misterio inefable de la retransmisión
sin hilos era un testimonio evidente de que Dios se encontraba en el cosmos. Me
acababan de ordenar sacerdote según la orden de Melquisedec. Yo estaba lleno de
proyectos y de entusiasmos de apostolado. Acababa de cumplir veintitrés años.
- Bueno, señor cura
PUSHKIN,
MESÍAS RUSO
O EL
CARISMA DE LA PALABRA
Por ANTONIO PARRA
Está claro que la historia de nuestra evolución espiritual pertenece a
las páginas de los libros leídos o adquiridos, guía de nuestro acervo anímico,
círculo mágico en el que nos resolvemos o revolvemos, y, acaso, línea que nunca
podremos cruzar sin desventaja, o sin hacer traición a nuestro espíritu. He
hurgado en los fondos de mi bien abastada y anárquica biblioteca, donde los
clásicos rusos ocupan un sitio de prelación. Había un lomo, ya lacio y
amarillento, con empellones y desconchados en la cubierta, que al punto me ha
traído a la mente imágenes de un fondo retrospectivo y sin cálculos. ¡ Densos y
ajados afanes de juventud! He sentido, de repente, como un latigazo y la
pregunta retrospectiva de Horacio: ubi
sunt? ¿Qué fue de todo aquello? ¿ Dónde está
lo que amábamos entonces? Esta inquietante interrogante horaciana es ya, de por
sí, un surtidor de fuerza literaria,
motivo de inspiración a lo largo de la historia de la literatura mundial.
Quizá, se escriba para conjurar ese enigma de la existencia humana, abocada a
un final inexorable, el de la muerte.
Al verlo los ojos, el alma se
me ha hundido en una sima de añoranzas. Hay libros, por aquello que decía San
Juan de “ in principio
erat verbum “, que fijan el cipo del arranque vital,
o comienzo de nosotros mismos. Un título: La dama de los tres naipes y otros
cuentos, por Alejandro Pushkin, en
traducción de Félix Díez Mateo, Buenos
Aires, 1952. Y una fecha escrita en tinta azul, ya muy buida, porque la tinta
es sangre del alma, que también ha envejecido, igual que el propietario,
acusando las devastaciones del paso de los años, pero que trae imágenes y
rostros borrosos a la memoria. Debajo una fecha: primero de junio de 1963.
Seguramente, fue adquirido en alguna de las casetas de la feria del libro que
se celebran en Madrid cada primavera.
Desde las paginas desfondadas de esta novelita, sucinta, concisa,
llena de una prosa misteriosa que ilumina, muy pujada y repujada, como todo lo
de Pushkin, pero el lector nunca es consciente del esfuerzo del autor, según
suele ocurrir cuando estamos en presencia de un genio, mi propio pasado me
estaba haciendo guiños. Hay en la literatura un propósito angélico que es
trasegado por el ala mucilaginosa del olvido. Retumban las carcajadas del
serafín negro en la tumba de los sueños. Lo inane acaba por imponerse a lo
bello. La cosa no tiene vuelta de hoja.
Este cuento, sacado del natural, donde Pushkin, en el origen genial del
escribir moderno, afronta, con pluma vívida y
velocísisima impresión del elán vital de cuanto le rodea, refleja lo
inane de la vida de un tahúr. Pero detrás de todo esto, se esconde la idea de
un destino (sudba) inexorable
e invencible, que es aquí una mujer: la dama de picas. Es la historia
mefistofélica, del pacto con el diablo, a la que sucumbe la vanidad o la
impericia de la humana naturaleza.
El mensaje claro, pero lleno de piedad, que proyecta Pushkin aquí,
podría cifrarse en que todo es vanidad, parodiando al mataoites mataiotés del
Crisóstomo: el amor, la belleza, la salud física, el relumbre y el decoro han
de tenerse por espejismo. Siempre acabamos doblando la raspa. El bien y el mal
se acaban.
Yo no había cumplido aun diecinueve años. Seguramente, se trata de una
de las primeras adquisiciones de mi biblioteca, porque el sueño de mi vida lo
configuraba ser escritor. Sabía que mi proyecto existencial se encontraba unido
a los libros, fuente de felicidad, supremo y dogal de mis castigos, como así ha
sido. El autor ruso hizo las veces de maestro de ceremonias, y en sus páginas,
leídas apresuradamente, en largas vigilias de café y tabaco y sueños de
grandezas ineludible[”algún día podré yo escribir algo como esto, seré
publicado y reconocido”] me hizo la acolada. Con él velé mis primeras armas.
Recibiría el grial del ideal caballeresco literario, me abrió el iconostasio de
un concepto estético en el cual fui ahondando y adentrandome con los años. Toda
la literatura rusa me ha hecho vibrar. La Dama de picas era el primer guiño
seductor de la femme fatale.
Después de
Pushkin, vendría Gorki, cuyos relatos me harían llorar, y que devoraba mientras
viajaba en el metro. O Chejov, Dostoievski. Andreiev, Ivan Bunin. Era consciente de que me enfrentaba a un reto
difícil. En la Biblioteca Publica de Cuatro caminos me engolfé en la lectura de
mis amados maestros rusos. Allí trabé contacto con la literatura en sumo grado.
Este primer contacto me llenó de prejuicios hacia otros autores o hacia la
novela de otras literaturas, porque pienso, y sigo pensando, que sólo la rusa
ha tocado techo desde el punto de vista novelístico. Dostoievski, el gran
buceador del alma humana, que acomete sus empresas de imaginación como si
fueran paseos psíquicos en el laberinto del corazón del hombre, es el no va
más. De esta manera, creía yo haber dado mi primer paso en la gran
promenade. ¡Iluso de mí!. Desconocía que el mundo estaba abocado a una tremenda
movida, con la inversión e involución de los conceptos estéticos. El canon de
belleza iba a ser defenestrado a manos de otros intereses más espurios que
concurren al hecho literario. El mercadeo estaba a punto de hacer acto de
presencia. Las etéreas e inasibles musas
dependían no tanto de un acto de inspiración sino del determinismo de las cajas
fuertes.
Los americanos han creado el éxito de ventas. Inundaron las pantallas
de cine y de televisión de basura e implantan en el mundo un sistema político que
no tolera la contestación, habida cuenta de su totalitarismo político. En ese
mundo de violencia primaria el único héroe sería Buffalo Bill. Un cuatrero
nunca podría entender la inteligencia, la sensibilidad, el humor, por ejemplo,
de Eugenio Oneguin. Antes de emprender mi andadura, me di cuenta de que mis
visiones teológicas y estéticas me situaban al margen de este mundo de
pistoleros de la lechigada de Jefferson y Washington, en lo marginal.
Al sentarme frente a un tapete verde en el que habían naufragado al
poker las mejores fortunas, sabía de antemano que me lo jugaba todo a una
carta. Enfrente de mí se encontraba un ser de rostro sombrío, hocico cabruno y
ojos de buey, y una cabeza poderosa como el cimacio de un capitel granítico,
peana de las cumbres y de los derrumbes. Era el jefe supremo de toda la timba, el baranda del mundo. Ponerse a escribir una novela o a
componer un poema entraña este enfrentamiento con las fuerzas oscuras. Uno
intuye que va a perder la partida, pero se arriesga. Toda literatura, por
humilde que sea e inane a los ojos del lector, pero nunca del autor, es un
conjuro contras las fuerzas oscuras. El que escribe asume el papel de
demiurgo. Lo envida.
Para semejante tarea hay que tenerlo bien puestos. Uno sabe de
antemano que se compromete a una lucha sórdida y feroz; en muchos casos, sin
espectadores. No estoy de acuerdo con la creencia de que la vocación literaria
tenga que ver con el deseo del renombre, sino que responde a un anhelo íntimo e
irrefrenable de compromiso consigo mismo.
Sin embargo, el lance es fútil. Todo termina siendo un encuentro de
whist ante un rival que es un coloso y que, además, juega con las cartas
marcadas. Uno querría saber el secreto de esa combinación que nos hiciera
invencibles. Esa combinación mágica que se guarda bajo la manga para ganar cualquier albur la condesa,
personaje gigantesco y espectral de este denso y breve cuento del genio ruso,
en que se resume el teatro del mundo, y se hace un diagnóstico inmejorable de
la vida humana, no es otra cosa que el tres, el siete y el as de corazones.
El relato plantea del dilema eterno de amor y juego. La cruda realidad
siempre acaba por desbancar a los buenos propósitos. No entiende de afectos, ni
se anda con muchos miramientos en sus actuaciones la madre naturaleza, cuyas
pautas de conducta actúan de una forma impávida y sin que el hombre vencido sea
capaz de contenerlas ni acelerarlas. Entran
luego en liza el azar. Eso que llamamos fortuna no es más que un capricho
de los factores al albur.
Las mujeres de las que me enamoraba yo por entonces tenían que ver con
las heroínas soñadas en estas novelas. Al
respecto, recuerdo un despecho amoroso que me acaeció en Oviedo el año
74. Mis velaciones matrimoniales fueron canceladas la víspera de mi boda. No
pudo haber fortuna más desastrosa en aquel embate. Sota, caballo y rey. As tres
y siete de corazones. Flotaba en la neblinosa madrugada de un domingo otoño el
perfil misterioso de la Sota de Picas. La ciudad se desperezaba de su letargo,
dispuesta a empezar un nuevo día, cuando yo regresaba vencido. Tuve la
desgracia de emborracharme y de haber acabado en la comisaría. Pero esa
peripecia la narré en mi novela, crasamente relacionada con esta novelita de
Pushkin, Señora Blanca. Todas las obras geniales se caracterizan
por esa fatalidad inapelable y profeta. Los grandes poetas no son más que
heraldos de ese demiurgo al que tira el guante aquel que comete la imperdonable
audacia de escribir, para conjurar sus propios fantasmas y los de los demás, o
echar un exorcismo frente a las fuerzas oscuras.
Había sido derrocado por la condesa inescrutable. Vi flotando sobre la
mañana, cruzada por las nubes raseras que descendían del monte Naranco la
sonrisa aterradora de Gioconda de la Dama de Corazones. Lo que había leído mucho
antes había cobrado carta de naturaleza
en mi pobre existencia.
Recuerdo que en una cafetería
elegante de la vieja Vetusta, ciudad clariniana y una de las más literarias de
España estaba yo aguardando a mi adorada, cuando esta llegó y vino a decirme
que de lo dicho nada. Tenía entre las manos “Historia de una anguila “ de
Chejov, en el que premonitoriamente se narraba un caso parecido al que me
conmovió hasta los cimientos: una historia de desamor.
Casi no pude creerlo. ¿ Pero cómo es posible Masha - la protagonista
de la novela se llamaba como mi desdeñosa dama -¿ Cómo es posible? Abandoné el
establecimiento de estampida, dejando atrás el libro en el cual había dejado
metidos unos poemas y una de las pocas fotografías que conservaba de mi
infancia. Esta pérdida de dos objetos entrañables, aquel libro de Chejov y la
fotografía en la cual aparecía yo, niño rubito vestido de marinero, al lado de
mi madre y de mi padre, en traje de gala, junto al coronel del Regimiento, en
el que servía mi artillero progenitor, la soleada mañana en que se nos concedió
una vivienda de protección oficial en la barriada de Valdevilla, la sentí más
que las calabazas de aquella ingrata. La suerte se empeñaba en cerrarme el
paso. Pero todo estaba escrito con antelación en los libros de mis rusos
preferidos, a la vez amados, y a la vez malditos: Chejov. Pushkin, Gorki,
Dostoievski.
Aquella mañana había visto dibujada sobre el vaso de la última tónica
con ginebra esbozarse el rictus burlón
de la dama de picas, clavándose como un cuchillo en mi memoria. Luego escuché el golpeo sórdido del destral del
leñador que asesinaba al último árbol del Jardín
de los cerezos. Regresé a Londres a la mañana siguiente en el primer
avión, el alma llena de congojas, y la mente embotada bajo los efectos de la
resaca. Un escritor sabe que es muy poquita cosa: un dipsómano de la palabra, o
un jugador al que el destino no perdona nunca sus osadías. Con las cartas que
barajaba - la más señalada, la de formular preguntas que no son de su
competencia y sí de la divinidad, ese misterio cósmico que nos envuelve-
reconocía haberme puesto a jugar un tute a la baja. Tenía todas las bazas
perdidas. Pensaba que los grandes libros trazan la ruta de
nuestros caminos, porque están empedrados de mensajes crípticos sobre porvenir que aguarda a cada cual, y vienen
envueltos en un halo de piedad y de ternura infinita. Se trata de una pugna sin
cuartel contra el destino. Hay un poder premonitorio en toda gran poesía.
La ironía que despliega Pushkin en esta zdacha, o
novela corta, apunta a desenmascarar ese rostro insensato, cruel y antojadizo
con el que nos encontramos al nacer. Saturno, la deidad infanticida, devora a
los vástagos de sus entrañas.
La Dama de las Tres Picas es un
“thriller” en el que se conjugan el amor, el odio, la madre que rechaza a su
propio hijo, cruel veleidad, que contemplamos a ojos vistas desde el absurdo de la desdicha.
Relata en esta obra del género negro la vida tal cual es, lejos del mesianismo,
la aureola que caracteriza a la mayor parte de los escritores rusos. Así y
todo, este cuento está rodeado de misterio. Si Pushkin no tuviera ese estilo
inconfundible, podríamos creer estar ante una obra firmada por Edgar Alan Poe.
En la literatura rusa, toda
ella cargada de mesianismo, esta particularidad es mayor que en otras.
Estudiando a los grandes maestros como Dostoievski, Gogol, Andreiev, Bunin, y
demás, se puede casi determinar de forma matemática el hado de los pueblos,
porque han sabido calar en el alma humana a la luz de un cierto designio
divino. En buena parte, el Cristianismo encuentra en ellos sus profetas
mayores, de la misma manera que el Antiguo Testamento recala en Jeremías,
Ezequiel, Amós, Isaías o Daniel. Sin embargo, Pushkin, dando de lado a esta
veta mesiánica, tiende a la universalidad por encima de credos o de
convencionalismos religiosos. Los escritores geniales muestran esa inclinación
a la clarividencia, como si recogiesen, por designio divino, el testigo de la
profecía.
Nunca tendremos que perder de vista esta configuración del profetismo
ruso. A través de algunos de muchos de sus autores (en ninguna otra literatura
se registra una pléyade tan vasta y varia como la que presenta el panorama de
la escritura rusa a lo largo del siglo XIX), Dios está mostrando a la humanidad
sus planes sobre el mundo. Hay quien menoscaba este misticismo alegando que el
alma rusa es triste. Esto resulta, amen
de una injuria, un lugar común que pocos de los que la califican a la ligera
serán capaces de demostrar axiológicamente.
Pushkin, por ejemplo, es todo ironía y delicadeza. Y el humor compasivo
para con las debilidades de la fragilidad humana elevado a la enésima potencia.
Volvamos a la Dama de Picas. He aquí a una octogenaria condesa,
que en sus días de emigrante París rompió los corazones de grandes personajes,
como Richelieu, jugando a la brisca. Es una consumada jugadora, y posee una
combinación avasalladora para ganar al jeu de
la reine. Es la dama de corazones que irrumpe con la fuerza de
una diosa mitológica. Pushkin en unas pocas líneas nos cuenta la historia
misteriosa de esta antigua beldad, que envida y sale victoriosa. Era el socorro
de tahures desesperados como Chaplitski, quien hizo caso a la condesa y en una
sola noche desbancó los trescientos mil rublos de una puesta.
Vestía a la moda de setenta años atrás, pero, como quien tuvo retuvo,
según va el dicho, era todavía coqueta. En escena, y tras el bastidor aparece
un joven oficial de la guardia. Está ocultando sus cartas el autor para que el
lector en el transcurso de la novela vaya recomponiendo el rompecabezas de la
trama. Al final salta la sorpresa. El cañamazo argumentativo nos presenta
también a Lisaveta Ivanova, institutriz de la condesa. Hay trazos de
descripción homérica, rápidos, certeros. Lisaveta era una criatura atormentada,
porque amargo es el pan ajeno y enojoso el camino, cuando hay que subir y bajar
escaleras extrañas. Tenía que aguantar a un ama despótica, que era terca y
caprichosa, y se rodeaba de una corte de aduladores que engordaba y encanecía a
su lado. Tenía que servir el té con arreglo a las normas de la etiqueta, ser
para ella señorita de compañía. Para colmo, la condesa, una casa venida a
menos, no le pagaban nunca sus honorarios. En Rusia ocurría en la era zarista
lo que ahora con los funcionarios de la administración estatal. Pasan meses y
meses sin que estos reciban un sueldo.
La Dama de Picas, orgullosa, fascinante, faceta y acostumbrada a los
fulgores del gran mundo, aparece con el papel de madrastra. A Lisavetha le toca
desempeñar el de Cenicienta. Espera la
llegada de un príncipe azul, de su libertador. Es Germán, un joven teniente de
húsares, y luego se descubre, hijo secreto de la Dama de Picas. De ella ha
heredado su afición a las cartas y la fatuidad gloriosa. Seducido por el tapete
verde y por la belleza de la azafata de
la condesa. Estamos a las puertas de un romance en el que un hechizo que va a
desarrollarse en un ambiente entre aristócrata y diabólico. El mozo había sido
arrastrado hacia la casa por una fuerza desconocida. Es el tirón de la sangre,
pero en este amor filial hay algo más: una especie de hechizo, y hasta un pacto
mefistofélico. Le entrega un billete a Cenicienta. Ella lo guarda.. Era una
declaración de amor. “ Era
tierna, afectuosa y tomada directamente de una novela alemana, pero Lisabeta no
sabía alemán y quedó muy satisfecha con ella”
La pluma de Pushkin es como un mazo en la diestra. Mefistófeles hace
acto de presencia tras el biombo del dormitorio de la condesa por medio de
Germán, el oficial de la guardia. Está claro que el protagonista es el diablo
con su tremenda fuerza que avasalla el libre albedrío y el afán humano. Esta
idea va a repetirse a lo largo de la literatura desde Lamertoff hasta Bulgakov
y sobre todo en Hermanos Karamazov. Los
hombres no somos más que fantoches en la mano del destino, se mire como se
mire, te pongas como te pongas.
Germán seduce a la infeliz institutriz. La pobre doncella tenía la
cabeza a pájaros. Es víctima de su propia fantasía. Había leído demasiadas
novelas alemanas. Cae entre las garras
del don juan pequeño burgués. Éste a su vez, comido por la avaricia, está claro
que se había propuesto por objetivo no los favores de Lisabeta. Lo que quería
era conocer la combinación mágica de la condesa X, de quien desconocía que era
su propia madre, mentor y verdugo a la
vez, porque, al revelarle un secreto del juego de cartas, va a introducirlo en
los caminos de la perdición. Concibe una treta con su novia para acceder a los
aposentos privados de la aristócrata. Se presenta allí una noche después de un
baile y le pide la combinación mágica. La pobre vieja, al verse delante del
joven, padece un sincope mortal.
Parece ser que hubo un malentendido. El audaz húsar sólo había
pretendido asustarla. Pero tiene remordimientos. Sin embargo, una noche de verano,
una de esas típicas noches hiperbóreas peterburguesas, cuando el sol nunca se
pone, y que volveremos a encontrar en
“Crimen y Castigo”, está triste y desvelado; ve aparecer una sombra detrás de
la ventana. Creía que era su asistente que llegaba de la taberna, siempre como
una cuba, pero fue a mirar y vio que éste dormía ya la borrachera en el diván
del zaguán contiguo. No, no era Nikita. Era un fantasma.
El espectro de la dama blanca
era real y le comunicó su secreto: el as, y el siete y el tres eran la
contraseña mágica. Con esa clave podría siempre ganar cualquier partida. Sin
embargo, le pide que se case con Lisabeta y que abandone sus costumbres de
tahúr y la vida de crápula. Estamos de nuevo ante el famoso pacto del Dr.
Fausto:” yo te doy riqueza, belleza, dinero, poder, y a cambio, tú me entregas
el alma”. Es un asunto recurrente en todas las literaturas.
Sólo podría el joven hacer uso
de esta combinación recomendada una vez.
Puesto que le puede la codicia, no Germán obedece al espectro y se convierte en
una victima de su madre, la Sombra, la Dama de Picas. La idea de aquellas tres
cartas del abracadabra pasa a ser en él una idea fija. El húsar, obsesionado
por el juego, y por estas tres cartas de triunfo, enloquece.
Dos cuerpos no pueden ocupar el
mismo sitio a la vez, nos advierte Pushkin, remedando las palabras de Cristo
acerca de los dos señores. Hay que poner todos los huevos en un mismo
cesto. No se puede servir al bien y al
mal.
Su inadvertencia o su desobediencia al espectro, tras una peripecia
por los mejores casinos de la Ciudad Imperial, le llevan a la bancarrota y
termina en un nosocomio. En su delirio infernal, Germán no dejaba de repetir el nombre de las tres
cartas: el as, el siete y el tres, y con este nombre a flor de labios murió,
pobre y olvidado de todos. Por lo que
respeta a Lisabeta a la que había dejado encinta de una hija pudo casarse con
el mayordomo de la condesa, y Polinskiy, que hubiera sido el pretendiente ideal
pero al que rechazó por Germán - el amor es ciego- se casó con una princesa y
llegó a capitán de húsares. De la timba a la tumba. Siempre rendimos viaje de
la misma forma. Acabamos todos en ese metro cuadrado del osario. Al nacer
participamos todos de un destino común. ¿ Qué fue de ti, Lisaveta? ¿ Cómo es posible,
cómo es posible, Masha? La belleza se nos escapa. No resulta factible responder
a tantos interrogantes. Sin embargo, la vida es tan bella...
Pushkin, genio de mi destino, nos ha introducido a todos en el
laberinto.
En el Negro de Pedro el Grande, obra
inconclusa, y acaso de autobiográfica
urdimbre, aborda de una forma tajante el racismo, la volubilidad amorosa de las
mujeres y la difícil aceptación por los boyardos de un árabe (es posible que
Pushkin fuese un abisinio de origen copto) favorito del monarca; estamos ante
una historia de amor, lealtad y de celos. Ibrahim, un tártaro, es enviado a París por el emperador. Allí
conoce la vida de los salones y traba contacto con una condesa de la que se
enamora. Fruto de estas relaciones es un rorro. Para que el escándalo no se
propague y el marido de la dama no se entere urden los amigos del
plenipotenciario ruso una estratagema. En el momento del alumbramiento, el niño
que es negro es sustituido por otro de blanca tez. Apremiado por el zar, Ibrahim
ha de regresar a Petrogrado. El propio Pedro el Grande sale a recibirle en su
regreso de París y lo hace hospedar con él y su familia en Zarco Seló. Y, no
contento con eso, Pedro lo nombra su favorito.
Ibrahim pasaba los días con monotonía , pero la actividad
dio como resultado que no se aburriera. Cada día se unía más al soberano y
comprendía mejor su grandeza de alma. El seguir los pensamientos de un gran
hombre es ciencia especialísma. Ibrahim vio a Pedro en el senado, tratando con
Buturlini y Dolgorgki, juzgando las grandes cuestiones legislativas; en el
colegio del almirantazgo , fijando la grandeza marina de Rusia; lo vio con
Taphon, Gabriel Budnski y Kopievich, y en las horas de reposo examinando
traducciones de autores extranjeros, o visitando fábricas . Rusia representaba
para Ibrahim un taller inmenso..
Con ello alude al carácter emprendedor y gigantesco del gran atlante
de la historia rusa, Pedro I, y sitúa al protagonista en su verdadera
perspectiva del ambiente de época, como privado del arquitecto de la Nueva
Rusia. Pushkin nos retrata a un emperador magnánimo, tolerante, entusiasta con
las cosas que llegan de Francia, pero consciente de su papel de impulsor de la
gran resurrección de su patria, que está, empero, rodeado de una corte de boyardos,
que intrigan entre sí. Debió de vivir el
autor intensamente la vida de los salones, puesto que mucho y bien conoce el
carácter femenino. En su afición a las modas, en su trivialidad mundana.
Con mirada de águila parece intuir la debacle de lo que se llama en
occidente la “prensa rosa”, basada en el cotilleo y los convencionalismos y los
últimos romances cortesanos. Es pesimista acerca de la mujer, siempre tan
cambiante en cosas relacionadas con el afecto, y de una gran capacidad para el
disimulo. Pero esta misoginia no le impide decir que estas cabecitas locas sean
la sal y la pimienta de la vida. Sólo por amor merece vivirse.
La acción se nos queda in medias res, cuando el moro Ibrahim, un
personaje que nos hace pensar en Otelo, regresa a Petesburgo y a propuesta del
propio zar pide la mano de la hija de un boyardo, en el cual encuentra
reticencias.¿Qué pasó de la condesa X? Al principio, llegan de París cartas
apasionadas, pero el gran incendio de pasión en esta relación adulterina poco a
poco se va enfriando, hasta no quedar ni siquiera rescoldos. La condesa , y
esto lo sabe a través de su amigo, Korsakov, encontró a otro.
Aborda, asimismo, con esa clarividencia del genio para intuir
problemas universales de monto, como es el de la paternidad biológica. ¿Qué
hacer si nuestra mujer da a luz un hijo negro ? Parece ser que debió de haber
sufrido esta tragedia el propio Pushkin,
muerto en un duelo por salir en defensa de su honra, una honra y un honor que,
para desgracia nuestra, emplazamos los hombres de la cintura para bajo, en las
partes menos nobles de nuestro cuerpo, a los treinta y ocho, sobre sus propias
carnes. Siendo él de raza bereber, estuvo relacionado con dos mujeres. Una le
dio una hija de color trigueña y la segunda - esta sí - parió ocho mestizos o
cuarterones, que llevaban la firma genética
del padre. En el primero de los casos, las dudas, conducentes a la
irrisión, son flagrantemente espantosas.
Pero así es la condición humana.
No podemos cotejar este dato del todo, porque la vida sentimental del
autor fue siempre turbulenta, pero lo que sí se puede garantizar que esa mezcla
de razas y de colores en el tálamo nupcial fue el problema de uno de sus
abuelos. Hoy se habla de “melting pots”, de “limpieza étnica” y del “juntos
pero no revueltos”. La raza blanca, predominante en las diferentes culturas que
conocemos, ¿ está llamada a desaparecer?
Como procedente de origen africano al gran escritor ruso no se le
podía ir de las manos esta interrogante. Hay que decir que su visión acerca de
este contencioso de tanto momento no se parece al de ningún autor eslavo. El
enciclopédico ilustrado ya estaba dando las pautas del acontecer en las
relaciones inter étnicas. Es una pena que no le diera tiempo a terminar esta
novela, tan trabajada y pulida no solamente desde el punto de vista literario,
sino también histórico. Se documentó en un antepasado suyo, un esclavo egipcio
que manumitido por el zar fue enviado a Paris. Allí participa en la guerra de
Independencia de España al lado del invasor francés. Vive en París una gran
aventura con una dama noble. El marido nunca llegó a enterarse de esa relación
que dio su correspondiente fruto, pero la pericia de ayas y de amas de cría
hizo que se permutara al hijo del negro con otro de color huerito, y aquí paz y
después gloria. Regresa a Petrogrado, pero su nombramiento como privado del
monarca parece ser que despierta envidias y recelos entre los boyardos. Ahí
concluye la novela.
Si las novelas de Dostoievski son como peregrinaciones al mundo del
subconsciente, y de la misma manera que Gogol fabrica esperpentos, o de la
pluma de Gorki surgen salmos sin parar, y Chejov compone sonatas, las obras de
Pushkin asemejan oberturas, que conducen a la gran sinfonía total. Su prosa y
su poesía rezuman una magia iniciática, algo inasible, que es música, pero
también especulación profética. Su palabra se cumple y es por esto por lo que
sus escritos no han perdido lozanía y se muestran vivos y palpitantes. Están de
plena actualidad al cabo de dos siglos. Esta preeminencia, en virtud de la cual
los poetas gozan en cierto modo de la sabiduría divina, avizorando el porvenir
y los arcanos de la historia y de la psicología humana, es algo que las musas
reservan a unos pocos elegidos.
Él mismo debió de pertenecer a alguna sociedad secreta. Esta filiación
masónica sale a la palestra en otra extraña composición corta, El Ataudero, una
especie de danza de la muerte dieciochesca, o sottie medieval, al estilo
de François Villon, o de los laberintos de fortuna de Juan de Mena, en el que
el humor de un fabricante de catafalcos, un oficio en el que no suele haber
paro, triunfa sobre el macabro espectáculo de los muertos resucitados. Este
cuento sigue la línea fantástica de la novela gótica. Adrián Pjorov es invitado
a la fiesta por su vecino, un zapatero alemán, por nombre Schultz. Al pobre
fabricante de cajas le falla sólo una cosa: su falta de sentido del humor, pero
los muertos parece ser que gozan de excelente salud y tienen buena memoria. Así el primer usuario
de uno de esos pijamas de madera que él fabricaba, un sargento de artillero al
que vendió un féretro de pino haciéndolo pasar por uno de roble, acude a
echarle en cara su ingratitud.” Remuérdame: soy tu primer cliente. Me
enterraste en 1799 en una caja de pino y me hiciste pagar una de roble. ¿Por
qué lo hiciste, Adrián Pojorov, bribón? Eres un bellaco”. Todos los muertos que
se daban cita en aquel corro secundaron las palabras del sargento, recriminaron
terminantemente al ebanista de la última manda
su mala acción He aquí que éste
perdió su presencia de animo ante la demanda del sargento Kirikuñin, su primer
cliente, al que recordaba al cabo de tantos años. El fabricante de ataúdes se siente confundido
y humillado, para, al despertar, darse cuenta de que todo no había sido más que
una pesadilla que aquejaba al buen artesano de últimas voluntades. Un sudor
frío bañaba sus sienes.
Sucede con frecuencia: a veces la realidad supera a la fantasía. Los
muertos que nunca se quejan pueden rebelarse ante la avaricia, la cólera y la
crueldad de los vivos. Saldrán de sus sepulcros para zarandear por la solapa a
los asesinos y gritarles:
- ¿Por qué lo hiciste, hermano? Ningún mal te inferí y tu viniste a
derramar mi sangre inútilmente.
Es la eterna queja del justo Abel ante Caín, el homicida.
Ojalá, voto a bríos, que ese
desvarío onírico que aqueja al personaje de Pushkin la tengan hoy en mente los
gerifaltes otanianos que están dando tanto trabajo a los enterradores de
Belgrado, Kosovo y Metopia, para que sus crímenes de lesa humanidad pesen sobre sus
conciencias. ¡ Así revienten los tiranos!
De ordinario, Pushkin escribe con un guiño pícaro en los ojos para el
lector, que refleja su gusto por la vida al tiempo que trata de presentar una
visión irónica del mundo. Al igual que Cervantes, al que imita en su tolerancia
y en su compasión, su objetivo no es la carcajada, sino la sonrisa. Para reír a
mandíbula batiente, hemos de acudir a Quevedo o a Gogol. Entrambos ofrecen un inquietante paralelismo,
que merecería el interés de los especialistas en literatura comparada.
Sin embargo, reiteradas veces remonta el vuelo, alzándose hacia las
cimas proféticas del Águila de Patmos. Los grandes escritores no solamente
saben definir el carácter de una raza o de un pueblo, sino que también atisban
su porvenir. Modulan estereotipos universales. Sus hormas valen no solamente
para un solo país sino para la humanidad entera.
En tal sentido, no deja de ser reconfortante a la vez que misterioso
releerlo en estos tiempos de guerra, cuando, con un empecinamiento y tesón de
pesadilla, los aviones otanianos martirizan Yugoslavia. Hay que volver a
inventar palabras en el diccionario, porque la escena de la capital Serbia bajo
las bombas recuerda el rostro
crucificado de Coventry. El coventrizar de 1941 se parangonan con el
“belgradizar” de esta ultima primavera del milenio, colofón de un siglo cruel.
¿Se dieron cuenta ustedes que el fin de este siglo consta en sus siglas de un
666 al revés? Hay funesto en el guarismo. Han llegado los apóstoles de la cruz
invertida. ¿Será esta la hora de las tinieblas que nos anticipó Jesucristo en
el Huerto de los Olivos?
El cuatrero Clinton asesorado
por esa nueva Semiramis de la venganza, que se llama Magdalena Albright, y el
manso y tornadizo Solana, con la asistencia de ese acólito con cara malvada,
presente en las comparecencias y ruedas de prensa, ya tan rodadas de Bruselas,
que se llama Jaime Shea, y al que yo llamo el chusquero de Dagengham, pues su
acento no puede ocultar que debió de nacer en Romford o en alguna ciudad dormitorio
al Este de Londres, nos asedian y entristecen con sus eufemismos y patrañas
sobre bombardeo filántropo, guerra humanitaria, escudos humanos, paz armada,
fuego amigo, solidaridad encarcelada, refugiados, que, como no son personas
sino cifras para un suma y sigue macabro o pretextos para cebar una causa
descabellada, y todo ese doble lenguaje anfibológico, lleno de trampas y de
añagazas, que, en boca de los aliados revalida los principios de Goebbels,
ministro de propaganda hitleriano, de que una mentira repetida mil veces se
convierte en dogma de fe, y que la maldad puede llegar a ser bondad axiomática.
Me abruma esa continua y descarada distorsión de los hechos objetivos, y el
cínico doble lenguaje de los esbirros de Yugoslavia.
A los que han violado el derecho
de gentes, y bombardean Prístina, la suerte de los kosovares, por la que dicen
haberse alzado en armas, les importa un ardite. Es a hundir Europa y a
convertirla de nuevo en campo de Agramante, mediante el enfrentamiento de Rusia
y Alemania, a lo que juegan. Su coartada es la idea de vengar a unos pocos
turcos cuyos fueros dicen haber sido conculcados por Belgrado. Pero el objetivo
más allá: la destrucción de Europa. Para ello han recurrido a la alquitara de
las luchas étnicas, los nacionalismos, la creación de un estado de tensión
general que degrade la convivencia entre las regiones. Hay mucho de alambique
sociológico de recetas preparadas de antemano por el Pentágono. Dentro de esa
envoltura triunfal se esconden muchos caramelos envenenados.
Los que exterminaron a todos
los sioux y a los apaches de América del Norte se alza ahora en campeones del
mestizaje cultural a través de un vocablo tan malsonante como apocalíptico: la
limpieza étnica. Que suena a detergente ,a camara de gas y a morgue. No pueden
sosegar. Tienen que estar todos los días poniéndonos cadáveres sobre la mesa.
La muerta está servida, mi general Clark.
¿Nunca sabrán entender que Pushkin era un criollo y fruto serondo de la cultura del mestizaje o fusión de
razas, que ha sido la característica del cristianismo ? Rusia y España, dos
naciones acostumbradas a vivir en la frontera, situadas frente al islam y
frente al turco, y que forjaron su destino mirando hacia la cordillera del
Atlas o hacia el Caúcaso, saben muy bien que esta es una cuestión delicada en
la cual ciertos errores o condescendencias se suelen pagar con alto costo de
sangre. Sin embargo, los hijos de Buffalo Bill se empeñan en balcanizar el
Viejo Mundo. Un antiguo refrán español
enseña que conviene la armonía y que “hay que vivir juntos pero no revueltos” y
los españoles sabemos por excepción que el musulmán no se integra y que trata
de imponer su religión y sus costumbres adonde quiera que va. Acaso de lo que
se trata es no ya meramente de conseguir que Europa sustituya los minaretes de
las mezquitas por las espiras de las catedrales góticas sino de tornar la cruz
del revés.
Estamos a las puertas del siglo XXI en los preludios de nuevas y
terribles guerras religiosas.
¡Oh, Jimmy Shea, deja de atormentarme con tus frases que son
pedruscos, y tu retórica encendida, de una contundencia tabernaria ¡Oh, William
Clinton, macarra de Kansas City, en vez de hacer una guerra lo que en realidad
te convendría es una visita al urólogo!
¡Oh Magdalena, la del culo en pompa, la nariz ganchuda, la pierna
garrida y toda la saña del sanedrín en la mirada, aunque digas haber venido al
mundo en Checoslovaquia, ya se te pasó la edad de lucir escotes y pasearte por
el Pentágono en minifalda, porque nunca dejarás de ser una paleta de Praga, Mesalina
insatisfecha, cruel, ninfómana. No alces tu mano cainita contra la cara del
pueblo serbio, que es también pueblo de Dios, y que es también Israel, ¿oíste?
Échate a temblar ante el brazo del Todopoderoso. Te quedan pocos meses. Un
cáncer te roe la matriz. Dos pólipos enormes te están royendo las entrañas.
Arriba se está preparando para ti, ramera malvada, la hora de la venganza. Has
de hacer penitencia.
A Solana ni lo miento, porque
es el hombre gris, el perrillo de aguas que ladra bajo las patas del dogo,
manso, traidor, tornadizo, una peligrosa insignificancia, cumbre de la
ambición, y sobrino de aquel eminente don de Oxford al que llamaban “tonto en
siete idiomas”, pues su tío abuelo, don Salvador de Madariaga, era la vera
efigie de don Opas, un verdadero judas a la hispana.
Ninguno de estos personajes de
la trinca infame, que golpea con nubes de fósforo y trilita, y suelta de las
panzas de los B52 cargas radiactivas sobre guarderías, manicomios, escuelas,
hospitales e incluso cárceles, o destruye los hermosos puentes sobre el
Danubio, debe de haber leído una novela tan impresionante, por el lenguaje, o
las matizaciones psicológicas sobre todo en lo que se refiere al corazón de la
mujer ( y en él late el corazón de los pueblos, aunque se diga que las damas no
tengan bandera) como Eugenio Oneguin. Los matones no leen. Sacuden,
matan, bombardean, pero creo que cometen un error de bulto al menoscabar a
Rusia y a todo lo ruso.
Tal vez estén hipotecando su propio futuro con tanta jactancia, pero
les convendría enfrascarse en la lectura de este gran escritor que sólo vivió
desde 1799 hasta 1837 y murió en un absurdo lance de honor. Nacido tal día como hoy, un 26 de mayo, de hace dos
siglos
pero que, pese a lo corto de sus días ,vivió muy intensamente y su pluma y su
mirada entendieron el mundo y supieron calar hondo en los misterios de la
condición humana.
Con no ser un escritor político, ni patriotero, es la esencia del
patriotismo, aunque para entenderle del todo quizás tenga que ser ruso y
habitar esa maravillosa lengua por él inventada y recreada, porque fijó con la
calidad de su estilo lo que hoy se considera ruso moderno. Bajo sus auspicios
llega a alcanzar una perfección homérica. Tampoco conviene dar de lado al poder
premonitorio de su escritura. La escritura pushkiniana está trascendida de esa
clarividencia, que debería llamar la
atención de los que pierden la piel del oso antes de cobrarla.
Mejor que nadie Nicolás Pushkin supo penetrar en el enigma del alma
eslava. Rusia es como una “matrioska”. Debajo de una figura se esconde otra, y
otra, y otra. Es el misterio de la Dama de Picas. Nunca se llega al fondo. En Roslavlev,
un cuento ambientado en las guerra napoleónicas narra la historia de una
jovencita afrancesada de Petesburgo
admiradora de todo lo europeo, que lleva una vida disipada de modas,
saraos, bailes y salones, amoríos. Sin embargo, cuando las tropas del general
Bonaparte entran en la capital, se apresta a la defensa contra el invasor
gabacho -un caso muy parecido al de Agustina de Aragón- y se enamora de oficial
caído en Borodino. Son los propios moscovitas los que prefieren la muerte en
holocausto antes que rendirse ante el sitiador extranjero y son ellos mismos
los que pegan fuego a su querida capital. La historia de Polina, que así se
llama la heroína, concluye con una advertencia profética sobre la capacidad de
sacrificio del pueblo moscovita, aparentemente indolente y derrotado, pero que,
de repente, espoleado por alguna causa exógena, se crece como enardecido y
transformado por la llama de un fuego sagrado:
“Es posible -dijo ella-que Sinecure tenga razón, y que el incendio
de Moscú sea obra de nuestras manos. En tal caso, yo me enorgulleceré siempre
de llamarme rusa.¡Todo el mundo quedará atónito ante la magnitud del
sacrificio! ¡Jamás Europa se atreverá ya a luchar con un pueblo que se desgarra
con sus propias manos e incendia su ciudad!”
El párrafo tiene una vigencia perentoria en el día de hoy. Si volvemos
la oración por pasiva, Moscú puede ser perfectamente mañana lo que hoy es
Belgrado. Las enseñanzas de esta pieza narrativa del vate debieran de disuadir a los Napoleones y
Hitler de turno a cualquier despropósito o aventura militarista. Que se aten
los machos, que se lo piensen dos veces. Rusia posee un alma fuerte y robusta,
y Rusia es Pushkin, un inmenso Volga cuya navegación no encuentra confín. Se
sabe depositaria del destino de la humanidad, porque siempre fue guiada por un
afán mesiánico y redentorista. Sabe que la violencia y la fanfarronería no es
más que un síntoma de debilidad (los americanos se han dedicado a hacer la
guerra y molerle las costillas al prójimo porque son un pueblo sin apenas
historia y con demasiados complejos y tratan de disfrazar en matonería su
flaqueza). Suelen actuar con nocturnidad y alevosía, llevando la guerra siempre
lejos de sus fronteras, para que no les salpique la sangre de sus propias
víctimas. Es la enseñanza que se saque del análisis de su cobarde y
maquiavélica conducta en las dos conflagraciones mundiales del siglo que acaba. En esta de Yugoslavia parecen haber cometido
un error de bulto al precipitarse.
No convendría tampoco exasperar a Rusia, porque el tigre en letargo
puede despertarse y sus garras son
poderosas y su casta tan valiente que no vacilará en desgarrar su propia piel
antes que entregarse.
El arte de la novela rusa, de la cual Pushkin es el puntal señero,
parece en desacuerdo con aquella teoría de que la literatura ha de encauzar sus
pasos por un trazado previsto, convencional y escéptico, distanciado de su
objetivo. Ha de ser la literatura mansa y subsidiaria del poder, ora mediante
el panegírico a los valores del sistema o mediante la evasión, y, en último
término, pesimista sobre la condición
humana y su futuro.
En los rusos, por el contrario, palpita un aliento espiritual,
profético, algo relacionado con el carisma divino y el Evangelio. De ahí que
autores como Pushkin, de escasa raigambre o convicción religiosa en apariencia,
resulten antenas señeras del pensamiento
cristiano, optimista, regocijado y lleno de alientos. No se propone en
sus libros ser mesiánico, y, sin embargo, nunca deja de serlo. Propone al mundo
un programa de salvación mediante la palabra.
Antonio Parra Galindo
23 de mayo de 1999
Escrito en Madrid, en homenaje al gran autor, con motivo de cumplirse
su bicentenario.
27 de mayo de 1999
Sr Doña Asia Safina,
periodista y escritora, Radio LA VOZ DE RUSIA, Moscú.
Muy estimada
Asia:
Con motivo de
celebrarse hoy dos siglos del orto del gran Pushkin, me he atrevido a componer
este ensayo, en el que abordo la figura desde un ángulo personal. Es un
capitulo de un libro sobre autores rusos, en el que estoy enfrascado, y que
espero pronto poder terminar.
No se si habréis
recibido una carta que envié el 24 de marzo. De cualquier forma, esta guerra en
Yugoslavia está siendo una pesadilla para mí al igual que para muchos de
nuestros compatriotas, que amamos la paz y la tranquilidad. Rezo para que
concluya pronto.
Su Santidad el
patriarca Alexei ha definido esta campaña como el deseo de unos pocos de
“imponer su voluntad a muchos”. Esa afirmación muy cierta es.
Convertir Belgrado en polígono de tiro y
alegar que se está defendiendo la vuelta a casa de los kosovares me parece,
amén de un atropello de la verdad y de la justicia, conculcando las normas de
convivencia internacional y el derecho de gentes, un acto monstruoso. Pido a
Cristo bendito que se acabe el sufrimiento de la mártir y admirada Yugoslavia.
Según expongo en
mi humilde artículo sobre Pushkin, sentí un estremecimiento interior cuando en
una de sus obras analiza el carácter heroico de los moscovitas, quienes , para
derrotar al Corso, no vacilaron en pegar fuego a su ciudad. De esta actitud
numantina participa el pueblo serbio. ¡Que Dios les proteja!
Son mis hermanos
ortodoxos los que sufren el acoso de la belicosidad y la tiranía arbitraria e
hipócrita. Ellos no son los agresores sino los agredidos.
Por lo demás, yo
estoy mejor de salud, gracias a Nuestra Señora, a la que he honrado todo este
mes de mayo con el rezo del rosario y el canto del “Akathistos”. Me impresionó
mucho lo que me cuentas de que un icono santo ahí llora lágrimas de mirra.
Quizás nos encontremos en los pródromos de la segunda Venida del Señor, pero de
cierto no sabemos nada, aunque estoy seguro de que los impíos serán castigados.
También me conmovieron unas imágenes que pasó nuestra televisión de un
soldadito ruso caído en Kosovo. Mostraron sus pertenencias personales y eran
una imagen de la Virgen María y otra de Cristo en que se leía “Cpasitely”. Quiera Nuestro Señor que la sangre de este
mártir sirva de abono de victoria de los que pelean contra la injusticia y
maldad.
Escucho vuestros
programas todas las noches. Quisiera felicitar a María Ivanova por su
cumpleaños que cae el primero de junio. Os deseo, paz, salud y alegría en medio
de los tiempos tan poco pacíficos, ensangrentados por la prepotencia, la
amenaza y la desdicha, que nos cercan. Y os envío un abrazo . Queden todos con
Dios. Y confío que mi colaboración, que os remito, sea de vuestro agrado. Gracias
, hermana Asia, ya sabes que oro con fe y esperanza por Rusia y por la
salvación del mundo. Ojalá que el duro corazón de los gerifaltes se ablande a
la vista de tanto sufrimiento. La injusticia de los que avasallan no podrá
triunfar.
Vuestro afectísimo
Antonio Parra
Galindo
7 de julio de
1999,
Dia de San Fermín
Asia Safina,
Redactora y
coordinadora del programa MOSAICO,
Radio LA VOZ DE
RUSIA
Moscú
Querida Asia
Safina:
Muchísimas
gracias por haber insertado algunos párrafos de mi pobre homenaje al Gran
Pushkin. Con sumo gozo escuché tu voz, porque los viernes, ya desde hace unos
cuantos años, siempre me habéis tenido entre vuestros entusiastas escuchas.
Este maravilloso invento que es la onda corta, en la que el sonido es llevado
por las alas del serafín, es algo que Dios nos da para mantener comunicados a
los seres humanos, sin diferencia de razas, ni de color, de latitud o de
idioma.
Os felicito a
todos porque habéis hecho una gran labor al servicio de la verdad y de la
justicia durante esa pesadilla que ha durado 72 días del ataque contra
Yugoslavia. La multitud de cartas que han inundado vuestra redacción demuestra
que la mayor parte de la humanidad no está por la labor de la guerra. Los que
amamos la paz mucho nos hemos honrado con vuestras audiciones. Una vez más,
gracias Rusia, puesto que gracias a ella se ha evitado estas semanas de atrás
el estallido de una guerra nuclear.
Jeltsin, por el
que este pobre pecador elevó sus oraciones y pidió a Nuestro Señor que nos le
conservara ya hace más de un lustro( mis plegarias fueron atendidas y que Dios
le guarde muchos años), se ha portado como lo que es: un gigante político. Y lo
mismo digo del admirable canciller vuestro de Exteriores, Ivanov, que es un
sabio y al que he admirado desde que era embajador en Madrid. Ha demostrado su
gran talla de estadista, pues no ha actuado como un simple ministro de
Exteriores que defiende los intereses de su país , sino en nombre del globo
terráqueo. Incluso la jugada de meter a un contingente de paracaidistas rusos en
Pristina antes que llegasen los aliados ha sido un golpe de efecto maestro, que
avala genialidad y sabiduría casi
divina. El bendito Arcángel Miguel inspiró esa movida, porque, de lo contrario,
humanamente es imposible. A veces Dios confunde a los soberbios y exalta a los
humildes. Los petulantes británicos se quedaron con un palmo de narices.
Rusia ha sabido
estar a la altura de lo que es: una gran potencia de la paz.
Quizás estemos
aun muy lejos de alcanzarla en los Balkanes, quizás, mediante las insidias y
las presiones, consigan derrocar a Milosevic y poner allí a un “quisling”
serbio.
Sin embargo, ello
no es óbice para que yo siga pensando que tanto Solana como Clinton y sus
comparsas han cometido una torpeza incalificable al violar el Derecho de Gentes.
El mundo, después
de esto, tendrá que abrir los ojos. Las masas, intoxicadas por la feroz
propaganda, tendrán que aprender a pensar por sí mismas.
Estos días
cantaba yo muchas noches ante el icono de San Nicolás y el del Santo Rostro,
que gentilmente recibí de vuestra generosidad el himno del Magnificat que brotó de los labios de la
BOGORODITSA y que reza así:
Magnificat anima me Domino. Et exultavit cor meum in Deo Salutari meo. Quia
respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc beatem me dicent omnes
generaciones. Quia fecit mihi marabilia qui potens est et sanctum nomen ejus.
Misericordia ejus a progenie in progeniem timentibus eum. Fecit potentiam ex brachio suo et dispersit
superbos mente cordis sui. Deposuit potentes de sede et exaltavit humiles.
Esurientes implevit bonis et divites dimissit inanes. Suscepit Israel puerum
suum recordatus misericardiae ejus.
Sicut locutus est ad patres nostros, Abraham et semina ejus in saecula.
_
Blagoslovie duscha maia
Gospodii y moi tsertse radiltsa na Bogy moi spasitlei. Potamusta On rasmatribal
skromnosty rabia sibiá. Bot cichas chto vcia pokolenia vznalsaia minia
Bogodoritsa. Pottamys ta delal na miñié zamechalnia dela. Costradanie yevó y va vieki vekov. On kriopki i c ryko yevo delal cily
i obratil po pobegy moguchie. On razryschal visokomerniee i ponialsia
scromniee. On pital golodix i otpravialtsa kormivnniiee. Izrael poluchil sbin
sebia potamuchto on vminial sostradanie Bogy. Kak on obeschal naschami
otschamy, Abraam i bcie pokolenia yevó. Amin. ( He intentado traducirlo al
ruso, excusen las concordancias vizcaínas)
El versículo que
dice “depuse a los poderosos de su trono y exalté a los humildes” se ha
cumplido por estos días.
¡Qué grande y que
bueno es Dios, Asia Safina! Nunca falta a su palabra. Por mucho que nos empeñemos los hombres en
desbaratar su obra, nunca irán las cosas más allá de lo que Él quiera. Nunca
puede ser el cuervo más negro que sus alas. Sirva esto de aviso para los impíos
que alientan la construcción de una nueva Torre de Babel. ¿No es esto a lo que
aspira el Nuevo Orden otaniano ?
Hágase su
voluntad.
En este canto de
la Santísima Virgen está condensado todo la esencia mística de Israel de la que
comulgo y me siento participe, pues hay
dos clases de elegidos, los que ven a Dios y los que luchan contra Él.
Humildemente, yo quisiera estar en el primer cupo de judíos, de los que glorifican
a Cristo. La humanidad no puede caminar de espaldas al Calvario ni al Sinaí.
Nunca renegaré tampoco de mi raza. Y es precisamente por eso, por lo que a los
ojos del vulgo soy un perdedor. Porque siempre denunciaré la injusticia, porque
me gusta la paz y el perdón de los santos de Israel. detesto el odio y la
revancha tanto como me veo en obligar de denunciar la iniquidad. Creo que a la
luz de esto comprenderás la cólera de mi anterior carta. Soy incapaz de
transigir con la prevaricación, y es que estas semanas de atrás vi surgir la
torvo rostro de la Bestia. Ahora ha vuelto a hundirlo, pero, descuida, que
volverá a levantarlo, el Ángel de Tinieblas odia a los Hijos de la Luz.
En fin,
entrañable señora, me huelgo mucho con poder escribiros. He seguido los últimos
mosaicos y su descripción de las lejanas tierras del extremo oriente. Cuanto me
gustaría poder visitar algún día en el monasterio de Valaam. Tengo algunas
grabaciones religiosas de aquella comunidad, porque los monjes tienen un rito
distinto y una forma de plegaria especial, muy sentida y solemne.
Fue para mi una
sorpresa conocer de tus orígenes tártaros. Debe de ser por esto, por lo que
eres tan entrañable, tan cordial, y tan
eximia amazona. Los calmucos es la raza que mejor monta a caballo. Eso lo
llevas tú en el torrente de la sangre. Habrás probado la leche de yegua y
sabrás hacer el” kfir”, secreto de la salud y de longevidad de aquellos pueblos
que están a la otra orilla del Volga. También mis felicitaciones por tener un
nietito de seis años. Nos vamos haciendo viejos, Asia. Pero , que importa, el
corazón sigue siendo joven.
Beso tus manos y
deseo que haya paz en el mundo y mucha salud y amor para todos. Es lo que os
desea este oyente español. Que el verano
sea mejor que la primavera a causa de la funesta guerra que nos ha sacado a
todos un poco de quicio.
Vció Xaroshevo os
desea Antonio Parra, entusiasta de la Voz de Rusia
CORRESPONSAL EN NUEVA YORK
por Antonio Parra.
XXX
Para Félix Ortega Muñoz, que fue el maestro
de todos. Él monta guardia ya más arriba de los rascacielos destruídos. Los grandes periodistas como él nunca
morirán. Se desvanecen, se desciñen, se desentienden.
Con una estampa de la Santina en
bolso y bastante miedo en el cuerpo me acuerdo de mi arribada a NY tal que una
noche de san Andrés de 1976. Estaba nevando o a punto de hacerlo en honor de
aquel refrán que dice: Por los Santos nieve en los altos y por San Andrés nieve
en los pies. Cuando en América se acatarran aquí cogemos unas pulmonías de
espanto.
Era una tempestad de granizo casi tropical lo
que caía terciada con hampos de una nevasca rusa que descendían perezosos sobre
la cima de los rascacielos y el viento huracanado jugando a capricho con la
aeronave. Por un instante creímos que nos ibamos a estrellar contra las Torres
Gemelas. Allí vi un signo de los días porvenir. El horrísono espectáculo para
los hiperestésicos como yo no es nuevo. A
Nostradamus lo he vivido en mis propios huesos. La fatalidad muslímica
frente al destino. Makfut. Está escrito.
Desde entonces, y aunque salí de
aquélla y de otro accidente que tuvimos en Lisboa, se incendiaron dos motores
en pleno vuelo, a raíz de mi accidentado aterrizaje en la Gran Manzana, he
tenido pesadillas columbrando aviones que caían sobre el World Trade Centre.
También la torre Eiffel y el embudo donde se encastilla el Big Ben, torre del
parlamento de Westminster, pero sobre todo las torres Gemelas eran el tema
recurrente de mis cefaleas oníricas. ¿Occidente en la encrucijada?
Hasta escribí una crónica y creo haber
entregado algún despacho anticipando esa experiencia apocalíptica de las Torres
Mellizas derrumbándose que ha puesto al mundo los pelos de punta. Y la obsesión
me ha martilleado muchos años porque Nueva York es algo que imprime carácter
que cambia la mentalidad y el modo de ser de las gentes. Allí mi vida
experimentó un giro de varios azimutes. Y silbé sus “blues” bajo la autoridad
de Frank Sinatra, un neoyorquino típico: “I love New York. New York”.
En América todo es grande y es
extremo. Las montañas. Los huracanes. Los hombres y las mujeres; allí se
encuentran los más altos y los más bajos, los más guapos y los más feos, los
flacos como leznas y los más gordos pues dicen que Nueva York, donde abundan
los “fatis”, cambia hasta el metabolismo y a mí me ocurrió Las ciudades. Los
árboles más grandes como el alerce de las Rocosas o las secoyas de California.
Se lo pasan allí en grande los estadísticos, los amigos de los contrastes y
todos aquellos que sienten pasión por evaluar las contradicciones, sinrazones y
a veces maravillas de la raza humana. América casi carece de raseros y de varas
de medir. Hasta climatológicamente las subidas y bajadas del mercurio de tan
bruscas carecen de parangón. Se pasa sin solución de continuidad de una mañana
calma de primavera a una tarde de calígine para luego tener una noche de
escarchas. “If you dont like our weather, just wait” (Si no te gusta nuestro
clima aguarda un segundo), advierten los castizos de Brooklyn. El viento te
zarandea y no hace música con las hojas de las parras como el viento de mi
pueblo. Tiene algo de fetichista. Nueva
York es un amor y un odio a la vez. Sin tasa. A palo seco. Se colma el vaso. Se
dobla la medida.
Esta volubilidad a mí me parece
que influye en la forma de ser de los habitantes con bruscos cambios
emocionales que hace que no se asuste el neoyorquino de nada. Y se asusten
también de todo. Allí suele tomarse la vida muy a pecho puesto que para
sobrevivir hay que ser un adicto del curro. Como aquel Herbie, el transcriptor
de mis crónicas en la ITT de la Onu, un judío entrañable. El pobre se fue a
morir a Miami a un cementerio de elefantes. Que así se llama en el lenguaje
coloquial a los que se jubilan y lo peor que le puede pasar a un “newyorker” es
jubilarse.
Y es que allá cuando llueve, es
el diluvio y si truena o cellisca lo hace a conciencia y de verdad.
Iban a ser cuatro años de
experiencia sin precedentes. De calores húmedos en los cuales se podía cortar
el aire con una navaja y de hielos espantosos.
Recuerdo la morriña que me invadía todos los veranos al regreso de las
vacaciones en Artedo con sus mareas cantábricas, un verdadero servicio de
limpieza costero que no existe en la Bahía del Hudson de aguas contaminadas a
causa del carboneo y el intenso tráfico náutico que ha degradado a las playas
como las de Long Island consideradas como las mejores del mundo; una vez fui a
bañarme a los Kills de Staten Island, un marasmo de galipote, y por poco
perezco, añorando las olas de mi Cudillero, no a causa del agua sino en el
cieno de las cloacas y de los vertidos de los basureros oceánicos. La costa era
hermosa con una de las panorámicas más excelsas que cautivaron a los padres
pioneros y hacían alegrarse a los piratas que hostigaron a la escuadra española
a barlovento y sotavento de las Antillas. Hoy no hay ningún recodo practicable
a causa de la polución fabril. Un indicio de lo que puede venir porque hay que
considerar a la Gran Manzana un laboratorio del futuro. Es una prolepsis, no
una analepsia. La historia sirve de poco. Es mucho más esta ciudad de aristas y
de cuchillos de cemento y fibra acrílica de su perfil proyectado hacia lo alto
en un afán misterioso de rabia y de desesperación de la técnica para vencer la
ley de la gravedad y ganar la del más allá en un citius, altius, fortius en
desmesura, que anales. Allí no hay cronicones pero durante cuatro años yo iba a
ser cronista de un tiempo crítico y de catarsis, entrado el último cuarto del
segundo milenio y asomandose al tercero con la globalidad en puertas, la crisis
del petróleo, la era Carter y la supremacía total de una américa prodigiosa
capaz de vencer a todos pero incapaz de explicarse a sí misma y con telones de
Aquiles como aquel que yo atisbé en aquellos dos tolmos desafiantes al cielo y
en el que yo detecté ya barruntos de inestabilidad babélica.
De la parte de New Jersey las tardes que
cambiaba el aire llegaba una hedentina que quemaba los ojos y las narices. Allí
todo era grande y distinto. Hasta el tufo. La naturaleza, más joven que en la
vieja Europa, observa un comportamiento más vigoroso e imprevisible. Allí todo
es grande, vuelvo a repetir, hasta los atentados como el que acabamos de
presenciar horrorizados a través de la CNN. En los famosos Kills se entierran
ahora los cascotes del desastre y Staten Island era y lo sigue siendo la isla
de los muertos. Gestaten, en alemán y en holandés vale tanto como inhumación.
Yo estuve allá. Allí viví entre las barcazas onerarias con cargamento basurero
y los estridentes gritos de esas aves inquietantes, como mujeres fuertes del
aire, estragadas, insaciables con picos como fórceps, las gaviotas.
Habíamos tenido un vuelo con
turbulencias. La aproximación a Kennedy la hizo el piloto con mucha cautela.
Estuvimos dando rodeos a la vertical del cielo de la Mejana Inmensa que es la
isla de Manhattan, a la que llaman cariñosamente Big Apple (la gran camuesa)
los neoyorquinos, gentes de todas las etnias y razas que han aprendido a
convivir en armonía y sin problemas, dentro de lo que cabe, formando ese caldero
o melting pot que demuestra que los caminos del mundo no son los de la
xenofobia sino los de la xenofilia y benevolencia hacia el forastero, el meteco
o el espaldas mojadas que llega en busca de acomodo y de un futuro mejor. Allí
uno nunca se siente de fuera. Pero convertirse en un vagabundo es cosa fácil.
Ser un “dropout” en el gran rompeolas del
capitalismo, marcada por los abruptos contrastes, representa un riesgo muy a
tener en cuenta en estas calles que sólo dejan paso al más fuerte y al más
audaz. La visión de los rascacielos con calles a sus pies heridos por la
sombra, desgalgaderos a los que no llegan rayos solares en invierno, esos
crómlechs de la nueva edad de piedra que aguarda tras un holocausto nuclear,
evoca esos diagramas de fiebre a los pies de la cama de un enfermo grave, con
sus subidas y bajadas, pico y valles de la fiebre. ¿Estará la humanidad enferma
de muerte?
Sentí claustrofobia, agobios. No
se me ha pasado desde entonces el síndrome de Estocolmo. La primera impresión
es la de una ciudad terror, capital de un estado terrorista con complejos de
Babel. El que ama el fuego se quemará.
El cine ha presentado una versión vía Frank Sinatra de paraíso del que
trepa, ganga de los nuevos buscadores de oro. Y una verdadera Arcadia de
semblante cosmopolita.
Esto no quiere decir que sea una
megapolis cómoda o fácil ni el Edén, porque se lleva una vida que no es para
llegar a viejo. Es una ciudad bronca donde todo es difícil y donde nunca hay que bajar la guardia pero allí
se percibe un halo de humanitarismo tierno bajo la hosca corteza del
neoyorquino quien, cuando habla por cierto lo hace con palabras precisas y como
con barbas. Su “slang” o jeringonza es uno de los más interesantes por sus
alardes de precisión y de fantasía.
Puede decirse que el cheli y el
pasota madrileño lo copian. Hasta el punto de que allí la sabiduría se aprende
en la calle. Street wisdom y street wise son dos palabras que conviene aprender. Sin una orientación y una
buena aguja de marear te caes pues refiere un viejo dicho local “nice guys here
dont last” (los buenos chicos aquí duran poco). Están acostumbrado a las
emergencias. Siempre están pasando los bomberos. El caldo de cultivo es el
ruido y las sirenas de los apaga incendios constituye un señuelo de la urbe
bajo el dominio de la alarma y la contaminación acústica. Lo que más me
sorprendió al principio es que la radio ensayaba simulacros de un posible
ataque nuclear y llevaba a cabo tests de evacuación a los refugios que
terminaban todos ellos con la muletilla de un locutor con tono de voz casi
apocalíptico: “Esto no fue sino una prueba. De haber sido una emergencia real,
les hubiésemos facilitado las precisas instrucciones”. Me dio la impresión de
estar aterrizando en un país que vivía en estado de guerra y la primera es la
impresión que más vale. Los americanos conciben la vida como eterno combate
haciendo suyo el aforismo paulino de que la vida es milicia y siempre tienen
que tener un enemigo delante o estar haciendo la guerra a alguien. Probarse a
sí mismo. Demostrar que más valen. Y su cultura no es una cultura humanista,
sino de gags y de consignas.
Es el mejor inglés jamás escuchado y eso
mismo me decía el querido periodista y novelista gijonés Faustino G. Ayer, un
enamorado de América y de todo lo americano (los dos ibamos a comprar el pan
juntos a una tahona italiana de la ciudad baja, down town) que conocía bien New
York, claro dentro de un límite porque en este foro mundial todo se mueve y
cambia de sitio casi de una semana para otra.
Todo parece en perpetua catarsis y siempre
confunde, siempre sorprende. Con este colega asturiano también tomé copas en el
bar cerca de Trinity Place donde acostumbraba a beber hasta quedar tendido
Dylan Thomas. A veces nos acompañaba el ovetense Delfín García, corresponsal de
RNE, bravo carbayón aunque muy cabezota, que tenía un aire inconfundible de
Humphrey Bogart siempre con su Pall Mall sin boquilla a flor de labios. Pero en
Nueva York la bohemia es mucho más escurridiza y peligrosa que en Europa. He
aquí a uno de los máximos poetas en lengua inglesa convertido en difunto de
taberna en uno de esos pubs de mala muerte denominados “dives” (inmersiones) o
cavernas o “speakeasy” (hablemos paso) que recordaban los tiempos de la Ley
Seca. A Dylan que añoraba sus excelsos valles del Principado de Gales Nueva
York fue su tumba; lo derrotó. Y en la resaca de su inspiración cantó como T.S.
Elliot a Nueva York como epicentro del inmenso saladero que aguarda al mundo si
sigue habitando las grandes urbes.
Así que el skyline se presentó ante mis ojos como
una visión. Pensé en Moisés y Aarón bajando del Sinaí con las tablas bajo el
brazo. Una nueva era de mi vida empezaba traumáticamente. Parto acongojado. Yo
venía a Nueva York por una de esas carambolas a contar ese periodo de transición
que fue la era Carter para los lectores de “Arriba” y una cadena de otros
cincuenta periódicos y también a entregar la cuchara porque la cadena del
Movimiento para la que trabajaba iba a ser pignorada o desmantelada a nostramo,
porque digase lo que se quiera reconozcámoslo o no en España desde el año 45
los que mandan son los americanos y algunos amigos yanquis me han confesado
sottovoce de que con Franco les iba mejor. No quedaba más remedio. En aquel
puesto había habido predecesores brillantes: Manolo Blanco Tobío, Celso
Collazo, uno de los creadores de EFE, Guy Bueno, Félix Ortega, que fue el mejor
de todos ellos, a mi criterio, de todo el cupo iniciado en el 48 por Pepe
Cifuentes y Rodrigo Royo, quienes tuvieron que verselas con una ley tan
pistonuda como la MacCarrack, el diplomático de Truman que luchó en Brunete con
las Brigadas Internacionales; él se opuso la entrada en territorio
estadounidense a los españoles. El bloqueo estuvo en teoría hasta comedios de
los cincuenta sólo sobre el papel porque en la realidad nunca se llevó a
efecto.
Todas esas firmas habían dejado muy alto el
pabellón y aunque entusiasta y audaz periodista como se decía en la jerga el
momento no me sentía con capacidad suficiente como para hacer sombra a aquellos
gigantes. En los primeros días me fumé dos cartones de tabaco pero no fui el
único. José María Carrascal que llegó en barco de polizón ( “I jumped ship”, me confesó una tarde en el bar
de la Onu) se había fumado treinta paquetes hasta perder la voz. Y a nadie le
extrañe porque Nueva York acojona e impresiona y más si el recién llegado la
descubre en medio de una aparatosa tormenta como me pasó a mí. La clemente
Santina me echó un capote. Aquella vez y todas.
Durante la espera para aterrizar
estuvimos de circunvuelo. A nuestros pies la postal inconfundible del paisaje
urbano: Manhattan con sus dársenas, espigones, grandes buques amarrados.
Bocanadas de humo blanco manaban de las fauces de las chimeneas de la central
térmica edificio lindero con el de Naciones Unidas y se iban a colgar estos
penachos sobre los tiesos adarves del Woolworth, el rascacielos más antiguo, y
del Empire State. Es el emporio de la
civilización se presenta al recién llegado como una pira en combustión, la gran
mejana arde y arde. Día y noche la impresión que ofrece al viajero es la de
almenara que echa chispas.
Viviría dos años con mi mujer y mis dos niños
casi a la sombra de este mastodonte de hormigón con su chapitel calado donde la
inmensa lanza de una antena de radio hace las veces de campanario. Todas las
mañanas me despertaba la visión y el espectáculo de la city. Es un paisaje
abstracto que no inspira sosiego, que parece que siempre está llamandote a la
calle e instándote a la acción y al movimiento pero los atardeceres son
verdaderamente apoteósicos. Por lo abrupto de su luz tajante de sombras y
fulgores en el desfiladero. Boca de noche en estado de emergencia. Se escucha
el carro de los bomberos. Cada cinco minutos, uno que queda atrapado en un
ascensor, una cañería que revienta, el loco que amenaza con suicidarse desde un
piso alto. Y un promedio de quince asesinatos al día.
El Empire es el palo mayor de esta ciudad con
forma y fisonomía de buque de guerra con jarcias de cristal surgiendo en el
casco como viga hendida del bauprés. Las
Torres Gemelas eran las vergas de popa. Cualquier bamboleo, descartado; puesto
que el firme de Manhattan no es más que un peñasco yermo vendido por los indios
moahawk a los holandeses por veinticinco dólares en 1622; que se derrumbase
todo el montaje, simplemente imposible, porque los cimientos son de sílice. Eso decían pero la gran roca se ha
descubierto que era vulnerable cuando un topo se esconde y estrella un avión al
amanecer.
La Nueva Roma se funda sobre un plinto
granítico y siguiendo las instrucciones talmúdicas trata de imitar a la Roca de
Israel a la cual alude Ben Gorrión cuando fue proclamado el estado judío en
1948; no mencionó la palabra Dios, sólo la Roca de Zion. Además los muros de
los rascacielos, orgullo de la ingeniería del siglo, estaban diseñados
como soportar la oscilación del mayor
terremoto. Por lo que el portaaviones sería inexpugnable. ¿Cómo no se me
ocurrió pensar que la Nueva Jerusalén de
la Diáspora iba a ser atacada y sus dos símbolos señeros abatidos?
Los pilotos kamikazes -jinetes apocalípticos
ellos mismos transformados en saeta de fuego con su montura de hierro, el
terror y el miedo y el espectáculo cabalgando a las ancas- hicieron blanco no
ya sobre las moles simbólicas de la Torres Mellizas sino sobre el corazón que
mueve todo el ajetreo de las finanzas. El daño mayor no han sido los muertos,
desaparecidas o el destrozo causado, aunque los norteamericanos tengan redaños
suficientes como para resucitar de los escombros, sino la afrenta moral a lo
que estas dos trípodes de cristal, estos prismas amachambrados increíblemente a
la Gran Roca, abanderaban.
Conque no puede ser más simbólico y
sintomático en esta hora aquello de torres más altas han caído. Un ángel
exterminador en forma de comando suicida rebajó los humos a la soberbia
babélica.
Para mí que conozco Nueva York, amo Nueva York
y fui residente allí cuatro años, los más importantes de mi vida, lo ocurrido
el 11 martes fatídico de septiembre del nuevo milenio ha sido una señal. Un
toque de atención que exhorta al rearme moral más que al físico, una vuelta al
pensamiento de la nueva frontera de la época Kennedy. Que América vuelva a ser
amada más que temida y odiada. No se aconseja un castigo porque Dios no puede
castigar sino que el ataque representa un aviso enviado desde lo alto. Algo no
va del todo bien pese a la euforia de los últimos años. Se exige no la guerra
de represalias contra la diabólica mente que urdió la infernal hecatombe sino
la reflexión meditada y el reposo sobre cómo somos, qué queremos, hacia dónde marcha
el mundo.
Y esta idea se me ocurre cuando
a mi memoria viene el recuerdo de aquella tarde noche de san Andrés en medio de
la tormenta durante la angustiosa aproximación a un aeropuerto congestionado de
un tráfico terebrante. Allí oscurece mucho más rápidamente que aquí. La luz se
esconde de modo abrupto y trepan las sombras sobre estos cuchillares de cemento
que son los rascacielos como apiñados y casi congestivos.
Me impresionó la visión de aquellos dos conos
mágicos como una soberbia representación de una ecuación matemática sobre el
paisaje. Dos falos erectos, encarnación de la potencia genésica de una nación
joven, y llena de tabúsy de prejuicios que recuerdan el
calvinismo fundamentalista de los fundadores de la Unión ¡Qué contraste frente
a los aires caducos de Londres! Dos mástiles de un transatlántico en el que
actuaría de timonel, de serviola y de mascarón de proa la estatua de la
Libertad apuntando su hachero con la flama perenne hacia Europa. Nunca
imaginero tan mediocre como era Bertholdi, aquel escultor que fue contratado
por la municipalidad neoyorquina para llevar a cabo el proyecto, tuvo tanto
éxito con un molde. Es lo que significa el coloso. Los pobres de la tierra
recién llegados a la isla de Elis estuvieron viniendo a refugiarse bajo sus
zócalos y ahora el pebetero de la verde dama en cuya cabeza hueca cabe todo un
restaurante puede que esté también amenazado. Ha soplado un viento recio en el
rebufo de la carlinga y la cola de los dos aviones estrellados contra la
fachada de las dos torres. Vesania fundamentalista. Muchos corearán aquella
frase del Corán “Alá es grande”. Pero la grandeza divina nunca podrá cimentarse
sobre un montón de escombros y una pira de cadáveres.
Sin embargo yo entonces con
treinta y dos años y medio pensaba que estaba llegando al epicentro del futuro.
Caía en la forja de una horno donde todo se cuece donde está el crisol del
mundo nuevo. La primera impresión fue la de acogotamiento. Nueva York amedrenta
un poco cuando se la ve desde el aire y más en las circunstancias de aquel
vuelo en medio de una tempestad que hizo que el avión se zarandease como una
vaina. En uno de los fucilazos del relámpago quedó diseñado sobre las nubes el
cordonazo de san Francisco o la palma de santa Bárbara que decían los pastores de
mi pueblo. Me pareció entonces que una mano invisible estaba diseñando el
croquis de los tiempos por venir con una anticipación de veintiséis años sobre
los acontecimientos. Mi olfato periodístico me dijo que no hay que dar de lado
a las corazonadas y yo en aquellos momentos la tuve y ya desde entonces nadie
me pisó el scoop y por eso mi corresponsalía fue un poco a la contra de la de
los demás. Parece ser que a muchos les supo a cuerno quemado que uno quisiera
contar la verdad. Yo a los cables de la AP, de Reuter y del “Times” les daba siempre la vuelta y al
revés te lo digo y acertarás, piensa diferente y acertarás. Hice periodismo de
calle. No me limité a pegar telegrama o a refritar el Times como otros becarios
de la Fullbright y con master en Columbia que se convertían en amanuenses de
los lobbies por los pasillos del Edificio Azul o del Departamento de Estado.
Desde el principio tuve muy claro que venía a servir los intereses de mi país.
En eso siempre coincidí con el gran Felix Ortega, al que la historia del
periodismo español, tiempo adelante, tendrá que proyectar como una de sus
máximas figuras. Le han negado el pan y la sal pero eso siempre resulta un
halago en nuestro país. Castilla “face los omes y los desface”, que decía Mío
Cid. Me dieron por díscolo pero hice bastantes dianas y conseguí moverme con
soltura en el laberinto de la política exterior de Cyrus Vance, para mí un
auténtico caballero. Los americanos tienen un alto código de valores tanto
éticos como morales y eso se nota también en el apasionante mundo político y
estratégico de la Casa Blanca y del Pentágono.
La verdad tiene muchos carriles y a un
periodista se le perdona todo menos el de ser aburrido ni pastueño. La
mansedumbre de feligrés da buen resultado en el rebaño y en la manada, nunca en
esta bataneada profesión a la vez canalla y sublime. Mi lema era un poco el de
la libertad al estilo del fundador del Manchester Guardian: “Facts, sacred.
Opinions, free” (los hechos son sagrados; las opiniones libres). De acuerdo
pero existen diversas formas de presentar objetivamente unos mismos datos
viciándolos, que la objetividad en estas cosas del trajín humano no es más que
una entelequia.
A la que descendíamos, el avión perdía
presión. Vi como el pararrayos de una de
las Towers absorbía la descarga de una centella. La gran azotea se iluminó con
una luz de espectro. La gran fábrica del rascacielos aguantó impávida. Aquello
me pareció el techo del mundo pero yo ya colegí que aquellos prodigios de la
ingeniería eran vulnerables. La exhalación había pegado justo sobre la punta de
la antena de una de las torres y el firmamento fulguró. Entonces el World Trade
Center estaba casi vacío y en alquiler la mayor parte de sus ciento diez pisos
y dependencias. Vi un inmenso cartel que decía “To let: Salomon Brothers”. No
encontraba arrendador y se discutía sobre la rentabilidad de sendos colosos que
como Castor y Póllux tuvieron muchos detractores, incluso el “New York Times”
en uno de sus macizos editoriales, tan sesudos, rezumando cordura y “matter of
fact” , ya recomendaba su demolición
por considerarlo un nido de ratas y de “derelictos”.Su construcción por un
arquitecto japonés había suscitado polémica con dos magnitudes en pugna: lo
vertical contra lo horizontal, pero se impuso el criterio de los primeros que
fomentaban el crecimiento hacia arriba y el aprovechamiento de cada metro
cúbico. No hay que olvidar que Nueva York es el templo sagrado de la
especulación inmobiliaria.
Bajo la borrasca ofrecían estos dos titanes de acrílico un aspecto de
desafío a los elementos. Habían sido erigidos a prueba de terremoto. Eran el
orgullo de la técnica. Sin embargo, dos aviones de pasajeros una fatídica
mañana del final de un verano para olvidar, el del 2001, acabaron con esa
suposición presuntuosa. Al verlas por primera vez recuerdo que pensé en
Babilonia y en Babel.
-Scaryeh? - dijo entonces un portorriqueño
compañero de vuelo empujándome con el codo.
-A little - repuse en inglés y él se puso
a jurar entonces en español como suelen hacer los simpáticos de la isla de
Borinquén que habían emigrado en oleadas a Manhattan en la década anterior y
constituían casi un cuarenta por ciento de la población:
-Manda huevos con el viajecito.
Gran parte del pasaje estaba
vomitando en aquel instante de turbulencias y de zarandeos. No pude por menos
de reprimir la carcajada que distendió el estado de nuestros nervios. De allí a
poco sentimos gañir los neumáticos del Jumbo contra el tarmac de la pista de
Kennedy. Todo el mundo empezó a aplaudir.
Y yo a rezar. Recuerdo que en ese instante apreté contra mi pecho la medalla de la
Virgen de Covadonga parte indispensable de mi ajuar.
A lo largo de cuatro años no se
me pasó el acojone y creo que todavía me dura pero acabé amando a Nueva York
identificándome con su latido, el verdadero esfigmógrafo del planeta. Es el
pulso del mundo nuevo, y uno no puede vivir de espaldas a él por más que te
anegue en la contradicción. NY es un mar aparte, que rechaza la historia y sólo
cree en el futuro. Too much. Demasié.
No me extraña que Manolo Blanco Tobío dijese
que lo que más extrañaba - para este gran periodista gallego muy habituado a
los modos de vida norteamericanos Europa era una especie de exilio- es una
ojeada rápida todas las mañanas al New York Times.
El bien y el mal conviven allí
puerta por puerta. Ángeles y demonios sentados a la misma mesa. Los rabinos con
sus kaftanes y los popes con sus manteos comparten un sitio en el metro. El
superlujo y la elegancia de la Madison Avenue entremedias de la cochambre del
Bowry. De todo aquel caos que fue mi experiencia neoyorquina saqué la
conclusión de que tiene que haber un dios, un demiurgo que ponga orden, que se
apiade. Eso. Alguien que se apiade porque Nueva York hace pensar en la famosa
frase de san Pablo “nada de lo humano me es ajeno”. No se puede ser ateo
acullá. Todo menos ateo. Sientes como una fuerza que te lleva, una especie de
protección. De lo contrario te hundirías. La gran manzana, la inmensa colmena,
el hormiguero de gentes que se afanan un día y otro y también el avispero y las
injusticias. Y como no la mafia. La metrópoli suscita ideas enfrentadas,
pensamientos contradictorios de amor y de odio. No es una ciudad para volver
porque de ella no se consigue salir nunca. Te atrapa desde el primer minuto y
ya no te suelta aunque te alejes físicamente.
Más que una ciudad, es una condición mental, una actitud frente a la
vida, un estado anímico. Yo diría que es una ciudad mística. He aquí una
lectura judía en versión talmúdica de la “Civitas Dei” agustiniana. Los que
la diseñaron, los parias de la tierra,
los filibusteros irlandeses, los sefardíes de la diáspora holandesa, los
protestantes fundamentalistas, quisieron llevar la contraria a Aristóteles y a
Platón y a todos los maestros del medievo que impartían cátedra desde Oxford,
Alcalá, La Sorbona. He aquí otra concepción diferente del mundo. Money. Money.
Money. Que sólo cree en la gracia del esfuerzo y que a Dios lo coloca en otro
plano. A él rogando y con el mazo dando. Perpetua volición. Mente en
ebullición. Se siente a Lucifer volar por las recortadas cornisas. A él se
encomiendan los azotacalles de este vasto emporio del dinero y todos aquellos
que sólo acarician una idea fija: medrar, ser ricos. Oro. Oro y oro. Tenemos
que empezar a escribir la palabra dios con minúscula. Él es un buddy, como tantos y nosotros,
siempre a dos velas. Además sólo habita en nuestra imaginación. A lo que se ve
el ángel caído encuentra en este recinto un campo abonado para hacer prosélitos
a su causa y aquí parece que sólo se sobrevive con el instinto de conservación.
Mejor que la oración es el espíritu de rebelión. Es la conclusión que pude
extraer. Pero es una deducción capciosa porque entré en la gran ciudadela
rezando a la Virgen y la abandoné un viernes de oscurecida. El taxista que me llevó
a Kennedy tenía enchufado una emisora que retransmitía los oficios sagrados en
una sinagoga de Brooklyn.
Es una concepción utilitarista de los elegidos
llamados a poseer la tierra sucediendo esto acá abajo sin tener que aguardar al
más allá. No se conforma con la resignación cristiana ni lo injusticia a la que
lucha por atajar en este mundo. Por eso es un frenesí continuo. Arriba y abajo.
La ciudad que nunca duerme. La riada humana. El poder automático.
Está tan cargado de voltios el
lugar que los picaportes y los pestillos sueltan chispazos. La estática pervade
el entorno. Yo viví en el Este hacia la calle 14. Allí todos están juntos,
nunca revueltos. Mi barrio era una mezcolanza de judíos y de sicilianos que
veneraban la camorra y nietos de Al Capone todavía practicaban ese vudú
italiano que es la “jettatura” pero católicos al por mayor ya que en la fiesta
de san Jenaro sacaban su imagen por Manhattan en procesión. En la otra manzana
había polacos con su manera tan peculiar de concebir el cristianismo, y, por
cierto, antipáticos. Los pacíficos
ucranianos todos con su peculiar y angulosa cabeza, los húngaros con sus botas
de fuelle me gustaban más y me hice amigo de los judíos como mi kioskero, un
bendito de Dios por nombre Samuel, que me regalaba unos puros verdes
trapicheados de Cuba y hablaba algo de ladino o judeoespañol. “Aguarde su
merced agora un momentico pues vengo al punto” Entre todas las etnias son los
más de fiar. Los más caritativos, los que más ayudan, aunque en cuestión de
dinero no se casen con nadie.
Luego, hispanos los había por
todas partes y ahora creo que son más. No se puede contemplar esta inmensa urbe
con prejuicios, nueva York los desborda. Es un mundo que rebasa todas las
barreras y trasciende las ofuscaciones y atavismos de la vieja Europa donde se
mira con recelo al nacido en el pueblo de al lado. Allí este tipo de
resentimientos se desconoce. No hay envidia porque no existe casi tiempo para
ello, y, si existe porque la condición humana rige para todo lugar y allí
también se utiliza mucho la regla de oro del afán de emulación y de superación
con un “keep up with the Jonses”, por lo menos no se nota. Ni
miradas por encima del hombro. Sí tiene que haber un Dios flotante por encima
de nuestras cabezas, un Cordero que quite los pecados del mundo. Alguien que se
apiade. De la torre herida por el rayo. De la humanidad que palpita y gime
desconcertada. De la inconsciencia, la banalidad, la vulgaridad a espuertas, la
frivolidad sin limites. Se vive mucho mejor en el Rellayo pero uno no sé por
qué termina añorando a la Ciudad Automática. Un mundo sin paletos, sin
intereses de campanario y con periodistas e informadores, literatos amantes de
su patria y de su país con razón y sin ella, que tienen muy en cuenta la ley
del libelo a la hora de sentarse delante del ordenador y que saben como nadie
maquillar la información y
autocensurarse mientras que la prensa a este lado del charco da fe de
una picaresca en auge y la rosa en su chabacanería procaz parece una
corrala. Aquí todo se ha vuelto un poco
peripróctico, ya que la información, anal y asnal, parece girar en torno al
mismo cabo. Lo acabamos de ver en la manera que han abordado el choque de los
aviones contra el hastial imponente de las torres. Nos han demostrado que
entienden el periodismo como una vocación de servicio público, un menester que
ha de hacerse con categoría, responsabilidad y serenidad ¿Para eso queremos una
Facultad de Ciencias de la Información?
18 de septiembre de 2001
Antonio Parra fue corresponsal
en USA. Licenciado en Filología Inglesa y Románicas.
NOTA PARA LUIS MARÍA ANSÓN:
8 de enero de 2002
Con este artículo creo contestar
al señor A. Muñoz Molina por su moralina contra los españoles, que a mí me
recuerdan las sesudas advertencias y los caveats del Times de Londres cuando
titulaba sus artículos de fondo con apostillas como una que me impresionó
en plena transición: “Is Spain
democratic enough?”.
Este señor habla por cartapacio
y paga servicio de labio al que le
publica las novelas. Yo creía que era morisco y ahora nos salta con un
“Sefarad” en el que encuentro algunos párrafos de mi “Franco y Sefarad un amor
secreto” que no pudo llegar a ser publicada, salta que es judío.
En aquel texto yo decía algunas
verdades que algunos han aprovechado, pero quiero declarar aquí que yo no soy
ni moro ni judío sino cristiano viejo. Abrazado estoy a la cruz de Cristo que
nada tiene que ver ni con el Opus, ni con Wojtyla ni con Sánchez Dragó, ese
bufón de la literatura con madera de inquisidor. De estos abundan muchos en el
mundo de la comunicación que han establecido el santo oficio de lo
políticamente correcto. El cristianismo es algo más que una ONG y la corona de
España algo muy serio en el que nos va el porvenir a todos los que amamos esta
gran nación para dejarla en manos de los monárquicos de toda la vida. A veces
dudo si en tu periódico no os habréis aljamiado y adoráis al Zancarrón de
Mahoma. Subió el profeta a los cielos pero quedó acá abajo para consuelo de
creyentes una de sus nalgas que era tan grande y prodigiosa como el anca de un
camello. ¿Para ese viaje hubieran hecho
falta nueve siglos de reconquista? Dicen los enemigos que la cruz con Voltaire
que ésta sólo ha servido para injertar odio y oscurantismo en el corazón
humano. De este sofisma se alimenta la filosofía de los enciclopédicos. Se
trata de una hábil añagaza para dominar el mundo. Uno que también es
enciclopédico observa con pavor cómo estos años de democracia han servido para
dar vuelta a los argumentos, para volcar la cruz y acrecentar el rencor y el
instinto de vindicta. Lleva razón Muñoz Molina pero al revés se lo digo para
que me entiendas. Los novelistas de aluvión, los plumíferos y turiferarios de
la new age han conseguido que cibernéticamente hablando el español de a pié sea
más bruto, más inculto. Tal vez materialmente hablando hayan mejorado las cosas pero aquí la gente
escribe con la andorga llena con miedo a perder la prebendad adquirida como un
derecho, lo que en conciencia no me parece de recibo. ¿Nos habremos prostituido?
Yo creo que no. Por eso yo acuso. Soís vosotros los responsables de haber
invertido la cruz. Os habéis pasado al enemigo con armas y bagajes y en ese
sentido os hacéis acreedores de que el pueblo os lo demande
WATERSHORTAGE Y
OTRAS CARESTÍAS
Antonio Parra
“Tronó desde el
cielo el Señor y el Altísimo dio su orden: y aparecieron las fuentes de las
aguas salvas” Ps
17, 14-16
Pasó la fatídica
fecha del anosmié, hablo con mi ex, how is England nowdays? Not too bad, Toni, just ploughing
along, you know, the same as you. Zanny estaba que la llevaban los demonios. Era la final de la copa y
el Arsenal, su equipo favorito y el de su familia, todos de la Royal Navy, que
en el árbol genealógico hay varios comodoros, había perdido con el “bloody
Bacerlona”. A ella, que es historiadora y especialista in Spain y en Felipe II
esto del separatismo no lo entiende ni los catalanes tampoco le caen muy bien.
Sin embargo el mundo se ha ido a “global” y el efecto mariposa hace que el
aletazo en Madagascar de una avispa provoque un terremoto en la Martinica.
“Here is the same, good old Toni”.
En la distancia me llevo bien pero si
saliéramos juntos a cenar ya tendríamos la primera trifulca a causa de una
fruslería o por la forma como se coloca la cubertería en la mesa ya habríamos
tenido una discusión, decirnos unas cuantas insolencias desagradables
tirándonos los platos a la cabeza y tú con tu madre y yo con la mía. Sin
embargo en el entrelubricán de mis días he aprendido las dulzuras de un
sentimiento que desconocía: olvidar agravios comparativos y llevarte bien con
tu ex dentro de lo que cabe, un sentimiento teñido de nostalgia y de melancolía
y la melancolía lo dijo no sé quien es el nirvana de los elegidos y el
sacramento con que los dioses signan a sus elegidos.
Sin embargo, de nimis non curat praetor. El
tiempo suele curar todas las heridas incluso las más que parecen más terribles
que son las del amor. Así que Barcelona did you say? Pues sí va de fringes y de
márgenes. Yo recuerdo repasando en la hemeroteca algunas crónicas que yo
escribiera allá por los setenta narrando el efecto “schmetterling” - esa
mariposa global de la que les hablaba antes- que determinaba el caso curioso de
que los parlamentos regionales de Stormont en Ulster y en Edimburgo o el Cymry
galés dictasen la política a los honorables padres conscriptos de Westminster.
No puede ser decían muchos ingleses pero así
era y es que entonces asistimos al alzamiento de las regiones por mor del
efecto centrípeto. Los británicos que son muy hábiles supieron reconducirlo y
hoy las autonomías históricas - el dragón galés y el león escocés tanto como la
lira celta son el origen de la monarquía inglesa- carecen de importancia
significativa y han vuelto a ser nada más que la orilla y a ocupar el lugar que
les corresponde como provincias del imperio. En España a lo largo de los
últimos cuatro lustros se ha producido el movimiento contrario pues siempre
cabalgamos un poco caratrás y de espaldas -cosa misteriosa- al rumbo de la
Historia.
El Zapa una buena capa todo lo tapa país
leonés es rehén de Rovireches y de Otiguechis váyase usted a saber pero los
españoles estamos hasta la gorra y los ingleses ídem de lienzo por lo que me
cuenta Zanny que en la antesala de las vacaciones estivales corrige sus últimos
cuadernos y prepara las fiestas fin de curso good old Mrs. Parra mientras cuida
de Mischa el gatito de Ancora, corta los setos y riega los geranios y rosales
de su casa en Cornualles y se cuelga al telefóno esperando una llamada de
nuestra Helen que anda ahora de vacaciones por Palma de Mallorca.
En el fondo somos como una sagrada familia en
el exilio que no se ve pero que marcha junta camino de Belén siempre amándose
pero también con más regaño del que pretendiéramos... And this is the long march of every woman and
every man. San José
la Virgen y el Niño. A la mitad del camino pide el niño de beber. No pidas agua
mi vida, no pidas agua mi bien que las aguas bajan turbias y hay sequía y
escasez. La gran preocupación en esta Inglaterra milenarista no es la política
ni los movimientos sectoriales independistas ni siquiera la guerra de Irak. A
los británicos les empavorece algo que ya se está dando aquí y es el watershortage. Esto es la sed. Cada vez
más bocas que alimentar y sobre todo dar de beber. El mundo a corto plazo,
agotadas sus reservas de agua que son más importantes que las del petróleo, va
a tener un problema de cañerías. Todo cañerías vaya.
Hay un ministro al que las iras populares han
puesto en berlina y todo porque en colusión con las inmobiliarias ha dado el
visto bueno a la construcción de un millón y medio de viviendas al sur de
Londres. A los ingleses que no caben en la Isla y tienen un problema
inmigratorio grave aunque no tanto como el nuestro no les cabe esto en la
cabeza. De seguir las cosas a este paso pronto no tendrán campo. El Reino Unido
va a ser una larga urbanización de concreto, cemento armado y de bloques de
hormigón. Todo bajo las garras de una gran inmobiliaria. Los del mandil, la
plancha el cartabón y la plomada como son los grandes constructores y bajo la
obediencia del Great Master y del Big Wizzard que yo creo que es anticristo y
llevado de su furia vengativa no hacen sino elevar bloques de viviendas
mientras “desconstruye” catedrales no caben de gozo en sus enaguas. La
masonería triunfa en todo el mundo pero es en España y en Inglaterra donde de
una forma especial ha plantado su zarpa. Efecto Rochild.
En el fondo una verdadera pesadilla. Esto sí
que es el Apocalipsis. Aquí en España donde estamos siendo invadidos y no para
de entrar gente lo del estatuto prostituto o lo que diga ese “asesino” Otegui
me trae al fresco el problema real es el que nos está creando Gallardón tanto
como ese John Prescott Minister of Road
Works que creo que es o del Interior no sé con sus constructivismos insensatos.
Tanto Gallardón como doña Espe - señora mía usted me recuerda un poco a Hitler
que parece haber venido al mundo con una misión exclusiva la de ser retratada
para lucir en cada toma de fotógrafo un modelillo- intentan construir en Madrid
una gran mega polis sin tener en cuenta
los recursos naturales olvidando los acuíferos mediante procedimientos
populistas que son tan aquilinos como sibilinos. Claro que Gallardón, la
Aguirre, el Prescott no son más que la punta de un iceberg de burdos intereses
creados y de contubernios que se sumergen en las aguas profundas bajo el
iceberg. Tanto como los negreros y esas mafias que están levantando gente de
los que todo el mundo habla pero a las que nadie señala con el dedo porque este
negocio es el de la pescadilla que se lame la cola. Yo barrunto quienes son,
qué pretenden, y desde donde trabajan pero no puedo demostrarlo más que por
deducciones y por conjeturas. Al fin y al cabo la Iglesia de Jesucristo se ha
convertido en una ONG. Desgraciadamente.
Así que ha pasado el
día de la ira.666. No era más que un guarismo y unos datos para contemplar una
fecha pero el anosmia y el gran tiempo de desamor donde tanto la caridad se
enfría sigue entre nosotros. Apocalipsis es un proceso lento y largo. Estamos
viéndolas venir y uno de sus síntomas será la sequía y el agotamiento de los
acuíferos. El watershortage que aflige a los ingleses que han declarado la
guerra a las manga riegas que aquí no llegan. Entretanto, no sé lo que hará mi
ex con sus rododendros ni siquiera si será capaz de ir al grifo y abrirlo para
darle sopas a Misha nuestro gatito en la sartén. En espera de que todo vaya
bien y dios se apiade yo entono el salmo del ofertorio del martes de pascua. El
de las aguas pandas y salvas. Unas rogativas a la vieja usanza después de todo
nos vendrían a todos bastante bien.
6 de junio de
2006
OLÍA A CADAVERINA EN LA FERIA DEL LIBRO
Antonio Parra
Garbeo por la Feria del Libro matritense y me tuve
que tapar las narices. Olía talmente igual que por el tanatorio de la M30. Así
dicen también que olía, yo no lo viví afortunadamente, en Auschwitz. A
chamusquina de quemadero. Están exhumando cadáveres, fosas comunes de la guerra
civil, algunas, las que les interesa y “canta” que tú no veas. Son cosas de la
coprología y la necrofilia hispana saltando a nuestras letras de molde. Nos
gusta regodearnos en nuestras cazcarrias y por ese camino, escucha, oh patria mi aflicción, nos podemos ir todos a
la mierda.
Estaban los de siempre. Los que tienen bula para
publicar. Sus paridas. Sus refritos. Ofuscaciones. Liendres morales. Las
telarañas de su pasado, cobwebs. Las plumas que mojan en un viejo rencor. Pero
el nombre es el que vale. La firma es la que sale al mercado. Algunos por
prurito de lucro o deseos de aparentar y meter bulla no vacilan en destazar el
cadáver de su propio padre. Nosotros nos regodeamos en la casquería y ellos se
embolsan veinte millones.
El ex flecha y el exfalangista ex comunista ex
anarqujista ex samurai y ex lama , el yin y el yen, el pelota de Lara, el
comisario político, tertuliano del todo y la nada, de lo blanco y lo negro, y
del azul al rojo, una vez yo tenía un camarada, allí, metido como el publicano
en su telonio, en una de las muchas casetas firmaba libros sin parar. Una
novela por entregas en la que cuenta
cómo a su progenitor se lo cepillaron los nacionales. Hecho confuso y una de
tantas felonías con que nuestra avilantez cainita se despachó a sus anchas
durante el 36. Falta sacar algunas muestras de ADN para cotejar datos y probar
la mayor y la menor. De momento nego
minorem subsumptam, Pero ni son todos los que están ni están todos los que
son. Un poco más allá el hijo de otro
novelista del exilio sumido en esta
búsqueda por el corral de los huesos guerrrero-civilista trataba de encontrar el
cadáver de su madre fusilada. Aventaba
cenizas.
Siento
verdadero pavor pues me temo que en este
ejercicio lucrativo mirando al tendido y tratando de encontrar a los que moran
en la nada no existe ánimo de hacer justicia ni de condenar los atropellos sino
de condonar el espíritu revanchista. Puro esperpento. Volviendo a las andadas
nos podemos convertir en estatuas de sal.
A mis muertos no me los toqueis. Dejadlos ahí.
Descansen en paz. Son muertos del otro bando y, por lo tanto, de segunda fila.
Sin relieve y de poca sustancia. Aquel cura de Soto al que fusilaron a las
puertas de la rectoral. Aquel pariente lejano víctima de una saca en Madrid y
al que “dieron el paseo” no sabemos dónde ni en qué tierra yace. Aquella
Herminia de la que en mis días adolescentes tanto escuché hablar monja
carmelita en Guadalajara befada y maltratada y seguramente violada a la que
fusilaron y enterraron en cal viva. De todos esos muertos no quiero hablar. Son
muertos de segunda categoría. ¿Por qué? ¿Quién tuvo la culpa? ¿Murieron en el
nombre de España? Que va. Muchos de aquellos pobrecitos no sabían por qué
morían. Tuvieron la mala suerte de encontrarse en el bando equivocado cuando
estallaron los odios. Eran gente bien pensante, que llevaban corbata y a lo
mejor iban a misa pero más por costumbre que por otra cosa. Gente conformista
que entendía poco de política. Fueron víctimas del odio, vesania y la avaricia. Alguien que le tenía
tirria. Eso es muy común en España, Por
una linde. Por una novia o por un despecho amoroso o por una palabra mal dicha
o alguien al que no dieron los buenos días una mala mañana.
Eran muertos del otro lado. Gente anónima. No se
llamaban ni García Lorca, ni Machado – este no murió a mano airada pero fue un
mártir de la causa y su tumba fue objeto de peregrinaciones programadas a
Colliure durante el franquismo- o José Antonio. Una historia un poco exagerada.
Buen poeta, eximio prosista y algo zaleo. A veces acudía al “insti” (llegué a
conocer a una alumna suya a la que le dio clases de francés) con la bragueta
desabrochada y las solapas de americana cubiertas de ceniza. Don Antonio, mire
qué… Ah sí hija, sí. Pues no me había
dado cuenta, mecachis.
Vivía en la plaza de los Desamparados barrio de
San Esteban donde estaba a pupilo y una patrona le mataba de hambre y para ir a
sus clases tenía que enfilar por las Canonjías la calle Escuderos lóbrega y muy
ventilada con portales que exhibían piedras heráldicas. Y donde vivía en un
palacete del siglo XIV mi amigo Nani el medio volante de la Gimnástica Segoviana.
Que también lo conoció. Iba al Columba en el azoguejo a tomar café. Por los
adoquines de mi ciudad paseó su desaliño indumentario, su tristeza proverbial y
su sentido del humor. Esta es una de las facetas que se le desconocen. Es uno
de los mayores humoristas en nuestro idioma. Tuvo algunas novias. José María
Moreiro nos ha descubierto quién era Guiomar (María Zambrano) pero parece ser
que hubo otra que era también profesora. En fin un hombre como los demás. Con
sus virtudes y defectos y al que ahora intentan “colosalizar” hinchando un poco
el perro.
¿Señorito? Pues sí amigo Umbral. Don Antonio era
un señorito en el mejor sentido de la palabra bueno pues fueron señoritos, como
usted, don Francisco que gasta chalina y a veces foulard, los que trajeron la
republica y que no hay que adscribir a los de un bando solo porque señoritos no
fueron sólo los fachas. Azaña, Macía, Companys, Aguirre, don Miguel Maura,
Lerroux, los hermanos Franco, Ortega
eran todos unos señoritos. Fueron un poco los responsables del fregado y el
pueblo del procomún el Juan Español tuvo que pagar los desperfectos de aquel
desaguisado republicano que algunos invocan y que, si las cosas vuelven a
ponerse feas, se largarán al extranjero murmurando la frase aquella de no es
esto, no es esto.
Así que este exhibicionismo de la última feria del
libro me empavorece. No me parece cabal hurgar tanto en el pudridero. Dejemos a
los muertos que entierran a sus muertos,
01/06/2006
CUIDADO QUE LLEGA EL AÑO 2009
Antonio Parra
Me estoy temiendo la fecha de 1609 por algo que
diré ayuso con motivo de la llegada
masiva de las pateras y el libro de las grandes reivindicaciones históricas que
algunos dedos malignos abren hacia atrás y con tal de causar el mayor daño, con
ánimo de injuria y grave daño moral, y de escupirnos en la sopa. Reivindicarán
estos la memoria de Miramamolín y los intelectuales del pesebre se entregarán a
la disipación y lucubración inteligente sobre el regreso de la algara. Esto de
la alianza de civilizaciones no es más que un pretexto para execrar nuestro
pasado y volvernos las mangas del revés. Los
moros tuvieron que partir porque, vencidos en el campo de batalla, no
quisieron aceptar nuestras reglas. Sencillamente no se adaptaron y picados de
su orgullo se mofaron de los usos y costumbres. Han pasado cuatro siglos y
seguimos en las mismas.
Fray
Hernando de Talavera a raíz de la toma de Granadas fue encargado por los Reyes
Católicos de predicarles el Evangelio, tratarles benigno y con tolerancia pero
los imanes reían en las propias barbas del arzobispo y confesor de la reina
santa o se limpiaban el culo con las páginas de Marcos y Lucas. Total que
siguieron aferrados a sus costumbres y practicando el bandolerismo. Tuvo que
venir Cisneros, más drástico y puño de hierro en guante de seda pero menos
contemporizador,, y devolver el ten con ten haciendo con el Alcorán en la plaza
pública una almenara. Lo que ha ocurrido el 7J testimonia de que por desgracia
el islam aunque predique la paz con la boca pequeña en el fondo es una preceptiva
de guerra. Alá es grande. Este grito que entona el almuédano todos los días
cinco veces desde lo alto del minarete es una convocatoria en verdad a la
yihad.
¿Tendrá que volver a meterlos en vereda don Juan
de Austria?
Triste realidad que a los españoles ocho siglos de
continuo batallar lo refrenda pero aquí no se quiere ver la realidad, nos venden humo y lo compramos a toneladas (ay si
el humo gravara) con eso de la alianza de las civilizaciones, todo un invento que
les sirve a los hijos del Imperio Dañado de antídoto o de pretexto para
reconquistar la promisión mientras que para el Occidente será todo una triaca
que acusará sus efectos mortíferos no tardando mucho. Nos dan belladona y la
ingerimos por esa boquita como si fuese tila o hierba maría luisa. Hemos metido
el enemigo en casa y estamos incubando los virus deletéreos que acabarán con
nuestro organismo. Lo de esos chicos paquistaníes del Yorkshire y tan
británicos que uno vendía fishandchips corrobora tal presunción. Y aquí cuando
las morerías tan populosas como las de Barcelona, Valencia, Madrid o el Viejo
Reino de Aragón y nada digamos de Murcia porque esta gente no ha venido a ciegas sino guiados por sus consuetas que
les han apuntado el papel de vengadores de Boabdil, la emprendan a hostias con
ese furor ciego, ese fanatismo que los caracteriza, veremos grandes motines y
convulsiones interétnicas. La secuencia de bombas y atentados terroristas no ha
hecho sino comenzar.
-No hay que olvidar tampoco lo que pasa en
Yugoslavia.
-Ni en el Bronx.
Esto del melting pot va a causar a nuestros nietos
más de un dolor de cabeza. El mestizaje que practicaron los españoles en
América, nunca los ingleses ni los alemanes protestantes, fue uno de los
regalos del catolicismo a la cristiandad pero está visto y comprobado que sin
la cohesión de los lazos religiosos esto
de la mezcla de razas es un wishful thinking.. La religión y de ahí religare es
lo que más ata y vincula al persona pero los españoles nunca estuvimos tan desvinculados.
Me temo que el 1609 se convierta en una gran
vendetta contra el rumbo y el perfil de uno de los aspectos más señeros de la
historia: el triunfo de la fe evangélica. Vendrán los comisarios y farautes de
los poderes oscuros e intentarán transformarla en el watershed de 1492.
Al fin y al cabo todos sabemos que moros y judíos en España siempre se en
tendieron bajo cuerda y de hecho Rabat es un gran bastión sefardí. Y ambas
creencias participan del mismo odio a la Cruz. Por eso dentro de cuatro años
nos invadirán los estudios, monografías, simposia y seminarios acerca de la
morisma. A Isabel la Católica que es para los castellanos como nuestra reina
madre la volverán a poner a caldo y decir que era una guarra. Ya nos conocemos.
¿Quién erigirá y pondrá de nuevo en su sitio el pendón de nuestros mayores?
¿Quién se prosternará ante la cruz alzada? ¿Cuándo resucitará España? La están
repoblando de etnias diversas metiendo en la piel de toro gente a mogollón y
haciendo un barrido de memoria de cara a 1609. Es la hora de las tinieblas.
Aleve y a la agachadiza pues aquí el pueblo no nos enteramos de nada a través
de los surcos oscuros menea sus infames albarcas el sembrador de cizaña.
En ese cantoral se conmemora la expulsión de los
moriscos por Felipe III. Ayer una alaroza en el autobús, sayas y mantillas, el
velo de los pudores sobre la cabeza, yihlah, y móvil último modelo, me
miró con odio, un odio viejo africano. Los ojos de esta muchacha no transmitían
curiosidad o coquetería femenil sino revancha. A su manera iba pidiendo guerra.
Pedía la mano que le quitara tantos refajos. De la misma manera que muchas esas
madrileñas del todo destocadas que nos vienen haciendo un calvo desde sus levis
que por detrás allá donde la espalda pierde su casto nombre, descubren el
canalillo de la rabadilla y por delante los dulces y amenos recovecos que
descienden al monte de Venus. ¿Qué metemos al pájaro en el infierno, niña? Oiga
se está pasando usted tres pueblos.
Debía de haberse dado cuenta de mi vista
pesquisidora anterior porque dicen que la cara es espejo del alma y yo soy
incapaz de engañar y mi rostro debió de expresar involuntariamente la sorpresa
del contraste. Mientras las españolas van medio desnudas con esos vaqueros
ajustados que abrochan muy por bajo la cintura y dejan al aire el glúteo, nos
fotografían el canal de la rabadilla allá por donde la espalda pierde su
honesto nombre, insinuando por delante las montuosidades pilosas de la zona
púbica., Las tapadas erre que erre en su
numantinismo talar. Son muy suyas estas jarifas.
-
-Parece que
las viste una modista enemiga.
-
-Quiá. Estas no van a la moda y gastan poco en
ropa.
La insolencia y el gesto de desafío de la morita a
mí me dio que pensar y es para que muchos políticos se llamaran a andana contrasta con la indiferencia y suavidad de
nuestras cristianas que salen a la calle prácticamente en taparrabos. Con sus
abuelas eso no pasaba. En la Castilla profunda y hasta en Baleares que es más
morisca todavía se tapaba a la hembra de los pies a la cabeza.
Mahoma que era un lascivo sabía sin embargo lo que
se hacía pues en el juego amoroso loo que se guarda resulta más provocativo que
lo que se ofrece al amante. El cristianismo que viene de Roma y de su pasión
por el desnudo adora a un Dios crucificado que deja patente bien su humanidad
viril velada por un paño de pudores. Toda una lección. Pero nuestros abuelos
renunciando a los usos y costumbres quisieron también encerrar a sus mujeres y
recatarla y aprendieron la costumbre de los musulmanes de celar la hembra. Y tanto la celamos y guardamos con siete llaves
que de ahí nos vino el renombre de celosos Yo he visto ir en mi pueblo ir a
misa a las tapadas. Si se encontraban camino de la iglesia con un hombre que no
fuese su marido tenían que hacer la vista gorda.
-Ni tanto ni tan calvo.
-Pues sí.
-¿Me permite
que le cante una copla de Segovia?
-¡Mientras no estorbe!
-Allá
va:
Arriba abajo /que a mi novia le he visto el refajo/ abajo arriba que
a mi novia le he visto la liga
Es una vieja canción mozárabe
como lo era el “Me casó mi madre” donde se capta esa doble moral, ese sentido
ambiguo de la gente fronteriza.
Estoy por cantársela a la alaroza en el autobús de
Brunete, que de tanto resayo como lleva en el cuerpo va provocativa y a lo
mejor me entendería. Además hoy me voy
de v vacaciones y me importa todo un cojón de Mahoma. Donde las dan las toman.
Sí señor.
TÚ,
TODA REINA.
ALL QUEEN HELÉN
Novela corta
Por
Antonio Parra
A él le tocó poner colofón al segundo millar
de aquella civilización y cuando cayese la bola del reloj de Gobernación
declarar oficialmente abierto el siglo XXI. Era un hombre de gestos abúlicos,
un arribista y un patricio del dinero. Podía llamarse Koch, Calle, o Patroclo.
El burgomaestre de aquel mandato tenía un nombre muy botánico y su ascendencia hortelana revelaba
un origen oscuro, nada de preclaras exquisiteces ni linajes godos. Llamabas
Frutos Cohombro Perales, pero viéndole en las procesiones del Sacramento,
ostentando su vara pulimentada con herretes amarillos en la contera, cómo
miraba, el aire altanero, para el concurso desde la terna de autoridades,
escoltado a dos flancos por los gonfaloneros de pelucas empolvadas, o por los maceros de gesto solemne y funcional,
entre el obispo y el jefe de la guardia urbana, parecía recién caído de un
guindo. Muy en su papel y saboreando las
auras. El viento de Nix Rasilis, el que azota las cambroneras y los retamares
que la circundan en una verdadera corona de lemnisco que brota en las
parameras, donde crece el esparto, llamazares y margas que fueron campos pero
donde ya la mies no se siega, sólo se especula con la tierra y los huertos y
llosas donde se plantaron higuerales
habían de morir para dejar sitio a los bloques de pisos en colmena, que
todo el país vivía en la plena borrachera, cuando quebró la bolsa, de la
cupiditas aedificandi, porque había que colocar los ahorros en sitio seguro y
vengan misas, caigan ollas y duro fabricar pisos y más pisos, oye. Importaron
mano de obra barata del Perú. Por todas partes de Nix Rasilis, peruleros.
Avalancha de emigración vengativa y manipulada desde los centros de poder.
Berkeley, Oxford, Cambridge y Bolonia se había hartado de, émulos del P. Las
Casas, decir infamias contra los españoles a costa de la destrucción de las
Indias. Ahora los indios sojuzgados devolvíamos la visita. Las fuerzas ocultas
habían orquestado la gran invasión.
De Rumania, de Bulgaria, y de otros países del
este y de todas las partes del mundo venían.
De Marruecos. El primer mancipe había mandado sustituir el Arco de
Triunfo en cuyo podio un auriga romano agitaba el látigo en son de triunfo y
libertad arreando los caballos de su cuadriga o decemiugalis por una réplica de
la estatua de la libertad, monumento infame y ridículo a los parias de la
tierra. ¿A qué venís?, le preguntaron a un gachupichu. A cobrarnos en carne lo
que nos quitaron. Están buenas las españolas. ¿Con que a violar a nuestras
mujeres? Pues toma. Y el de Vallecas le asestó al trasandino tres navajazos bien
cumplidos que interesaron sus partes blandas y vitales.
Así estaba Nix
Rasilis por aquellos calendarios. La llamaban la ciudad sin ley.
Sus alrededores eran
un dogal de campos purísimos que se socarran al agosto y tiritan bajo el helor
algente de las noches de febrero, es un aire tan sutil que tumba a un hombre y
no apaga el candil. Fue tierra de moros a los que atrajo y sigue atrayendo su
castillo famoso. Pero los árabes fueron derrotados y expulsados de su alcazaba
por valerosos alabarderos castellanos que trepaban como gatos por los adarves
de sus murallas. Algunos incautos alegaban toponimias equivocadas. Sacando un
poco las cosas de quicio como viene ser costumbre de últimas en esta patria
nuestra descepada. Y no es Magerit sino Matritum, esto es: Matri Templum. Templo a la Madre. Desde los romanos por
estos pagos se honró a la virginidad de Minerva. Pero los muy ladinos les ibas
con estas papeletas y no hacían caso. La cultura era otra cosa desde que
Picasso se puso a tapizar los muros de mamarrachos. Noté que habíamos perdido.
Portaba el círculo en los zancos. Era un haz de luz surtiendo el foco de un
iluminado concepto. Se nos había echado la noche encima y había que buscar
antorcha. Había un ciego de gota serena pidiendo a la puerta de una iglesia y
era la imagen judicante del verdadero pantocrátor. Vaciaba confidencias y
cantaba aspérrimos romances. El tiempo se cerró en agua y había sus descargas
pluviométricas. La lluvia charolaba los bordillos con lo que las calles de Nix
Rasilis cobraron un aspecto fantástico a tiempo parcial de melancolía gallega .
Los vagabundos buscaban refugio de la lluvia por las rúas charoladas de agua
que conducen hasta el Obradoiro.
Y San Isidro Labrador alza la pata y se caga
en todos. Dios, olla y Nix. A él hemos todos de ir, que es la mar del
morir. Lo lamentaba Cristóbal de
Castillejo elegíacamente allá por el 1606 cuando Felipe III decidió de nuevo
trasladar la corte. Y a Madrid hemos de ir que es el morir. Esa ecuórea superficie
que nos acabará zampando a todos. Los esloganes publicitarios siempre serán
vulgares pero eficaces. Nos llaman los gatos porque trepamos la muralla con la
agilidad propia de este felino, aunque esto, a estas alturas del siglo futuro,
anda muy revuelto y manga por hombro con tanto forastero que llega a hacer las
hesperias. Volverá la ciudad a ser castillo moro, o una sucursal de Pekín. De
todas las maneras, a lo que más se parece este cajón de zapatos, capital de los
reinos de sus majestades, Gaón y Leda, es a un rompeolas del Rif, varadero de
todos los indocumentados que cruzan la mar tirrena a bordo de fustas, saetías,
pateras, fueraborda, catamaranes, y todo
el cabotaje agareno de Berbería. Ya sé que nos llamarán xenófobos por designar
a las cosas por su nombre, pero esa es la realidad pura y dura. Serán temibles
las consecuencias de la operación Alforza, un eufemismo que esconde las
verdaderas intenciones de una invasión callada de Hesperia, mi país, decretadas
desde los altos despachos de Sede Baldeo, uno de los tronos del poder grande
donde tiene su silla curul, una de las visibles, el Consejo supremo, el que
ordena desperdigar sus manípulos periodísticos y el lábaro de las nuevas
legiones y testudos, mientras sus submarinos atómicos bojan las costas
periféricas y las fragatas de la sexta Flota hacen la aguada, y para colmo
tienen el terrorismo de los puños y las pistolas vizcaitarras, y el de las
conciencias, para disparar desde las emisoras propias propalando mentiras en
las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos; no tienen, pues, que
molestarse, ca atacan en horda pero sin disparar una saeta, sin un mal golpe de
ariete contra las puertas de la ciudad sitiada a la que minan y desbaratan,
sembrando el desasosiego en los adentros, esparciendo la cizaña de la rebelión
en el seno de las familias . Lo de poner
una manzana en manos de las hijas de Eva
es treta antigua, que nada nuevo han inventado las feministas, ya utilizada por
aquel al que llaman los exorcistas el Callidus con sus retintos cabellos, que
quiere decir el astuto, el práctico y con experiencia, más por viejo que por
diablo; no inventan nada, pero venden la mercancía por novedosa, o colocar
entre las líneas enemigas ingenios de cartón piedra que son reclamo de
incautos, y toda esa calderilla de la red de redes, con la que se proponen no
ya meramente entretener aprovechando, sino informar desinformando. El lema era
café para todos, pero previamente lo habían faltado con los polvos finos de la
querencia rosa y los figurantes de la prensa de la rabadilla y la región anal.
Había que absorber, consumir, gastar. Van al anzuelo como truchas al cebo, y
abejas al apiarium, rico panal de rica miel caen en el garlito y se les engaña
como ya engañaron a los troyanos con el famoso caballo teucro. Nos hemos quedado sin morueco. Por si esto no
bastase, han inventado a Freud para mandar a todos los santos al manicomio.
Se celebraba un
alarde militar por las calles céntricas en loor de la Patrona.
-Ese lo mismo que
para el verano acaba por dar ciruelas claudias. Lleva andares de majestad.
Parece que ha nacido para ir siempre en la procesión.
Hablaban del primer
edil.
-Unos ensillan y
otros cabalgan.
-Buena frase, jefe.
Choque esos cinco.
Este exabrupto lo
pronunció un hombrecillo insignificante, los brazos péndulos, las piernas algo
cortas, alto de caderas, ancho de rodillas, el rostro alongado, malos dientes,
boca ardiente, pies planos, labios sensuales, y dolicocéfalo. De un tiempo a
aquella parte le dolían algo los cuadriles. No andaba bien de las cañerías. El
pabellón craneal haciendo bóveda ojival que daba la sensación de llevar encima,
ovalada, una cabeza de pato. Sus enemigos políticos le habían puesto por mote
“cabeza de garbanzo”, pues era un poco cicerón. Como se estaba quedando calvo,
se hacía más patente esa carencia natural de miembros desproporcionado, algo
estevado de hombros puesto que tuvo infancia difícil y fue niño despreciado,
ancho por abajo y estrecho hacia arriba. Su nariz era carnosa y potente, a la
vasca. Le crecía bajo el mentón la magra de la papada, pero no le habían
aflorado todavía perigallos a la sotabarba en su mamola algo caída y tirante
como la de los viejos. Su molledo se alargaba hasta tener por remate la alcuza
o el pitorro de un embudo. Era aquella particularidad heredada de su pobre
padre lo que más le enojaba de su persona, pero los genes son los genes, amigo
mío.
Entre los suyos
había una tendencia al prognatismo, pero esa mamola en espolón, a causa de sus
carnes, aun no se le notaba. Mirándose al espejo enhoramala, reparaba en que no
podía poner en práctica las chulas consignas programáticas de la nueva era de
amarse a sí mismo por encima de todas las cosas, de rendir culto al cuerpo,
profesando una sola religión, la de la juventud eterna, que se habían puesto a
pedir peras al olmo los charlatanes predicadores de la modernidad y ya no
hablaban de la conquista de la vida eterna o de las penas infernales, sino del
Dorado, vivir mil años, destruir a la muerte, curar el cáncer, la piorrea y la
impotencia masculina. Más viagra. Dale que dale, venga pastillas mágicas. Él
sentíase viejo y se odiaba a sí mismo, y
no es que no amase a sus semejantes, como esperaba, es que estos no
correspondían a sus halagos. Ni falta tampoco que hace. Sería bueno que te
apuntases a un gimnasio a ver si te baja la panza. Hombre, ya; un poco tarde a
estas alturas, ¿no te parece? A veces pensaba que Cristo al proponer esa
fórmula de redención, desconocía a la condición humana, o no se había dado una
vuelta antes de resucitar por Nix Rasilis, antes de darnos el mandamiento nuevo. Si el redentor hubiera
experimentado el odio de aquella madre que él tenía, un odio rancio, plagado de
prejuicios, ignorancia y de desprecio, a lo mejor no hubiese prescrito tal
fórmula de entendimiento. Durante más de cincuenta años de su vida había tratado
de ponerla en práctica, cosechando sólo fracasos, desabrimientos. Hasta
conseguía que le dijesen que estaba grillado.
Demasiadas telarañas, pero la intervención materna o las leyes de
Mendelsohn tenían solamente culpa de una cuarta parte de aquel destino. Su vida
la percibía como un cúmulo de errores, una parva de torpezas, dentro de un suma
y sigue infinito de desatinos. El resto se lo había labrado él solito. No, con
esa inocencia no se puede ir descuidado por la vida. Te comen. Así que, consciente
a carta cabal de haber nacido en tierra de rencores, como decía Unamuno, sin
poder llegar a decirse que aborrecía a su prójimo, estaba siempre en guardia
contra los gariteros que detrás del sollado atresnalan la soberbia, el desacato
a la norma, los bajos instintos. Los donilleros del gran visir pueden hacerse
presentes en carne mortal en cualquier momento. Y siempre que alguno habrá que
se apunte a hacerles momos o a reírles la gracia.
-¡Cómo está el paño!
-Sí, señor, pero el
limiste lo siguen haciendo todavía en Segovia. Lo que mueve la vida es la ley
del Talión. Sólo te tendrán en consideración si pegas palos. El que me la hace
la paga. Beldar agravios, reclamar cuentas pendientes, querellarse con tu
vecino y llevarle a los tribunales de Mostotes, sentarlo en un banquillo ante
una jueza, para que se le caiga la cara de vergüenza, entona.
-Hay que volver la
otra mejilla Gnadio.
-El anacoste cuesta
un poco más caro.
-¿Pero tú qué dices,
Agapita? ¿ Estás modorra o qué?
Sus ojos eran inteligentes, pero se le habían
quedado pachones de tanto leer, así como las vértebras de la espalda. De ellos
emanaba una fuerza especial que compensaba la debilidad de su carcasa. Ese
fuego como el de un aura lo comunicaba a sus oyentes. Por eso le habían dicho
más de una vez: “Tú, Verumtamen, tienes un no sé qué”. Una gracia, un poder, y
la verdad era que lo tenía.
Él entonces se ponía
muy serio y mostraba sus manos ungidas.
-Soy sacerdote.
Sacerdote según Melquisedec,
administrador de la paciencia de Dios. Traigo en las palmas el crisma con que me ungió mi obispo.
- Productos tósigos.
-Deja de atosigarme
con tus advertencias. Ya lo sé, no me lo repitas más. Estoy un poco loco.
-Tú estás igual que
todos.
Y esto no era
ninguna broma. Había sido cura durante un año en una parroquia del Este de
Londres. Fue ordenado in sacris por una tal monseñor Callaghan al cabo de una
peripecia larga de explicar y después de haber sido expulsado de varios
seminarios de la Galia y de su diócesis en Hesperia.
Se había casado tres
veces. Había sido profesor en Oxford, corredor de Bolsa, camarero, cohen en un
lupanar de la Armbruststrasse berlinesa, jefe de imagen de un afamado político,
periodista francotirador, fotógrafo, correveidile de un mandamás, perista,
“negro” y aprendiz de poeta. Pero, aparcados sus proyectos de grandeza y algo
caprichoso el destino, aunque brillante en sus revesas y contragolpes para con
él, lo iban echando poco a poco de todas las partes. Así y todo, no se daba por
vencido. Todavía me queda mucho tiempo por delante. Ahora se dedicaba a la
venta de libros de lance por esas calles de Dios, frecuentador de los
hospicios y de los comedores de auxilio
social, un hombre al agua, que llevaban hacia el desagüe los imbornales de
aquella ciudad petrificada. Había dado con sus huesos intelectuales en el colportage. Soy colporteur o vendedor de
misales y libros de oración ya cuando no reza nadie. Uno más.
-Volverás a región.
Ese es tu hado fatídico.
-¡Toma ya! A esa
parte iremos todos como buenos compañeros.
El caballo de un coracero se detuvo justo al
lado de la carroza de la Imagen Soberana, y, abriéndose de ancas, encorvando un
poco el lomo, se puso a exonerar la vejiga; luego, lo otro. Vino un barrendero
armado de escoba y badil y se llevó las boñigas que el noble bruto tuvo a bien
excretar a hora tan intempestiva. Y
como la cosa más normal del mundo a los
efectos de su puntual reloj biológico,
se hizo mayores mirando para el tendido. Esto de cagarse los équidos en medio
de la procesión viene a ser como una rebaja impuesta por los imperativos
inapelables de la sangre a esos humos jerárquicos y a esa necia pretensión
nuestra de trascendencia y de solemnidad. Por eso se dice de los hombres que
van bien de la tripa cagalar lo de “giñas igual que ganado caballar” y “como come el mulo así caga el
culo” con perdón. El percherón quería ponerles los dientes largos a tanto
enfermo de estreñimiento como habitaba en Nix Rasilis. Había muchos en aquella
ciudad. No había más que mirarle a algunos de los barzoneaban bajo el sol de primavera
a la cara. Era una yegua gateada, de alto borrén, fina de agujas, de raza
árabe, buena montura para un alabardero,
tan pronto hacía corbetas o caracoleaba con elegantes evoluciones en diagonal
por la calzada como se arrancaba al paso, al trote cochinero o a los cuatro
pies; era apta para sacar a vistas en un alarde religioso como aquel de las
tardes de Jueves Santo. Unos ensillan, y otros cabalgan, pensó otra vez. No se
puede estar a la vez en la procesión y repicando No todos podemos vivir en la plaza,
ni caminar detrás del paso. Al final todo se deshace en ceniza. En ceniza y
humo. Tú no has nacido para ir en la procesión, a ti te tocaría hacer de mirón.
No seas gilipuertas. Unos a la plaza y otros al balcón, a ver si me comprendes.
Gnadio Verumtamen estaba muy mal. Había perdido el sentido del ridículo.
La ciudad parecía
nueva, como de fiesta, tenía un aire sacralizado por las emanaciones de las
flores, lirios y azucenas, sobre todo, que atestaban la carroza del
Desprendimiento, a hombros sobre los esforzados y voluntariosos costaleros. Lo
que yo desearía en verdad sería vestirme de nazareno, arrastrando cadena, con
una cruz de doscientas libras en bandolera, al son de la música, pero, como
estoy excomulgado, he de conformarme con ver pasar la comitiva desde un
bordillo. Le tengo ofrecido al Moreno una promesa. Si me quita de beber, salgo
con los cofrades de Puerta del Cielo. No caerá esa breva ni nos revestiremos
mañana de pontifical. Apartarte del vino es una resolución que has hecho
infinidad de veces. Alguna tendrá que ser. Sí, cuando te entierren. Erifos era
un dios violento, el demonio que lo tenía sojuzgado, y, en cuanto tal, de un
carácter venal, avenate, poco sujeto a
pronósticos. Hubiera deseado -lo que más en la vida- haber conseguido
ganar el lauro de la fama, pero las musas, refractarias a su deseo, le habían
desde bien pronto vuelto la espalda. Los enigmas de su pasado pertenecían tan
sólo a las impertinencias de esa divinidad oscura que le parlaba desde la
acidez de una botella. Si todos se alegraban de la llegada de la primavera con
sus románticos y dorados ensueños, a él por único consuelo le quedaban los
imponderables caprichos de su amo. Le era adicto de por vida.
-Alguna vez me
rescatará alguno de tus garras, Erifos. Entonces empezaré a ser libre, sin
sentir tu yugo ni el aguijón de los puñales.
-Castrate, serás por
amor a mí un palomo blanco.
Escuchó entonces la
voz como una caricia muy baja acoplada al trajín de la brisa, mientras por toda
la campiña sonaba la estridulación martilleante de los grillos, que se esparcía
como un susurro de rama en el bosque. Aquella llamada era capaz de hacerle
enloquecer, inyectándole hebras de misticismo. Hubiera saltado toda la noche y
hubiera bailado como un derviche hasta exclamar no puedo más. Sólo se
preservarían aquellos que fuesen en la nave de salvación conducidas por el
piloto que empuña la caña del leme del experto bajel. A los demás cuculatos o
sin cogolla pronto se les daría el finiquito. Estarían condenados a permanecer
en su aristocrático aislamiento. Tocaron a
rebato. El señor de la leude convoca a sus merinos. Las fronteras
volvían a ser elásticas y permeables a todo tipo de gente. Nostramo - no
confundir con el viático de los catalanes-, maestro de la tolerancia y de las
malas artes quería un melting pot. Era el precio que el mundo tendría que pagar
por la erección del gran Israel. Empieza un tiempo inestable, de correrías y de
incursión. Otra vez la amenaza de los piratas berberiscos. Pero al rey y a la
inquisición chitón, aunque no faltará a estas alturas quien le tiente el vado.
Siento ya la llegada de todo un cortejo. De mayordomos, pajes, maestresalas.
Había acudido a ruedas de iniciados, pero sin demasiado éxito. Erifos era el
responsable de que no madurase en sus propósitos durante mucho tiempo. Las
mujeres acababan llamándole “Mariona” o diciéndole otras cosas feas, pronto se
cansaban de él, extinguido el deseo. Pero vio a algunas que daban señales de
locura y en su embeleso pronunciaban nombres que no eran de este mundo. Una de
bustos muy poderosos le tomó por mesías o enviado del Altísimo y todo su afán
era tener acceso carnal para que le diera un vástago. No cesaba de repetir
aquella frase de “Ha llegado, ha llegado. Él ya habita entre nosotros”. Y tuvo
tanta congoja dentro que le resultó de todo punto en aquella ocasión en que
Cupido le había sido tan propicio de consumar el trato torpe. Señales primeras
alarmantes del miedo a la impotencia. Luego estaba aquel picor que enrojecía
sus partes blandas. Llegó al convencido de acabar convirtiéndose en un palomo
cojo, en lugar de sus pretensiones a alcanzar el grado de palomo blanco,
precisamente a estas alturas de la misa, cuando ya, perdida la libido,
fracasaba en todas sus aproximaciones a hembra; algo le funcionaba mal, las partes
elásticas no se estiraban. En las plantas de los pies también surgió el
sospechoso enrojecimiento aliado de un sarcoma. Lo malo de aquellas tenidas en
que se cantaba la llegada del Paráclito era que todas ellas derivaban en
orgías. El fervor religioso de los ungidos abría la puerta del desenfreno. ¿Es
que a los santos ha de estarles todo permitido? Esa era la regla sublime del
pelagianismo, secta española, que los elegidos por mucho que se esfuercen no
podrán hacer agravios al Señor. Hay barra libre y amor a todas horas.
-Ya lo sé. No me
hace mucha gracia narrarlo, hermanos, pero tengan en cuenta que yo únicamente
escribo con un propósito vencer al vicio del tabaco y a Erifos, que es el que
más me cuesta. Lo demás me es indiferente.
-El cuerpo se hunde
en el pecado y de esta forma el alma se purifica.
-¡Serán tus cálculos
porcentuales !
-Es mi embriaguez
numérica.
-¿No conoces las
costumbres de la Parasceve o pascua judía que en realidad es un préstamo de las
costumbres griegas? “Parasceve”(viernes) es la preparación de la pascua
sabatina, y “parasceves” eran llamadas las veinte vírgenes que saltaban en las
redolas o aquelarres, donde yacían con los sicofantes. Si después de las
bacantes nacía algún niño al cabo de nueve meses, éste era considerado por profeta.
Por eso el Profeta, que captó onda, oía campanas y no sabía dónde, ordenó
santificar ese quinto día, el de Venus, a sus pupilos. No era tonto que
digamos. Se lo puso fácil a los creyentes y por tal crecieron las huestes
agarenas como las arenas del mar en apenas pocos siglos en detrimento de los
seguidores del Crucificado que tienen más áspero el negocio de la otra vida,
donde, para colmo, se les recompensa con salmos y con liras, santo aburrimiento
y eterna quietud. Nada de manjares ni de huríes. A san Agustín le regalarán con
sus himnos los serafines llevándolo en volandas de un lado para otro pero le
negarán permiso para entrevistarse con lo que más quiso en el mundo: aquella
esclava nubia. Porque en aquel reino empíreo habrá cesado de todo punto la
llamada del deseo. Lo dijo Cristo no habrá ni mujer ni marido.
Habían desaparecido
las chicas de tarifa- lo de chicas es un decir porque en aquella hueste de izas
y rabizas con más historia en la villa de Nix, y que se resistían a jubilarse,
porque las cantoneras, como el obispo de Roma, no se jubilan nunca, de su
esquina, aunque nunca la prostitución tuviese una aspecto más sucio y
desagradable. Entre ellas, las sufridas jornaleras del amor airado había tres abuelas y una bisabuela- no
perdían el tiempo pensionistas ociosos que cobraban el retiro en la capital,
estaban cerradas las puertas del Corte Inglés, no se veía a moros ni a polacos
recostados sobre el alfeizar de las jardineras de los tiestos gigantes del área
peatonal junto a la fuente central, retumbaban los tambores de Calenda. La
escena tenía un aire como muy surrealista. Un policía disfrazado de centurión
romano guardaba la entrada de un edificio de la calle La Cuesta. Velaba la
tumba incierta de los que asesinó aquella bomba poli-etarra. Un penacho de
plumas de avestruz coronaba el almete, su galea de hierro fundido de Arabia, y
en la loriga ostentaba las fasces y la bipenna de la divisa de su cohorte, con
una leyenda que ponía en latín: “Harolianus
comes Longini, legio póntica, manipulus quatordecim ex Panonia” (Soy el
centurión Hariolano, acompañante de Longinos, incardinado en la legión del
Ponto, número catorce, oriundo de Hungría). No era una de esas muchas
pictografías obscenas de las que empavesan nuestros muros sino una epigrafía de
innegable valor histórico. Había muchas nubes de variación diurna aquella noche
en el firmamento. Yo me sentía una hormiga a la entrada de un rascacielos. Iban
subiendo por toda la calle faroleros con tanta prisa como si al día siguiente
el profeta Halley fuese a estrellarse contra la tierra. ¿A qué tanto azacaneo
si todos los días son iguales y el turno de la vida es siempre afín a sí
mismo? Por muchas alharacas el mundo
seguirá girando sobre su eje. Le faltaba decir que fue testigo de la muerte de
Jesús en la cruz por todos los pecadores. Sí, la lanza en el costado. Adoramos
te, Cristo, y te bendecimos, que por tu muerte redimiste al mundo.
-Flectamus genua, - gimió un diácono.
-Levantaos- volvió a
consignar el preboste y por la extensa cúpula del cielo de aquella ciudad
descreída y un tanto paniguada, pero que tuvo un pasado muy grande, de sede de
la cristiandad, resonó un motete, el mejor de la polifonía del padre Vitoria.
Era exactamente el de “Caligaverunt oculi
mei”. El llanto verdaderamente fue como tierra a nuestros ojos. Entre la
multitud flameaba el penacho de otro centurión: Cornelio al que Jesús curó a la
hija y también estaba Jairo el hombre muy agradecido. Una mujer, que iba detrás
de la Verónica con el sudario en que se estampó un bello rostro varonil,
portaba un arca de plomo guarnecida de rubíes. Caminaba rozagante con gran
esmero y parsimonia mirando para los lados orgullosa de su trofeo. La carne
sellaba así el pacto de la alianza. Dentro del cristal había una cosa colorada
y carnosa. El prepucio de la Circuncisión Santa. ¿El auténtico? Sólo Dios lo
sabe pues a los hombres hijos de la mentira su piedad o su interés les
traiciona en estas cosas. Buscan el Grial acaban estampándose contra los
diablos de la red propalando mentiras cálidas en su lenguaje de perversidad. Yo
ni afirmo ni niego por lo que me toca pero son ya muchos trompazos y traspiés
en las tinieblas y tú, esperanza de mi vida, amor que tuve y llamó a mi puerta,
no has venido, rota ya la promesa, y viejo y gordo y sin arrimos, acabé en
ludibrio de mis enemigos. No te has presentaste Alquinnhelén. No se ofreció
ocasión de milagros ni se multiplicaron panes ni peces. Sólo el pan amargo que
me da mi mujer. Aunque convengo que en estas costumbres supersticiosas que nos
sorprende en el bajar y subir por la rúa del pasmo que es pina y con bastantes
baches mueven a devoción a los ignorantes, la grey simple. Dan un poco de
belleza y de ilusión en medio del charco. Buscan el mar de Galilea y la piscina
probática y acaban en una playa de Marbella con poco horizonte donde hacen
nudismo las matronas madrileñas y los recién casados de medio pelo vienen de
luna de miel desde el brumoso Manchester o la atascada Liverpool y se
emborrachan con coñá barato. Ya nos quedan pocos horizontes. Pero Dios te ama.
¿Quién te lo ha dicho? Filaterías por la red. Pláticas y disquisiciones que no
llevan a nada. ¿Cómo lo sabes tú?
Pero mi infancia fue
una bella procesión alfombrada de aroma y pétalos que caían desde los balcones
al paso de la custodia portando el Sacramento. Escucho con el oído los himnos
de Epifanía. Ahora en la edad provecta conozco las espinas de aquellas rosas de
antaño. La vida ha pasado factura. Perdió la honda el vaquerillo, madre y el
peregrino su senda por andar a claveles. Se apagaron las lumbreras de JHS. Ya
es de noche y se acercan horas profundas de tinieblas. Suena el gemido en la
pared de los lamentos. Dios nuestro, Dios nuestro, ¿por qué nos
abandonaste? Lo del prepucio era una
impostura. Lo mismo que el portal y el pesebre. La fuente donde la Virgen
lavaba sus paños. Sólo nos queda el desfiladero por donde quisieron despeñar al
santo de los santos sus propios compatriotas después de un sermón en la
sinagoga pero el cronista nos dice que yendo entre medias de ellos logró
ponerse a salvo. En cierta manera se hizo invisible. Único procedimiento de
salvación para tu padre, Alquinnhelén, que es un perseguido, un topo en su
guarida para los tiempos que corren, amor. Hasta podría demostrar que él fue el
mesías echando la vista atrás y viendo lo que ha sido mi vida que tiene tantos
puntos de contacto con la suya por el lado de la pasión, persecución y
taumaturgia.
Pero en aquel
momento rechinó la voz atiplada casi de eunuco de un príncipe de la Iglesia
reconviniendo al coro por haber cometido semejante atrevimiento. La Pasión de
Cristo, dijo el gerifalte en italiano, caía en lo políticamente incorrecto, un
hecho tan lamentable como impresentable, aparte de confuso e incierto. Su
parlamento entristeció no poco a un sacristán de Burgos, quien se limitó a
exclamar en medio de la resignación:
-Vamos, que todo fue
una fábula, que nos encariñamos con el invento, pero en todos estos siglos no
hemos estado haciendo otra cosa que adorar al santo por la peana.
-¿Y vos qué hacéis
aquí?
-Guardar el sepulcro
de los Caídos. Porto la entorcha.
-¿Me das fuego?
-Hoy no se fuma. Se
ha muerto Dios.
Al poco rato, vino
un relevo y cambió la guardia. Lo curioso del caso era que estando allí de
centinela un centurión romano, testigo de la muerte del Señor en Tierra Santa,
no merodeasen a su vera los reporteros ñoños del Canal Metropolitano para
hacerle una entrevista. Esos se enteran de todo. Por lo visto, los milagros
ponen muy nervioso al gran jefe y no interesan.
Añafiles y tambores por la calle Igual y Ferreteros sonaban con más
fuerza. Las ratas gringo- etarras, dirigidos por Pólux y Castor con chapela y
de la casa de los Aizgorris (el uno, un leñador que profesó en un convento de
fraile, colgó la sotana, y se metió a agitador de masas, y el otro un banquero, con conexiones
oscuras en el estado de Idaho, que no tenía agallas para admitir su calvicie y
acaudillaba la tropa de insurrectos y de mambises por los predios várdulos,
bien arropado por el oro que manaba por las atarjeas del Capitolio allá en Sede
Baldea, donde se encuentran los libones
o manaderos de toda el agua sucia que corre por las alcantarillas del
mundo, una versión moderna de los campos de Haceldama y de los treinta denarios
del Judas) huían despavoridas al fondo de las cloacas. Mujeres con velo, muy enlutadas, cubiertas la
cara con una gasa, el gesto compungido, con pintas de señoras del ropero, y
ahilando sus trenos de comadres climatéricas entonaban el “Amante Jesús Mío” y
un orate dando muestras de evidente regocijo pasaba los callejones, dandose
golpes de pecho y no dejando de repetir con voz opaca: “Ya vienen, ya vienen,
ya está entrando la fuerza. Iba siendo hora de que nos liberaran”. No era más
que un vagabundo, un hijo de la intemperie, pero “ex ore infantium et lactantium”...
-¿Por dónde?
-Están en Gamboa.
-¿Y a ti quién te lo
dijo?
-Yo, que lo he
visto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Me dicen “Sciuta”,
por ser italiano, como la pasta boloñesa, pero yo me llamo Nicomedes Alarma
para servirle.
-A ver el bando.
-Yo no tengo bando,
soy de los buenos.
-¿Quieres decir la
contraseña, Sciuta?
-¿Y te parece poca
tema lo que está pasando? ¿No es signo lo que ven nuestros propios ojos?
Quedó maravillado
Verumtamen de la sabiduría de aquel azotacalles. Y convencidos de que no todos
los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino, pero lo que más le indignaba
en aquel instante era la falta de decoro de las monturas de los escuadrones
corporativos, cagando espeso en plena calle. Las boñigas descendían desde su
cagalar cárdeno sobre los adoquines con lentitud solemne. Al ver aquella
emanación de excrementos no resultaba difícil imaginarse como caerían las almas
de los condenados en el infierno. Como boñigas a puñados.
- A un papa acaban
de llevarselo consigo los corchetes de Pedro Botero.
-No será ni el
primero ni el último, que de ese oficio están repletas las zahúrdas de Lucifer.
-¿Es que no hay
presupuesto en las arcas municipales para que a los caballos de la escolta de
honor les den un mal astringente con todo lo que roban los de la gorra de
plato? Y ese va con la vara de alcalde ahí tan pancho y tan beato más que
nadie. No hay modo. Para laxante ya
tenemos la televisión o las parrafadas que se marca el bueno de Walabonso Hache
Aspirada, que no quiero la jota que trajeron los moros, y otros periodistas del
ramo. Los moros de la costa seguían
arribando en las naves onerarias fletadas por los negreros de Sede Baldea los
que trafican con esperanzas humanas.
Don Walabonso, muy dado a las tercerías, era
el gallo de aquel corral de alcahuetería de pleno derecho. Sciuta no se cansaba
de anunciarle desastres múltiples.
-Al plato vendrás,
arvejo. A todo cerdo le llega su san Martín con su respectiva martiniega.
¿Pagaste el diezmo?
-Ya ves.
-Ya me dirás, Colás.
-Te pongas como te
pongas, es así la cosa y veremos en qué para,
Era la hora de los
peregrinantes que querían salvarse. Se echaban a los caminos por todo bagaje un
ejemplar de los evangelios de san Juan y se dispersaban como la fuerza absoluta
del viento que arrastra el vórtice de la historia a través de todas las rutas.
No se consideraban esto vagabundo marginales de la ley, ni perseguidos por sus
ideas políticas sino que iban y venían porque creían en Cristo redentor. Sus
recorridos se llevaban a cabo en demanda de una verdad suprema.
Los castizos nunca
se cansan de protestar. Pero no había que fiarse mucho de esa verborrea, algo
corusca y como hecha para pasar por altoparlante, de los nixrasilianos, donde
llevamos siglos pensando una cosa y diciendo otra. Además los castizos en su
parla vulgarota y asentada hablar como ir pisando huevos separando bien las
palabras. A la señora la convertían en señá..
-Ez que...
Se disculpaban con
eses aspiradas y el esque era como un comodín en todas las conversaciones, un
latiguillo que denunciaba la procedencia del hablante. Entre Gamboa y el
Lavatorio, esto es Nix Rasilis. Dios, olla y Madrid.
Tiene tendencias adulonas el chulapo. Mucho
cacarear y el chotis no es más que un baile de importación. Se vive hacia el
interior. Nix Rasilis es un saco sin fondo, pero en eso se diferencia poco de
París, de Berlín, Roma o Nueva York. El chotis es escocés.
La llegada de los
ramiros estaba cargando el aire de paradojas. Dicen que le sufragan las
potencias invisibles. Ello fue que aquel día de procesión en el que el pueblo
devoto (que la devoción, si da la vuelta a la tortilla, es susceptible de
trocarse en furia desatada, y la multitud en turbas; ay de vosotros si el
populacho brama inducido por los eversores de nuestra tranquilidad, que han
iniciado una revolución en marcha, y los evasores de los dineros públicos que malogran en la trastienda, los plumíferos
venenosos, y los pisaverdes delante de una cámara) veneraba a Nuestra Señora,
La Dorada cuya talla había aparecido misteriosamente en el resquicio de unos
lienzos de muralla que quedaron indemnes a la piqueta del ensanche y a la
debeladora acción de los gabachos, el personal empezó a darse cuenta de muchas
cosas. Don Walabonso no sólo era un burro de carga, sino también caballo de
Troya, dentro, en su panza se ocultaban agazapados fuerzas de desembarco, ya
están los teucros aquí otra vez, con armas automáticas dotadas de lentes de
infrarrojos para la visión nictálope tropas de asalto nocturno pertrechados con
el último grito de la parafernalia. Asistía a los saraos catecúmenos escoltado por Columba la Currada y lo
retrataban los niños de la prensa rosa y otros seises de la gallofa luciendo su
tonsura de camándula. Podía ir a misa como acudir a una danza de los siete
velos.
Se iba quedando
calvo ende detrás, por la corona, pero de fraile tenía muy poco, aunque decían
que era Miembro de la Obra. Doña Columba la Currada le preparaba trajes de
adefesio para asistir a los desfiles de la catasta, las copas de vino español y
fiestas de gala. Vista por televisión, la corte de sus majestades era una
fiesta, pero cuando apagábamos el receptor, no era más que un valle de
lágrimas. La tristeza y la depresión afloraban en las esponjosas confesiones
por el móvil a la Escofina Morenaza, que conducía una programa sólo para
miembros de la Tercera Edad por La Voz de la Espiral, que los castizos habían
empezado a llamar Radio Vela Larga Macabra. Allí las abuelas iban a contar cómo
se lo montaban con sus novios después de la guerra debajo de los chaparros. Se
iba al huerto más que ahora. Decía una gorda: a mí marido es que cuando me toca
la mano es que me excito mucho, sabes maja.
-Es que... es que.
El hombre yesca y la mujer estopa. Ya ves.
Escofina Morenaza aguzaba las orejas como un
pertiguero y otra señora amenizaba la charla. Pues anda que si llega a tocar un
poco más abajo, so guarra. Su éxito de programación se sustanciaba en
explotación de los instintos inferiores por la mañana; por las tardes, morbo y
violencia desangelada y sexo a todas horas. Los que pudieran, claro es. A este
paso nos vamos a volver locos, impotentemente locos. Que lluevan no chuzos de
punta sobre Nix sino grajeas de viagra. Ay qué coño tienes, Claudia.
-Tía buenorra.
-Arsa.
Aquella ventana
iluminada de la Espiral de Horrores había penetrado en todos los hogares. Se
hacía eco de la eversión con mando a distancia. Era su objetivo que se rindiera
el alcázar. Ya en las mejores familia no se dialogaba.
El hache aspirada
pronto nos transformaría a los currinches en jota. Tendríamos que ponernos a
correr por la pista de los diccionarios. Anda. A ver. No podríamos a hacer aquí
una etopeya de su semblante, porque la prosopografía nos conduciría a
establecer un parentesco entre la delicada situación política por la que
atravesaba la nación con la conciencia chirle de aquellos venados. Era la vera
efigie del cara dura. Cualquier día de estos le van a soltar los mansos. Nos
pasarán a todos la pluma por el pico, como es natural. ¡Y que lo digas!
- Acabarán todos en
la cárcel. Ya verás cuando se les baje. Dudo que nuestros políticos, buena parte
del clero y sobre todos nuestros plumíferos infames y con garras de cuervo,
sean personas normales. ¿Por qué no sacará Zeus Mavorte el rayo que los fulmine
para librarnos de tanta canalla? Mírale que repantigado va el muy cojonudo.
Parece un mirlo blanco y tiene ánima de quebrantahuesos. Ordeno y mando, sí
señor. Tú enviaste a la calle a tus verdugos y diste a los municipales y a los
jueces de primera instancia a que llevasen a todos los vendedores ambulantes a
la canasta. Toda una compañía de guindillas me rodeó impunemente y no pude
saltar el cerco. Adiós mis libros, adiós mis estampas. Se lo llevaron todo,
oye. Lo sentí por el icono de la Virgen de Kazán que me había enviado Asia
Safina en una de sus cartas. Monté en cólera y casi me pego con un guardia.
Pero la Grande y Bella consiguió hacer un milagro. Ella está muy por encima de
los funcionarios madrigados, los políticos de relumbrón y mantiene a raya a las
fuerzas oscuras. Si Ella no lo permite ningún guindilla se le subirá a las
barbas, porque aplastará la cabeza de la serpiente. Que no se me ponga ningún
mal alguacil a tiro. Yo les pido a los corchetes por Dios que no me toquen. Y
no me tocaron ni un pelo de la ropa. A mí también me cupo un día la suerte de
sentir la presencia invisible de la mujer de blanco. No dormí en toda la noche
pensando en el desafuero del que había sido objeto. No dejé de rezar
encorajinado. Madre del amor hermoso no permitas que se rían de nosotros.
A la madrugada siguiente amaneció un hermoso
día fresquito de mayo. Cogí el primer
autobús, que es el mejor caballo que nos queda a los que somos de infantería y
no me fui a pasear; me fui a reclamar lo que era mío a la casa consistorial,
entrando por la puerta falsa la que hace chaflán con la calle Tirocinio y va a
desembocar a la plaza del Desdén, muchos soportales, tiendas de souvenirs,
restaurantes donde te atracan y bares con fritangas de calamares a dos pesos el
bocata, filatélicos, alguna tienda de boínas en lo que otrora fueran
caballerizas, y en el centro la estatua ecuestre del gran monarca. Su montura, al no ser tracción de sangre,
sino de bronce fundido en fraguas italianas, no vertía aguas mayores ante el
concurso de los múltiples turistas que a todas horas lo fotografiaban. La
maldición de su padre parecía lanzar latigazos fulminantes contra el plinto.
Temo que me lo gobiernen y los gobernaron como les dio la gana. Era demasiado
pío, demasiado crédulo. Quizá medio tonto. Pero de ellos es el reino de los
cielos porque no responden a la provocación ni dan respuesta de fuego o espada
a los agravios. Los mártires no entran en la gloria por la puerta falsa. Tienen
que trabajarse la entrada.
Conseguí mi propósito sólo a medias, pero no
hice mi viaje en vano, ya que si no saqué un alma del Purgatorio, a Prisciliano
Consorcio, alias el “ Sietecartas”, que era por aquellas fechas hombre de al
lado de la Gran Concejala, le dieron un importante cargo en el Ente. El bueno
del muchacho que tenía una caída de ojos ni siquiera me lo agradeció. Pero de
ingratos está el mundo lleno. La Virgen de La Dorada hizo un milagro, que estos
rosarios blancos que yo reparto son una verdadera bendición. Vamos, hombre, que
no hay derecho, que me confisquen a mí mis estampas y mis rosarios de forma tan
aleve. Media Nix Rasilis y casi estoy por decir que las tres terceras partes de
aquel país llamado Istolacia se dedicaba al estraperlo, a la venta ambulante o
trapicheaba con las repúblicas hermanas. Era la voluntad de Sede Baldea, que no
nos quería muy bien, el poner de rodillas a los nuestros. Estábamos perdiendo
áreas de libertad a marchas forzadas pero ese había sido un poco el destino de
los istolacios.
Cuando abrieron los portones de la calle del
Desdén y ya estaba yo contraatacando y haciendo pasillo. Inicié mi
contraofensiva celestial, girando los goznes de la pesada máquina burocrática
del Prytaneum Consistorial, pero aquel oscilatorio movimiento de libración no
surtió efecto alguno, camaradas. ¡Dios mío, nunca me sentí yo peor! Mira que
caer tan bajo. ¡ Poner los libros en la acera en espera de que lleguen
compradores! ¿Qué desea? Tal y tal. Eso no es aquí. De una ventanilla me
mandaban para otra. Había una lista de espera de tres kilómetros que aquel
zaguán parecía la cola del Cristo de Medinaceli. Un pirulero al que le habían
confiscado un carromato decía con su melodioso deje transandino:
-A no preocupar,
señores, que no nos lo quitan todo. Sólo el veinticinco por ciento del alijo
confiscan.
-Menos mal.
- A lo mejor
devuelven algo. Por ejemplo, si se te han llevado el carro, luego te restituyen
las ruedas o las teleras por ejemplo.
-¿Y el motor?
-Motor no llevaba,
señor. Yo voy todavía por la tracción de sangre.
-Hablas, cholito,
justo como un personaje de una telenovela de Vargas Llosa.
-Ese tiene mucho más
dinero que un servidor, aunque viva del cuento.
Más pólizas, más burocracias, más papel de
Estado. Me cisco en el que lo inventara. Pues hazte la cuenta de que fue el
conde duque de Olivares, el que encerró por un mal soneto a todo un Quevedo en San Marcos, y el San
Marcos de entonces no es lo que es ahora, un hotel de siete estrellas, con una
sesión a la semana de frente a frente y comida a la carta sin un calabozo con
mancuerdas, pihuelas y todo. Pues un autor de Oxford le sube por las nubes.
Está visto que para ser historiador y que a uno le nombren y le den premios hay
que llamarse Eliot, chapurrear algo de castellano y decir que los validos
istolacios son los precursores de los primeros ministros británicos. Para
surcar esta mar arbolada, para transfretar el piélago de pasiones hay que ser
un azor. Olvidemos de las cándidas palomas. ¡Valiente cosa!
-Escribame un pliego
de descargos.
Lo escribí.
-¿Y ahora?
-Se le contestará
por escrito y en su día.
- ¿Y no me van a
devolver mis pertenencias? Eran iconos, objetos religiosos, rosarios blancos
fluorescentes que irradian una luz tenue de fuego errante en la oscuridad y que
protegen.
-Hable con el
alcalde. ¿Es verdad lo que dicen: que ha visto a la Virgen?
-Sí.
-Y ¿era guapa?
-Sí.
- ¿Y lo del fuego
fatuo?
-Usted sí que un es
fuego fatuo, mi sargento. Sólo le hace falta la sábana y una cabeza de pulpo
para hacer el fantasma.
-¿Tiene poderes de
adivinanza? ¿Lee las cartas del taró? ¿La ahigada hizo a alguien alguna vez?.
-Higos tiene la
parra del cura. Higos tiene pero no maduran.
-Déjate de falordias
y de pampiroladas y responde a la demanda. ¿Sufrió su madre de eso que llaman
los galenos agalaxia? ¿Retuvo mientras criaba la leche en las mamilas?
¿Hablaste igual que Mohamed en el vientre de tu madre y ya en el claustro
materno empezaste de repente a cantar lilailas?
-No, señor, que de
Tetis y de pornografía explicita estamos ahítos en este país, pero los senos
son estériles. Están ahí para aparentar y para que la Lebruna los luzca cuando
canta, y todos estemos pendientes de su pechera y de ese pródigo canalillo con
que la dotó Dios (¿será todo suyo o los habrá reforzado con ayudas de
silicona?) Y que exhibe en las galas benéficas a favor de los hambrientos de
Eritrea. Por lo demás, en la maléfica ligadura tampoco creo. Lo que hice fue poner
un tenderete en plena calle, repartir de limosna estampas y rosarios. Eso no es
acatar ni pedir limosna, ni creo que me apliquen la ley de vagos.
-La venta ambulante
la prohíben taxativamente las ordenanzas municipales.
-Pues yo lo hice sin
mala intención. Soy creyente.
-¿Y no le da
vergüenza? Parece mentira de ti, un hombre con dos carreras y que habla cinco
idiomas. Mira que ponerse a vender en plena calle. ¿No le da vergüenza? ¿Con
dos carreras?- insistía el suboficial, aquejado de titulitis, uno de los
prejuicios sociales y manías de grandeza, secuela del morbo de los visigodos,
más frecuentes y con el que desde niño nos marean, hasta convertirse en
tormento endémico, a causa de los intereses de casta por estos pagos pecadores, pero “colorada es
toda sangre, hidalguillo”, adveraba el Caballero de las Espuelas de Oro,
recalcando sus palabras con morbo.
Me dieron ganas de
liarme la manta a la cabeza y empezar a romper diplomas. Si no es por la
literatura y porque la utilizo para juntar cargos contra los prevaricadores me
vuelvo loco. Palabra.
-Eso exactamente es
lo que dice mi señora, pero yo no la hago caso. Es muy temperamental. Hay días
que se pone contra mí como una energúmena, una Euménide. Yo tengo que morderme
la lengua, aserrar los puños y hasta me acobardo, porque, de súbito, se me
suben a las mentes todas las amenazas y lutos de la crónica negra que cuentan
casi regodeándose los frecuentes asesinatos de mujeres a manos de sus costillas
esas lenguas en forma de tijera de las cotarreras del programa insustanciales
que garlan sin parar. Sábados de tele aburrida. Rueda de inquisidores,
aquelarre de honras. El morbo vende. Y sacaron a un bastardo de Alfonso XIII,
bigotes a los Felipe IV y toda una máquina sexual que se llevaba a bailar a sus
chicas al “Rancho Criollo”. ¡Qué tiempos! Estos bombones, todos iguales, algo
rubiáceos, estirados de cuerpo, largos de canillas, altos de borrén y labios
gordos muy sensuales. Los rojos le perdonaron la vida por ser el hijo de puta,
vástago de un rey habido no en morganático como el de Doña Stiva, sino
en el camerino de un cupletista. Su madre era una corista danzadora que hizo
virguerías en al cine porno. Sale por
esas boquitas enjalbegadas de maquillaje toda la freza de esta sociedad
faramallera. Quiero apeldarlas, tomar el tole, pero, desde que cayó el muro,
las huidas son a ninguna parte. Lo global ha suprimido la condición de
refugiado político. A lo mejor resulta que soy un terrorista y vienen a por mí
los gendarmes y me pasean en helicóptero. Vagar y vagar como un vulgar
zampalimosnas. De esta manera de las
crónicas de sociedad hemos pasado a las falordias del monte de Afrodita, a los
chisguetes de discoteca y a los polvos de la movida. Bajo el alar de esta
masada, antiguamente denominada Jáquima, la patria mía (el nombre viene del
vascuence, dicen), ya sólo cuecen desdichas y desfalcos. El azote de Dios no
tardará en llegar. Tan infaustos acontecimientos son cantados casi con un
cierto refocilamiento macabro por las gumías del panel informativo. No quisiera,
señor guardia, que mi nombre se viese involucrado en ese estadillo tan
frecuente en nuestros días como lamentable. Soy Gnadio Verumtamen,
latinista, filólogo, hombre de bien. Mis
manos nunca se han manchado de sangre. Y aparte de eso están ungidas.
-Pues no para de
meterles en la mierda- dijo el comisario mostrándome una larga lista de
papeles, registro de mi acostumbrado paso por comisaría.
Cuando a las gentes
les llevan por vez primera al cuartelillo, a unos les da por llorar, llamando a
su mamá, llevarse las manos a la cabeza o por contar sus hazañas. Al bueno de
Gnadio se le soltó la lengua. Era de estos últimos. De remate, a todo acaba por
acostumbrarse uno.
-No se ponga tan
dramático.
-La vida es trágica.
-Hombre. Tampoco es
eso.
-¿Cómo que no si Agapita
Quinccoces chilla y chilla, me trata
con el desprecio que toda hembra siente hacia el castrado? La tengo miedo. No
por ella, sino por mí mismo, no vaya a ser capaz de cometer un acto punible.
Sus malos tratos, sus vejámenes me sacan de quicio. Ya sabe, señoría, que una
malcasada es una herramienta de muerte, un infierno portátil. Y, si un día me
calzo con el pie izquierdo, acabaré poniéndome el coturno de la ira asesina.
-Irá Vuecencia a la
cárcel.
-Ya. A la tiorma. A la gefangis, a la gaol, a las
catacumbas. Mi vida son las cadenas por eso me he aprendido el nombre de cárcel
en todos los idiomas del mundo. Bajo ese signo nefasto me parió el destino.
-En ese caso,
puerta. Dejéla. Tiene dos carreras, habla varias lenguas, es hombre de mundo.
-Qué más quisiera
yo, señoría. ¿Adónde voy a ir yo a mis años, con estas carnes partidas, con
este dolor de ijada que a veces me llega desde la cintura a la rabadilla? Amén
de eso, se me inflaman con frecuencia los tobillos. Estoy para pocos trotes. En
serio, me causan pavura las noches al raso. Ya no puedo hacer lo mismo que
cuando a los veinte años me fui a París a la aventura cargado con un macuto de
infantería que merqué en una tienda de efectos militares.
Se le subía el
gallo. Se conoce que al muy cabrito le estaba yo sacando de las casillas. Se
encaró conmigo furioso.
-No me llames
señoría leñe. Yo no soy un juez sólo un humilde suboficial de la guardia
urbana. Esto no es una sala de audiencia, ni las cortes generales. Compareces
ante un guindilla y a lo mejor antes nos hemos visto las caras. A lo mejor
estamos los dos en el mismo barco, pero lo que pasa es que yo me aguanto,
mientras que tú con tus dos licenciaturas a cuestas te has convertido en un
baldón para todos nosotros. El
sargento debía estar obsesionado por esa
pasión hacia los titulillos y diplomas demoledora, (she was a career woman) resabio de las cuentas pendientes de la
inquisición y el forcejeo entre cristianos viejos y nuevos que puso en
movimiento nuestra mentalidad sui géneris encastilladas en los principios de un
catolicismo barroco en el que las máximas evangélicas andan prendidas con
alfileres. Al pobre vagamundos y vendedor ambulante le recordaba un poco a la
tozuda de su madre a la que le gustaba mucho hablar de carreras y de embelecos,
y de licenciaturas con matrícula de honor y toda esa inclinación facultativa de
la que hablamos, no para saber sino para ser más que los demás y para
colocarse. ¿Por qué? Porque ella quería ser más. Orgullo e casta se llama esa
figura o tal vez simple y pura comodidad, pero nunca jamás afán de progreso. Y
todo para acabar sin oficio ni beneficio. Si quieres ser algo en la vida, haz
oposiciones. Tú serás un buen funcionario en prácticas.
-Vapula (así
llamaban a la mujer que me parió), eso no está bien. Creo que es poco cristiano
la forma como tratas a tu hijo. Dios te castigará. Ya te pasarán la pluma por
el pico.
Madre Vapula a Verumtamen lo tenía muy aborrecido,
desde niño. Se pasó toda su vida haciéndole la puñeta, rebajándole ante los
ojos de las gentes, y el pobre aguantaba su acción implacable con mansedumbre y
gesto pío. Iba diciendo: “Con madres de esa calaña como la que a mí me ha
tocado en suerte sobran las madrastras” y luego, sacando el rosario blanco,
pasaba los dedos por los abalorios de nácar.
Cuando terminaba se quedaba dormido, y en su letargo, en el pasmo de la
soñarrera, se acercaba a su Madre del Cielo que le había dispensado todo el
cariño y ternura hacia él de los que no fue digna la mujer que le parió por una
de esas carambolas de la biología. Pero
tú tienes mal de madre; a ti té pasa algo con las mujeres, tío. Los desengaños
y golpes de su vida le enseñarían que las mujeres amamantan, rompen la vajilla,
recriminan, hacen gorrinadas con quien les pete, atendiendo a la llamada del
deseo, carecen de lógica, son todo tubos de complicadas reacciones químicas,
pero ya lo de querer es mucho más difícil. Es para lo que están hechas.
Verumtamen con los padres medievales se preguntaban si tenían alma las mujeres.
En caso de ser cierto, ésta debía consistir sólo en un orificio. Su conclusión
predilecta al respecto se tasaba de esta forma: “Nos dan de mamar, pero no nos
quieren y nos mal gobiernan. Para ellas nunca dejaremos de ser sólo niños de
teta cojones, llorones, no nos zafaremos nunca de esta maldición de oralidad
que nos persigue”.
- Yo, señoría, no
soy más que un pobre alcohólico, un autor fracasado. Un dipsómano con la tres
letras- divorciado, deprimido, derrengado-. Pongo mis libros al borde del
camino. No pido limosna, pero todos me pisan y parece que quieren humillarme.
Si no me hubiese protegido la Virgen María, ya me habría muerto. Pertenezco a
una orden mendicante en estos tiempos de derroches, desigualdades e
injusticias, que es la de la cultura. Me cago en la leche, yo pago mis impuestos,
y el edil me viene con esas martingalas.
-Reportese, oiga.
Pida audiencia con el alcalde.
Fui a hablar
con Cohombro, pero estaba reunido.
-Entonces pida
audiencia con la concejala.
-Uy, esa. A buena
parte fuiste a dar. Esa sólo da mercedes catalanas. Cortesías y buenas
palabras. ¿Qué hago?
-Pues, nada. ¿Qué
vas a hacer? Pues, nada. Joderse, como está mandado.
Me aplicaron el
artículos tantos, barra cuantos de una ley que no me acuerdo de enjuiciamiento criminal. No me daba por
conforme. Estos tíos no se quedaban con mis rosarios.
Había una paloma, la primera de la mañana
columpiándose en la barbilla de bronce de la estatua ecuestre del tercero de
uno de los Felipes, hombre corto de alcances, “temo que me lo desgobiernen”
pero muy devoto y propulsor en Jáquima del culto a la Purísima Concepción,
“palma sois excelsa, Oh virgen triunfadora”. La guinda andando los siglos la
pondría el Generalísimo Franco quien consiguió de Pío XII el Breve que
proclamaba la Asunción Gloriosa de la Madre de Dios a los cielos. Me tomé un
par de cazallas en una bodega que hace esquina a la Plaza de Decanos con la
calle Salsipuedes. Valor, hijo, me dije. Te enfrentas a todo el aparato
administrativo. Do not take a no for an answer. No te rindas. ¡Qué más quisieran ellos que
verte hecho picadillo! Cuélate por la puerta falsa como cuando ibas al campo de
las Margaritas en Getare y te hiciste amigo del conserje Pirulo que te dejaba
pasar, y así diquelabas a placer cada una de las jugadas. Goles y los del
equipo visitante les llamaban de todo, y a veces a los de casa. El furbo es la
válvula de escape por el que el pueblo sencillo. treinta veces la palabra
hijoputa, marica y cabrón es que te encuentras entre españoles. Todos los
encuentros gratis.
-¿Cómo lo ves?
-Mucho sombrero. Cigarros
puros que la gente fuma y fuma que hay que ver y veintidós tíos en calzoncillos
sudando la camiseta. El personal se pone con el fútbol que yo que sé. La cosa
no es para tanto.
-Los españoles
estamos locos. Al fútbol nos tiramos en plancha. Es una forma de escapismo.
Rueda de vanidades. En los estadios hacemos la encorvada. Nadie se atreve a
hablar mal de los americanos. Es políticamente incorrecto.
A mí siempre me han parecido todos ellos
personajes dignos de Dostoievski. Muchos de ellos traen mirada de asesinos. Una
enorme estantigua de locos repúblicos se había metido a la procesión a
acompañar el paso. Está claro que lo importante es que te retraten. Chupar
cámara, ser caldo de cultivo del “Haronía” (revista ilustrada que no ilustre),
o del “Matarrotos para tarados” pura pornografía mental cuyo redactor jefe es
un amigo mío que se llama Paco, y vender como alcahuetería tu propia carnaza.
Cinco millones del ala por presentar un coñac de marca. Cuando parla Coruña
Betanzos ha de guardar silencio. Y en Puente Deume, chist. He dicho que te
calles, Laural. Que te calles tú, Alicantinas. Ya es oficio muy redituable por
cierto a la sazón fiscalizar honras y ser indagador de vidas ajenas, y ahí los
tienes a todos y a todas garlando embelecos por la caja radiante heridos y como
traspasados por el rayo de un cierto fulgor monaguesco, lenguas descosidas. Por
la boca muere el pez. Ahí está esa
redola de tíos y tías, brujas con su cofrades, dándole que te pego igual que
las brujas de Monte Pejín, lunes y martes, miércoles, tres, colocándole chepas
a los enemigos, y aguardando a los jueves que salen las revistas. No paran las
lenguas viperinas. Juliano el Apostata, sentándose en la plataforma rodante de
los videoadictos, ha devuelto las antiguas basílicas a los herejes y los
templos de Júpiter al demonio aunque no pudo devolver según sus pretensiones el
de Jerusalén a los hebreos aquejado por el mal de Babel. Venciste, Galileo. Han
instaurado otra vez el culto al cuerpo, sumidos en los blandos halagos de la carne
perversa.
Don Frutos y Don
Walabonso eran lobos de la misma camada. Toda la cuadra está con cagalera y el
capitán de Dragones lo mismo. Un húsar se cuadró marcial ante el burgomaestre
que se llamaba Cohombro y que verdaderamente tenía la cara de pepino. Nunca alzaba la voz, hablaba sibilante expulsando el aire a través de su boca muy
pequeña y como encajonada, sin mover un músculo, sin descomponer el gesto, como
aquel prefecto, un tal don Marciano Monroy que tenía la mano tan larga y que le
propició tantos sopapos cuando era seminarista. ¿De donde salió ese carbón?
Creo lo trajeron de Valladolid. Pero cuanto más
callado más temible. Metía unos puros que aquí te espero. ¿Quién lo iba
a decir con esa cara de rey del pollo frito y de mosquita muerta? Le salía un
tonillo de pito, pero hay que andarse con tiento y no fiarse de las
apariencias, que son tataranietos de los inquisidores. Su mala leche y el mismo
orgullo de tecnócrata habían hecho de su mandato un tiempo eficiente. Nada de
insinuaciones lascivas o revolucionarias aconsejando a sus pupilos el estar al
loro, o cualquier otra ordinariez que se le parezca. Don Frutos Cohombro
Perales no se andaba por las ramas. Había inundado la ciudad de inmobiliario
urbano, había hecho peatonales algunas arterias viarias que estaban muy
congestionadas. Activó los arbitrios
municipales de toda índole y la grúa y el cepo, terror de los conductores,
fueron, más que nunca, una amenaza.
Sin embargo, la
oposición se tomaba a broma los desvelos del burgomaestre. “Ese no es un
cohombro, sino un nabo; no es un peral, es un camueso”. Escuchar tales
impugnaciones, a su juicio injustas, le cabreaba. Había pensado en huir,
marcharse al desierto como los conversos, y encontrar un agujero, una socarrena
en la pared, donde meterse allá en el nido de los silencios. Pero se constreñían las esperanzas. Para
tipos como él no quedaba ni un clavijero. Me da coraje lo que me dicen, oye.
Hay que ver lo injustos que son, pero a cada vaca su cencerro, que decía
Salomón. Eso me suena a colección de cromos. Ése lo tengo repetido. ¿No habrá
pasado por aquí la reina de Saba? No, señor. Su majestad la emperatriz no viene
en mi libro y vete tú a saber si en realidad de verdad siquiera existió. A mí
me ocurre lo que al primer munícipe en la coyuntura del último otoño del
milenio, que bebo los vientos por la verde Erín.
En Irlanda me amaron y allí fui alguien. Todo
lo contrario que en mi país que para mí tuvo mal fario y es gafe. Cambiaría
todo el oro del mundo por un rincón para dormir en Derry por los alrededores de
la taberna de Sean MaCarthy, que era muy amigo mío allá por los felices años
sesenta. En cada hoja de los robles del jardín de mi barrio veo un ángel
blanco. En aquel tiempo yo iba por los pueblos irlandeses con una guzla y todo
el mundo me creía un fantasma que había brotado del fondo de las aguas del
Canal, trepando por los formidables acantilados de Limerick, que se alzan a
doscientos metros sobre el océano, alma de viejo galeón rescatado de entre los pecios de la Armada Invencible.
Se me escuchaba atentamente y algunas mozas de pelo encendido y de ojos
verdinegros suspiraban de amor por mí.
- Ah The Spaniard!
He is nice, isn´t?
Algunas veces
depositaban en el cuezo algunas monedas. No soy un fantasma, ni siquiera el
Monstruo de Lago Ness, les decía, sino un amanuense de la vida que con la
aplicación que le permiten sus borracheras y a intervalos, escribe sobre el
aire palabras que son como torres sobre el viento, que luego se derrumban.
Aparentemente carecen de sentido, pero,
luego me las traduce un serafín. Cuando el ángel les da la vuelta, se
transforman a letras de oro y quedan grabadas para siempre en códices miniados.
Hago constante la glosa del Apocalipsis. Con
cítaras de oro los citaristas citarizaban. ¿Tú crees que de literatura
contigo pan y cebolla serás capaz de vivir?, decía la voz de la razón yendo a
lo positivo y al grano, pero como yo por aquellos días era un romántico
trasquilado no me hacía cargos de tan saludables advertencias, tenía la cabeza
a pájaros, era joven y estaba enamorado. No es que crea en que esto pueda, ni
mucho menos, dar resultado, más ¡en lo que durara!
“Carmina
aurum non dabunt”(oros y versos son enemigos), asmaba el clásico y no
asmaba mal porque a Horacio no se le escapa una, pero me lo paso bomba
escribiendo tan pulido y aseado. Ya he terminado de esta forma varios
cantorales. El ángel que me acompaña dice que son valiosísimos. Es tan bueno y
comprensivo este ser celestial que muchos días, cuando el lúpulo de las
tabernas de MaCarthy o de O´Duffy (todos los chigres de ese país tienen nombres
muy líricos, y un arpa por enseña) se me había subido a la cabeza, se hacía
cargo de mi rabel. Empezaba a tocar solo
ante la estupefacción de los viandantes que no podían dar crédito a sus ojos,
aunque Erín sea un país mágico (lean a Cunqueiro). Caían más monedas al
cepillo. Los lirios del campo no se cuidan de qué comerán o conque se taparán.
Evangélicamente los imito. Me conformo con la parte alícuota de niebla en mi
redondel La vida no es más que un poco de humo que se disuelve en el aire. Esto
me parece que nos sirve de consuelo a los que lo pasamos mal en este mundo,
pero garantía absoluta nunca tendremos de que existe un plus ultra no la
tenemos. Ya no tengo otro remedio que machacar a
Shakespeare: “Life is a tale full of
sound and fury told by an idiot”. Esto es: el ruido, la furia y el tonto del
pueblo. A eso se reduce el argumento de esta paráfrasis absurda. A veces vienen
parafrastes hinchando el perro- el que más ladre, Vargas Llosa y maricón el
último- pero todos estos cholitos grafómanos vienen a decir lo mismo, aunque
les den el Cervantes, oiga.
Aquí nadie tiene derecho a estar seguro de
nada. Júpiter de vez en cuando me bombardea con su mirada y envía a Erifos el
de los pelos ensortijados y los ojos de avena. Con sus embustes y haciendo caer
sobre la tierra a una lluvia dorada (nada tiene que ver esto con un anuncio
porno en las páginas del “Cosmos”, órgano de la desinformación y el desenfreno
patrio, ese del que es director Walamboso Hache Aspirada, amigo del Gran
Sobrestante, ese que no da la cara, capullos) sedujo a la virgen Dánae. En
penitencia, el amo de los vientos les puso el castigo de Sísifo, colocó a
Iction en una rueda radiada de serpientes, y a cambio nos dio contiendas,
enfermedades, moscas y plagó la tierra de mujeres. Ya está visto que hasta los
dioses -randy buggers- no son lo que
se dice un modelo ejemplar que debamos imitar los humanos. Empezando por
Júpiter, Zeus, el gran dios falso que ha dado por lo menos el título al verdadero,
que como al falso llamamos Deus, y Quis sicut Deus, proclama el arcángel, pues
tenía un comportamiento de cretino machaca arras, digno de aparecer en un
programa de tarde con Alicia la Vasta, esa personalidad mediateca que basa sus
morbosas intervenciones televisadas en preguntar a los españoles que cuantas
veces, y cómo y dónde su parienta se la jugaba, pues Júpiter se lo montó con
Alcmena, mandó a su esposo Anfitrión a la guerra y el muy bellaco la hizo suya
en su propio tálamo mediante un engaño, a los nueves meses nació Hércules. No
fue un comportamiento muy razonable que digan, digamos. Ellos en el Olimpo
practican el acoso sexual. Y si esto hacen los rabadanes, el gañán no se va a
quedar cruzado de brazos. A veces escucho gritos demoledores en el
subconsciente. Braman las Euménides, se afanan las danaides. El tronido de la
diosa hace tambalearse a los propios alcázares del Pentágono.
Papá, ven en tren. No tienes que probar ni una
gota de alcohol, Verumtamen. Eso es veneno para ti. Tienes que combatir con
razones las injurias. Y a ti te han puesto de pus y de sangre. Para sobrevivir
tuviste que hacerte pequeñito y arrimado a los pasamanos de una tasca ya no
tenías ningún peligro. Dejaste de ser un enemigo y una amenaza. Si asomas el
colodrillo por entre los resquicios de la tapia, con toda seguridad te cazan.
Lo hemos silenciado. Que coma hierba, que sea un nombre nulo. Su imaginación
era un volcán efervescente.
-Eres un primavera. You think
too much.
-Really?
-Pues, sí. Lo mejor
en verdad para ser feliz es vivir y no pensar.
Quedó exhausto y
maravillado de su parlamento, pero cuando cogía carretilla se embalaba.
Aunque no era
demasiado creyente, las procesiones no se perdía una. ¡Qué alcalde más
figurante, válgame Dios!
-Dicen que es
sevillano fíjate.
-Como el Conde
Duque, y por eso aspira a dominar al
mundo.
-Tiene una mujer muy
guapa de ojos grandes, preciosos y la cara triste como vaciada en porcelana,
que recuerda a la Macarena.
-Pues mira tú por
donde a ver si va a ser la misma
-El potro de tu
imaginación desbordante ya se va a la empinada. ¡Qué cosas! ¿Tú ya sabes a
quien me recuerda la señora del burgomaestre?
-No me lo expliques.
Lo conozco. Sé que eres pájaro de un solo nido. Sólo se ama una vez.
-Marañón sostiene
que eso es síntoma de virilidad. Y que el Tenorio era marica, un impotente que
tenía que resarcirse de su impotencia haciendo cada noche una conquista. Amaba
para la galería. En realidad se amaba a sí mismo tan solo.
-Pues la ciudad se
debe de haber llenado de maricas con arreglo a eso que dice el insigne doctor.
Se puso a recitar
unos versos del drama de Zorrilla:
Yo a los palacios
subí; yo a las chozas bajé y en todas partes dejé memoria infausta de mí.
Don Juan de Mañara,
contra lo que piensan muchos, llevaba dentro de su ampuloso chambergo rozagante
de plumas de avestruz. En realidad de verdad, tan sólo era un ala triste, un
mercenario de capa caída, cañón sin afuste. Pólvora en salvas. Eso les pasa a
muchos. Se les ha caído la carrillera.
-¿Que se le veía el
plumero me quieres decir? ¿Un tenorio con plumas como Doña Bibí?
-Justamente. No en balde llaman a Marañón el “Salomón de
nuestra medicina”. No se le escapaba una. Para diagnosticar una enfermedad se
fijaba en la configuración de los rostros. Cejas muy juntas, loco. Frente
ancha, inteligencia despierta, pero hombre engañador. Descubrió las relaciones
de la sífilis con la diabetes insípida, y la forma en que le crece al varón el
vello pubiano entre las ingles para determinar los grados de masculinidad de un
sujeto. Si esa mata se desparrama hacia arriba en forma de vértice, señal de
potencia sexual; en cambio, si forma como la base invertida de un triangulo
isósceles, afeminado al canto.
-¡Ya me estás
preocupando!
Había dejado
Verumtamen de tener relación con mujeres, y vivía lejos del baticoleo de la
cosa pública, ese poso de amargura que siembra de inquietud y de tristeza
tantas vidas. No es más que la sombra del instinto reproductivo, el cepo que
lleva a hombres y mujeres al garlito. La castidad que le parecía inconcebible
en la juventud le había venido sola. Llegó a ella sin esfuerzo por un proceso
natural. Si tú la dejas un mes, ella te deja un año. Los gallos habían dejado
de cantar en los almiares, el tábano del deseo había perdido su aguijón y,
muerto el perro se acabó la rabia. Aquella inapetencia prenunciaba, sin
embargo, el gélido sepulcro.
Habitaba un cuarto
en una pensión de la calle Marilén y era feliz. Había vuelto a decir misa en
latín en aquel altarcito del aposento que la señora Amelia le había preparado
con rosas de plástico y un mantel muy limpio, sobre el que se alzaba un
crucifijo de calamina y la talla de una Virgen románica que se encontró en una poubelle o pábulo (los franceses son finos y relamidos
hasta bautizar las cisternas y contenedores de la basura con un nombre tan
pulcro) de la calle Lignitos.
-¿Y estas misas
valen, don Gnadio?
-Sí, hija. Como otra
cualquiera. Yo soy sacerdote según la orden de Melquisedec, por mucho que no le
guste al obispo.
-¿No será usted
hereje?
-No, hija, no. Que
voy a ser. Pierde cuidado. Cuando yo consagro hago la eucaristía con tanta
validez como el Papa. Otra cosa es que esta consagración sea lícita.
-Pues consagre bien.
Sus misas gustan a la gente. A las de
las otras iglesias no van. Poco a poco tendrán que ir echando el cierre.
Además, este barrio ha dejado de ser cristiano, padre Gnadio. A Cristo lo dejan
solo, adoran al dinero, y tienen por sacerdotisa a Hécuba Piños, la que oficia
todas las mañana ante el ara de Afrodita.
-¿Y esa quién es?
-¿No la conoce? La
Turquesa del Encuadre. Lo del encuadre debió ser porque es toda una real hembra
por lo bien plantada y lo de Piños por sus protuberancias odónticas. Además,
tiene el culo en pompa y mediatiza, vaya si mediatiza. Es todo un veneno de
mujer. Cuando se pone los puños en los cuadriles y se cierra en jarras, no hay
chulapo que la tosa.
-Muy echada para
delante, querrá decir, usted, y muy señora de su casa. Hécuba Piños, la
verdulera médium aunque tenga a su disposición toda una caterva de los mejores
alfayates parisinos, loba capitolina a cuyas ubres maman Rómulo y Remo, Pólux y
Castor y toda una cuadrilla de princesas y de actrices descolgadas a cuyas
hijas procura colocar lo mejor que puede,
va de reinona por la vida, astro rutilante, que se muere por el bien parecer.
-Eso es, pero un
diablo de mujer. Se ha cargado ya a siete maridos sin contar al primero que,
sabiendo de cuernos, se tiró por un balcón. El pobre prefirió la tumba fría al
corral de bueyes de cualquier vacada andaluza. No consintió que le echasen los
mansos porque era un eral con casta.
-No fastidies. Esa
historia me recuerda a la de la bíblica Sara.
Doña Amelia le
trataba con harto respeto y miraba para él con ojos soñadores como si estuviera
viendo a un profeta salvador que anuncia calamidades y redención.
-¿Tú sabes bien lo
que significa la palabra profeta, mujer?
-No, señor, pero
dígamelo v. m. que sabe tanto.
-Pues quiere decir
profeta el que está mordido por la inteligencia divina y el espíritu de Dios
hace que rabien los corazones. Por eso, los profetas siempre hablaron en nombre
suyo. Hoy sigue habiendo muchos, aunque no se ven.
El pueblo estaba
cansado. Mostraba en el rostro la tristeza de aquellos que se sienten
conscientes de haber sido engañados.
Sobre los veladores
del Estibadio o Café de la Pompa había sostenido largas discusiones acerca de
este fenómeno, de la tolerancia que es tiranía disfrazada, de la mentira
sistemática que utilizan como un arma arrojadiza los que ostentan el poder,
pero ya le aburrían aquellas discusiones de poetas muertos. El único personaje
digno de confianza era el cerillero y así y todo también debía de tener su
ventanuco al cierzo.
-Esto no es un Estibadio sino un humilladero laico. Debieran
de rebautizarlo o colocarlo el nombre de Valle de los Caídos. El dueño debería
de cerrar el negocio y sustituir la cervecería por una tienda de ataúdes.
-Tú deliras,
Verumtamen.
-Hombre, muy bonito.
Pero ¿no habéis traído vosotros la libertad de expresión? ¿No se puede decir lo
que uno buenamente piensa?
-Para algunas cosas no-
decía tajante uno que era actor. Tenía el perfil de romano. Había trabajado en
el reparto de algunas adaptaciones de novelas de Galdós y de Gabriel Miró para
la televisión.
-Si tú lo dices,
pues estamos listos. Apaga y vayámonos.
-Te voy a decir lo
que tú eres -proseguía el cómico bastante cargado de punto-. Tú eres un “lebensracher”, un enemigo de la vida
como todos los de tu calaña, aborrecedor de la especie humana.
Vio que era inútil
discutir con semejante personaje y se alejó.
Sacar a la patrona
en procesión era un acto cargado de simbolismo. Iba por las calles céntricas
del casco viejo bamboleándose (bajo las andas y ocultos entre el paño y la
cenefa se afanaban los palafreneros penitentes que cargaban con la carroza
sobre los hombros por promesa) entre ramos de flores y exhalando un perfume de
bendición sobre los muros leprosos de los barrios derrotados, allí donde el
lujo, el comercio y la mendicidad compartían espacio.
-Mírala que guapa
va. Tira para ella un beso, corazón.
Una madre aupaba en
brazos a un niño de cuatro años al tiempo que formulaba un deseo. El pequeño
miraba en redor con ojos asustados.
Acaso no cupiera en la mente por sus cortos años todo aquel ambiente cargado de
simbolismo.
Pasear a la Virgen
se hacía ya en la edad media, si sus moradores atisbaban algún peligro de
invasiones, pestilencias, sismos, o advertían ese clangor como de hojarasca
pisada por los bosques del otoño que siempre se escucha cuando Dios está
disgustado con nosotros. Siempre se hicieron aquí rogativas para impetrar la
clemencia del Todopoderoso. Todavía han de resonar los ecos de las místicas
imprecaciones por las rúas de Areneros, la Concepción y El Igual.
Ciertamente, el
tiempo no es sino algo convencional, como un verso de Neruda, que habita tan
sólo en la imaginación, pero la fecha del año dos mil la teníamos todos en la
cabeza. Cristo, escúchanos. Dios Padre Celestial, atiende nuestros ruegos.
Virgen Poderosa... Estrella matutina... Espejo de Justicia... Trono de la
Sabiduría... Ora pro nobis... Ora pro nobissss.... El clamor del silabeo ritual
se perdía en el albeo de la calle. La diosa fortuna iba a parir a un hijo
muerto y ese niño que se asfixió en la placenta no era más que el símbolo del
término. Ha llegado el tren a la estación de su destino. Los viajeros
embarcados en una goleta adonde les subieron sin pedirles parecer van a rendir
viaje.
Pero, también, el
clamor de aquel milenio recién nacido y recién trucidado por Herodes era como
un día de Inocentes. ¿Quién sacaba partido de cuanto se propalaba en los
mentideros de la corte de sus majestades, Gaón y Leda? Las grandes superficies, las firmas
publicitarias y la Cisura Hécuba, una de las danaides comerciales, adonde van a
par todos nuestros ahorros, pero también Júpiter condenó a morir a Creso haciéndole
comer sus mismos tesoros. A algunos incautos de nuestra época, sin saberlo, les
espera el mismo castigo que al rey de Lidia: reventar ahítos de riquezas. Que
se sepa, el oro siendo tan apetecible no representa un manjar comestible.
-Vivimos en una era
de lo venal. Aterriza de una vez. Si no sabes comprar o vender no perteneces al
supo de los elegidos.
-Por eso hay tanto
venado a las puertas de las comisarías- dijo la voz del espíritu tratando de
hacer un molinete literario, una
metonimia sin demasiado acierto.
Los pavores del
Apocalipsis se habían convertido en reclamo para la venta de productos. Como si
no tuviéramos bastante con el paro generacional, la violencia hogareña, el amor
libre, el deseo inverso, las madres solteras a las que ya no cabe recetar la
píldora del día después, los hijos ya crecidos haciendo el gandul en casa,
donde se han hecho los amos, el sabor a ti, los títeres animados, el Sida, la
guerra de Chechenia (Grozni, por haber petroleo, destapó la codicia de Hitler y
fue la roca Tarpeya donde se descalabrara su régimen que la codicia rompe el
saco, sépanlo los informantes desinformados que nos atiborran de noticias desde
las páginas de “Cosmos” dirigidos por los babosos de Walamboso y de Columba la
Currada, téngalo presente los gerifaltes de Sede Baldea) y Superrabia, ETA a
todas horas, la frase hecha, la mentalidad pret
a porter redí made, los dramones cursis del Ginés Garfios, alias cara de
palo, antiguo director al que le condecoraron con un óscar, the winner is, ora pro nobissss, cría
fama y echate a dormir, la verdad es que está uno hasta los felpos de tanta
estatuilla, de tanto ir haciendo el ridículo por ahí, con tanto autor
internacional, tanto Tony Flag, me da un soponcio cuando canta ese mafioso de
Miami de voz tontorrona pero de oro al que llaman Coco Churches, tan
carpetovetónico que bebe la coca con cola por el piporro de un botijo pero al que se le ha acabado el carrete y ya
sólo vale para ceroferario adulador del Cine Matón con grandes repartos, lo
políticamente correcto, el cobrador del frac, la bulimia que nos devora y que
no es más que una manifestación de nuestro propio fracaso en la vida. Curamos
las depresiones camino de la nevera. Nos quieren encasquetar la idea del fin de los tiempos. Nos quieren
vender la burra un operador turístico anuncia viajes en vuelo chárter rumbo a
las almarchas de Jerusalén, al Valle de Josafat para coger sitio de privilegio y presenciar el
espectáculo del Juicio Universal. Por una localidad de tribuna en los balates
del Jordán se pueden pagar hasta cien millones de pesetas. El dinero es muy
laminero y hoy televisar en directo tu
propia muerte o tu ejecución se cotiza a
peso de oro. Las leyes del mercado todo lo arrasan. Ni a la muerte ni a las
creencias respetan.
-¿Se va a acabar el mundo?
A esa pregunta
contestaba nuestro personaje con otra ídem de lienzo:
-¿No le parece que
está tardando mucho?
-Pues a ver si
explota esto de una vez y nos vamos todos a tomar viento bajo las farolas de
algún encalve de Sirio, Andrómeda o de cualquiera de las dos Osas, que cuanto
más lejanas sean las constelaciones, mejor. Así os pierdo a todos de vista.
Creso murió del atracón de sus propias joyas y a Midas, que convertía en oro
todo lo que tocaba le mandó Baco que se
bañase en un regatillo, el arroyo
Pactolo, que desde entonces porta arenas argentíferas. De la misma forma, las
Pléyades se convirtieron en luminarias del firmamento después de suicidarse. No
hay muerte que pueda llorarse tanto a lo largo de los siglos como la de dos
diosas. Todas las noches caen sobre el mundo en forma de luz muerta las
lágrimas de las dos hermosas olímpicas condenadas a llorar sobre las cabezas de
los hombres.
-Tú no eres más que
un misántropo, hijo mío. Arisco, desecha tu atrabilis. Cuida tu aflicción.
Pensaba que el reloj
de la plaza el Amparo empotrado en su
bonito mirador a cuatro aguas no era más que un ente de razón. Tenía la misma
caída de ojos, si los relojes pudieran
mirar, que aquel al que le regaló el rosario blanco y le dio suerte y le nombraron Super director. Tenía la cara
recién lavada. Había conocido bastante relojes testimoniales a lo largo de su
vida (el Reloj de Fairfax en Oxford, el
Papamoscas burgalés, el Big Ben y la torre Eiffel, los relojes de arena en los
exámenes de oposiciones a canonjías) pero aquel era el que le resultaba más
familiar. Ninguna sonería en los cuartos de esfera mejor que aquél. Su
libración era de las más perfectas. El
centro topográfico peninsular, la vieja Dirección General de Seguridad. Todos
los relojes de su vida. Todas y cada una de las cárceles y destierros. En eso
pensaba en aquel instante.
Ajena a sus memorias
y remordimientos, la orquesta de la
Guardia noble seguía marcando el paso y atacaba “Marcial tú eres el mayor”. Un
sargento mayor barrigudo y petizo que apenas se podía acordonar los botones de
la guerrera ponía mucho esmero en la interpretación, aplicación y
discernimiento.
El alcalde del pelo
engominado seguía tan sonriente y diserto. Su cariz anunciaba que era hombre
satisfecho de la existencia. No hay que fiarse mucho de las apariencias. A lo
mejor, el hecho de que encabezase aquella manifestación de fervor popular no
sería óbice para que la procesión fuese por dentro. “Ganaremos las elecciones”,
iba pensando el doctor Cohombro en el crítico instante en que zas, el caballo
se puso a mear. Miró para el tendido, pero tanto los espectadores como los
procesionarios no pudieron disimular un gesto de fastidio. Una niña de tres
años agitaba alborozada las manitas y con lengua de trapo chicoleaba la
necesidad fisiológica del noble bruto:
-Mira, mamá. Está
haciendo caconas.
Venían por detrás
cubriendo carrera dos hileras de seminaristas, unas con roquetes y otros con
sobrepelliz. Un subdiácono haciendo de fámulo episcopal traía recogida entre
los brazos el halda del señor cardenal, un purpurado de buen bife y una
sotabarba espesa y profesoral. Era procesión de capa magna. A renglón seguido,
un clérigo de capa pluvial rociaba agua bendita sobre las cabezas de la plebe
devota. En el cielo no se puede entrar de otra manera: a hisopazos. Del acetre
se proyectaba una agua lustral refrescante.
Muchos los que lo sabíamos entonamos el “Asperges” recordando los buenos
tiempos de las misas mañaneras. Y el recuerdo sobrecogía el alma de efectos
inefablemente terapéuticas. Necesitábamos esa abstersión.
Varias beatas
recibieron la unción lustral con mal disimulados aspavientos de fervor y se
persignaban devotamente como si aquello fuese la rociada que les abriese la
puerta del castillo de las Bienaventuranzas. Sin embargo, un estudiante de
Económicas observaba al pope con gesto mohíno.
-A ver qué va a
pasar con esta burla. Padre, a mí no. Yo no creo en Dios. No me bautice.
-Pues por eso mismo.
-Basta ya de
exorcismos. Bien común.
De poco le sirvieron
sus repulsas. Le cayó en plena cara un cubo de agua bendita. El eclesiástico,
exasperado por las intemperancias del hereje o del cara dura, volcó casi encima
de la comba de las cejas todo el acetre. Las beatas llevándose los dedos a sus
labios macilentos le ordenaron silencio:
-Chist, joven un
poco de respeto. Dios va en ese trono.
-Yo no veo a Dios
por ninguna parte. Soy luterano.
Vuestros cristos no son más que madera de pino y vuestras vírgenes lindas las
putas que sirvieron de modelo a los artistas salidos.
-Pues está ahí- le
increpó un teísta con cara de pocos amigos. Iba subiendo el tono de la
conversación. Pronto tendríamos el lío. Todos sabemos cómo acaban siempre los
litigios de fe.
-Si tú lo
dices.
El estudiante de
Económicas era de los tenían alergia al agua bendita. Los sietes sacramentos le
parecían una engañifa y se pasaba los exorcismos por la taleguilla. Sin
embargo, se había chupado todas las procesiones. Las de la Semana Grande, las
del Corpus, las de la Paloma y las de la Purísima. Todas eran lo mismo, pero
daban espectáculo de balde y no había que sacar entrada como para ir al fútbol.
En Nix Rasilis siempre tendrás toros y cañas y procesiones, muchas procesiones.
La plebe brama por el espectáculo.
-A mí lo que más me
gusta es cuando pasan las manolas. Esas señoronas tan dignas, castas esposas.
Alguna de ellas tiene más de un revolcón.
-Ya están aquí las
manolas, niños.
Con peineta y con
mantilla el rosario con abalorios de plata y el corpiño están como muy
masoquistas. Humor negro. Carne de deseo a la española. Parecen sacadas de un
libro porno de esos del arte de la disciplina inglesa. Les cuadra guiñar un
ojo.
-Eres un guarro y un
blasfemo.
Pero el estudiante
seguía erre que erre, y cada loco con su tema.
-Que te aspen.
-En esta vida ha de
haber de todo. Menos mal que salió de naja perdiéndose al doblar una esquina de
la calle La Cruz. Tenía una cita en la Plaza de las cortes con su novia que
pagaría con carne todas aquellas emociones místicas.
Recordaba sus
procesiones, las de Jueves Santo, bajo la luz de la luna, asomada al balcón de
la Canaleja, como queriendo aspirar el aroma de las guirnaldas que alfombraban
las andas de los pasos y escuchar el lancinante quejido de las saetas, pasión
honda entre el rumor del río Rasemir. La
ciudad, vestida de luto y una siembra de cruces ante las murallas vigiladas por
esas pupilas de la noche constelada, que son las estrellas, enjarjes iluminados
en la bóveda celeste, balcones al infinito que trascienden los planos reales de
espacio y tiempo, montaba la guardia de torres como enhiestos lábaros alzados a
la cima de los cipreses encaramados y atentos vigilantes en las colinas. Al
pasar sobre los adoquines las cadenas emitían un sonido penitencial, brumosa
letanía de culpas inconfesables. Desde las aceras los mirones fijaban sus ojos
en los nazarenos de los pies desnudos arrastrando bretes, pihuelas y eslabones.
En sus rostros se pintaba la conmiseración, la duda, la incredulidad y el
deleite. Los conventos abrían sus puertas y por el rastrillo de las tres
cárceles abandonaba un preso su celda camino de la libertad. Amaba la Jáquima
errante, poblada de castillos encantados, de minaretes con perfiles de media
luna coronando el chapitel y de ínsulas
baratarias, que de esta forma resultaba el país del irás y no volverás,
pero siga la linea, penitente, vamos en que estás pensando, zoquete,
continuidad. Pues es verdad, señor capataz. No me había dado cuenta. Se me iba
el santo al cielo. El Hermano Mayor agitaba el borde de su manto con mala leche
como si fuese una fusta y golpeaba los adoquines con su bordón de plata como
advirtiendo a todo el mundo aquí estoy yo. Parece que vas en Babia. Nada de
miracielos. Los ojos bajos, el gesto compungido y remiso. El cofrade mayor
mandaba con la insolencia de un arráez. Los penitentes no eran penitentes sino
condenados a galeras. Pues vaya un tío. Parece una pulga subida a un elefante. No hay cornacas más
temibles y fastidiosos. La fusta, hijos. Latrasto no trajo los lirios
acostumbrados sino el cachetero, las tenazas, el pilori y los cepos envenenados.
Subete al monte y escampa bonanzas sobre nosotros, Dios clemente y encumbrado.
-Y con ella arriba.
Hasta el cielo. Vamos.
-¿Puedes con tanta
cruz?
-Puedo.
-¿No necesitarás un
cirineo?
-Ayudantes por ahora
no. Gracias. No soy un marginal, ni un perseguido. Hago todo esto por amor a
Cristo.
-Pero la chola no te
rige.
-Prosigo en la
demanda de la verdad suprema.
Cada Semana Grande
trataba de poner en práctica las enseñanzas evangélicas. Es una filosofía donde
las medias tintas no caben. Si quieres conseguir la vida eterna, abraza tu cruz
y sígueme. Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así de drástico. Los
pulsos de la ciudad se paraban por completo cuando aquel nazareno clavado al
madero la melena caída sobre las sienes doloridas y faldellín al viento subía
las bargas de acceso al casco urbano, por la ronda de la Muerte y la Vida. Era
una sensación indescifrable como fuera de contexto.
-Tú no eres secta,
ni te muestras doctrinario, pero posees un sentido estricto de la moral
cristiana.
Subía por las dos
Castillas, bajaba por Despeñaperros. Aragón
le acogía en sus yermos de trapa con los brazos abiertos y recalaba en
todos y cada uno de los monasterios fantasmales, cubiertos de hiedra. Los
tambores de Calanda tocaban a muerto. Todos le tomaban como un santón. Entraba
en las moradas y dirigía a los que le acogían siempre con el mismo saludo.
-Paz a esta casa.
Si no os quieren
recibir que aquella paz que dais vuelva a vosotros. Algunas buenas mujeres, las
amas del cura, las monjas clarisas le atendían solícitas, y Verumtamen les
regalaba rosarios, imponía sobre sus cabezas las manos y las enfermedades
abandonaban al punto sus cuerpos doloridos, entraba paz en sus almas. Una de
ellas, la hermana Popada, llegó a enamorarse de él platónicamente pero nunca lo
dijo. Era una abadesa que vestía con una manto azul color Grozni, los ojos muy
separados y los pómulos angulosos como
los de una calmuca.
-Popada, reza por
este pecador.
Sus plegarias, que
la religiosa dirigía constantemente a las alturas, debían de ser agradables al
Celador supremo, porque el pobre peregrino salía a flote en medio de sus
naufragios, las celliscas y los truenos pasaban sobre él como si nada, no
representaban ninguna amenaza las visitas a las tascas donde siempre hay un
filo de navaja cabritera que se agazapa, y el ir y venir de los burdeles
hebetados de miasmas y del muermo del mal francés o las cagaleras de la sífilis
le permitía entradas y salidas indemnes. Un hombre que permanecía unido a Dios
las veinticuatro horas del día mediante la oración hesicasta (una frase
constantemente repetida: “Kyrie eleyson”) se sentía con fuerzas suficientes
como para bajar a los infiernos y no quedar atrapado en el fiemo de
viscosidades del Leteo. Sus niveles de conciencia que giraban desde el punto
alfa a la purificación del karma lo mantenían en un trance. En cada una de las
personas que encontraba en su camino veía un aura.
A unos les
recomendaba el ayuno. A otros la peregrinación porque en toda peripatesis está
el anagrama de la accesit.
-Arroja la toxina
que constriñen de venenos tu organismo, suelta el ataharre de las riendas que
tiranizan tu espíritu, abre las cajas de los nidales y surgirá la paloma
blanca. Nada de drogas, ayuna, hijo.
Pero con otros era
distinto y prescribía como remedio el vino que cura las enfermedades del
psique. Conservaba un magnetismo su mirada, tenía poderes, veía por fuera y por
dentro. Era el karma, algo que se desprendía de su ser, dejando colgados como
en las redes de una telaraña invisible aquellos a los que miró.
Popada se convirtió
pronto en valedora celestial de aquel mendigo de las parameras, un mendrugo en
el zurrón, las Escrituras a mano, un rosario con los dijes de pétalos de rosa,
y un frasco de agua bendita contra la tentación y los ojos fijos en el horizonte,
porque la verdad es única. Para acceder a ella hay un solo camino que muy pocos
conocen. Era consciente Verumtamen de que Dios se alza como valedor de la
inocencia. Podía convocar a los muertos, tenía el don de hacer milagros. Se
escabullía de los perseguidores.
Al llegar a un lugar
decía: “Paz a esta casa”.
Si ellos la
recibían, el amor descendía sobra la morada hospitalaria en la cual era
acogido. Mas, si de lo contrario, se lo desdeñaban, el buen deseo regresaba al
bendito, que se sacudía allí mismo el polvo de sus sandalias y proseguía su
camino sin más alharacas. Unas manos invisibles pulsaban las cuerdas de ese
insólito instrumento que es el alma donde se toca día y noche el preludio de
nuestro destino.
-Mi paz os doy, mi
paz os dejo...
-Paz a esta casa.
-¿Adónde vas?
-Marcho sin un
objetivo real, pero quiero rendir viaje en Samarcanda.
-Eso está lejos.
-En el Caúcaso. Voy
camino de Grozni, el refugio final de los viejos creyentes.
-Hay guerra allí.
-Yo haré enmudecer
las bocas de los fusiles. El armisticio no está lejos, pero antes tendrá que
venir un tiempo de expiación. Cuando se termina una ruta, esto quiere decir que
otra está a punto de comenzar.
Hablaba en clave,
utilizando los ambages de los staretz predicantes de la verdadera Ortodoxia. Guardaba
su pecho como un viejo talismán que a su vez le servía de defensa un texto de
los evangelios sinópticos, pero sus niveles de percepción no estaban en
conflicto con los arcanos de la sapiencia hermética. Thoth, el dios egipcio con
cabeza de ibis y cuerpo de hombre, inventor de la escritura, y actuario del
pensamiento olímpico, pues era el escribano de Zeus que levantaba acta de sus reuniones con las demás divinidades,
y que escribió el libro más antiguo que se conoce, el “Papiro de Thoth” donde
yacen las claves que explican el universo, eran uno de los puntos de
referencia.
-Tiene -tronicaba
para sus adentros- que haber un punto donde se reconcilien los saberes
prohibidos y la Vulgata. El Galileo fue el enjarje de la bóveda abismal del
edificio trinitario que construyó Hermes Trimegisto. Sus enseñanzas trinitarias
ya estaban catalogadas treinta siglos antes del alumbramiento de Belén. El
anuncio de su venida estaba escrito en las estrellas. Y fueron tres magos
caldeos los primeros que vinieron a prosternarse ante él, si bien los suyos no
le reconocieron, y Herodes quiso matarlo.
Se había emasculado por amor a Cristo como los
buenos “skopzi” del misticismo ruso, como el monje Sergio que retrata Tolstoi
quien prefirió cortarse el muñón de la mano con un destral antes que
consentir. Los pájaros del camino
gritaban “amen, amen, amen” y en las quintanas y alquerías se escuchaba como
una detonación triunfal, un grito de resurrección, el canto del gallo. Era el
anuncio alectórico de la llegada del peregrino. Soy un cristiano viejo, un
antiguo creyente, pertenezco a la Hesperia de antaño. La sociedad me declara
ahora mismo material sobrante.
Entrada la tarde,
vio un petirrojo que a su lado le seguía posándose de rama en rama y cantaba en
inglés algo que le era entrañable.
Proyectando en sus vibraciones telúricos aquel torzal encaramado sobre
el real laurel de Oreanda, proclamaba al viento la nostalgia del amor infinito
que sintió por aquella mujer que llevaba el cielo en los ojos y toda la seda de
Arabia en su piel:
- “I am a robin. I
am a robin from Hornchurch. And I bring you news from your girl”
“Where is she?”
“She is dead, I am
afraid”
-¿Y los muertos
dónde van, eh?
-I don´t know,
good pilgrim. No
sé.
En los corrales de
las Luiñas anunciaban con poderío los gallos asturianos, los más bravos y
solemnes maslos de las Españas. Mediante su algarabía de triunfales
quiquiriquíes llegaban vibraciones de otro plano muy superior. ¡Oh amables
espectros que llenan de sentido la vida de un hombre olvidado! Una voz le anunciaba
secretamente al peregrino que los que mueren en el Señor no mueren
eternamente. El canto del gallo le
afianzaba en tal convencimiento. Promesas del credo que no permitirán la
engañifa y las trampas saduceas. Todas esas tahurerías de las novelas de los
nuevos autores. Avanzaba con él una muda procesión de guerreros de piedra.
-Tu perteneces al
mundo de antaño. Llevas en el alma el divino caos del que todo surge y se
entrelaza como la trascoda del arpa o del violín.
-Oigo sones.
-Así tendrá que ser.
Un mirlo se había
posado en las quima de un enebro. A lo lejos
se divisaba la ruinosa atalaya sobre el cerro y el camino que serpeaba
en su demanda.
-¿Cómo se llaman
esos raigones de muro?
El sol de la tarde
jugaba a emitir lucero desde las torres desvencijadas. El porte de la cruz
seguía siendo de oro macizo y tan escarpada que a ella no podrían acceder nunca
los ladrones. Ni los furtivos cazadores de almas, ni los pastores lobos
disfrazados con piel de cordero.
-Fueron parte del
claustro de un monasterio dedicado a Santa María.
-Cisterciense, por
supuesto. Un verdadero bastión de la cristiandad. Se han derrumbado antes de
que lleguen a él las reformas pero un día resurgirá.
-Nuestra fe no es
tiránica, pero los periódicos están haciendo una caricatura de ella. Es un acto
libre que respeta la razón. Los libelistas al uso la están dando, en cambio, la
vuelta.
Sobre una piedra le
llamó la atención el texto de una inscripción vieja en latín: “Hispanos Deus aspicit benignos”. Era una
frase de Prudencio el panegirista.
-Por desgracia, la
Iglesia de hoy entregada a sus enemigos por un primer páter que vino del frío y
es un caballo de Troya en lugar de baluarte ha dejado de ser pósito de la
sabiduría. El síndrome del templo vacío... que no era un padre primero sino el
último de los padrastros y le seguían llamando pepe, esto es papa.
-Ya. Quizás sea todo
eso porque ha llegado la hora de las tinieblas.
-Ahí está el verdugo
con su cachetero. Viste todo de blanco, pero debajo del manto oculta el mandil
verde del matarife. Se mofa de lo más sagrado, hace causa con el enemigo. No es
que el que se mueva, no sale en la foto, sino que aquel que bulla lo envía a
salud mental. ¿Dónde se ha visto un papa feminista, un pontífice romano que
haya dicho que Dios es hembra, y que se haya arrodillado ante el Muro de las
Lamentaciones para pedir perdón a los judíos por haber matado al Salvador? Está
loco. Por condescender con los Rosacruces de la familia Escudo Púrpura,
muñidores de todas las guerras, declara abolida la crucifixión, y proclama
dogma de fe al “Shoah”. Trata de congraciarse con los vencedores. Voló a
Jerusalén para impartir sus bendiciones urbi et orbi al nido de las víboras.
-Han acabado con el
hilomorfismo. El mundo ya no se compone de materia y forma. Es sólo materia.
Aun quedaban muchos
rabos por desollar, pero ya entonces presentíamos que la concepción del mundo
que no se enseñaron estaba próxima a rodar. El sistema ya no correspondía a la
realidad de aquel momento. Nuestra forma de pensar se estaba haciendo añicos.
Habíamos sacrificado la horizontalidad a la verticalidad. Sin embargo, yo me
sentía por aquel entonces vencedor de nubes y de brumas. El jefe de avanzadilla
me advertía contra los postulantes, pero yo me preocupaba por aquel entonces de
minucias. Meaba igual que un padre de la Iglesia.
-Os educaron mal. Te
decían: “Para una buena educación sexual nada mejor que el miedo al infierno y
una alimentación a partir de féculas. ¿Pureza en los seminarios? Nada mejor que
el terror al infierno, judías verdes y sopa de fideos, pero me parece que esta
educación tenía poco que ver con el Espíritu Santo. ¿O sí?
-Eran una corolario
de nuestra imbecilidad dogmática.
-Ahora todo ha
cambiado.
-Hasta el concepto
del pecado. Y la estupidez es como el gas. Ocupa todo el espacio disponible.
Ahora por el contrario nos encontramos frente a un ambiente pan sexual y
sicalíptico. Allí me hicieron alcohólico. Un año más y hubiera acabado en
marica. Sin embargo, fue mi lote elegido.
Caminaba, ya
rebasado el ribete que separa a las Luiñas del Uncín y no hacía más que
recordarme de aquel primus pater de la esclavina blanca, buen actor de gestos
maximales pero con una voz como con ronquera y de timbre muy desagradable.
Sobre todo cuando decía aquello de “queridos hermanos y hermanas”. Este no quiere a nadie. He sounds funny and he sounds phoney. Definitivamente, de la piel del diablo, no es
más que un farsante. Intrinsecus sunt
lupi. Flaverunt venti, y las hierbas
de los prados recién segadas alzaban sobre sus regazos maternales la copa prodiga
y trinitaria del trébol, mientras los maizales de la llosa contigua a la casa
empezaban a enverar bendiciones de granazón en verdes y amarillos excelsos. La
peregrinación le curó a Verumtamen sus langores. Et inimici hominis domésticus ejus.
Iba por el mundo con
la mano seca y arrastrando su cojera de místico bordeando los caminos ígneos,
enfrentándose a la incredulidad de sus paisanos (ese era el drama) que al verlo
al frente de las masas, haciendo milagros, se preguntaban si no se llamaba
María su madre y eran sus hermanos Jacobo, José Simón y Judas. Tuvo que pechar
contra los prejuicios de los nazarenos. Et sores ejus nonne apud nos sunt?
Hubo que pasar el
freo. Haberte fiduciam, ego sum, y apareció de pronto Jesús caminando sobre las
aguas, y no se cansó de repetir durante aquel tiempo: “guardáos de la doctrina
de los fariseos y de los saduceos”. El pp viajaba al frente de ellos. Era el
jefe de su facción que no pretendía volcar la cruz y poner la religión del
revés auspiciados por sus judigüelos marchantes y asentistas de medio pelo, sus
ministros todo terreno y sus sátrapas, salpicando la inocencia de culpas
postizas, llenando la imaginación de simulacros, trayendo el fiemo (que a todas horas, el postre; a la
bestia le gusta regoldar calamidades y revolcarse en el fango, porque lo que
aquí más vende es el morbo) y cerrando las puertas del cielo a cal y canto y
abriendo por el contrario las del infierno.
-Él va a Jerusalén a
pedir perdón a los fiscales que otorgaron el deicidio, y tú marchas camino del
Oeste. Busca el canto de los ángeles del
pórtico de Compostela.
-Es lelurión, falso
arcipreste, enfrascado en copas.
-Dirás Don Opas.
-¿Y a qué va el
obispo de Roma a todos esos sitios?
-A retratarse. Sólo
a retratarse a tocan. Es la hora del lobo. Con él viaja una escolta de rabinos,
de obispos libeláticos y de cardenales impostores de la curia.
-A mí más que
sicofantes lo que me parecen son capones recién salidos de la jaula de un
corral de palomos blancos. Queda mucha tela por cortar ya que sobre ese
gallinero que es el Vaticano no está dicha la última palabra. Muchas sorpresas
se llevará más de uno el día del juicio universal.
Tuvo que pensar en
Ivan Ibañez, aquel pobrecito habitante de una ciudad dormitorio, ilota en la
casa de la que no era sino señor y de la que entraba y salía con las orejas
bajas, expuesto a los improperios de la Euménide, los insultos de las hijas o
los palos del primogénito. Aquella esperpéntica familia era un auténtico modelo
paradigmático del extremo al que habían ido a parar las cosas por conducto del
parlamentarismo guirigay, mentiroso, truculento y cañí. El esposo y marido
maltratado, lleno de agobios, vivía encerrado en una mazmorra en el garaje
rodeado de sus queridos libros, esa galaxia de papel que nos lleva siempre por
la vía láctea de los sueños hacia el infinito rescatándonos de esa maldita
mujer con la cual, convertidos en letra muerta, ofuscados o sonámbulos, nos
casamos. Nos podréis insultar, traidoras, poner nuestra honra al retortero,
decir que somos flojos o borrachos, y protestar acerca de cuanto sufristeis,
pero esta escala de Jacob de la literatura nos lleva al cielo rescatándonos de
las llamas de estos infiernos portátiles en los que queréis chamuscarnos, los
hijos crecidos y en casa, bien alimentados, que le han cogido el gusto a la
nómina. Ellos se quedan y nosotros nos vamos. Lo que ocurre bajo el cetro del
rey Gaón y de la reina Leda por estos pagos no se vio jamás. Esto se ha
convertido en el país de las maravillas, del irás y nunca volverán, donde amamantamos
a la prole hasta pasados los cuarenta. Vosotros, duro quejaros de la prensa del
meneo y disteis en el bulevar del cotorreo. Camándulas, así no se pueden vivir.
Raza de víboras.
Mientras Gaón HI y
Leda, la Gálata, moraban en sus palacios, el sanedrín emplazando las baterías y
eligiendo lo mejor de sus destacamentos
aptos para la guerra psicológica mandó sacar a las liebres encamadas. Eran tan
fieras que en defensa de sus lebratos que hicieron frente a los galgos y hasta
les acogotaron incluso. Detrás de él siguieron los perdigueros, pronto
perdieron el rastro. Los hierofantes del Consejo Oculto no pusieron a parir a
las mujeres, sino todo lo contrario: las ominaron con la peor de las condenas,
esa que desparrama la función genésica impidiendo concebir, con la ligadura-
hasta la misma palabra tiene mal fario- de trompas, pero mientras las mujeres
de las Esperadas mandaban hacerse por los tocólogos raspados de matriz, las
lechigadas de las conejas, por lo innumeras y frecuentes, pronto llegaron a ser
temibles. No dejaban de crecer. Se consumaba así un castigo bíblico. Nos abarrotan, nos invaden. Ya llegan,
presidente, y esa fue otra. La explosión demográfica se convirtió en la octava
plaga que sufrieron los súbditos del faraón, en este caso, los vasallos de sus
majestades don Gaón y doña Leda. Un correctivo divino a vuestro egoísmo. Para
que os vayáis preparando.
-Y ¿cómo están tus
harenes?
-Colmados de
esclavas recién llegadas del tercer mundo (colombianas, centroeuropeas, rusas)
pero hay mas oferta que demanda en esta tierra de pecadores. Muchas de ellas,
esterilizadas y ellos, eunucos.
-Malo.
-Según y como. Aquí
nos lo pasamos a lo grande. No hay más que escuchar a ese escritor de
“trillar”.
-¿Pues qué dijo?
-Que hay que follar
todo lo que se pueda.
-Muy moralizador ese
chico.
-Es millonario. Gana
dinero a espuertas, pero esos son los que triunfan en esta corte llena de gente
vasta. Cuanta más grosera más la encumbran.
-¿Y tú por qué no
haces lo mismo, nostramo? Deberías tomar la iniciativa, en lugar de pasarte la
existencia lamentándote.
-No puedo. No puedo.
-¿Chino de la
Gallina que canta después de asada? ¡Bah, paparruchas! No me vengas tú ahora
con que eres impotente.
-Media Hesperia se
siente impotente de la otra media. Por eso acaso nos matamos. Por rencor.
-Sois cristianos.
-Eso nominalmente,
pero aquí nadie cree ya en nada.
El eretismo del
hermeneuta, así como su curiosidad, por una vez estaba tocando fondo, lo que no
fue óbice a que con mayor denuedo siguiera la cadena de sus razones.
-Desde ahora ya no
os declaro marido y mujer. Este es mi
veredicto: vosotras seréis machorras, y vosotros, impotentes.
De las profundidades
del Leteo y de las cavernas de la laguna Estigia no pararon de saltar liebres
hasta tal punto que la tierra de los conejos pronto empezó a repoblarse de
estos mamíferos lepóridos que, a diferencia de sus hermanos de especie, no vive
en madrigueras sino que se encama a la buena de Dios.
Como las mujeres no
parían, tendrían que hacerlo las liebres y las conejas. Por el sur, cruzando a
nado el Estrecho, o en almadías arribaban todos los días a las costas
centenares de rifeños huyendo del sol y el hambre africanos, decían los
escoliastas, pero traían oculta en un armadijo de proa la bandera verde de
Mahoma y un retrato de Abdelkrim y otro de Almanzor. Somos los sucesores del almorávide. El moro
sabe esperar. Un joven político de Nix, que se llamaba don Porcionero Porción,
de bien pobladas cejas, cantaba las delicias del mestizaje. Aquí lo que
conviene es mezclarnos unos con otros. ¡Viva don Porcionero Porción, tribuno de
la patria, el hijo de ser quién vos quien sois, acogedor de calamitas, que
abría la puerta al moro de rondón! Hécuba Piños Puños, la bien puesta y
plantada, y Columba la Currada jaleaban su proposición.
-Y ahora que estamos
todos reunidos viva la madre superiora.
Dicho esto,
Porcionero Porción se lió a construir mezquitas como un descosido. Las iglesias
católicas quedaron desiertas. Cristo fue declarado persona non grata a efectos
de un bando del Sanedrín que obtuvo el nihil obstat de Roma. Era una invasión
perfectamente preparada desde las covachuelas del Departamento de Estado, con
visos de maniobra filantrópica, y un castigo por los pecados de una nación
aquejada del morbo visigótico, que se acordaba de don Rodrigo, su cava y su
sombra, traicionado por aquel obispo felón llamado don Opas, el papa de los
españoles en aquella aciaga hora, que también condenaba en sus sermones la
xenofobia y el racismo, pero resulta que por dineros y presiones se entendía
con el agareno bajo cuerda. Fue merced a su perfidia, a su perjurio, a su
inadvertencia, o lo que fuera que empezó el sacomano. No se podría rechistar.
Un grupo de ciudadanos beneméritos tuvo la osadía de presentarse a parlamentar
con el delegado gubernamental, virrey de pacotilla, espantapájaros federal, en
su palacio virreinal recién inaugurado y que le había costado al contribuyente
sus buenos táleros, que a ver qué pasaba con tanto guiri, don Porcionero
Porción les dio a los que protestaban en to los morros con el libro de la
Constitución.
En efecto, era tan
avieso que permitió que se repartieran entre todas las vírgenes y mozas en edad
de merecer de aquestos reinos un pirulí con radio galena a pilas para que por
las mañanas escucharan a la reina fondona, buenas cachas, bien se conserva
aunque hay días que no está tan radiante, le salieron perigallos por el
pescuezo, madama Cuadriles, Hécuba Piños (que se escribe con hache de how are
you) y así todas, a chupar del bote. En
un apuro, podían utilizar dicho objeto de consolador. Todo con tal que no
quedasen encinta. Si tras algún desliz daba en preñada una, se la enviaba a
abortar a Londres.
-¿Y ahora qué?
-¿Es que no os gusta
chupar del bote? Todas con buenas pagas,
hasta un maromo y una opción de cambio de sexo a cargo de los presupuestos y
aun así no os veo muy conformes.
-Pues no. Aquí lo
que queremos es uno como ese que dicen que es conde.
-Y a fe mía que nada
esconde.
-Sea él quien nos
acueste y nos levante. Queremos un hijo suyo, que venga el conde y nos dé el chupa
chips. Pague el gobierno. Que haga con nosotros lo que quiera, incluso madres.
-Oye rica que madre
se escribe con m de mierda.
-Y eme de muerte y
de matrimonio. Pero por favor no te
pongas a esgrimir tus facultades. Podrás ser manca de las trompas de Falopio,
que te las has ligado a que sí, pero la lengua la tienes muy larga.
-¿Más larga que el
pene de ese novio italiano con el que sueñan las viciosas españolas este
verano?
-Tres centímetros,
serrana.
-Barrunto que os va
a poner perdidas, hijas de mi vida.
-Con barretas,
boceras y todo seremos capaces de alzarnos con la exclusiva. Ahora mandaremos
nosotras.
-La madre que os
parió. No tenéis remedio.
-¿Parir dices? Esa
palabra ni por pienso. Dar a luz no se estila. Es peligroso para la salud.
Hijos los que nos permita la nómina y todos en adopción.
Por tales denuestos
se colige que se habían vuelto infames las españolas. ¿Quién era la que a estas
mujeres tan pudibundas y castas, antiguas alumnas de las Teresianas o de las
Damas Negras, que fueron educadas en colegios de pago, y eran como muy tímidas
y modositas, les había comido el coco? Iban para santas y acabaron en
mesalinas. ¿Cómo pudo suceder en el curso de tan pocos años ese vuelco en la
mentalidad y en las costumbres?
-Hécuba Piños, eres
toda una circe. Un día las vas a pagar todas juntas. Te las darán todas en un
carrillo por guarra y jacarandosa.
-Por mí que se
vendimie - contestaba aquella Agustina de Aragón de los platos, comisaria del
nuevo orden.
Verumtamen sólo se
lo explicaba mediante la parábola del sembrador. Salió un hombre al campo y
sembró trigo, pero luego vino el enemigo y desparramó cizaña y la cosecha se
malogró.
Con su amigo Ivan
Ibañez habían discutido sobre el tema arrellanados detrás de los veladores del
Estibadio, de la Taberna de Agustinos, o
en el Café de la Pompa, de los que eran asiduos contertulios, sin llegar a una
conclusión evidente al cabo de consumir jícaras enteras de calimocho y jarros de esa cerveza infame que se despacha
en las tascas de la ciudad de Nix, cuyo viento, siguiendo el dictamen de la
paremia al uso, es lo que dice la gente, que no sabemos si será verdad, tumba
un hombre y no apaga un candil, lo mismo que su morapio alborota el cerebro y
deja los higadillos hechos polvo, y más de una frasca, y más de dos, de
tintorro nos habíamos echado al coleto él y yo. Queríamos arreglar la patria y
acabamos todos igual que piezgos. Nada, que no hay salida. Esto no tiene
solución.
Por todas las
barriadas, los centros de acogida, los estudios de grabación, que habían sustituido
a los púlpitos vacíos, los estados mayores, sólo se escuchaba una frase que
cual grito de guerra sonaba en lo alto y en lo profundo, en lo ancho y en lo
largo, por tierra y por mar, fuera, en los corrillos, y dentro de las
conciencias: “Hijos sí maridos no”. Subía por la calle mayor toda una turma
escogida con lo mejor de cada casa y yo en mi ardura veía de nuevo a mi patria
bajo el yugo extranjera, las aras de mi iglesia profanadas y todo aquello por
lo que luché y todo cuanto amaba puesto del revés, mi arca de Noé flotando en
aguas válidas. ¿Durará mucho la fiesta de las encenias? Tanta vacación cansa.
-Todo se hizo por su
orden, todo quedará bien. Vivimos en una sociedad lúdica.
Era, pese a las seguridades oficiales, una
exhortación a las barricadas, a una lucha interior, calzada de guante blanco,
que nada tenía que ver con los descamisados de antaño. Representación simbólica
de aquel estado de cosas prenunciando un mundo nuevo eran los cuadriles de
Hécuba Piños, hercúlea, bien pagada de sí misma, todo en su sitio, porque,
aunque pequeñita, era hembra bien plantada: las mamas, los ovarios y los
colmillos, todo a la vez, una asidua de las pasarelas donde la moda de
temporada hace sus exhibiciones estacionales -en todo tiempo, incluso en invierno,
pasaban maniquíes en bañador- y desfilaban cimbreándose juncal por las catastas
aplaudidas por la jet, contaba con un ropero que nada tenía que envidiar al de
la reina de Saba y más cajas de zapatos que la Imela Marcos, pero su elegancia
retaca maravillaba a los cronistas, que una buena capa todo lo tapa. Bajo color
de esas apariencias de diva se ocultaban los bajos instintos de las barricadas.
El alma la reinona de las tardes y las
mañanas la tenía de miliciana vulgaris, y las inclinaciones, hetairas. En un
pase de modelos una comadre la llamó bruja curuja. Dios la que se armó. Las dos
se enzarzaron por el moño, ocurrió en el revellín de Ceuta o en el Alpichel de
Málaga, que no estoy seguro dónde fue, pero lo que sí me consta es que ambas
comadres se zurraron de lo lindo. A la Piños le libró de perecer abucheada uno
de sus escoltas. Porque su asaltante, una baturra, por poco la arranca las dos
tetas de un mordisco.
La corte de los milagros del rey Gabón y de la
reina Leda era albergue de meretrices camufladas. Un inmenso burdel bajo
cuerda, un baile de candil de llamas apagadas. Con decirte que el propio
monarca tuvo de mantenida a un tal Bárbara, la domadora la llamaban, porque
domaba leones, claro está, y tigres y pardos, todo lo que la echaran. En uno de
los juegos de cama cometió la osadía de meter a su regio amante en una jaula de
donde tuvo que ser liberado por los zaguanetes de la Guardia Mora. Vino su
marido de trabajar, los cogió en faena y se preparó un buen cristo, no creas
que no, pero como dice el refrán allá van leyes do quieran reyes, llegaron
manitas de los servicios secretos y como los fontaneros del Watergate
aniquilaron todas las pistas. Nada de tales escándalos palaciegos los recogió
la prensa de bulevar, tan gárrula y parlanchina para otras cosas.
-¿Y eso cómo lo
sabe, cortesano, si aquí se guarda una discreción supina y todo se hace a
cencerros tapados? Todas las noticias que salgan de palacio han de ser
blancas.
-¿Es que no lees los
periódicos? Esta democracia se soporta sobre una estípite de vanidades,
cotilleos, fútbol y toros. Pan y circo.
-Caria con los
Borbones.
-Ya los males con
los Austrias empezaron; también entonces era la cosa por el estilo.
Decían todas -ya
digo- ahora mandamos nosotras, y miraban para el tendido con un golpe de cadera
muy coquetón, como el maestro de lidia que reta de lejos al eral de la
suerte. Encerraron a los maridos en las
tabernas para que se muriesen de cirrosis y ellas buscaban macho entrando en
los nidales desprovistos de vigilancia y se aselaban, gallinas cluecas y
viciosas, con los maslos de las mejores polladas. Fuera sacramentos. Y al
marido, palo y mala vida. Eso, como mal menor, puestos que no pocos desdichados
eran puestos de patitas en la calle, o, emasculados las vergas en rodajas, acababan
hechos cuartos en frascos de formol.
Querían convertir al varón en jigote.
Una vez en la redoma no podrían llamarse a parte en la tan traída y tan
llevada violencia hogareña.
-Mirad esa piltrafa.
Un día fue hombre. No sé para qué lo queréis.
-Hay que ver cuanta
carnaza nos echan en el duerno de la tele.
Pero esto formaba
parte del gran diseño del nuevo orden. Las herederas de las milicianas
anarquistas de las barricadas hoy eran palmitos lindos vestidas de abrigo de
visón, mujeres de rumbo, muy atalajadas, conductoras de mítines anti
masculinos, siempre dando el sonoro y escandalizando a la población con los
mismos casos de violencia junto al fogón. Pues en Lebrija uno troceó a la
parienta y los cachos los metió a enfriar en la nevera, y en Palencia, otro
cornudo se llevó por delante a toda la familia. Un ataque de enajenación
mental. No me vengas con historias. Oído al parche, cuando aquí a uno le
mientan a la madre o le ponen en duda la contundencia de su virilidad, que
aquí, aunque nos cuelguen, todos de compañones andamos muy holgados y llevamos
como el que más. Eso siempre lo ha habido y lo habrá. Se notaba que al propalar
por el efecto de la carambola mimética, sucesos tan lamentables se buscaba un
punto de mira: dinamitar la familia y a las urracas que los cantaban
complacidas desde la fascinación y hechizo del glamour (la palabra la puso en
circulación Julián Marías, hasta la brutalidad convicto y confeso anglófilo, y
un sofista con pujos de filósofo, trasnochada carroza krausista) que era un gusto,
pero a todas ellas se les veía el plumero, o, mejor dicho, les asomaba por
entre las enaguas el gorro frigio, el píleo de antiguos esclavos, la horca y el
falce revolucionarios el mono y el máuser de milicianas o nietas de aquellas
anarquistas trotaconventos.
-¿Dónde están
vuestros esposos?
-Hechos trizas-
contestaban a una- Los abrimos en canal. Hemos consumado así un plan de
venganza. Es barato el escabeche hogaño aunque las criadillas de gocho estén
por las nubes. No pocos en su infortunio acuden a todos los remedios incluso a
electuarios preparados con colmillo de rinoceronte y toda clase de potingues, y
ni así se les despalma.
-Necias. A vosotras
mismas os estáis haciendo daño.
-¿En qué nido desovó
la caracola? Digánnoslo.
Se hablaba mucho por
aquellos día de ingeniería citológico y
de partenogénesis, de unidades familiares en singular, donde no hace falta el
concurso masculino para la transmisión del esperma. Un visita al tocólogo, una
simple inyección y ya está. Las feministas, con tal de dar guerra, su manía,
tirar cantos contra su tejado, desmangar la naturaleza y separar lo que Dios ha
juntado, y, sobre las lomeras de éstos, tristes los hastiales y desvencijados
los aleros, voznaban los cuervos y los ánsares sapienciales crascitaban,
estaban haciéndole un flaco servicio a ese odio a la vida, por otra parte, tan
moderno, que arranca del grito de rebelión proferido por aquel ángel que dijo:
“non serviam”. La táctica era, ya digo, desuncir yuntas y quemar yugos o
dejarlo sin gamellas, mandar al matadero a los bueyes, quemar el carro, y,
desjarretando a los aurigas, sumir en la indigencia a medio mundo, licenciar
soldados, convertir en esquineras a nuestras vírgenes.
Pero eran cucos.
Todas estas viguerías las hacían bajo cuerda, porque la norma del sistema era,
insisto, informar desinformando, crear angustia e incertidumbre entre la gente
ignorante mediante la manipulación a rajatabla de lo divino y de lo humano.
- Se están enconando
los ánimos. No me moriré sin ver en llamas las grandes sinagogas. El sanedrín
les manda las teas. Quieren pegar fuego al mundo y ellos terminarán victimas de
su propia sarracina. Por lana irán y piden que se les trasquile a estas malas
ovejas de Israel.
Se acabó lo que se daba y todos a acaptar por esos caminos de Dios, mientras el
mapamundi se llena de nuevos estados fantasmas como Sealand, que no existen
sino por añagaza y reclamo de evasores de impuestos, envenenar las mentes de
las buenas mujeres por nuestra prensa cotarrera y cursi, como el “Matarrotos” auténtico matarratas del
espíritu, “Haronía”(revista ilustrada que no ilustre) y otras prensas de subido
abolengo amarilloso, pedestre narcisismo que eran testimonio claro del
encanallamiento de toda una sociedad que trataba de copiar modas anglosajonas
con fantasías monaguescas y otras perversiones que me reservo. El resto es todo
sin sustancia: bardanza y holganza. Una pena que su amigo Paco, un buen
periodista, hubiera ahorcado sus saberes profesionales en aquel sumidero de
carnaza envuelta en fina lencería, que no es perversa, es peor que perversa, es
cursi, aunque él dijera que le daban a cambio una pasta gansa.
-Nos envían al
asilo, nos rompen los carnés, nos mandan a pedir limosna.
-Sí, hijo, sí. A
este paso pronto arderán muchas sinagogas. Iskra a los conventículos del
anticristo.
-¡Viva Sealand! Y
salga el sol por Antequera. No es más que una plataforma derelicta en el mar
del Norte, pero cuenta con un nutrido cuerpo diplomático. Balcanizaremos
Europa, aviso.
-Ya. Sus majestades
(hasta el nombre lo pronuncian con unción los pelotas) Gañón y Leda han
pignorado la herencia de unidad conseguida a base de tanta sangre por dos
antecesores suyos en el trono. Costó tanto llegar a esa unidad, que ahora nos
desbaratan. Dios se lo demande.
-A mí, cuando lo
pusieron una yamulka sobre el occipucio y lo sentaron en el banco de una
sinagoga, ya me dio en las narices un tufo de adafina, pues este rey me
recordaba otro de triste memoria en nuestra historia al que también emplumaron
la nobleza castellana por conducto de los judíos y cubrieron de burlas con un
pelele de carnestolendas.
-Pero todo eso tiene
un precedente en el Atrio del Pretorio en las voces que clamaban: “¿No eres tú
el rey de los judíos?” Todo los alardes
que realizan en plan de mofa tiene una lectura diabólica. Anás es Aniñas y
Caigas es Caigas, su edecán y su diácono, como Dios es Dios.
-¡Jesús, con quién
nos estamos jugando los cuartos! Mal está la cosa, pero no pierdas comba.
Escucha lo que dicen las comadres.
Una decía a la vista
de los maridos convertidos en jigotes dentro de la redoma, colocándose en
jarras mientras apretaba sus puños amenazantes.
-Exigimos nuestros
derechos y no nos dan. Queremos que nos den.
-Danos y danos hasta
que no te conozcamos.
-¿Por donde?
-Por los diez
orificios del cuerpo humano. Por delante por detrás, por arriba te mamamos y
por el culo te cagamos. Que nos la metan por el ombligo hasta donde llegue, por
la nariz y hasta por las orejas.
-Vicio es lo que
tenéis. Sois unas perdidas y unas crápulas.
-¡Toma ya! ¡Putas en
Toledo, ensaladeras de Valladolid y pucheros a la luna de Valencia! El mejor
invento, la máquina de follar.
-Callen las
perversas.
-Eso es; queremos
que nos den y que nos pongan.
-¿Para atrás y en
borrica como a los reos?- soltó un chistoso de fácil carcajada rufianesca.
-Te equivocas. Queremos
un piso en Nix, apartamentos con ventanas al océano y salir todas las semanas
en las páginas del “Haronía” a todo color. No nos importa lo que digan de
nosotros y si nos ponen o nos dejan de poner cual digan dueñas, el caso es copar
las portadas de la prensa sural. Sexo es
poder.
Y coreaba la otra,
una Melpómene atalajada de un terno de una blancura deslumbrante, que en su día
debió de pertenecer a un ángel malo antes de la caída, y que no era otra que la
verdulera que pasó a dominar el ámbito de las comunicaciones radiales, Hécuba
Piños, sacerdotisa y médium del feminismo para andar por casa con más furia:
-Desde hoy, igualdad
en todo.
-¿Y qué demandáis,
si se puede saber?- inquirió un pobre viejo atemorizado que debía de ser el
fideicomiso.
-Que las vergas se
vuelvan en cricas y al revés.
-Un cambio de sexo,
vamos.
-Eso es.
En todo lo que decía
la secundaba a la comadre otra de las de su calaña, a quien llamaban Montserrat
la Regalada, y que ni decir tiene que era catalana.
-¿No os conformáis
con las películas de Atresnalar, al que acaban de dar un Iscar y mira que hizo
el ridículo en el rostrum de los galardones, ni con la melena al viento de la
Gran Bibí? Todo me huele a maricones en este país. La badajearía no tiene fin, ay
Dios mío, ¿qué será de nos?
-Nosotros hacemos lo
que nos pide el cuerpo. Unos súcubos y otros incubos. El uno bardaje, y el otro
bujarrón. Arriba y abajo. El uno da y el otro toma. Para delante y atrás. Es la
vida sexual un juego de mete y saca, pues así está escrito.
-Todo vale. Robar,
matar. Sois deterministas.
-Deterministas o
voluntariosas lo mismo da. Vivimos a la sombra del Gran Bibí, queremos nuestros
derechos puntuales.
- El erostratismo os
pierde. Dais años de vida por salir en los periódicos.
- Si no eres famoso,
si no hablan de ti, aunque sea mal, es que estás muerto, cariño. Y nosotras no
queremos criar moho. No valemos para monjas.
-Lo que os haría
falta, bigardas, sería una buena doma de lomo.
-Una doma de lomo ¿y
qué es eso?
-La albarda y la
cincha, el pretal y la tarria. Sobre eso, una buena fusta.
-Bah, que anticuado
eres. A eso lo llamaban disciplina inglesa nuestros mayores y a nosotras no nos
va la marcha.
-Tratáis de enmendar
la plana a la naturaleza, desuniendo lo que unió el creador, poner contra las
cuerdas a la biología. No sabéis lo que hacéis, insensatos, blasfemos.
-Violento. Machista.
Fascista. Pinchen.
Le habían llamado de
todo en esta vida pero “pinchen” nunca. Pinchen, pinchen, picha brava, leches
fritas, pollas al churrasco.
-Era lo que faltaba.
Cuando no coinciden los pareceres en este país, que es de estirpe
inquisitorial, siempre acaban llamándote eso, y eso no es lo que significa,
sino lo diferencial.
-Para vosotras el
que proclama la verdad es un arrebatado, un impolítico, un forajido. Tenéis
buenas tragaderas. Refutáis la autoridad. ¿No reparáis en la gravedad de los
hechos?
-No reparamos. Tú no
andas bien de las cocochas; lo que necesitas es que te operen, un cambio de
sexos, jolines, y todas juntas y unidas abrazaremos el camino de la
inseminación. Te haremos madre, al prorrateo.
-Me parece que
estáis buscando bronca, machorras discípulas de Safo. Ya me estáis cansando con
cantinelas, boyeras de mete y saca, y tortilleras de quita y pon. A mí marica no me lo dice nadie, te enteras
-Eso es- conminó
desde lo alto de la corrala hertziana una antigua buscona, muy dada a las
manifestaciones cotarreras, a la que acababan de dar el velo de sacerdotisa
feminista- lo que queremos: que las vergas se hagan cricas y las vaginas carajos. Te advierto que ahora tenemos la
sartén por el mango. Llevamos los pantalones. Hemos ganado. Hasta el obispo de
Roma nos es adicto. Además, Dios es hembra.
-Ese papa chochea y
judaíza, pues, no contento con ir a besarle la mano al Protocanalla en Sede
Baldea, se ha prosternado ante el Gran Rabino. ¿Dónde se ha visto una bajada de
pantalones semejante en un padre de la iglesia?
Era un canto de
guerra, el ijujú de Semiramis. Fuego al muñeco. Jaque mate al macho. He aquí a
la sinagoga volviendo por sus fueros, y decían que estaba vencida. El rencor
estallaba en la calle, ríos de bilis anegaban las plateas, y los cuartos de
estar se convertían en infierno, el odio reconcentrado marca, cual agujas de un
reloj infernal, la hora de todos. No hay
más cera que la que arde. La abeja ática “señorona” y regenta, gobernanta y
gran jefa mañanera domina los intelectos con sus escuadras de perailes. Me
queda, la verdad, como algo jamona. Le sobran modelitos. Debe tener buenas aldabas, mira que escupe
odio la tía por su boquina de pichón, por esos labios de silicona, y aparte de
aferrada está forrada, sólo firma contratos blindados, pero al enano aragonés
tampoco hay que perderle de vista, pues va de listo por la vida, se las sabe
todas. La actualidad se ha convertido en el gran carnaval de la revancha. Se
vive no ya sólo para recordar sino para odiar lo recordado. He aquí que un
enano y una jamona son las piedras basales del régimen. Si ponemos en medio de
los dos a Zocodover gran cineasta patrio, matachín tayacán, tendremos cama
redonda. Ellos son los únicos con derecho a opinar de lo divino humano en esta
nación triste y desgañitada, quizás con derecho a voto, pero que ha perdido,
pues se la arrebataron, la voz recia y sonora de Juan Español. Cuando no nos llega con monsergas ese várdulo
que no tiene salero ni para aceptar su propia calvicie, pero es capaz de
amargarnos la velada con toda una secuencia de explosiones a cámara lenta, pues
aterriza en Nix con ínfulas de plenipotenciario del poder cosario, porque está en
nómina de los herederos de la voladura del Maine. Los que hicieron saltar aquel
acorazado por los aires y colocan bombas lapas en los bajos de automóviles de
ciudadanos indefensos son lobos de una misma camada. ¿Cómo es que tuvo
continuidad el tupé de Sagasta en el recorrido de don Castor o la desvergüenza
inmoral del presidente Simpson en las catilinarias jesuíticas del ex cura cutre Pólux, al que apodan Terminamos de todo el invento clamando una
vez más aquello de “delenda est Hispania?” Amenaza con exterminarnos. Sólo se
las da de valentón porque está bajo el halda de los americanos, que andan
preparando por aquellos montes una guerra parecida a la de Supravia.
Los que hundieron el
“Maine” aquí siguen teniendo bula y ejerciendo de matarifes jiferos, encuentran
corifeos, delegados y subdelegados aduladores por todas partes. Han apostado
soplones y submarinos en las cantinas, en las redacciones y en los consejos de
administración. Siguen empleando la misma táctica de tierra quemada que
emplearon en el noventa y ocho. Parece ser que les surtió efecto, aunque no
puede decirse de ellos que sean muy originales. Pero como llevan la voz
cantante lo que ellos quieren que sea será. Nuestra brújula se ha vuelto loca.
Le pasa lo que a la paloma borracha de Alberti, que se equivocaba. Por ir al
norte fue al sur. Creyó que la mar era tierra, y montaña, la hondonada. Así
estamos desatinando de por vida. Estáis todos trompas. You are wrong. Vous êtes trompés”, advierte Ariadna desde su bastidor.
Estampaba su rabia
contra las paredes. La sensación de impotencia lo embargaba. Todo me sale mal.
La desdicha se cobija bajo mis alares, pero nada puedo hacer. Sin embargo, ahí
tenéis a Pol Pit, el comentarista del quinto, caldo de todas las salsas que se
han cocinado por estas lumbres, ese que pinga de una acrotera, a convertido en
genio por una de esas veleidades que con tanta frecuencia se dan en la vida.
Era el que le arrimaba las putas a Serafín Pérez Plumero y por eso le dieron un
puesto en el panel hertziano. Tiene derecho a opinar, a escribir donde le dé la
gana, pagándosele a precio de oro las colaboraciones. Y ahí lo tenéis con un
puesto de contertulio en el espacio de Hécuba Piños, reina de las mañanas, un
espacio en esta galaxia, que le reditúa sus buenos devengos y, además, le da un
nombre. Antes, estaba enchufado en otro programa que llamaban “La Voz de los
Pajares, propietario el ciudadano Pío Lesmes, esto ya es el colmo”, pero
surgieron sus más y sus menos con el caudillo de ese espacio que suena de costa
a costa y de arriba abajo, y que empaña el ánima de tarazón entre los
radioescuchas y a su teniente de dólares mondos y lirondos, pues está visto que
está es la hora de la confusión y de las tinieblas, pero también la de los
Midas que informan y desinforman, que cabrean y acojonan, aburren y entretienen
gracias al morbo sin ser graciosos.
Ya peina canas el
tal Pol y conserva su viejo aspecto de león de la Metro. Le miras y te recuerda
el maquillaje de los protagonistas de aquellas películas en los que el paso de
los años se signa con una pasada vertiginosa con la cámara sobre los tacos de
un calendario o unos polvo de talco o una miaja de bicarbonato junto a las
sienes, y el pelo negro de una escena se trueca en barbicano en la siguiente,
pero no está encorvado y sigue siendo un hombre elegante. Al tiempo que bazucaba el moyuelo a don
Serafín, para tenerlo satisfecho, mientras hacía de mesnadero y de correveidile
en París del Asesino del Piles. Se le iba la fuerza por la boca en lagoterías
pero a todos les caía simpático. En cambio tú, ñiquiñaque, no has hecho otra
cosa que quejarte y viltrotear como un arlote, siempre cogiendo el tole, como
los inadaptados, los descontentos. La razón de tu fracaso la tienes tú, que
estás enfermo, no eches la culpa a nadie. En todos los sitios donde has
trabajado nunca caíste en gracia, te rodeaste de enemigos, y siempre te
despiden. Metértelo bien el molledo esto
que te digo. No eches balones fuera. La culpa es tuya. No busques pretextos en
que esto va muy mal ni en los judíos. Déjate de lilailas y entra en razones.
Cesa de tus engurrios. Sé flexible, diserto, sagaz. Cada mañana al salir de
casa ponte un abrigo o despojarte de la chaqueta, y mira con atención para la
veleta para saber de qué lado viene el aire. Pol Pit mudó de traje a modo y
conveniencia cuando le apetecía. Este es un país de oportunistas, los lamerones
hacen chazas. No hay que creer en nada, pero hay que aparentar tener fe, estar
a la última, disfrazarse e imitar al camaleón. Tu amigo está donde está porque
carece de escrúpulos, por haber hecho la higa a todas las ideologías. Fue
anarquista y comunista, cantó la palinodia de los maquis en la serranía de
Cuenca, y sin solución de continuidad entró en la nómina de sindicatos, quemó
incienso en su loor y fue turiferario del dictador, dijo que Londres era un
campo de concentración. Luego fue demócrata y millonario. Sin embargo, tú eres
un muerto de hambre. No te quiere nadie. Ni tu madre, ni tu mujer, y tus hijos
te escupen a la cara. No te rindes. Te
cobijas en tu casamata donde se agazapan tus ideas y tus recuerdos. Pol se
solidarizaba con Pólux. Pedía la
independencia de los asesinos, colocándose de la parte de los pistoleros. Lo
que le pasa es que la camisa no le llega al cuerpo. Tiene más miedo que
vergüenza. En punto a vergüenza, no se puede decir que fuera su punto fuerte.
¡Bah, qué más da! Todo se perdona excepto la insolvencia. Todo cabe. Tenemos
todos buenas tragaderas.
La clave del éxito
de Pol Pit y de tu fracaso es que siempre hay que estar con el poder, aprovechar
las ocasiones, la contestación sistemática nos lleva al exilio y al
extrañamiento. Por eso, porque sabe manejar el cubilete, viste la camisa
adecuada haciendo juego con el color de la corbata, se busca sus apoyos, sus
tanganillos, Pol Pit se ha convertido en la vera efigie del triunfador. Eso sí,
tan canalla como siempre. Ha traicionado y vendido a sus amigos, pero ahí le
tienes. Por lo visto le hizo mucha gracia a la señora del presidente, Doña
Carmen Collares a la que colmó de adulación, siempre se descuelgan con
retahílas que gustan a las damas, y a la mujer del Carlitos, como todas, le
privan que la laman el culo, pero las cosas le van bien, le sobran
colaboraciones, lo llaman para presentar libros de autores que empiezan, suena
su nombre en las revistas, su mujer no le es infiel, y le sobran muchas tardes
veinte mil duros para ir a jugárselos al casino de Torrelodones.
Por la pascua, las
noches que Cristo resucitaba, no se hacía conmemoración significativa. Bramaban
las radios, cual vírgenes necias, porque aquí la prudencia se reserva sólo para
lo política, en otras esferas se implanta el todo vale, de la Hesperia de la
Vuelta de la tortilla y de la sartén por el mango. Sólo nos mueve un deseo: volcar la cruz.
-Pues ahora sí que
estamos listos. Aquí se deshará la herencia de Isabel y Fernando.
-Gol en
Mendizorroza, penalty en Las Gaunas,
zanganea Redondo, galopada de
Roberto Carlos
Y en las tardes
domingueros cundía por el país el grandes aburrimientos.
Habíamos aprendido
la lista de todos los campos de fútbol, cuando proscribieron por decreto se
enseñara en las escuelas la retahílas de los reyes godos que ya no servían para
nada pues dejamos de cruzar apuestas con nuestro orgullo nacional. Hespéride ha dejado de ser católica y algún
listo apostillará por lo bajo aquello de “afortunadamente y con fundamento”. El
régimen democrático se consolida a base de patadas millonarias al balón, pan y
circo, prensa de bulevar, bailes de candil. Los embarques de la jet en el
reactor de la noche de liviandades, faz cansina y casquivana. El siglo futuro.
Esa rubia de las dos está bien de ancas, pero me parece que tiene los ojos un
poco fríos. No es mi tipo. Hay beldades que no me dicen nada. Todas ellas son
mozas escogidas. Desterradas las vestales, ocupan el Partenón de las vírgenes,
son las nuevas diosas, culto al cuerpo. Debes de ser tú, que estas para pocos
trotes.
Aquel año una leva
de descamisados del Ejido se desplazó a Sevilla para causar tumultos durante
las procesiones. La autoridad salió por peteneras alegando no sé qué
historias acerca de un juego de rol, pero los verdaderos alborotadores eran
topos que pagaron las sinagogas yanquis, como que ese día se cumplían poco
menos de veinte siglos de que mataron al Señor. Ahora volvían con sus alegatos,
sus mohatras, el eterno “¿quién yo?”, sus coartadas. Al amo de Sede Baldea, que
había declarado al Galileo persona non grata, y políticamente incorrecto, para
transformarlo en un Jesús gringo, hecho a imagen de sus gustos tele
predicadores, de adventistas del séptimo día y de parrafadas bahiítas y
estudiosos de Isaías a lo Bullí Gras que
propugnan una conversión de los cristianos al mosaísmo, no le gustaba la
superstición ni los aspavientos macarenos. Brillaban los alfanjes. Debajo de la
chupa estaban escondidos los filos de la cimitarra. Abajo las procesiones.
¿Juegos de rol dice? La prensa tan bien informada desinforma y sólo habla de
las cosas que no interesan, crispan o aburren. Los costaleros abandonaron los
pasos, dejaron por el suelo los penitentes tiradas las cruces y los acólitos,
turiferarios con el incienso y ceroferarios con los blandones tomaron el olivo
y algunos cofrades se desprendieron de sus cíngulos, y tiraron el capuchón al
Guadalquivir en una madrugada de pavor. Muchos pensaron “esto es la guerra, ya
están aquí” y no era cuestión de dejarse el pellejo por una mala saeta y no
estar presente en la feria de abril. El ambiente de confusión que sobrevino
recordaba la misma noche del prendimiento que el pío alarde rememoraba al lanzarse a la calle con sus cristos dolorosos al hombro. A Cristo volvían a
dejarlo solo, como los apóstoles en Getsemaní cuando se presentaron las turbas.
Todo el mundo cogió el tole.
Estaba escrito.
“Omnes fugerunt”. Los acontecimientos de la madrugada hispalense en contra de
los que aseguraron los medios, no fueron del todo fortuitos ni el resultado de
una alborada loca de cuatro mozalbetes aburridos que habían abusado de la
manzanilla o fumado unos canutos de más; respondían a una intención premeditada
y aviesa, aunque la maripavas con un guiño de ojos y una leve insinuación a la
sonrisa tratasen de matizar la levedad del suceso. Estaba claro que semejantes
manifestaciones pasionistas a estas alturas del tercer milenio estaban fuera de
órbita. Las procesiones pertenecían al ámbito de un pasado negro, los
penitentes recordaban al Ku Klux Klan, qué miedo, según decía una crónica de la
corresponsal del New York Times, apellidada Fucus (zorra en judeo alemán).
Quien manda, manda.
En Madrid pasó algo
parecido. Algunas cofradías no se atrevieron a salir o acortaron el trecho de
su recorrido por miedo al ambiente enrarecido. Bandas de chinos y magrebíes se
enzarzaron a palos, mientras desfilaba uno de los pasos, por el control de la
Gran Vía. Un moro empapado en cerveza, irreverente y poco comedido, por no
decir fanático con todo aquello que no está en el Corán -¿es esta la tolerancia
que nos quieren meter por los ojos las altas instancias?- se acercó a una fila
de nazarenos y le metió mano por debajo del hábito para ver qué había. Era una
señora y empezó a dar gritos. Nadie de los que presenciaban el alarde de
disciplinantes desde la acera movió un dedo para ayudar a la pobre mujer ni
defenderla de su atacante. El mismo
pánico que en Sevilla. Menos mal que había policía por allí cerca y se lo
llevaron al cuartelillo donde lo soltaron al cabo de dos horas, cuando se le
pasó la mona.
Una retención
hubiera sido ilegal. Se hubieran echado encima los periódicos esgrimiendo
alegatos xenófobos y los cantamañanas y corifeos del sistema se hubiesen
rasgado las vestiduras. El Umbral, sin ir más lejos, aunque ya está viejo y le
rila la mano del tembleque, hubiera enhebrado uno de sus panegíricos progres y
media nación se habría tenido que tragar los libelos de un tal Pimpollo Hijo de
Tal, campeón de los tránsfugas. Al pobre guardia se le hubiese caído el pelo,
después de que sonasen por todas partes gritos habituales contra la
superstición, el nacional catolicismo y contra el Gran Almocadén, baluarte de
la fe de un pueblo que, por lo visto y a decir de los consabidos zoilos y
aristarcos que reparten el juego en nuestra cultura, tuvo la culpa incluso de
las procesiones. Estaban los ánimos de los indígenas por los suelos y la moral
del enemigo, fuerte, ad utrumque paratus.
Si un cristiano
hubiese hecho lo mismo en la Meca, el resuello en sus pulmones no hubiera
durado ni tres minutos. Habría caído víctima de un linchamiento muriendo en
manos de los seguidores del profeta que no soportan este tipo de bromas con su
religión. O sino que hable Istmo Margrave, el Hijo del Mal.
Sin embargo, según
Carlitos Bigote, en las Hesperias todo iba a pedir de boca. España va bien.
Cada vez se le iba
poniendo más cara de payaso. Sólo le faltaba la caña para ser una perfecta
réplica de Huta el Montero Mayor. ¿Moros en la costa? Ni mucho menos. Ya
vigilan nuestras procesiones, consumados los objetivos de la operación “Sweep
in”, un barrido demográfico, un movimiento de pueblos, cáfilas étnicas. Cada
vez, más demócratas. Ladraba bien el perro chico debajo de las patas del mastín
de dientes en fila. Nos apuntábamos a todas las movidas y siempre estábamos con
el atillo preparado para mandar a nuestros a engrosar misiones de paz armada.
En esto, cuando,
tras aquel incidente de las pandas infieles y pasado el revuelo que con el
sofaldar a la pobre nazarena se preparó, más impresionante era el silencio de
los fieles que iban en pos de la imagen del “Moreno”, volvió a sonar una
estentórea carcajada, al pasar cerca de las puertas del Corte Inglés. Fue como
un estruendo. Otra vez los ánimos volvieron a encogerse.
-No si de remate no
nos van a dejar que paseemos al Cristo en paz. ¿Qué fue eso?- exclamó un
vejete.
-Mahoma que peyó- le
contestaba un chistoso por fuera- a lo mejor es que acaba de hablar en el
vientre de su madre la mora Aixa.
Al jefe de los
anderos le dio un ataque de risa. Un hermano mayor haciendo sonar su vara de
cofrade sobre el pavimento pidió recato.
-En fila,
penitente. No te distraigas, sigue la
linde. Un poco de respeto, por favor.
Una moza que en
aquel momento había mandado parar la comitiva para entonar una saeta hubo de
abandonar el encaracolado del balcón en cuya barandilla apoyaba las manos. El
profeta se había ido de bastos. Había vuelto a levantar su pendón verde por las
estrellas calles del viejo Magerit que no era sino una corruptela cacofónica
del Matritum o Templum Matri romano pero ahí nos las den todas que la mentira
se acoge y a la verdad se la destierra, que ahora se llamaba Nix Rasilis, pedía
las llaves del castillo famoso que por lo visto un día le pertenecieron. Quería vengar a su antepasado Boabdil. Iba
otra vez de taifas. Volvíamos a estar en las mismas. Buena pascua te dé Dios,
Madrid, que te quedas sin gente, de cristianos, quiero decir, aunque sigas
siendo acogedor y hospitalario con el extranjero.
Los pedos del
profeta son un signo que anticipan siempre la llegada de una nueva guerra
santa. Aquí seguimos mientras tanto nosotros con nuestras cuestiones acidalias
que recogen las horruras y miasmas de las tómbolas. Cien mil duros por salir en
pelota viva ante las cámaras y cincuenta millones de una sentada por hacerlo
con el conde que todo lo enseña y nada esconde. Fue la guinda, el ápex, la
coronación de un ambiente sicalíptico, de un país gusanera con macas en la piel
cancerosa, el no va más del erostratismo venal. Se nos subió de pronto la
eretina morbosa y todo acabó en eretismo y en ergasmo, que nada tiene que ver
con orgasmo. Nos han envenenado. Hemos de beber en una copela nuestras propias
cenizas, si queremos purificarnos que lo veo difícil.
Por el otro frente
la tamborrada seguía su curso impertérrita y algunas buenas mujeres se
santiguaban mirando con ojos anhelantes para el Jesús, vestido con una rica
túnica violeta, con bordados de oro, luciendo una impresionante peluca que perteneció
a un hombre, en el que se le veían caer los rizos cubriendo el rostro macerado
y que no era por lo menos sintética. No bendecía, pues llevaba las manos atadas
con un cordel. Sus ojos se ensimismaban
contemplando una distancia que sus devotos de los Primeros Viernes dicen que es
el recorrido del gran perdón.
Empezó a llover. El
cristo quedó quieto en medio de una estampida de gentes que se esparcían en
todas las direcciones como impelidas por una carga de caballería. Lo taparon
con un plástico. Rayos de granizo que caían oblicuos habían iniciado los
primeros movimientos de una danza a partir de carreras y de pedriscos. Algunos
de estos meteoros eran del tamaño de huevos de golondrino.
Una paisana de
mediana edad quedó agarrada a los faldones de la carroza, gritó:
-Ya veo, Jesús mío.
Se había producido
un milagro. El Señor acababa de pasar dejando una estela de sanación y
bienaventuranza.
Sin reparar en ello,
y menos pensarlo, eran de arribada los días soleado de la Bestia. Con enojo
soplaban las furias del averno. Ahí las tenéis en acies instructa las escuadras
formidables, las formaciones compactas. Se muestran arrolladoras. Serán
implacables. En plena sobrevienta del Paráclito, nada queda en pié porque el
Espíritu todo lo arrasa y los transforma. Construyen una armada sin fisuras y
su ariete golpea las puertas de bronce de la ciudad alegre y confiada. La
fuerza del bezón, que bate nuestros muros, rompe ya los ataires. Vivimos bajo
el signo de Aries. No hay socarrenas ni credencias en la pared, ni un triste
clavijero al que agarrarse, un urce colgante que asir en la caída; vamos donde
la ley de la gravedad nos lleva. Llegan, ya llegan, presidente. Por todas las partes se cuela un viento de
liberación. No tenemos estribos en que posar nuestra invalidez. A pesar de
todo, no permitáis que esas merdellonas os llenen del pringue lascivo. Mantened
a raya vuestra castidad, fieles servidoras y sacerdotisas del templo de Vesta.
Vigilad y orad.
En marzo del año dos
mil, año infausto del triunfo de la Bestia, después de los comicios en los que
Bigotito Cornejo, que habíamos criticado mucho al Gran Filipo, ese que se nos
presentó con aires de gañán y que recordaba un poco a los vándalos enarbolando
amenazante el pavés como un gran puño que descargaría sobre nuestras cabezas
hasta que a Hesperia no la conociera la madre que la parió, pero Bigotito
Cornejo era mucho peor porque consumó la obra de desmontaje de la catedral que
el otro iniciara, revalidó su mandato- reapareció en el balcón con su mujer
Carmen Collares, y por detrás Pol Pit bailándole el agua, hemos ganado, y a
buenas horas mangas verdes, lo próximo se heló en ciernes, americanos os
recibimos con alegría, Psicosis. Bigotito Cornejo sonreía con cara de liebre,
tenía la gracia y la habilidad del perrillo de aguas ladrando bajo la barriga
del dogo- empezó a gestar un plan de escapada, buscaba ya la querencia del
norte.
¿Una depresión? ¿El desamor? Quiá. Sólo se
puede hablar en puridad de depresiones barométricas. Así se llama a los valles
en artesa, a los desniveles y a los hundimientos de terreno, según se entiende
en pedología y en topografía. Esa maldita expresión es un anglicismo que cubre
de enojo y de engurrios la vida moderna. No hay tal.
En cuando a amores y
desamores, desengañate, Gnadio, pues visto lo que le sucedió a Ivan Ibañez en
un bar de carretera, habrá de sospecharse que es tan ya vacuo concepto la
palabreja, vago comodín de nuestros desencantos.
No sabremos nunca lo
que le pasaba puesto que el alma de Verumtamen era cosa hermética, pero habría
de sospecharse que se trataba de acidia primaveral. La tristeza viene y se va
como la alergia. El alguarín tras el garaje que había habilitado de escritorio,
oratorio, fumadero, biblioteca, garita de escucha, y observatorio astronómico
para contemplar las estrellas, recibía la luz rastrera del alba a través del
montante de un ventanuco que daba al jardín central de la urbanización, donde
ya entramaban las ramas de los chopos y campeaba gloriosa la enredadera sobre
los sauces.
En el centro del
corral volvía la primavera también al tronco del abedul totémico y era talismán
de veneración este arbusto, porque habiéndolo tomado de uno de los bosques
sagrados que hay en Asturias, entre los gollizos del monte Pascual y las breñas
de San Agustín, que dan la última escolta al Uncín antes de su abrazo con el
océano por la mar de canchales de Artedo, siendo no más un exiguo renuevo, una
tarde de agosto de los ochenta, lo transplantó a la Despernada y embarbó como
por milagro sin acusar merma por los
calores y el cambio de terreno. Ahora exornaba el muro de la pared que mira al
jardín. También agarraron dos laureles y un castaño del Cantábrico. Las tapias
se emboscaban en una guarnición de jazmín y madreselva.
Anclados en aquella
habitación en los bajos del edificio tenía caminos y puertas, miradores,
atalayas, que llevaban al plano infinito, la heredad inalienable de un alma,
una razón de ser y de existir. Aquel era su universo y su medida, las glorias,
memorias de una existencia recatada, su divertido titirimundi, el cosmorama
panóptico que le acercaba una visión de las cosas a través de los libros, las
radios portátiles, los retratos amados y los objetos acaparados que le ayudaban
a recordar instantes y personas. Era de inclinaciones fetichistas, creía en el
poder que despiertan los objetos conservados como reliquias de un tiempo que no
volverá.
La onda corta y los varios receptores
licitaban el acceso a otras atmósferas transformándose en ecos de una caja de
resonancias maravillosa. Abría las cancelas de la fase alfa. No era el cascarón
vacío, sino la vivificante cámara donde se produce en cada ocaso y en cada
madrugada unos particulares oficios de sus propios fatamorgana. No hacían falta
otros sacramentos. La administración de los sagrados dones corría a cargo de
una singular eucaristía interior.
Por allí entraban las ideas de la estepa y
alzaba el gallo un ruiseñor maravilloso políglota y multiforme. Si el ojo es el
sentido más rastrero y cabal que tenemos, el de lo pecaminoso y el de los
espejismos, a través del oído se abren de par en par las puertas del adentro.
Uno de sus efectos más significativos es la psicorracia (liberación del alma),
como resultado de esa agonía que libran en el éter las ondas hertzianas, el
universo por el que vagan los espíritus, allá donde el amo americano no mandan,
ni tampoco el anticristo, pelleja blanca y quiroteca de piel de cordero, pero
colmillos de jaguar, nos causa bochorno, porque anuncio a toda la cristiandad
que en el Vaticano ya no son de los nuestros, se pasaron a Clinton con armas y
bagajes.
Crecían allá afuera
los rosales y hasta un lilo que compró en el vivar de la Despernada el año 85.
Los transistores
para la escucha de estaciones lejanas conectaban con una realidad que se
acercaba al mundo de los sueños, alejando de aquel ambiente chato, carnavalesco
y ágono de ilusiones, de la hostilidad decepcionante y amedrentada de lo que
denominan democracia, que no es sino un totalitarismo. Pólux, tratando de esconder su calvicie y Castor
arengando a las mesnadas yanquitarras, clamaban por la independencia y el
fuero. ¡Insensatos trabucaires vaticanistas, hijos todos del Pretendiente,
peseteros del dólar, así os sepulte en el infierno un diablo que tuvo por
nombre Carlos séptimo!
Todo aquello con sus
novedades, alifafes y garambainas, como las urbanizaciones, y la píldora
mágica, el viagra, habían sido implantados por el Nuevo Orden. Siempre debería
ser así la vida del topo, del exilado interior. Sin embargo, el apóstol nos
exhorta a vestirnos de la armadura de dios. Hemos de aguantar contra los
adalides de las tinieblas del mundo, y que su grata misericordia recobre la
delantera. Per orationem et obsecrationem, orantes in omni tempore in spiritu
et in ipso vigilantes omni instantia. Obsecración, bella palabra. Invócame y yo
te liberaré. Orad sin intermisión, recapitulaba siempre el salmista.
Verumtamen iba
escalando por los abrojos la senda del monte de la perfección, su honra y su
buen criterio enterrados bajo los basilares del antiguo amor, que también se
llamaba María.
Infinitas
veces había tratado de huir, agotadas las posibilidades de solución, para
llegar al mismo punto de partida. Tú n
“Animal Farm “ ( La granja de
los cerdos ) famosa novela antimarxista del britanico , George Orwell.
No es posible que dos pecados
hagan de padre y madre de la virtud
Fuera de la
Iglesia no hay salvación. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia. Con este lenguaje parabólico y
místico de Jesús algunos tratan de defender la prelación del dogma católico,
anulando y descalificando a todos aquellos que no piensen igual o tengan una
versión y una visión de Cristo diferente. aquí se palpa la frialdad de Roma,
que utiliza un lenguaje muy poco evangélico. Al fin y al cabo la tiara papal
con la triple corona estaba inspirada en el albogalero ( albus,
blanco y galerus, bonete), un gorro sacerdotal con que oficiaban los
sumos pontifices etruscos.
Se calcula que durante la revolución de los “ cristeros “ perecieron
en Mexico más de un millón y medio de cristianos.
Jacques
de Molay, al morir, formuló una maldición contra la dinastía de los Borbones.
Su palabra profética llegó a cumplirse sobre la cabeza de Luis XVI que rodó por
la guillotina montada en la bastilla, lo que antes era la sede del Temple
El 26 de mayo
del calendario gregoriano corresponde al 6 de junio del juliano, en que los
rusos conmemoran el natalicio del genial poeta.
Sabiduría y sabios de la acera.
Brincar por la borda, esto es,
viajar de polizonte en un navío. José Mari vino desde Alemania atraído por la
magia de este ciudad, que ha sido tan aireada por las películas del cine negro.
Por aquellas fechas estaba
prohibido el bikini en las playas de Long Island. Los resabios puritanos
aparecen por doquier. Los exhibicionistas van a chirona a veces con largas
penas de cárcel como aquella entusiasta de los Meds que quiso celebrar la
victoria de su equipo de béisbol desnudándose en la ventana de un edificio
durante el alarde que se celebró en la Quinta Avenida.
Nombre que se da en NY a los
vagabundos sin techo.
Mindundi, quídam, tipo
corriente.
Hay que estar al nivel de los
Jones. Si tu vecino tiene un coche, tú has de comprarte un último modelo. Y si
el compra un frigorífico el tuyo ha de ser uno de mayor voltaje y graduación.
Esto es lo que significa el famoso aforismo.